CEPRID

Ucrania: La pérdida del color naranja

Lunes 12 de abril de 2010 por CEPRID

Vladimir Radyuhin

Frontline

Traducido para el CEPRID (www.nodo50.org/ceprid) por Julio Fucik

La victoria del líder de la oposición, Víctor Yanukovych, en las elecciones presidenciales de Ucrania supuso una aplastante derrota para los EEUU, el cerebro de la “revolución naranja” concebida para debilitar y aislar a Rusia. En la primera ronda de las elecciones, el 17 de enero, los votantes rechazaron la lucha del presidente Yushenko contra Rusia y le concedieron sólo un triste 5% de los votos. En la segunda vuelta, el 7 de febrero, la “revolución naranja” de Yushchenko y la primer ministro, Yulia Tymoshenko, -ya enemigos- perdió frente a Yanukovich por un margen del 3’5% de los votos.

Para Yanukovich, la victoria fue una dulce venganza frente a la debacle de las humillantes elecciones anteriores. Para los EEUU, este triunfo significó el colapso de su proyecto más ambicioso de geopolítica tras la Guerra Fría en la Europa del Este.

El proyecto americano tuvo un comienzo deslumbrante, hace cinco años, cuando el candidato a la presidencia de Rusia, entonces primer ministro Yanukovich, fue despojado de la victoria en la segunda vuelta por Yushchenko sobre una supuesta manipulación del resultado electoral. Se montó una ola de alto rechazo popular contra el régimen oligárquico y corrupto en la Ucrania post-soviética, con Yushhenko y Tymosshenko dirigiendo miles de partidarios movilizados en las calles de la capital, Kiev, en klo que se conoce como la “revolución naranja”, dirigida por los gobiernos occidentales y las fundaciones. Una repetición de la votación, ordenada por el tribunal bajo presión de las protestas callejeras y en violación de la Constitución de Ucrania, dio la victoria a Yushchenko. Ucrania fue la segunda “revolución de color” en la ex Unión Soviética. La primera fue la “revolución rosa” en Georgia un año antes. Los planes de Washington para desencadenar un efecto dominó en las antiguas repúblicas ex soviéticas comenzó a tambalearse en Kirguistán. La “revolución de los tulipanes”, representada en ese país de Asia Central en marzo de 2005, ayudó a derrocar al gobierno, pero no pudo cambiar la orientación hacia Moscú.

Georgia y Ucrania se convirtieron en piezas claves de la estrategia de EEUU para cercar a Rusia. Washington presionó con fuerza para que ambos países ingresaran en la OTAN y les usaron para difundir el GUAM (Georgia, Ucrania, Azerbaiyán y Moldova), una agrupación de países prooccidentales con la función de actuar como cordón sanitario entre Europa y Rusia, así como un nuevo corredor energético en el transporte de petróleo y gas del Mar Caspio a Europa sin pasar por Rusia. Mientras que Georgia se convertía en un puente estratégico para los EEUU en el Cáucaso y una puerta de entrada a Asia Central, Ucrania fue utilizado como el ariete para romper la reintegración que realizaba Moscú en las economías post soviéticas y socavar el resurgimiento de Rusia.

Yuschenko, efectivamente, hizo de Ucrania un estado cliente de EEUU y un peón de la estrategia de Washington frente a Rusia tal y como había formulado el ex asesor de Seguridad Nacional Zbigniew Brezinski en 1997 en su libro “El gran tablero de ajedrez: La primacía americana y sus imperativos geoestratégicos”: “Sin Ucrania, Rusia deja de ser un imperio en Eurasia”.

Yushchebko, de 55 años, ex banquero, se apoyó en su segunda esposa, Khaterine Chumachenko, estadounidense de origen ucraniano. Bruce Barlett, republicano conservador que había trabajado con ella en el Departamento de Estado y en la Casa Blanca, dijo “toda persona que conozca a Kathy descubre rápidamente que la liberación de Ucrania de la tiranía comunista era su primera misión en la vida, con exclusión de casi todo lo demás”.

Yushchenko hizo del ingreso de Ucrania en la OTAN la prioridad absoluta de su presidencia pese a que sólo el 20% de los ucranianos apoyaban el ingreso. Trató de expulsar a la flota rusa del Mar Negro, sobre todo de la base de Sebastopol en Crimea, a pesar de que el contrato no expiraba hasta 2017, para convertir el Mar Negro en un lago OTAN. Invitó a EEUU a desplegar un escudo de misiles en Ucrania contra Rusia. Él, personalmente, ordenó el suministro masivo de armamento pesado a Georgia mientras se preparaba la guerra contra Rusia y envió a especialistas militares a participar en operaciones de combate cuando Georgia atacó a las fuerzas de mantenimiento de paz rusas en Osetia del Sur en agosto de 2008.

Yushchenko bloqueó la participación de Rusia en la modernización de los gasoductos de Ucrania y provocó interminables “guerras del gas” con Rusia, interrumpiendo el tránsito del gas ruso a través de Ucrania hacia Europa Occidental y echar a perder las relaciones de Rusia con los europeos.

