Lysenko: La teoría materialista de la evolución en la URSS (X)
Lunes 12 de abril de 2010 por CEPRID
Juan Manuel Olarieta Alberdi
NÓMADAS
El linchamiento de un científico descalzo
Una concepción -ingenua pero muy extendida- que proviene de Leibniz imagina que la verdad es evidente por sí misma, que no necesita de nada ajeno para resplandecer, de modo que cualquiera, y más que nadie un científico, la reconocería inmediatamente como tal. Descartes decía que, por naturaleza, todo ser humano porta dentro de su espíritu las “semillas” de la verdad, prestas a germinar. Nada más lejos de una experiencia histórica milenaria. Además del conocimiento y de la verdad, en los hombres y en las sociedades confluyen numerosas fuerzas, no siempre coincidentes, de manera que el conocimiento se abre camino de una manera tortuosa, en medio de la confusión, de las discusiones, de los equívocos, los errores, los silencios, las mentiras y la manipulación. El vacío en torno a los descubrimientos de McClintock se prolongó durante décadas. El artículo en el que Lynn Margulis explicaba la teoría de la simbiosis fue rechazado por 15 revistas científicas sucesivamente.
El descubrimiento de los priones por Stanley B. Prusiner levantó una auténtica tempestad de acerbas críticas que sobrepasaron la frontera de lo científico. La teoría de la deriva de los continentes de A.Wegener fue el hazmerreir de los geólogos durante décadas. Estas ocurren hasta que es el payaso quien se ríe del público. Como todo, la verdad no brota instantáneamente sino que es un proceso, un cambio que, como cualquier otro, tropieza con la inercia de quienes están apegados a los saberes momificados y decrépitos, a los tópicos, rumores y refranes de origen oscuro. La mayor parte de las resistencias provienen, pues, de ese cúmulo de conocimientos codificados que se resiste a desaparecer en forma de planes de estudio, manuales, diccionarios y enciclopedias. La codificación del saber es imprescindible para su difusión y, al mismo tiempo, sus instrumentos son la expresión de la ideología dominante, una momia que se resiste a dejar paso al progreso y a la innovación. El conocimiento no está divorciado de la sociedad a la que pertenece, presentando todas las limitaciones y contradicciones propias de esa sociedad, del momento que atraviesa, de sus necesidades y de sus servidumbres (políticas, ideológicas, económicas, etc.). Existen múltiples razones por las cuales una determinada sociedad promociona determinados saberes en detrimento de otros. Eso conduce a promocionar a determinados sabios, siempre en detrimento de otros, que resultan vilipendiados. Por lo tanto, por más que el saber progrese y avance, no se le puede concebir como un proceso acumulativo o lineal porque el saber se abre camino como crítica del saber establecido, una crítica que necesariamente se extiende hacia aquellos condicionantes (sociales, económicos, políticos) que presentan resistencia al cambio. De ahí que en la crítica sólo aparezca el momento negativo, una especie de repudio dirigido a la ciencia como tal, no el aspecto positivo de la crítica que marca las dudas, los conceptos mal fundamentados o las limitaciones de determinados saberes que se consideran como absolutos e intemporales. De ahí también que la crítica aparezca como una denuncia social, política y económica que desborda el canon científico establecido. De esta forma quien sostiene la ideología dominante se figura representar al científico “puro” mientras cree que el crítico se opone al progreso de la ciencia y la mezcla con cuestiones ajenas a ella.
Es el fetichismo de la ciencia, donde también los fenómenos aparecen invertidos de como son en la realidad. El saber establecido se sostiene por el respaldo político que le prestan instituciones como los ministerios de educación y cultura que imponen por decreto planes de estudio y manuales harto dudosos, cuando no radicalmente falsos, que obligan a estudiar dogmáticamente a los adolescentes desde los primeros años de la escuela. Por ejemplo, en España un libro de texto de biología utilizado corrientemente en el bachillerato comienza con un primer capítulo titulado “Genética y evolución” que a su vez contiene un apartado titulado “La información genética está en el núcleo”. El segundo capítulo aborda las “leyes” de Mendel, recogiendo todos los tópicos al uso, a pesar de que buena parte de ellos estén ya desacreditados hace tiempo (488). La mera circunstancia de comenzar un libro de texto para adolescentes acerca del ecosistema introduciendo conceptos tales como los cromosomas o las “leyes” de Mendel es ya toda una declaración de principios micromeristas. La ideología dominante es un componente fundamental de cualquier sistema de dominación política, por más que, al estilo positivista, su aparente asepsia disimule su auténtica condición y contribuya a su proliferación por doquier. No sucede lo mismo cuando la ciencia aparece explícitamente vinculada al materialismo, en donde éste suscita por sí mismo un cierto rechazo por su propia ausencia de neutralidad. Como sistema de dominación mundial, el imperialismo y las potencias imperialistas no podrían desempeñar su función si no dispusieran, además de las herramientas militares, diplomáticas y económicas, las de tipo ideológico. Tampoco eso sería posible si éstas se presentaran como lo que realmente son; por el contrario, para facilitar su penetración tienen que figurar como verdadera ciencia, la única posible. Es la manera de llegar hasta las escuelas más remotamente alejadas de los centros intelectuales que la han elaborado, la manera en que los oprimidos se ponen la soga al cuello por sí mismos. El peligro comienza cuando se aperciben de la falta de neutralidad de esa soga que puede acabar con su vida, cuando escuchan o leen algo diferente, aunque se trate de un eco lejano.
En la posguerra para exportar su ideología por todo el mundo, Estados Unidos abrió bibliotecas, fundaciones y centros culturales, estableció agencias de prensa y estaciones de radio, creó instituciones públicas especializadas en propaganda exterior como la USIS (Unites States Information Service) y la USIA (United States Information Agency). Aún a fecha de hoy una parte muy importante del fondo bibliográfico de las editoriales y las salas de lectura se compone de libros distribuidos (y en buen parte regalados) por este tipo de instituciones durante la guerra fría. Sólo en 1965 la USIS financió la traducción y distribución de más de 14 millones de libros de muy diverso tipo, incluidos los científicos, pero con el mismo contenido ideológico y propagandístico, verdaderas obras de encargo. El Reader’s Digest es sólo uno de los ejemplos más conocidos de ese colonialismo cultural y científico (489). Jason Epstein lo resumió de la forma siguiente:
No es cuestión de comprar a unos escritores o a unos universitarios, sino de establecer un sistema de valores arbitrario y ficticio mediante el cual los universitarios obtienen adelantos, los redactores de revistas son pagados, los sabios son subvencionados y sus obras publicadas, no ya, necesariamente, a causa de su valor intríseco, a pesar de que éste sea a veces considerable, sino a causa de su obediencia política [...] La CIA y la Fundación Ford, entre otros organismos, han establecido y financiado un aparato de intelectuales seleccionados por sus posturas correctas en la guerra fría (490).
Si se analizan las biografías de los dirigentes de las fundaciones culturales privadas estadounidenses es fácil observar que casi la totalidad de ellos son altos burócratas del gobierno, la diplomacia, el Pentágono o los servicios de espionaje. A partir de la posguerra no son las universidades ni las multinacionales las que suministran la parte fundamental de la investigación científica, más de la mitad de cuya financiación corre a cargo del Estado y de créditos públicos. Tanto las universidades como las multinacionales de tecnología puntera trabajan para el Estado y, muy especialmente, para instituciones públicas de tipo militar, espionaje o seguridad. Esa dependencia de la investigación respecto al sector público y la guerra no ha dejado de crecer en los últimos años. Los demás países tienen que resignarse a comprar tecnología estadounidense, equipo científico estadounidense y patentes también estadounidenses. Como decía el periodista francés Claude Julien a finales de los años sesenta, “íntimamente ligado al imperio económico, el imperio militar desempeña por tanto el papel determinante en la edificación del imperio científico que permite a los Estados Unidos importar un personal altamente especializado que contribuye, a su vez, a reforzar el poder de imperio y a sentar más sólidamente su influencia en un mundo cuyos recursos intelectuales explota del mismo modo que saquea sus materias primas” (491). En 1945 la URSS no sólo no había sido derrotada en la guerra sino que su influencia era mayor que nunca. Su propia subsistencia era un desafío para las potencias imperialistas que se extendía a todos los terrenos, incluido el ideológico, filosófico y científico. Además, al menos durante un cierto tiempo, la URSS se mantuvo relativamente impermeable a la influencia omnímoda que las corrientes del otro lado del Atlántico querían imponer. El lysenkismo sólo fue posible mientras la URSS logró subsistir fuera del radio de acción ideológico del imperialismo estadounidense. No obstante su debilidad, así como su incapacidad para ofrecer una alternativa coherente al mendelismo, bastó con el mero hecho de resistir para que el lysenkismo desatara todas las iras imaginables por parte de quienes veían socavada su autoridad militar, política, diplomática... y también científica.
Lysenko fue un agrónomo influyente fuera de la URSS. Fueron numerosos los filósofos y científicos que apoyaron sus investigaciones, entre ellos el psicoanalista y pensador austriaco Walter Hollitscher, Georg Lukacs (“El asalto a la razón”, 1953), Robert Boudry, Roger Garaudy (La lutte idéologique chez les intellectuels, 1955), Louis Aragon, Jean Toussaint Desanti, George Bernard Shaw y otros. En México, Isaac Ochotorena, director del Instituto de Biología de la UNAM, creó una corriente lysenkista que tuvo largo aliento en su país. En Japón, Gran Bretaña, Argentina, Francia y Bélgica llegaron a crearse “Sociedades de Amigos de Michurin” en donde científicos y técnicos colaboraban con los sindicatos campesinos para mejorar los cultivos. La asociación francesa, creada en 1950, editó la revista Mitchourinisme y estuvo dirigida por Claude Charles Mathon, llamado el “Lysenko francés”. Entonces era un joven investigador con poco más de veinte años y, como Lysenko, era de origen humilde y también carecía de titulación académica. Mathon viajó a la URSS para familiarizarse con la agronomía soviética y acabó como investigador del CNRS, publicando numerosos libros y artículos científicos sobre botánica.
A finales de 1950 Mathon y su asociación habían puesto en marcha en el sur de Francia unos 5.000 cultivos experimentales con técnicas michurinistas. Se crearon varios equipos de investigación. Uno de ellos fue el Instituto de Investigación Agronómica de Versalles cuyo objetivo fue reproducir los experimentos de Gluchenko sobre hibridación vegetativa de tomates y duró tres años.
Que una sola mano movió los hilos del linchamiento parece evidente cuando se analiza el fenómeno dinámicamente. Se comprueba entonces que las críticas a Lysenko elaboradas antes de 1948, como las de Hudson y Richens por ejemplo (492), son muy diferentes de las posteriores, como las de Conway Zirkle (493). Los mismos críticos, como Huxley o Rostand, adoptan un tono muy diferente de una fecha a otra. Las investigaciones de Lysenko fueron apoyadas, dentro y fuera de la URSS, por numerosos científicos de varias especialidades. En su condición de botánico, el mencionado Eric Ashby se entrevistó personalmente con Lysenko, de quien critica muy duramente sus concepciones científicas. Le describe como un hombre nervioso y tímido, pero –según Ashby- en ningún caso ambicioso, añadiendo además que tampoco es ningún charlatán ni un showman. En su opinión, “Rusia ha hecho notables contribuciones a la genética” y, además, añade que ningún observador puede negar que el materialismo dialéctico “ha dado nuevos ímpetus a la investigación científica en la Unión Soviética” (494). Rostand también reconoció el 9 de setiembre de 1948 en la revista Combat las “notables realizaciones de la ciencia soviética”, e incluso fue más allá y afirmó lo siguiente: “Lysenko es un hombre de ciencia muy estimable al que debemos importantes investigaciones principalmente en el terreno de la fisiología vegetal aplicada a la agricultura”. Este reconocimiento no le impide a Rostand criticar las tesis lysenkistas. Otro crítico de Lysenko, Haldane, también reconoció que él y sus colegas habían descubierto algunos fenómenos genéticos importantes (495). A partir de 1948 este tipo de declaraciones matizadas desaparecen de la campaña. Una excepción fue el biólogo mexicano Isaac Ochotorena, quien consideraba “de una innegable trascendencia social” las “adquisiciones científicas” soviéticas, pues tienden a invalidar, en lo que a la humanidad se refiere, las conocidas ideas de Malthus, sobre las cuales Darwin basó su teoría de la lucha por la existencia, puesto que aumentan y mejoran la subsistencia del hombre” (496).
Hasta 1948 los críticos del lysenkismo eran muy pocos, pero desde entonces se multiplicaron. Sin embargo, los científicos que participaron activamente realizaron su aportación personal al mismo, alquilaron sus títulos académicos pero no fueron quienes coordinaron la campaña, que abarcaba aspectos muy diversos. Tampoco fueron por su propio pie; alguien los condujo allá. Detras suyo había otros personajes que, sin duda, son los mismos que planificaron la guerra fría en su conjunto, aquellos que disponían de capacidad de intervención sobre áreas tan dispares como las revistas científicas o la prensa diaria. Lysenko no copó las primeras páginas de la prensa sólo en Estados Unidos, o en Inglaterra o en Alemania, sino que se trató de un fenómeno internacional bien orquestado.
Cuando en 1948 estalla el “caso Lysenko” en Francia existía una corriente en biología muy distinta que en Inglaterra o en Alemania, las cunas de la genética. En Francia Lamarck estaba sólidamente instalado entre los biólogos, paradójicamente con excepción de quienes eran militantes del Partido Comunista, que se adscribían al mendelismo. La nómina de biólogos franceses que pueden incluirse en el lamarckismo es impresionante: Alfred Giard, Edmond Perrier, Gaston Bonnier, Julien Costantin, Frédéric Houssay, Yves Delage, Felix Le Dantec, Etienne Rabaud... Tampoco en Francia el panorama era estático, de manera que algunos lamarckistas, como Maurice Caullery, se pasaron a las filas del mendelismo en un momento determinado de su trayectoria científica. A mediados del siglo XIX en Francia predominaban las tesis de Pasteur, que reforzaban las posiciones lamarckistas en biología por la incidencia del medio ambiente en el organismo a través de factores externos como virus y bacterias. Aunque resultaría notoriamente excesivo calificar a Pasteur de lamarckista, no cabe duda que algunas de las explicaciones que ofreció -como las transformaciones de los cultivos bacterianos- tenían ese componente (497). Cabe aquí volver a recordar que, a diferencia de Virchow, la concepción patológica de Pasteur rompe bastante claramente con el micromerismo. Además, Pasteur contribuyó a establecer sólidos lazos entre la biología francesa y la rusa, al incorporar a Elie Ilich Mechnikov (1845-1916) a su instituto, un zoólogo darwinista de formación parecida a la de Timiriazev (498). Como Pavlov, Mechnikov también estaba muy vinculado a Sechenov, siendo corriente en Rusia estudiar la fisiología según el modelo del sistema nervioso y, por consiguiente, como una forma de adaptación al medio, siguiendo las mismas pautas de los reflejos cerebrales.
Descubridor de la fagocitosis, Mechnikov la explicaba como un condicionamiento síquico, una línea que fue seguida por su discípulo Serge Metalnikov (1870-1946). Poco después de la revolución de 1917 Metalnikov huyó de Rusia y también se incorporó al Instituto Pasteur, entonces dirigido por otro ruso discípulo de Mechnikov: Besredka. Lo mismo sucedió con el microbiólogo ucraniano S.N.Vinogradski (1856-1953), descubridor de la intervención de las bacterias en los procesos vitales de nitrificación, quien se incorporó al Instituto Pasteur en 1922. Los microbiólogos rusos trasladaron a París una concepción biológica muy distinta de la que estaba a punto de imponerse en la biología. Así, Metalnikov incorporó las concepciones de Sechenov y Pavlov sobre los reflejos condicionados, desarrollando una concepción del sistema inmunitario como un instrumento de adaptación del organismo al medio ambiente (499). No se trataba sólo de la consideración de los factores ambientales sino también de la quiebra del modelo descentralizado, micromerista, del organismo heredado de la teoría de las células de Virchow. Al margen de Alemania, en París y Moscú se comenzaba a hablar de “sistema” nervioso, de “sistema” inmunitario y, finalmente, de “sistema” endocrino, con el alcance que a estas expresiones le daba Pavlov: “Denominamos actividad nerviosa inferior a aquella que se dirige a la unificación e integración del trabajo de todas las partes del organismo, y actividad nerviosa superior (en razón de su complejidad y delicadeza) a la encargada de relacionar dicho organismo con el medio circundante y mantener su equilibrio a través de las cambiantes condiciones externas” (500). El estudio de la inmunidad ha reservado muchas sorpresas a los biólogos. Por ejemplo, supuso la inflexión más decisiva de la trayectoria científica de Faustino Cordón. La presentación que Rafael Jerez Mir lleva a cabo de su obra sobre inmunología en internet es concluyente. Según ella, la primera reacción de Cordón ante los fenómenos de inmunidad -tan alejados de los fenómenos bioquímicos a los que estaba acostumbrado- fue de sorpresa. Su perplejidad la explica Jerez Mir por el débil desarrollo de la inmunología y por el vacío bibliográfico español de la época. Pero, por otra parte, fueron precisamente esas limitaciones las que le permitieron estudiar los hechos con mayor libertad y dar una explicación de los mismos distinta y más rigurosa que la correspondiente a la inmunología de la época. Por de pronto, según la teoría en vigor, el primer efecto de toda inmunización es la liberación y la multiplicación de anticuerpos y, en cambio, conforme a la hipótesis de Cordón, ese efecto aparece como consecuencia de una primera multiplicación intracelular del antígeno, lo que implica la consideración de la reproducción del antígeno como un fenómeno biológico y no como un fenómeno estrictamente químico o molecular. La actitud de Cordón ante la ciencia, apunta Jerez Mir, cambió radicalmente con su estudio en profundidad de la inmunización.
Hasta entonces se había venido sintiendo cómodamente instalado en la química orgánica y la bioquímica de la época. A partir de entonces su problemática científica se transformó de bioquímica en biológica y de experimental en evolucionista; propugnó la existencia de un primer nivel del ser vivo, intermedio entre la molécula y la célula, como clave de la comprensión de los fenómenos de inmunidad, y se enfrentó, por primera vez, con el tema central de la biología –la naturaleza del ser vivo: qué es un ser vivo-, buscando su solución evolucionista (501). A comienzos del pasado siglo el golpe de gracia al micromerismo vino del impulso recibido por nociones tales como las de “ecosistema” que también comienzan a aparecer por aquella misma época. En 1922 se encontraba en París otro científico ruso de relieve, Vernadsky, en donde publicó una de sus obras más importantes, “Geoquímica”, a la que siguió casi inmediatamente la más conocida de ellas, “Biosfera” (502), verdadero punto de arranque de la ecología científica. Pero mientras un biólogo está considerado socialmente como un científico de verdad, el ecologista es un militante opuesto al progreso de la ciencia y la industria. No es alguien objetivo cuya opinión pueda reputarse como solvente. No se le puede conceder la misma credibilidad al manifestante que grita por la calle que a quien escribe en las revistas acreditadas. Si costó décadas recuperar las concepciones ambientalistas para la biología, no menos penoso resultó lograr que las mismas alcanzaran un estatuto mínimo de dignidad social y científica. Pero a fecha de hoy ese logro no ha sido una síntesis de lo molecular con lo ecológico sino una yuxtaposición, cuando no una auténtica disociación.
Los refugiados políticos rusos que se instalaron en París, de cuya oposición al socialismo no cabe dudar, sostenían sin embargo concepciones científicas no muy distintas de las que proliferaban en la URSS, de donde se puede deducir también que el origen de las mismas no estaba en una determinada ideología política, el marxismo, o en determinadas posiciones filosóficas, la dialéctica materialista, sino en la ciencia misma. Los cien años de historia de la biología que van desde “El origen de las especies” en 1859 a la controversia de 1948 son, pues, muy diferentes en Francia y la URSS que en Inglaterra y Alemania, y no solamente en la biología y en la medicina sino en las prácticas políticas que de ellas se derivaron. Es la denominada “excepción francesa” cuyos orígenes se remontan a la Ilustración. Mientras en Alemania los descendientes de los emigrantes conservan su nacionalidad durante varias generaciones, en Francia la pueden adquirir los hijos de los emigrantes desde los 18 años. Es francés quien desea serlo. Por eso, allá no crearon un archipiélago étnico dentro del mismo Estado. El apartheid y el ghetto son característicos de los países anglosajones (503).
La campaña internacional desplegada en plena guerra fría contra Lysenko tenía como objetivo erradicar la influencia lamarckista en Francia e imponer las tesis mendelistas y racistas propias de las culturas seudocientíficas germánicas y anglosajonas. No parece ninguna casualidad que el racismo y la eugenesia hayan predominado precisamente en esos dos bloques culturales, a pesar de que quien primero impulsó las teorías racistas fue el francés Gobineau. Pero las obras de Gobineau fueron ignoradas casi completamente en su propio país, mientras que se difundieron ampliamente entre los esclavistas del sur de Estados Unidos durante la guerra civil, al tiempo que la prensa burguesa en Inglaterra tomaba partido por los confederados (504). Algo similar se puede decir de Italia. A causa de ello, dice Canella, hay pocos mendelistas latinos “pues nuestra mentalidad es demasiado meticulosa y apegada a la realidad para no huir de los absolutismos, equematicismos y... micromerismos”. Esas -y otras- razones hicieron que Mendel tampoco fuera bien recibido entre los biólogos italianos (505).