Curiosamente, la salida de Yushchenko fue recibida con alivio no sólo en Moscú, sino en Bruselas y Washington. Su presidencia fue un desastre total en el frente interno. La democracia en el país ha degenerado en una lucha por el poder entre los clanes rivales oligárquicos disfrazados de partidos políticos. Cuando asumió el poder, prometió erradicar la corrupción que plagaba los negocios y la política en Ucrania. Sin embargo, cinco años después, el soborno y el clientelismo han aumentado varias veces. Su lucha interna con su amiga naranja Yulia Tymoshenko ha paralizado la toma de decisiones en Ucrania para hacer frente a una crisis económica debido a la caída de los niveles de vida y los altos precios.

Los productos básicos de ucrania habían sido destrozados por la crisis mundial. El año pasado, Ucrania fue el peor parado en la economía europea. Su producto interior bruto se contrajo el 14%, aún cuando la inflación se elevó al 15%. Ucrania está, prácticamente, en quiebra. El FMI ha suspendido el fondo de 16.000 millones de dólares de supervivencia que concedió a Ucrania en octubre pasado. La deuda asciende a 100.000 millones de dólares y las arcas del Estado están vacías.

La presidencia de Yushchenko fosilizó la división entre el oeste pro europeo y el este y sur pro ruso. El resultado de la elección presidencial del 2010 mostró que el país sigue tan profundamente dividido como hace cinco años. Yanukovich obtuvo entre el 80-90% de los votos en las provincias orientales y meridionales y Yulia Tymoshenko los mismos porcentajes en la provincia occidental. La política de Yushchenko de cerrar las escuelas y la televisión en ruso, desplazando la lengua rusa y la glorificación de los colaboradores nazis de la II Guerra Mundial fue aplaudida en el oeste del país, pero rechazada por los rusos que viven en las regiones oriental y meridional.

El proyecto “naranja” de EEUU para Ucrania, y su orientación antirusa, no tenía ninguna posibilidad en triunfar en un país donde la mitad de la población habla ruso y comparte lazos estrechos a nivel económico, lingüístico y religioso con Rusia.

El alejamiento de Rusia –obteniendo muy poco de EEUU y Europa- y las expectativas de que Occidente compensaría a Yuschenko resultaron ilusorias. La pertenencia a la OTAN fue bloqueada por Francia y Alemania, que temían un resurgimiento de las divisiones de la Guerra Fría en Europa. La UE, del mismo modo, cerró sus puertas a Ucrania como país porque con sus 48 millones de habitantes es demasiado grande, y demasiado pobre, para ser integrado en la UE.

Finalmente, Occidente se alejó de Yushenko por su liderazgo inepto, la falta de reformas y el feudalismo vicioso con Yulia Tymoshenko. El creciente interés de EEUU para obtener el apoyo de Rusia en Afganistán e Irán desanimó aún más a Occidente a inmiscuirse en las elecciones de Ucrania.

Por su parte, Rusia elaboró una inteligente estrategia en las elecciones. En contraste con el anterior apoyo duro a Yanukovich, esta vez Moscú optó por no identificarse demasiado con ningún candidato con la finalidad de asegurarse que quien ganase sería amigo de Rusia. Esta política dio resultado porque tanto Yanukovich como Tymoshenko presentaron programas que suponían una buena relación con Rusia.

Moscú no se hace ilusiones de que Yanukovich abandone el objetivo a largo plazo de la integración en la UE, pero existe la expectativa de que haya un interés mucho más pragmático, un rumbo más equilibrado con respecto a Oriente y Occidente. Después de todo, el petróleo y el gas ruso cubre el 80% de las necesidades energéticas de Ucrania y trae miles de millones de dólares en concepto de tránsito por el país. Rusia representa un cuarto del comercio exterior de ucrania, aunque la proporción ha bajado desde la “revolución naranja”. Moscú es la mejor esperanza de Kiev para rescatar a los afectados por la crisis de la economía en Ucrania. The Wall Street Journal describió la elección de Ucrania como un “cambio geopolítico”, amplificado “por la inminente bancarrota nacional en la que Rusia jugó un papel similar al caso de Abu Dhabi en Dubai”.

El fin del régimen “naranja” altera el equilibrio de poder en Europa del Este. Yanukovich ha dicho en su primera declaración como presidente que “las relaciones con Rusia y la CEI [Comunidad de Estados Independientes, una alianza de repúblicas ex soviéticas liderada por Rusia] porque nuestros países están estrechamente vinculados por la economía, la historia y la cultura”.

Yanukovich ha manifestado su apoyo a la propuesta de Rusia de crear un consorcio internacional para la gestión de los gasoductos de Ucrania y ha pedido ser miembro asociado en el Espacio Económico Común que está construyendo Rusia con Kazajistán y Bielorrusia.