En Francia otro ejemplo es el de Alexis Carrel, a quien ya he mencionado como eugenista y Premio Nóbel de Medicina en 1912. Pero Carrel tenía muchas facetas biográficas y científicas interesantes. Una de ellas es la creación en 1941, bajo los auspicios de su amigo Petain, de la Fundación francesa para el Estudio de los Problemas Humanos, que elaboró algunas de las propuestas eugenistas del gobierno de Vichy, del que formaba parte su Fundación. Los eugenistas siempre han manifestado mucha preocupación por los “problemas humanos”. Desde los años treinta del pasado siglo, Carrel formó parte, junto con Jean Coutrot y Aldous Huxley, del Centro de Estudios de los Problemas Humanos. Su obra sobre la incógnita del hombre fue un gigantesco éxito de ventas en su época, alcanzando en sólo tres años varias ediciones y la traducción a más de veinte idiomas. ¿Sería por los valiosos descubrimientos científicos que se exponen en ella? Más bien habría que decir que forma parte del subgénero mendelista al que luego casi nos hemos llegado a aconstumbrar. Para cambiar las leyes sobre nacionalidad e inmigración, la ultraderecha francesa invoca hoy los escritos de Carrel. A la condición de científico de éste hay que sumar la de amigo del aviador nazi Charles Lindberg y la de militante del Partido Popular Francés, el partido fascista de Jacques Doriot. Pero la vida de Carrel transcurrió en Estados Unidos. En 1904 salió de Francia y dos años después en Nueva York se unió al Instituto Rockefeller de Investigación Médica. Allí transcurrió casi toda su vida científica. Tras la liberación de París, la resistencia le buscó para detenerle, acusado de colaboracionista, pero desde su país le llegaron a Eisenhower órdenes estrictas: “No tocar a Carrel”. El eugenista francés tampoco era ningún criminal sino un científico “puro”, es decir, que merecía la impunidad. En Francia existió toda una corriente francamente opuesta a las tesis mendelianas que no se dio en los países del eje germánico-anglosajón. Hasta 1945 la universidad de la Sorbona no tuvo una cátedra de genética, casi medio siglo después de Rusia. Ese “retraso” en integrar los postulados genetistas germánicos y anglosajones es lo que favoreció que en Francia el racismo no tuviera la misma intensidad que en otros países capitalistas.
En un contexto científico como el francés, Lysenko no sólo no era un extraño sino que encajaba como un guante en la mano. Por eso la extraordinaria campaña contra Lysenko en Francia también fue una campaña contra la influencia de Lamarck y Pasteur, una batalla por sustituir las influencias científicas autóctonas por otras de origen foráneo.
Todo comenzó el 26 de agosto de 1948 con un artículo de Jean Champenois, corresponsal en Moscú de la revista Les lettres françaises, informando acerca del debate de la Academia soviética. El 5 de setiembre le respondió Charles Dumas, redactor de política internacional del diario socialdemócrata Populaire con un artículo significativamente titulado “Retorno a la Edad Media”. Tres días más tarde toma el relevo el diario Combat que abre una tribuna en primera página dedicada al asunto bajo el título “¿Mendel... o Lysenko?”, con un subtítulo engañoso que prefiguraba el tono de la polémica: “¿Han ido construyéndose las ciencias de la herencia sobre un error desde hace 200 años?”. Pero “las ciencias de la herencia” no tenían 200 años sino apenas la cuarta parte de esa edad, lo cual era un calculado error de bulto para dar la impresión de que Lysenko estaba enfrentado a toda la historia de la biología, a sus mismos fundamentos. En sucesivos números aparecieron las aportaciones de Jean Rostand, André Lwoff, Maurice Dumas, Jacques Monod y Marcel Prenant. La mayor parte de ellos son incapaces de entrar en el fondo porque no lo conocen; se limitan a criticar tópicos y a expurgar sus propios fantasmas. No se habla de vernalización ni del método del mentor sino de Galileo y la Inquisición.
El 10 de setiembre en L’Humanité, órgano del Partido Comunista Francés, George Cogniot replicó a Charles Dumas indicando que Estados Unidos era el único país en donde la Edad Media y la Biblia se habían adueñado de la biología. Lo mismo que en la URSS, la polémica entrará dentro de la filas del propio Partido Comunista. El 15 de setiembre comienzan a participar en el debate otros diarios, como el semanario Action, con un artículo de Alain Rimbert defendiendo la herencia de los caracteres adquiridos y afirmando que los michurinistas no niegan la existencia de cromosomas ni genes. A la semana siguiente publica otro artículo de Pierre Bertain en el que sostiene que en la URSS no se ha prohibido la genética mendeliana sino que se ha revisado. Se observa que, progresivamente, el tono comienza a adquirir un carácter más bien periodístico e impreciso, utilizando referencias indirectas. En en el mes de octubre la revista Europe lanza un número monográfico dedicado al debate soviético en el que, por primera vez, aparece un resumen de las actas, además de un artículo modélico de su director, el conocido intelectual Louis Aragon, titulado “Acerca de la libre discusión de las ideas” (506). Al mismo tiempo, a partir del 17 de octubre L’Humanité publica una serie de artículos de Francis Cohen, que en aquel momento residía en Moscú y había estudiado biología. El propio secretario general, Maurice Thorez, interviene en la polémica en una carta publicada el 15 de noviembre. La toma de posición del Partido Comunista a favor de Lysenko creó muchos problemas a los militantes que seguían las tesis mendelistas, especialmente a Marcel Prenant (1893-1983), un biólogo que mantenía una postura matizada y personal, demostrando la complejidad de las relaciones entre el marxismo y la biología. Mendelistas como Jacques Monod y Auguste Chevalier abandonan el Partido Comunista desde el inicio mismo de la polémica. Teissier guarda silencio. En noviembre de 1948 Jeanne Lévy, primera catedrática de la Facultad de Medicina de la Sorbona, militante del Partido Comunista e hija de Dreyfuss, defiende a Lysenko desde las páginas de La Pensée, aunque se declara mendelista (507). En ese mismo número, Prenant trata de mantener su propia postura: defiende a Lysenko aunque no está de acuerdo con sus tesis.
Prenant era uno de los fundadores del Partido Comunista de Francia y su obra demuestra que tenía un profundo conocimiento de la dialéctica materialista, algo verdaderamente inusual en un científico, incluso en aquellos que se adscriben al marxismo. Prenant tiene el interés añadido de que interviene en la campaña con su propia posición, que no coincide con la de su Partido, y también que dicha posición ya la había dado a conocer con anterioridad a desencadenarse el asunto Lysenko en 1948. Para ser un biólogo francés es tan original que no se alinea con Lamarck, aunque reconoce que el pensamiento de éste “reaparece siempre”. Sin embargo, su crítica a Lamarck, como suele suceder es más bien una crítica al ambientalismo neolamarckista de sus epígonos. Observa una contradicción en el neolamarckismo: si cada organismo estuviera adaptado al medio, desaparecería la noción misma de herencia y, por tanto, no habría lugar a heredar los caracteres adquiridos; sin esta herencia los descendientes se adaptarían igualmente al medio de manera automática. Prenant tampoco cabría dentro del neodarwinismo, tal y como existía en la primera mitad del siglo XX, pero la influencia darwinista es muy importante en su pensamiento. En contra de los neodarwinistas desarrolla críticas muy acertadas acerca de la errónea noción de mutaciones al azar y del azar mismo; también expone consideraciones rigurosas sobre la unidad dialéctica entre la generación y la transformación; pero sobre todo adelanta -sorprendentemente- dos tesis que luego irán ganando fuerza en la genética: la de la herencia citoplasmática y la epigenética. Según Prenant, aunque sólo el genotipo es hereditario, el medio influye sobre las células sexuales, de modo que el fenotipo es consecuencia tanto del genotipo como del medio: los cromosomas “no pueden ser considerados como independientes de lo que les rodea porque el núcleo está, al menos en reposo, en interacción material continua con el protoplasma. Pueden, por tanto, sufrir las acciones exteriores e, inversamente, actuar sobre el protoplasma” (508).
En lo que a la biología concierne, la obra de Prenant es la aportación marxista más importante después de la de Engels, incluso tomando en consideración las aportaciones de Julius Schaxel.
A finales de 1948 el Partido Comunista crea otra revista La Nouvelle Critique en donde sigue la polémica, cada vez más centrada en el mismo interior de sus filas y en febrero del siguiente año, en una reunión de 500 intelectuales comunistas en Paris, Laurent Casanova critica indirectamente a Prenant, cuyas posiciones eran eclécticas y defiende la errónea concepción según la cual existen dos tipos diferentes de ciencia según su origen de clase. En julio La Nouvelle Critique aparece un manifiesto firmado por Laurent Casanova, Francis Cohen, Jean Toussaint Desanti y Raymond Guyot defendiendo la tesis de las “dos ciencias”, que no fue abandonado hasta 1951.
Por el contrario, el caso de Rostand es un prototipo del lamentable papel jugado por determinados científicos arrastrados por los pelos a la arena de un debate que les desbordaba. En 1948 Rostand confiesa que participa en la polémica sin haber leido los términos de la misma, lo cual no parece muy propio de un científico. Eso no le impide diez años después volver a la carga contra Lysenko y Lepechinskaia (509), pero esta vez con el tono completamente cambiado. La agresividad es ahora la nota dominante. ¿Se ha informado mejor esta vez? Es imposible decirlo, aunque lo cierto es que sigue sin citar ninguno de sus escritos, lo cual no le impide lanzar toda clase de insultos: fanáticos, delirio científico, politización, intoxicación doctrinal e ideológica, verdad de Estado, etc. Rostand no explica los motivos de su giro. Su caso es un buen ejemplo del científico que con una mano afirma que “cualquier ideología es mala consejera para el investigador” y con la otra aplaude a los nazis. Quizá el fascismo y el eugenismo no eran ideologías sino ciencias “puras”, y por eso Rostand fue uno de los que defendieron el eugenismo en Francia antes y después de la guerra (510); quizá también por eso sostuvo públicamente tanto las tesis eugenistas de Alexis Carrel como las leyes esterilizadoras del III Reich. En suma, un estereotipo de los más bajos instintos de aquellos furibundos antilysenkistas de la posguerra. Carentes de personalidad científica propia, apenas llegan al rango de vulgarizadores que escriben al dictado de las circunstancias que, diez años después eran más desfavorables para Lysenko. Basta ojear cualquiera de las obras de Rostand para comprender que, o bien sigue sin conocer los escritos de Lysenko, o bien los falsea a su gusto. Rostand escribió numerosos libros de divulgación científica y en casi todos menciona a Lysenko, pero debería haber reservado un capítulo de su libro sobre las seudociencias para sí mismo.
En España el profesor de bioquímica de la Universidad de La Laguna, Riol Cimas, otro perseguidor de las seudociencias, es un fiel seguidor del método de Rostand de escribir acerca de aquello que ignora por completo, por lo que también debería reservar uno de sus artículos sobre seudociencias para sí mismo. Su artículo contra Lysenko publicado en 2008 por el diario “La Opinión” de Tenerife (511) son otra de esas pruebas de las nulas exigencias de rigor que se requieren para llenar las columnas de la prensa de nuestro país. La ignorancia es atrevida; permite rellenar páginas enteras tanto más fácilmente en cuanto que, en lugar de recurrir a las fuentes, divaga sobre rumores, chismes y bulos aderezados con la imaginación calenturienta del propio autor. La de este cruzado de las seudociencias le lleva a sostener que Lysenko defendía “las teorías más delirantes que se puedan imaginar, impidiendo el desarrollo de la Biología en la Unión Soviética durante más de medio siglo, dando lugar al monumental retraso que, en tal área, sufre hoy la ciencia rusa”. Es una manera seudocientífica de perseguir a la ciencia que no elude la referencia jocosa: “El trigo se puede transformar en centeno sometiendo a sus cromosomas a unas cuantas sesiones de materialismo dialéctico”. Si Lysenko era un “analfabeto con poder”, nuestro profesor de bioquímica es un manipulador con mando en plaza. Sólo hay una cosa peor que las seudociencias: los cazadores de seudociencias.
Los niños mimados del Kremlin
Después de la II Guerra Mundial, en Europa occidental los estadounidenses imponen sus concepciones de la misma manera que sus armas nucleares y su sistema monetario. La ciencia no marcha separada de la fuerza bruta, como han demostrado las investigaciones de John Krige, la más reciente de las cuales se titula “La hegemonía americana y la reconstrucción de la ciencia en la Europa de la posguerra” (512). La ciencia de la posguerra formó parte del Plan Marshall, de modo que unos científicos cobraban en dólares mientras otros apenas podían sobrevivir. Por ejemplo, el CERN (Centro Europeo de Investigación Nuclear) fue un proyecto estadounidense destinado a evitar que los investigadores europeos resultaran atraídos por la URSS, como había sucedido en 1929. Además, en 1945 existía un gran número de científicos comunistas de enorme prestigio en el continente cuya influencia había que neutralizar. En Francia el CNRS (Centro Nacional de Investigaciones Científicas) estaba dirigido por Georges Teissier que reunía en su persona todas las contradicciones del momento: militante del partido comunista, cuñado de Monod y partidario del mendelismo. Por su parte, el Instituto de biología físico-química había sido fundado por Rothschild en 1927 y financiado por Rockefeller desde los años treinta del pasado siglo.
En 1948, con dinero de Rockefeller, compran unos solares cerca de París, levantan los edificios, instalan los laboratorios y también aportan su equipo de científicos incondicionales, formados en California junto a Morgan y sus moscas. En Francia no se encuentran mendelistas que no estuvieran becados por su fundación; Philippe L’Héritier (1906-1990) fue otro de ellos. Uno de los más importantes genetistas de la posguerra francesa fue Boris Efrussi. Nacido en Moscú, Efrussi (1901-1979) había huido de la revolución dos años después de que estallara, instalándose en Francia, desde donde se trasladó a California en 1934 para trabajar con Morgan becado por Rockefeller. Luego regresó a Francia para impulsar allá las nuevas teorías mendelistas. En 1958 el laboratorio de Efrussi se convirtió en el Centro de Genética Molecular. Por lo demás, Efrussi fue el primer catedrático de genética de la Sorbona.
Rockefeller movía los hilos de la ciencia en Europa. Además de mercancías, Europa importaba la ideología de Estados Unidos, caracterizada por el reduccionismo y el mecanicismo más groseros, que se realimentaban con su propio éxito. Algunas técnicas de investigación aplicadas en física también resultaron fructíferas en biología molecular. El descubrimiento en Suecia en los años treinta de la centrifugación y la electroforesis (513) acabó con los últimos vestigios de la teoría de los fluidos: logró descomponer las complejas moléculas orgánicas, acercando así la biología a la física. A comienzos de los años cincuenta el descubrimiento de la forma de la molécula de ADN por Watson y Crick fue posible gracias al empleo de instrumentos avanzados de cristalografía de rayos X. Paul Zamecnik logró identificar los ácidos del núcleo de las células utilizando las técnicas físicas de partículas radiactivas. Las marcaba mediante isótopos radiactivos, las centrifugaba y luego las detectaba mediante los contadores finos de centelleo utilizados para medir la radiactividad. Pero la física acabó deslumbrando a los biólogos con sus potentes métodos; los medios se convirtieron en fines. Al respecto ha escrito Santesmases:
Los desarrollos tecnológicos que se habían producido al amparo de la guerra marcaron las pautas de su aplicación en las investigaciones sobre las ciencias de la vida, por medio de esas políticas que se diseminaron por Europa a través de la oficina económica del Plan Marshall, la OECE -luego OCDE-. Las nuevas tecnologías hicieron algo más que eso, no sólo se diseminaron técnicas, instrumentos y sistemas experimentales en vías de diseño provistos de nuevos dispositivos, diseminaron su propio lenguaje. El ADN se convirtió en un idioma, y esto fue así porque la biología molecular asumió como propio el que se había creado para nombrar a los productos del cálculo automático, que produjo máquinas capaces de acumular información y transmitirla. La investigación biomédica experimental se encontró con una visión del organismo y de las moléculas como almacenes de información y sistemas de recuperación de esa información. Gracias al desarrollo de la cibernética, de los ordenadores y de las tecnologías de la información nuevas máquinas generaron nuevos lenguajes que se adaptaron al creciente conocimiento genético incluso antes de la descripción de la estructura de hélice doble de la molécula de ADN por James Watson y Francis Crick en 1953. El matemático húngaro emigrado a Estados Unidos, John von Neumann, el también matemático del Massachusetts Institute of Technology Norbert Wiener y el fisiólogo de Harvard Claude Shannon contribuyeron a introducir el lenguaje de esas nuevas tecnologías en el vocabulario de las ciencias de la vida desde la inmediata posguerra. Von Neumann escribió un artículo en que describía a un autómata autorreplicante, una máquina que podría construir otra igual a sí misma si disponía de instrucciones. El mecanicismo resultaba nuevamente alimentado por el desarrollo técnico y aplicado a las interpretaciones sobre los fenómenos vitales [...]
Los contactos personales de von Neuman y Wiener con experimentadores de la biología y la fisiología se encargaron de adoptar tan sugerente exposición de lo que hoy ha llegado a aceptarse como el funcionamiento de los genes. Ellos llevan escrito el libro de la vida, almacenan la información genética que con algunas sustancias capturadas del medio le permitirían reproducirse y sintetizar otras que darían lugar al organismo completo. Francis Crick usó este lenguaje por primera vez en 1957, cuando se refirió al flujo de información genética del ADN a las proteínas y forma parte hoy del vocabulario (idioma) habitual de la biología molecular y de la genética. Fueron los instrumentos técnicos matemático-físicos los que aportaron ese lenguaje y lo convirtieron a su vez en generador de pensamiento y de nuevos experimentos (514).
Monod fue uno de los principales introductores de la genética formalista en Francia en la posguerra mundial. Era un clon científico surgido de la factoría que Rockefeller, Weaver y Morgan tenían en Pasadena. Su madre era norteamericana y en 1936 Boris Efrussi le consiguió una beca de la Fundación Rockefeller para trabajar en el laboratorio de Morgan (515). Monod es uno de los apóstoles del micromerismo, de la “cibernética microscópica” y de lo que él califica de “método analítico”. Lo mismo que para Weaver, para Monod las personas somos “máquinas químicas” y la biología no se rige por la dialéctica de Hegel sino por el álgebra de Boole, como los programas informáticos (516).
En 1948 los imperialistas necesitaban a personajes como Monod en Francia, entonces un desconocido, para imponer sus concepciones mendelistas. Monod trasladará el mecanicismo de Wiener y Weaver desde Estados Unidos a su “filosofía natural de la biología” en Francia, aunque se inició en la investigación de un fenómeno calificado como lamarckista: la adaptación enzimática, ya que se trataba de una biosíntesis inducida por el medio. Aunque durante la época vichysta se afilió al Partido Comunista para luchar contra los nazis, dimitió nada más conocer los resultados del debate soviético de 1948. Luego estuvo entre los científicos que se prestaron a colaborar en la campaña de linchamiento contra Lysenko desde la revista Combat. En 1970 publicó su libro “Azar y necesidad”, un éxito de ventas, en donde ataca al marxismo y a otras corrientes filosóficas después de caricaturizar y tergiversar sus postulados (517). Ese mismo año, además de su libro, también escribió el prólogo para la traducción al francés de la obra de Jaurés Medvedev contra Lysenko. Con contribuciones políticas de esa naturaleza no es de extrañar que le obsequiaran con el Premio Nóbel de Medicina en 1965.
Como Schrödinger, Heisenberg y tantos otros científicos, la biografía y la obra de Monod ilustran claramente el papel de los científicos en la sociedad contemporánea. Las aportaciones de los tres a sus respectivas disciplinas son de primera línea y les han granjeado un prestigio más que justificado. Sus experimentos fueron concebidos y ejecutados con el rigor y la meticulosidad característicos de la argumentación científica. Pero los científicos vienen demostrando que no son científicos las 24 horas del día, ni tampoco a lo largo de su periplo vital. Una vez encumbrado, suele comenzar en la actualidad para el científico una nueva etapa de su vida: la de la explotación de su descrubrimiento, la de las conferencias y libros que, muchas veces, no sólo versan sobre su especialidad sino sobre cualquier materia, sobre todo lo divino y lo humano. ¿Qué es la vida? ¿Qué es el hombre? ¿Qué es el azar? Los científicos están en su derecho de opinar sobre tan trascendentales asuntos, pero otra cosa es que eso tenga alguna relación con la ciencia. En genética, los descubridores de la estructura de la molécula de ADN, Watson y Crick, son un buen ejemplo. Su famoso artículo sobre la doble hélice se condensa en apenas un folio y medio.
Lo redactaron cuando aún no habían cumplido los 30 años y, desde 1953, no han vuelto a realizar ninguna otra aportación a su disciplina. Sin embargo, se han empeñado en escribir numerosos libros y pronunciar conferencias cuya relación con la ciencia es remota. Se trata de simples opiniones personales, muchas de ellas mezcladas con afirmaciones religiosas harto discutibles y discutidas que por su racismo y homofobia han desatado un legítimo rechazo en amplios sectores sociales. Como sucede con cualquier persona, una cosa es lo que el científico hace y otra lo que dice. Cristóbal Colón “descubrió” América pero creyó haber llegado a la India. Incluso dentro de su misma especialidad, es muy frecuente que el científico no sea capaz, por su propia formación ideológica, de articular un discurso sobre lo que efectivamente hace porque sus conceptos básicos son erróneos, o simplemente carece de ellos. En sus exposiciones los científicos se conducen con una superficialidad que jamás se hubieran permitido en ningúno de sus artículos científicos, normalmente de tipo telegráfico. Sin embargo, lo mismo que Newton, Laplace o Lamarck, Monod tiene la pretensión de articular toda una nueva “filosofía de la naturaleza”, es decir, una teoría general de la biología que le desborda, incapaz de resistir la más leve crítica. Todos los títulos científicos de Monod son insuficientes para salvar una obra tan pretenciosa como “Azar y necesidad”. No obstante, hay que reconocer que lo verdaderamente relevante de ese ensayo es que contribuye a deslindar a los mendelistas franceses de los anglosajones porque expresa que la biología requiere ir mucho más allá de los estrechos cauces en los que viene moviéndose. Que el intento resulte estrepitosamente fallido no signica que no deba volverse a intentar.
Como todos los enemigos de Lysenko, Monod también es un eugenista radical que no oculta sus verdaderas pretensiones. Según él, después de dominar el entorno, al hombre no le queda otro adversario que él mismo, una guerra interna dentro de la especie humana, desconocida entre los animales, que es uno de los principales factores de la selección natural. Aplaude los genocidios ancestrales porque han favorecido la expansión de los humanoides más dotados de inteligencia, voluntad y ambición. Entonces la parte cultural del hombre no pudo influenciar ese costado animal que el hombre lleva dentro. Pero ahora esa parte cultural se ha impuesto y la selección natural ya no puede realizar su tarea: el único medio de mejorar la especie humana es el de realizar “una selección deliberada y severa” (518). Ya no se trata de la selección “natural” sino de la “artificial”, de reintroducir en la sociedad moderna lo que la naturaleza había venido realizando antaño de forma espontánea. A lo que ya no se atreve Monod es a concretar los medios por los cuales hay que proceder a ello. Las cámaras de gas estaban muy recientes.