La victoria de Yanukovich pone fin a la expansión de la OTAN hacia el este porque ha descartado que Ucrania sea miembro de la OTAN y ha asegurado la prórroga del arrendamiento de la base naval rusa del Mar Negro en Sebastopol más allá de 2017. Sin Ucrania el “cordón sanitario” pretendido por la OTAN se desmorona y la alternativa de Guam como eslabón anti aliance Rusia-CEI se marchita. Es el mismo destino que aguarda a la propuesta de Yushchenko de crear una ruta de transporte para el petróleo del Caspio a Europa a través de Ucrania sin pasar por Rusia. Y Georgia, que todavía no se ha repuesto de la paliza que le dio Rusia en la guerra de cinco días de 2008, ha perdido su condición de “valioso aliado”.

Queda por ver si los EEUU aceptan estos cambios estratégicos. Las probabilidades de que Barak Obama “resetee” la política de relaciones con Rusia no son muchas. EEUU puede tener sus manos ocupadas ahora en Afganistán e Irak, pero Ucrania nunca ha salido de sus pantallas de radar. Cuatro meses antes de las elecciones el vicepresidente Joe Biden visitó Ucrania y Georgia para demostrar el apoyo de EEUU a las “revoluciones de color” y a las aspiraciones de ingreso en la OTAN. En esa gira de alto perfil por lo perfil, en octubre de 2009, por los países de Europa oriental Biden estableció lo que llamó “principios no negociables” en las relaciones con Rusia: los EEUU no van a tolerar ninguna esfera de influencia de Rusia ni el poder de veto a la expansión hacia el Este de la OTAN. Reiteró el compromiso de Washington con los cambios en los países vecinos de Rusia y pidió a Europa del Este que siguiese la “guía” de EEUU para la democracia. EEUU se ha movido para volver a armar y entrenar al ejército georgiano, ignorando las preocupaciones de Rusia respecto a que Georgia puede estar preparando una nueva guerra para vengar su derrota en 2008.

Antes de las elecciones, Brzezinski, que es ahora el gurú de Obama en política exterior, emitió una contundente advertencia anti risa a los ucranianos diciendo que si ganaban los pro rusos Ucrania se iba a convertir en un satélite o, incluso, “una parte del amplio sistema imperial [ruso]”.

En un discurso en la Escuela militar de Francia, el 29 de enero, la secretaria se Estado Hilary Clinton confirmó la negativa de Washington a reconocer los intereses especiales de Rusia en el estado ex soviético. También rechazó la propuesta del presidente ruso, Dmitry Medvedev, sobre negociar un nuevo pacto de seguridad para Europa, que Moscú considera como una prueba de fuego de la disposición de Occidente de aceptar el principio de seguridad igual e indivisible en el continente. Washington ha anunciado planes para desplegar los misiles Patriot en Polonia, cerca de la frontera con Rusia, a menos de 70 kilómetros de Kaliningrado –enclave ruso en el Mar Báltico- e interceptores de misiles en Rumanía. En coincidencia simbólica, ambos anuncios fueron hechos entre la primera y segunda vuelta de las elecciones ucranianas.

El recién nombrado embajador de EEUU en Ucrania, John Tefft, (cuyo anterior destino fue Georgia) dejó claro que los EEUU van a continuar con su política de meter una cuña entre Ucrania y Rusia: “El gobierno ha sido muy claro con los rusos en Georgia y hemos muy claros en subrayar nuestro apoyo a la soberanía, independencia e integridad territorial de todos estos países, incluida Ucrania”. Dijo, además, que Washington sigue comprometido con la idea de que Ucrania pertenezca a la OTAN.

Ucrania será el escenario para una nueva batalla por la influencia en Eurasia.

A pesar de la promera de Obama, la Casa Blanca no ha hecho ningún movimiento para conseguir que el Congreso derogue la ley Jackson-Vanik, que niega los beneficios comerciales con la Unión soviética hasta que se permitiese la emigración de los judíos a Israel. EEUU sigue parando el intento de rusia de unirse a la Organización Mundial del Comercio.

Los expertos rusos consideran que el “reset” que EEUU dijo que iba a imprimir en sus relaciones con Rusia es poco más que un lema y no se ha convertido en una estrategia bien pensada, que sólo tiene como objetivo conseguir la cooperación de Afganistán e Irán, las dos prioridades principales en la política exterior de EEUU. En Afganistán, Rusia se ha alineado con los EEUU, ya que tiene un interés vital en la lucha contra la amenaza del terrorismo y el narcotráfico en ese país. Sin embargo, se ha negado a suscribir los intentos de intimidación respecto a Irán y hace de intermediario entre Irán y Occidente.

La competencia ruso-estadounidense en el antiguo campo soviético va a continuar. Las posibilidades de ganar de Rusia dependerán, en última instancia, de su capacidad para construir una economía fuerte y un sistema político democrático que sea más atractivo para sus vecinos que los proyectos “naranja” de Occidente.


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