El nombre de Monod está estrechamente relacionado con el de François Jacob, autor del libro “La lógica de lo viviente”, en donde defiende idénticas posiciones micromeristas y reduccionistas: “Toda la naturaleza se ha convertido en historia, pero una historia en la que los seres son la prolongación de las cosas y en la que el hombre se sitúa en el mismo plano que el animal” (519).
En Francia la guerra contra Lysenko no se ha agotado nunca, generando una colección de infraliteratura del más bajo nivel. Otro anticomunista feroz, Denis Buican, rumano exiliado en Francia, también biólogo, publicó dos libros contra Lysenko en 1978 y 1988, contra el que ya había abierto varias campañas en las universidades de su país en la posguerra. En sus obras la exageración no encuentra límites. Para Buican el lysenkismo sobrepasa los asuntos más feos de toda la historia del conocimiento humano, incluso por encima de la más negra Inquisición de la Edad Media. El maniqueísmo propio de la guerra fría no se había acabado para un resentido como él: mientras Vavilov era el Galileo soviético, Michurin no era más que “un jardinero medio sabio” (520). Poco después los hermanos Kotek publicaron en Bélgica una nueva obra con la grotesca pretensión de aportar lo que califican como un “esquema de interpretación sico-política” en la cual se refunden los tópicos más vulgares de la guerra fría (521). El 8 de abril de 1998 aún se celebraba un coloquio en París sobre el asunto de Lysenko protagonizado por algunos de los supervivientes de aquellas viejas polémicas de la guerra fría de la que no acaban de apagarse los rescoldos.
Otro de los más conocidos ataques contra Lysenko es el que lanzó en 1976 el filósofo Dominique Lecourt, un discípulo de Althusser, quien le prologó su libro. La diferencia entre Lecourt y cualquier otro crítico de Lysenko es que él pretendía hacerse pasar por marxista, igual que su padrino Althusser. Otra diferencia importante es que Lecourt no escribe al dictado de los imperialistas sino de los revisionistas soviéticos. Fueron ellos los que en la época de Breznev le encargaron la redacción de su libro dentro de la campaña de desestalinización y de crítica del “culto a la personalidad”. A pesar de su éxito en determinados medios seudomarxistas, el libro de Lecourt, como él mismo reconoce, no aporta nada nuevo. Se apoya en la obra de Medvedev (522) y Joravsky (523) y resulta tan incalificable como ambas. El propio Medvedev reconoció que su libro contra Lysenko no era una obra de historia, sino “un desesperado llamamiento para atraer la atención del público hacia la situación en que se encontraba la biología soviética” (524). No pretendió ningún rigor de análisis sino difundir un panfleto que luego los demás han reconvertido en fuente historiográfica de solvencia.
Un sedicente “marxista” como Lecourt pone el acento de su crítica contra Lysenko en las afirmaciones de éste acerca de la existencia de dos ciencias. ésta era una manera incorrecta de plantear la polémica por varias razones. La primera porque daba a entender que sólo existían dos bandos en liza, lo cual era erróneo y suscitó quejas por la adscripción de unos y otros en la facción que consideraban que no les correspondía. La segunda porque Lysenko no era una alternativa al mendelismo. Pero sobre todo, había una tercera razón, la más importante: porque pretendía la existencia de una ciencia burguesa y una ciencia proletaria. No obstante, era una expresión muy característica entre los marxistas en aquella época, consecuencia de la influencia del empiriocriticismo y de proletkult. Como el positivismo tiene una acepción muy restringida de la ciencia, expulsa fuera de ella todo aquello que no encaja dentro de sus estrictos límites. Por lo demás era una expresión que ya utilizó el biólogo francés Le Dantec a comienzos del siglo XX para referirse al lamarckismo y al darwinismo como “dos tendencias en la biología” (525) y se puede leer también en opositores de Lysenko, como B.M.Zavadovski. Lo que diferencia a Althusser y su discípulo Lecourt de Lysenko y de los verdaderos marxistas es que éstos no separan la ideología de la ciencia y, en consecuencia, reconocen la lucha ideológica dentro de la ciencia y desenmascaran el oscurantismo y la superchería que la burguesía trata de pasar de contrabando bajo etiquetas aparentemente científicas. No existen dos ciencias diferentes; la ciencia no tiene una naturaleza de clase, pero Le Dantec, Lysenko y Stoletov hablaban con propiedad cuando se referían a “dos tendencias” opuestas dentro de la biología. Ese es el sentido exacto de su concepción y no lo que Lecourt pretende.
El énfasis de Althusser y Lecourt contra las dos ciencias quiere convencer de que en biología no hay más ciencia que el mendelismo y derivados posteriores: “Hoy nadie trataría de disputar a la genética mendeliana los títulos que varios decenios de experimentación sistemática le han otorgado con toda evidencia: esta doctrina no es una teoría aventurada y discutible, sino a todas luces la piedra angular de una ciencia universalmente reconocida” (526). Todo empieza y acaba justamente ahí. Lo demás, Lysenko especialmente, es pura ideología y la ideología es algo completamente distinto de la ciencia, si no enfrentado a ella. En Weismann, Mendel y Morgan no hay ideología. Posiblemente también Marx estuviera equivocado al encontrar ideología en la economía política de Adam Smith o David Ricardo; por tanto, también se equivocó al comenzar su obra por la crítica de esas concepciones ideológicas prevalecientes dentro de la economía política de su época.
A los revisionistas franceses y soviéticos no les gustó nunca Lysenko porque la esencia del reformismo consiste en claudicar y hacer concesiones, tanto en el terreno político como en el ideológico. Como en el caso de Stalin, Lysenko les sirvió de coartada para encubrir el fracaso de sus reformas económicas. En la URSS la cosecha máxima de 1958 nunca pudo ser igualada y a partir de 1964 comenzaron las importaciones de trigo desde Estados Unidos y Canadá. Ahora bien, si los éxitos agrícolas no tuvieron su origen en Lysenko, tampoco podemos pretender atribuir los fracasos al comienzo de su linchamiento sino a la desorganización introducida por las reformas de Jrushov y, muy especialmente, a la privatización de los medios de producción agrícolas. Pero no está de más comprobar que ambos acontecimientos coinciden en el tiempo y que hubo buenas razones políticas para establecer entre ellos una relación de causa a efecto, aunque fuera saltando varias décadas por encima de la historia.
Los imperialistas en el oeste y los revisionistas en el este también fueron capaces de ponerse de acuerdo en su fobia contra Lysenko, cuya marginación en su propio país es ilustrativo narrar, ya que la campaña de linchamiento incide con especial énfasis en su estrecha vinculación con Stalin. La pretensión es la de sostener que las aberraciones seudocientíficas de Lysenko sólo son explicables en el contexto de las aberraciones políticas de Stalin, de que las unas van ligadas a las otras. No obstante, que Lysenko no fuera destituido de sus funciones sino una década después del XX Congreso muestra a las claras que no existía ese vínculo político tan estrecho entre él y Stalin. A pesar de la crítica contra Stalin iniciada por Jrushov a partir de 1956, Lysenko se mantuvo en su puesto y, de hecho, permaneció activo hasta su muerte en 1976. El cambio político no le afectó en absoluto. Es cierto que en 1956 no fue elegido para la presidencia de la Academia, pero también lo es que volvió a ocupar su cargo en 1961 durante otros cinco años y, sobre todo, que estos cambios no tenían que ver con los vaivenes políticos y económicos sino con las modificaciones introducidas por el nacimiento de la era atómica o, mejor dicho, con el aprovechamiento oportunista que los genetistas convencionales soviéticos supieron hacer de esos cambios.
Una nueva era tecnológica había aparecido irreversiblemente en 1945, ante la cual las concepciones de Lysenko, ligadas a la agricultura, parecían una antigüedad remota. La sociedad soviética también había cambiado; en 1948 la URSS ya no era un país rural y campesino sino urbano e industrial, capaz de hacer estallar una bomba nuclear e incapaz de prever sus consecuencias contaminantes sobre la salud y el medio ambiente. Los genetistas enfrentados a Lysenko maniobraron para demostrar que sólo ellos eran capaces de diagnosticar y tratar los efectos de las radiaciones atómicas. Lysenko no tenía nada que decir en radiobiología y sus enemigos abrieron una campaña de presión sobre los peligros de la radiactividad y los residuos nucleares, comprometiendo en ella a los físicos que trabajaban en los laboratorios sometidos, pues, al peligro. Los físicos nucleares eran la élite científica en la URSS, uno de los grupos de presión más poderosos y los mendelistas supieron estimular su susceptibilidad hacia la radiología genética, presentándose como los únicos especialistas en el asunto. En torno a Jrushov se formó una camarilla de intrigantes compuesta por Andrei Sajarov y los hermanos Medvedev (de los cuales uno de ellos, Jaurés, era biólogo). Integrantes de una selecta casta de intelectuales, los tres mantuvieron una relación personal y política muy estrecha entre sí, así como con el entonces profesor de física Soljenitsin, que luego fue más conocido como literato. El primero era físico nuclear, sobrino del biólogo Vavilov y lanzado al estrellato en época de Jrushov como “reformador”, aunque su precipitación le llevó a convertirse en uno de los disidentes más famosos de la guerra fría. Por su parte, en 1946 Alexander Soljenitsin reprochó a Stalin no haber sido capaz de llegar a un acuerdo con Hitler que evitara la guerra entre ambos países. A causa de un intento de complot fue condenado a 8 años de reclusión, una experiencia que le condujo a novelar la vida en los campos de trabajo soviéticos. Nunca ocultó sus simpatías hacia la autocracia zarista, lo mismo que hacia el franquismo. Fue rehabilitado en 1956 tras el XX Congreso por Jrushov quien, a fin de cambiar la buena imagen que Stalin tenía entre la población soviética, le recibió personalmente en el Kremlin y a partir de 1962 promocionó sus novelas sobre el gulag. El caso de Jaurés Medvedev es parecido: biólogo, empezó junto con su hermano como estrecho colaborador de Jrushov y acabó de disidente profesional escribiendo libros anticomunistas, el primero de los cuales fue precisamente sobre Lysenko. Lo mismo cabe decir de otro conocido renegado como Sajarov, también físico nuclear, que comenzó siendo “el niño mimado del Kremlin” (527) y acabó dejándose utilizar como altavoz de las campañas de propaganda del bando opuesto. Como las cosas no suceden por casualidad, también Sajarov inició su andadura de disidente como crítico de Lysenko. A Sajarov le corresponde la primogenitura de otra novedad que la guerra fría no había tenido en cuenta en su munición: que las acciones de Lysenko suben en la medida en que bajan las de Vavilov, y a la inversa. Esta formulación del problema no se le había ocurrido a nadie en 1948 hasta que la lanzó Sajarov 15 años después, momento en que la propaganda empezó a relacionar las biografías de ambos de la manera vergonzante a la que nos tienen acostumbrados.
¿Que condujo a una élite intelectual mimada por el Kremlin a renegar de su propia condición? ¿Por qué todos ellos tomaron a Lysenko como excusa para justificar sus alineamientos políticos? No son preguntas fáciles de responder dada la escasez de fuentes y la nula fiabildad de las existentes. únicamente pueden aventurarse conjeturas cuya raíz está en los vaivenes de la dirección del PCUS en aquellos momentos, provocados por la amenaza de una nueva guerra devastadora, atómica, cuando aún no se habían apagado las llamas de la anterior. En 1956 el XX Congreso del PCUS encandiló a los físicos y, naturalmente, a los enemigos de Lysenko. Jrushov dio alas a quienes, como los intelectuales y los especialistas, querían un retorno rápido al capitalismo, abriendo un proceso de cambio que no supo cerrar, ni él ni ninguno de los que le siguieron. Pero la situación política interior se demostró muy oscilante porque las reformas de Jrushov naufragaron en casi todos los terrenos, a pesar de las numerosas concesiones ofrecidas. Su fracaso, tanto en el plano internacional (distensión) como en el interno (crisis agrícola) se observó muy rápidamente. Su exponente más claro fue el levantamiento de Hungría pocas semanas después del XX Congreso del PCUS. Las novedades de Jrushov llevaron a la URSS al borde de la quiebra, hasta el punto de que no tardó en enfrentarse con importantes sectores sociales, incluido el propio Partido Comunista. Se vio sometido a un fuego cruzado y, como en tantos otros problemas, no supo maniobrar más que con torpeza, de manera balbuceante y demagógica, iniciando un enfrentamiento solapado con los intelectuales derechistas casi desde su misma llegada al poder en 1956. Una parte de los escritores, especialistas, científicos y técnicos apoyaban los cambios pero querían más y utilizaron a Lysenko para probar hasta dónde llegaban las verdaderas intenciones de Jrushov. En 1955 hubo una petición colectiva de 300 científicos exigiendo la destitución de Lysenko y Oparin de sus cargos. Ganaron la primera batalla. Lobanov, un michurinista, sustituyó a Lysenko de la presidencia de la Academia en abril de 1956 y V.A.Engelhardt también logró relevar a Oparin. Los mendelistas creyeron que aquello era el principio del fin de Lysenko y de lo que Lysenko simbolizaba para ellos, pero se equivocaron. El alzamiento húngaro obligó a Jrushov a retroceder. En tres discursos pronunciados en 1957 Jrushov tuvo que expresar su apoyo a Lysenko. Las cosas marchaban mucho más despacio de lo que los mendelistas esperaban, e incluso también padecieron algunos reveses. En 1958 perdieron sus puestos en la redacción de la “Revista Botánica”, la de Dubinin del Instituto de Citología y Genética de Novosibirsk, así como la de Engelhardt, presidente de la división de biología de la Academia. Ni unos ni otros quedaron satisfechos.
Pero en 1957 se produjo la catástrofe nuclear en Cheliabinsk, uno los accidentes ecológicos más graves de la URSS. Un almacén de residuos nucleares provocó una reacción en cadena, causando una especie de erupción volcánica contaminante que inundó una región de unos 2.000 kilómetros cuadrados. El viento esparció las nubes radiactivas aún más lejos, afectando a decenas de miles de personas. Fueron trasladadas a hospitales, pero ningún médico sabía cómo proceder en un caso de esa naturaleza. Al año siguiente el gobierno soviético suspendió todas las pruebas nucleares que tenía previstas, aunque por poco tiempo. Entre los científicos se dispararon las alarmas, adquiriendo plena conciencia de los riesgos de la energía nuclear. Las presiones de los físicos lograron modificar los protocolos de manipulación de sustancias radiactivas, imponiendo controles más estrictos. En 1963 se firmó el Tratado de No proliferación Nuclear con Estados Unidos, verdadero ejemplo de lo que significaba la colusión entre ambas potencias: el Tratado les obligaba al desarme, y eso fue lo que nunca cumplieron; quedaba la otra parte, cuyo cumplimiento trataron de imponer a todos los demás países del mundo: que no podían dotarse de las mismas armas que ellos ya disponían. En fin, una especie de contrato con responsabilidades sólo para quienes no lo redactaron.
En febrero de 1964 Jrushov vuelve a defender a Lysenko en un discurso pronunciado en una reunión del Comité Central; glosa la importancia de sus aportaciones a la agricultura e incluso se responsabiliza personalmente por haber recomendado el empleo de los métodos lysenkistas en algunas cooperativas. Según Jrushov, las cooperativas que habían seguido los métodos lysenkistas habían obtenido más rendimientos que las otras. Para los apegados al esquema de la guerra fría el discurso no dejaba de resultar sorprendente: resulta que 16 años después de la “brutal imposición” del lysenkismo en la URSS aún existían cooperativas que no seguían sus métodos, a pesar de las recomendaciones del todopoderoso secretario general del Partido Comunista... Nueve meses después el todopoderoso secretario general había sido destituido de sus funciones y los motivos radicaban precisamente en la crisis agrícola del país. Cayó Jrushov pero no cayó Lysenko. No obstante, la veda se había abierto y comenzaron las críticas periodísticas. En 1965 la Academia inició una investigación sobre sus actividades. Era el principio del fin. El 4 de febrero Pravda publicaba un artículo elogiando a Vavilov y una semana después Lysenko fue destituido de su cargo de presidente de la Academia. La vinculación de Vavilov, especialmente su muerte, con Lysenko, es otra de esas argumentaciones que no surge en los países capitalistas durante la guerra fría sino que proviene de la misma URSS y se traslada más allá de sus fronteras con el mismo formato canónico: mientras Vavilov era un científico, Lysenko está asociado a la política. No obstante, Vavilov fue miembro del Soviet Supremo de la URSS y ganó un Premio Lenin. Los argumentos aducidos por la Academia para destituirle, reproducidos con ligeras variantes por Pravda, el diario del Partido Comunista, fueron varios de los que han circulado por los países capitalistas. En el más puro ambiente de la época en la URSS, el comunicado decía que Lysenko se había aprovechado del culto a la personalidad para adoptar “medidas de presión administrativas” contra sus oponentes, que son inadmisibles en la ciencia. El comunicado continúa diciendo que las concepciones lysenkistas eran erróneas (“dogmas”, decía) y que, sin ningún motivo, Lysenko había rechazado los descubrimientos más importantes de la ciencia contemporánea, mencionando concretamente los tres siguientes:
a) la teoría cromosómica
b) las bases físicas y químicas de la herencia (genes)
c) los nuevos métodos de selección de los animales, plantas y microorganismos
Incluso el comunicado va más allá, asegurando que Lysenko había tratado de suplantar la doctrina de la evolución de Darwin con una teoría de los “saltos bruscos” en la producción de una especie por otra. También argumentaba la responsabilidad de Lysenko en el retraso de la genética y de la biología, que había repercutido en la falta de formación de los científicos soviéticos. A esa redacción Pravda añadía otros dos matices: a menudo las tesis lysenkistas no estaban al “nivel” de la ciencia actual y también repercutieron sobre la medicina. Por fin, no cabe olvidar el nuevo argumento: los perjuicios a la economía, sobre todo a la agricultura, al imponer métodos seudo-científicos. Por tanto, casi nada nuevo que antes no hubieran dicho los artífices de la guerra fría en los países capitalistas.
En un momento en el que la URSS había empezado a importar trigo del extranjero Jrushov le hizo un flaco favor a Lysenko mencionando sus logros en su discurso de febrero de 1964. En la destitución de Jrushov, según Medvedev, “el más grave de los motivos aducidos” por Suslov ante la dirección del PCUS fue su apoyo a Lysenko. No obstante, parece que, una vez más, el académico no era más que una excusa dentro de una batalla política que tenía otros componentes más importantes que los simbólicos. Ucraniano como Lysenko, en el nombramiento de Jrushov la dirección del PCUS había tenido en consideración sus supuestos conocimientos agrícolas. Pero en ningún terreno como en la agricultura las reformas de Jrushov habían fracasado de una manera más estrepitosa y un oportunista como Suslov supo maniobrar: una de las causas más importantes de la destitución de Jrushov fue la crisis agrícola y, vinculando esa crisis a Lysenko, la nueva dirección del PCUS mataba dos pájaros de un tiro; también Lysenko tenía su parte de culpa en la crisis agrícola. A partir de 1964, por tanto, los antilysenkistas tenían otro argumento más para continuar su campaña: Lysenko era responsable de la crisis agraria. Dos años después perdía su cargo de presidente de la Academia y nacía otra leyenda que se fue alimentando a sí misma: crisis agrícola, hambruna, millones de muertos. Esto sucedía en 1966 pero a los oportunistas no les importa adelantar un poco las fechas y situarla 35 años antes. Al fin y a la postre la imagen que hay que ofrecer de la URSS es la de un país en crisis permanente desde su mismo origen. Ni siquiera los reformistas más acérrimos, como Medvedev, se atrevieron a realizar ese tipo de afirmaciones, que procedían de elementos, como Suslov, considerados entre los más “duros” de la dirección del PCUS. Lo cierto es que ni los unos ni los otros se salvan del naufragio.
Cuando (casi) todo cambia hay que prestar un poco de atención a lo que no parece cambiar en ningún caso, a los refractarios a las mudanzas. En medio de aquel pulso hubo una figura política que logró sostenerse aferrado a su cargo: es el ministro de Educación Vsevolod N. Stoletov, uno de los más conocidos defensores del lysenkismo.
Nombrado ministro en 1951, en época de Stalin, permaneció durante 25 años en el cargo, una especie de adaptación perfecta a un ambiente muy oscilante que Linneo calificó de Chamaleo chamaleon. Stoletov era dos veces camaleón, una como lysenkistas para llegar a ser ministro y otra como antilysenkista para seguir en el cargo. Una de las afirmaciones del comunicado emitido por la Academia para justificar la destitución de su presidente era que Lysenko y sus partidarios habían sustituido al michurinismo con sus propias tesis. Cabía suponer, por tanto, que la nueva dirección se encaminaba a restituir al “verdadero” michurinismo en el lugar que hasta entonces había usurpado el dogmático Lysenko y los suyos. Una farsa. No sólo en la URSS; en todo el mundo el mendelismo está en su apogeo en 1966. Se celebra el centenario de Mendel, lo que permitió a los formalistas organizar un gran espectáculo dentro del telón de acero. En Checoslovaquia fue recuperada oficialmente la memoria del monje. Los revisionistas organizaron una gran conferencia internacional sobre genética en el teatro Janacek de Brno. La estatua de Mendel volvió a su pedestal. El obispo dio una solemne misa en su honor en la catedral de San Pedro y San Pablo, y en el monasterio de Santo Tomás, donde Mendel vivió y trabajó, se ubicó el Museo Mendel de Genética. Los mendelistas lograron atraerse los favores del inmunólogo Milan Haslek, antes en las filas lysenkistas, con el añadido de que en 1968 se sumó a las posiciones revisionistas de Dubcek y su primavera de Praga. Es un fenómeno que no sólo se experimenta en la URSS sino en todos los países del este, lo que demuestra que el revisionismo político va ligado al mendelismo biológico. Cuando en 1959 la República Democrática Alemana establece el Premio Darwin, todos los galardones son acaparados por los genetistas formales: Chetverikov, Schmalhausen, Timofeiev-Ressovski y Dubinin. La influencia formalista fue allá más fuerte que en ningún otro país del este de Europa, especialmente representada por el genetista Hans Stubbe. Hay quien -absurdamente- sostiene que eso fue debido a que un hijo de Carl Correns, uno de los redescubridores de Mendel, era un alto dirigente del Partido Socialista Unificado. Las explicaciones están en otra parte pero, cualquiera que fuera el motivo, las tesis de Lysenko no fueron bien recibidas en aquel país, excepto en la Universidad de Jena, donde el biólogo Georg Schneider se convirtió en su defensor. Es otro dato de la compleja y diversa vinculación de los distintos partidos comunistas con el lysenksimo.
Ni con Lysenko en el banquillo cesó la polémica. Algunos mendelistas querían más: querían la eugenesia. Medvedev lo encubre de una manera sofisticada (528): después de 1965 la “auténtica ciencia” pudo dedicarse nuevamente a la investigación y la educación. Pero faltaba la “genética médica” y particularmente la “humana”, que había sido destruida por racista, sus investigadores detenidos, ya no quedaba ni uno con vida, etc. Por lo tanto, la genética sólo había sido rescatada “a medias”. El primer libro de la era postlysenkista en la URSS, redactado por Lobashov en 1967, aunque criticaba el racismo, “hacía afirmaciones muy positivas sobre la eugenesia”, dice Medvedev. Surgió una discusión para crear un instituto de genética humana. Al caer Lysenko, Dubinin quedó como la máxima autoridad en genética y le tomaron como nueva cabeza de turco porque no era reduccionista: reconocía que el hombre tenía un componente biológico pero que junto a él existía otro social y cultural, que es dominante respecto al primero. Como consecuencia de ello, afirmaba que aspectos humanos tales como la personalidad y el intelecto no están determinados por el componente genético sino por el ambiente social. Otros, como el propio Medvedev, opinaban que el hombre es un animal (no llega a hablar de “máquina química”) y, por tanto, la genética se le aplica por igual lo mismo que a todos los demás animales. Repitieron con Dubinin la campaña desatada contra Lysenko.
Le acusaron de prohibir y perseguir la genética humana (sólo la humana esta vez). Aunque Medvedev lo encubre bajo un aspecto médico, lo que ellos pretendían era que no hubiera medicina, es decir, la eugenesia, que la selección natural pudiera realizar su trabajo de aniquilar a los tullidos, deformes y tarados de todas las especies. Por aquella época, bajo el nombre de “sicogenética”, detrás del telón de acero -especialmente en la República Democrática Alemana- también se dejaba sentir la presión ideológica que el eugenismo, con otras variantes, seguía llevando a cabo en los países capitalistas. Era la época del “cociente intelectual” y, en general, de reducción de los conceptos sicológicos a los genéticos, es decir, lo que se había logrado en biología. La siguiente estación era, naturalmente, la llegada de la patraña “sociobiológica” que en la URSS iba a suponer la sustitución de la lucha de clases por la lucha de razas o la lucha nacional, esto es, el comienzo de su propia disgregación como Estado plurinacional, la guerra civil.
Cualquier política eugénica es un instrumento de dominación, en donde los esterilizados, encarcelados o psiquiatrizados van a ser los demás, nunca uno mismo. Los eugenistas se consideran a sí mismos por encima de la mediocridad: son los demás los destinatarios de la marginación. De ahí que sea relevante consignar la experiencia del propio Medvedev, a quien en 1970 internaron en un psiquiátrico en la URSS a causa de un diagnóstico de perturbación síquica, lo que le permitió redactar otro de sus libros, titulado “Locos a la fuerza” (529). Medvedev y los eugenistas deberían saber -mejor que nadie- que en estas cuestiones hay poca ciencia y mucha fuerza, que también los presos están encarcelados a la fuerza, que no entran en sus celdas por su propio pie. Como cualquier medicina, la eugenesia debería empezar por uno mismo; quizá el criterio “científico” de los eugenistas sería otro si llevaran a cabo experimentos eugénicos sobre sus propios cuerpos. Es casi imposible contener una mueca de complicidad ante el espectáculo del policía arrestado, el juez juzgado y el psiquiatra enfundado en una camisa de fuerza. Los dialécticos saben que el remedio está en la misma enfermedad; la vacuna que cura es el mismo virus que enferma.
La colusión entre el este y el oeste no dejó huecos ni dudas. Mencionar hoy a Lysenko es llenarse la boca de adjetivos truculentos. No fue el agrónomo ucraniano quien pulverizó a los genetistas formales en la URSS sino que fueron éstos quienes borraron a Lysenko del panorama científico de una manera brutal y sin concesiones de ninguna clase. Puede decirse que fue en 1965 cuando su pensamiento y su obra fueron laminados, pero eso hubiera resultado mucho más complicado si fuera cierto el bulo de que los mendelistas estaban en el gulag. Seguían al pie del cañón como lo habían estado siempre, y los revisionistas les abrieron las puertas de par en par en la URSS.
Notas a las partes IX y X
445) Savants sovietiques, cit., pg.124.
(446) Ayala: La evolución de un evolucionista, cit., pg.164. (447) El tiempo en la biología, cit., pg.16.
(448) Diane B.Paul: A war on two fronts: J.B.S.Haldane and the response to lysenkoism in Britain, Journal of the History of Biology, vol.16, 1983, pgs.1 a 16.
(448b) Hérédité et politique, cit., pgs.50 y 92.
(449) Karpechenko utilizó el método de la ploidización, pero obtuvo justamente lo contrario de lo que pretendía, lo peor de cada una de las especies hibridadas: hojas de rábano y raíz de col (Claude A.Ville: Biología, Eudeba, Buenos Aires, 1964, pg.582; Lacadena: Citogenética, cit., pg.618).
(450) M.Kh.Chailakhian y V.N.Khrianin: Sexuality in plants and its hormonal regulation, Springer-Verlag, Nueva York, 1987. Las investigaciones que Chailakhian llevó a cabo en el Instituto Timiriazev de Fisiología Vegetal de Moscú tardaron medio siglo en ser reconocidas. Utilizando una planta de día corto (Chrysanthemum indicum) Chailakhian demostró que las hojas de las plantas producían una hormona que se dirigía al ápice, desencadenando la floración. En 1963 denominó florígeno a esta hormona que, como la mayoría de las sustancias orgánicas, se desplaza a través del floema. Las investigaciones confirman que la floración está promovida por factores ambientales, principalmente la temperatura (vernalización) y la luz (fotoperiodo).
(451) Medvedev, La ciencia soviética, cit.,pg.33.
(452) Felice Mondella: Biología y filosofía, en Ludovico Geymonat: Historia del pensamiento filosófico y científico. Siglo XX (II), Ariel, Barcelona, 1985, pg.161.
(453) Science in Russia, en Nature, vol. 116, 1925, pgs.681 a 683.
(454) Orientaciones de la biología, cit., pgs.26, 37 y 39.
(455) L’hérédité, París, 4ª Ed., 1948, pgs.303, 455 y 468-469.
(456) ¿Qué es la vida?, cit., pg.51.
(457) Sinnott, Dunn y Dobzhansky, Principios de genética, cit., pg.78.
(458) Sinnott, Dunn y Dobzhansky, Principios de genética, cit., pg.155.
(459) F.J.Ramos Fuentes y M.Bueno Sánchez: Mecanismos de herencia no mendeliana, en Genética humana, cit., pg.197.
(460) Suzuki, Griffiths, Miller y Lewontin: Genética, cit., pgs.2,3,12 y 688.
(461) Éléments de philosophie biologique, cit., pgs.32 a 36. Le Dantec se refería a las gémulas de Darwin, los factores de Weismann y los anticuerpos de Ehrlich. En referencia a los genes Jordi Agustí sostiene todo lo contrario, que no es tal “error de método”. Afirma que sí existen los genes, aunque a comienzos del siglo XX nada se sabía acerca de ellos: “Al echar mano del concepto de gen de Johannsen, la genética de primeros de siglo no hacía sino seguir una táctica epistemológica nada rara en las ciencias empíricas, según la cual lo primero que hay que hacer cuando no se tiene idea sobre algo es darle un nombre. De algún modo, nombrar un fenómeno es empezar a conocerlo, pues se establece un punto de partida con el que articular su análisis posterior [...] Aún no se conocía la localización física de los genes en la célula ni se sabía exactamente a qué correspondía” (Fósiles, genes y teorías, cit., pgs.104 y 105).
(462) Philip Nelson: Física biológica. Energía, información, vida, Reverté, Barcelona, 2005, pg.103.
(463) La base científica de la evolución, cit., pgs. 26-27.
(464) Cfr. David Robertson: El microscopio y la vida, Destino, Barcelona, 1980, pg.259.
(465) La vida, cit., Madrid, 1975, pg.46.
(466) ¿Qué es la vida?, cit., pgs.9, 20, 51, 52, 77, 95 y 96.
(467) Elemente der exakten Erblichkeitslehre, Gustav Fisher, Jena, 1909.
(468) Maynard Smith: La construcción de la vida, cit., pgs.12 y 60.
(469) A.O.Woodford: Geología histórica, Omega, Barcelona, 1970, pg.41.
(469b) James Shorter y Susan Lindqvist: Prions as adaptive conduits of memory and inheritance, en Nature Reviews Genetics, vol. 6, 2005, pgs.435 y stes.; C.P.J.Maury: Molecular mechanism based on self-replicating protein conformation for the inheritance of acquired information in humans, en Medical Hypotheses, vol. 67, 2006, pgs. 1164 y stes.; del mismo autor: Self-replicating protein conformations and information transfer: The adaptive β-sheet model, en Bioscience Hypotheses, vol. 1, 2008, pgs.82 y stes.
(469c) Sing: Teoría de la información, cit., pgs.24 y stes.
(470) Bernardo Fantini: La nueva biología, en Ludovico Geymonat: Historia del pensamiento filosófico y científico. Siglo XX (III), Ariel, Barcelona, 1985, pg.34.
(471) G.S.Stein, J.S.Stein y L.J.Kleinsmith: Las proteínas cromosómicas y la regulación de los genes, en Investigación y Ciencia, núm. 1, octubre de 1976, pgs.32 y stes.
(472) S.N.Cohen y J.A.Shapiro: Elementos genéticos transponibles, en Investigación y Ciencia, núm. 43, abril de 1980, pgs.16 y stes.
(473) J.P.Borel y otros: Bioquímica dinámica, Ed.Médica Panamericana, Buenos Aires, 1989, pgs.487 y stes.
(474) John C.Fiddes: La secuencia nucleótica de un ADN vírico, en Investigación y Ciencia, núm. 17, febrero de 1978, pg.27; D.L.Nelson y M.M.Cox: Lehninger. Principios de bioquímica, Omega, Barcelona, 2000, pgs.1033 y stes.
(475) En 1932 Pavlov mantuvo una polémica con el sicólogo estadounidense K.S.Lashley sobre este punto, defendiendo una postura cercana a la frenología, aunque matizada, porque “no podemos pretender establecer una correspondencia exacta entre la manifestación dinámica y los detalles estructurales [...] Ciertos grados de síntesis y de análisis son accesibles a ciertas regiones de la corteza e inaccesibles a otras”. Cfr. Respuesta de un fisiólogo a los psicólogos, en Fisiología y psicología, cit., pgs.160 y stes. Una visión actual matiza este mismo criterio de la siguiente manera:
“Esto, sin embargo, no quiere decir que tales áreas sean las responsables directas y únicas de la función que se les adjudica, como si ellas fueran lugar de ‘almacenamiento’ de imágenes o de ‘archivos’ de respuestas. El proceso neurológico que determina cada una de las manifestaciones indicadas es resultado de una serie de integraciones, en las que colabora el resto del córtex cerebral, así como otros centros inferiores. En este conjunto el área asociativa no es más que un eslabón, quizá el de ‘ecforización’ o manifestación del complejo sistema que interviene en el proceso ‘asociativo’.
“Aunque no puede considerarse a la mente como una cosa material, es indudable que los procesos mentales se desarrollan a través del sistema nervioso y especialmente del córtex cerebral; y buena prueba la obtenemos, cuando con una finalidad terapéutica o accidental, se practica en un individuo la decorticación más o menos amplia del cerebro, con lo que son bien comprobables notorias alteraciones mentales.
“La investigación ha puesto de manifiesto que las partes corticales que están más íntimamente relacionadas con los procesos mentales, son las que corresponden a las ‘áreas de asociación’, áreas que comprende con mucho, la mayor extensión de la superficie cerebral, y que están íntimamente ligadas entre sí mediante conexiones y también con las áreas de proyección y con los núcleos dorsales del tálamo. “No obstante, esto no significa que cada área asociativa funcione como un compartimento estanco en relación con una cualidad mental; ni tampoco que unas zonas desarrollen sus actividades en modo diferente a otras. La corteza asociativa funciona en su totalidad como una unidad, en la que si bien no es posible adjudicar a cada zona una función específica e independiente, tampoco se puede negar su colaboración en modo distinto a los procesos funcionales del conjunto. “Por esto, no debe extrañarnos que durante tanto tiempo, y de acuerdo con las respuestas conseguidas experimentalmente, se hayan considerado a estas regiones como ‘mudas’, a pesar de que su extensión comprenda la mayor parte del córtex, y que con sus lesiones son comprobables diversos déficits, si bien la importancia de éstos se hallan más en relación con la extensión de la zona extirpada experimentalmente, que con el lugar de ejecución de la lesión.
“Es indudable que en el cerebro asienta la posibilidad de almacenar y de evocar los mensajes sensitivo-sensoriales recibidos por cada sujeto. “Sin embargo, no existe, al parecer, ninguna estructura del mismo especialmente conformada y destinada específicamente al aprendizaje o memorización, sino que esto es resultado de un equilibrio dinámico de diversos procesos, en los que entran en función, íntimamente ligadas, distintas estructuras del cerebro. No obstante, para este mecanismo integrativo, colaboran un conjunto de áreas, que no tienen igual intervención en todas las fases de la memoria y que parecen como más significativas unas u otras, según las características de los acontecimientos experimentales que han de registrarse” (L.Jiménez González: Sistema nervioso central. Anatomía funcional y fundamentos de patología, Espaixs, Barclona, 6ª, 1979, pg.412).
(476) André Pichot: Histoire de la notion de gène, Flammarion, Paris, 1999.
(477) Ingeniería genética, cit., pg.109.
(478) Anton A. Turanov y otros: Genetic code supports targeted insertion of two amino acids by one codon, en Science, vol. 323. núm. 5911, 9 de enero de 2009, pgs. 259 y stes.
(479) Living with the fluid genome, Third World Network, Londres, 2003.
(480) El genoma oculto, en Investigación y Ciencia, Temas 38, pg.46.
(481) Alexander Kohn: Falsos profetas. Fraudes y errores en la ciencia, Pirámide, Madrid, 1988, pgs.89 y stes.
(481b) David Joravsky: The Lysenko affair, University of Chicago Press, 1970, pg.116.
(481c) Cfr.Kristie Macrakis: The ideological origins of institutes at the Kaiser Wilhelm Gesellshaft in nacional socialist Germany, en Science, technology and national socialism, Renneberg, Monika y Mark Walker (eds.), Cambridge University Press, 1994, pgs.139 y stes.
(481d) Zimmer escribió junto con Delbrück y Timofeiev-Ressovski Über die Natur der Genmutation und der Genstruktur (Nachrichten der gelehrten Gesellschaften der Wissenschaften zu Göttingen, Math-Phys. Klasse, Fachgr, vol. 6/13, 1935, pgs.190 a 245), y con el soviético publicó, entre otras obras, Das Trefferprinzip in der Biologie (Hirzel, Berlin, 1947). Tras la guerra también fue condenado en la URSS, participando en el proyecto atómico soviético desde un campo de prisioneros.
(482) Vadim A. Ratnera: Nikolay Vladimirovich Timofeeff-Ressovsky (1900–1981): Twin of the century of genetics, en Genetics, vol. 158, julio de 2001.
(483) La genética soviética, cit., pg.202.
(484) Savants sovietiques, cit., pg.130.
(485) Diane B.Paul y Costas M.Krimbas: Nikolai V. Timofeev-Ressovski, en Investigación y Ciencia, núm.187, abril de 1992, pgs.70 y stes.
(486) A.M.Brandt: Racism and research: The case of the Tuskegee syphilis study, Hastings Center Report, 1978.
(487) The plutonium files: America’s secret medical experiments in the Cold War, Dial Press, Nueva York, 1999; durante un tiempo la Red de Noticias de Salud (Health News Network), del Proyecto Libertad de Derechos Humanos de Winston-Salem, Carolina del norte, expuso en internet los documentos administrativos desclasificados (en http://www.mindcontrolforums.com/pro-freedom.co.uk/publications_books_1.html) pero luego desaparecieron.
(488) E.Pedrinaci y C.Gil: Biología y geología. Proyecto Ecosfera, SM, Madrid, 2007.
(489) Joanne P. Sharp: Condensing the Cold War: Reader’s Digest and american identity, University of Minnesota Press, 2000.
(490) The CIA and the intellectuals, en The New York Review of Books, 20 de abril de 1967 (Cfr. Claude Julien: El imperio americano, Nova Terra, Barcelona, 1969, pg.338).
(491) El imperio americano, cit., pg.320.
(492) P.S.Hudson y R.H.Richens: The new genetics in the Soviet Union, Cambridge, 1946.
(493) Conway Zirkle (ed.): Death of a science in Russia. The fate of genetics as described in Pravda and elsewhere, Philadelphia, University of Pennsylvania Press, 1949; del mismo autor: Evolution, marxian biology and the social scene, Philadelphia, University of Pennsylvania Press, Philadelphia, 1959.
(494) Scientist in Russia, cit., pgs.106 y stes.
(495) El tiempo en la biología, UNAM, México, 1967, pg.16.
(496) Ochotorena: Tratado elemental de biología, cit., pgs. 256 y 257 (Cfr. Arturo Argueta Villamar, R.Noguera y R.Ruiz Gutiérrez: La recepción del lysenkismo en México, en Asclepio, vol.55, núm.1, 2003).
(497) Moulin: Le dernier langage, cit., pgs.50-51.
(498) Después de estudiar en Jarkov, Mechnikov tuvo que abandonar Rusia en 1882, recorriendo Europa hasta que Pasteur le llamó en 1888 para formar parte de su instituto. Había comenzado sus estudios como microbiólogo, descubriendo la fagocitosis, que luego trasladó a la inmunología donde explicó el funcionamiento de los macrófagos. En la URSS estuvo considerado como uno de los fundadores de la paleontología, por sus experimentos con chimpancés y monos catarrinos (Niesturj: El origen del hombre, cit, pg.40). Además realizó aportaciones decisivas sobre la inflamación (1892) y participó en la larga controversia con Erhlich, Landsteiner y demás partidarios de la teoría humoral en inmunología. En 1908 recibió el Premio Nobel. Cfr.A.Delaunay: Pasteur y la microbiología, Diana, México, 1966, pgs.83 y stes.
(499) Serge Metalnikov: Role du système nerveux et des facteurs biologiques et psychiques dans l’immunité, Masson, Paris, 1934.
(500) Un breve bosquejo de la actividad nerviosa superior, en Psicología reflexológica, Paidós, Buneos Aires, 1963, pg.7.
(501) http://www.faustinocordon.org/libro_inmunidad.php. La obra de Cordón es la ya citada Inmunidad y automultiplicación proteica, que también se puede consultar en internet en: http://www.faustinocordon.org/libros/inmunidad/inmunidad_1_1-45.pdf.
(502) La géochimie, Félix Alcan, Paris, 1924; La biosfera, Fundación Argentaria, Madrid, 1997.
(503) Jean Claude Barreau: De l’inmigration en géneral et de la nation française en particulier, Le Pré aux Clercs, Paris, 1992, pgs.133 y stes.
(504) Jose Luis Peset: Ciencia y marginación. Sobre negros, locos y criminales, Crítica, Barcelona, 1983, pg.76.
(505) Orientaciones de la biología, cit., pgs.25 y 29.
(506) Cfr. El caso Lysenko, cit., pgs.107 y stes.
(507) Jeanne Lévy: L’oeuvre de Lyssenko et l’evolution de la génétique, en La Pensée, núm. 21, noviembre-diciembre de 1948.
(508) Biologie et marxisme, cit., pgs.170 y stes.; también en Darwin y el darvinismo, cit., pg.128.
(509) Ciencia falsa y pseudo ciencias, cit., pgs. 43 y stes.; también en L’atomisme, cit.
(510) Jean Rostand y André Tetry: La vida, Labor, Barcelona, 1972, pgs.421 y stes.
(511) José María Riol Cimas: El asunto Lysenko, en La Opinión de Tenerife, 19 de abril de 2008 (http://suplementos.laopinion.es/ciencia/material/pdf/2008/04/19042008.pdf)
(512) American hegemony and the postwar reconstruction of science in Europe, MIT Press, 2006.
(513) La electroforesis es un procedimiento para separar los componentes de las proteínas aprovechando sus cargas eléctricas y el medio en el que se encuentran (pH). El campo eléctrico las polariza, desplazándolas. Inicialmente las revistas de bioquímica no aceptaron los primeros artículos de los investigadores suecos basados en este procedimiento porque les parecían experimentos sobre física, ajenos a la biología.
(514) María Jesús Santesmases: ¿Artificio o naturaleza? Los experimentos en la historia de la biología, Theoria, Segunda época, Vol. 17/2, 2002, pg.290.
(515) Bernardo Fantini: Jacques Monod y los orígenes de la biología molecular, en Mundo Científico, núm.101, abril de 1990, pgs.440 y stes.
(516) Le hasard et la nécessité, cit., pg.67.
(517) Como bien afirma Barthelemy-Madaule en su crítica de la obra de Monod: “Se puede combatir una filosofía, pero nadie tiene derecho a deformarla” (La ideología del azar y de la necesidad, Barral, Barcelona, 1974, pgs.127 y 138).
(518) Le hasard et la nécessité, cit., pgs.204-206.
(519) La lógica de lo viviente, cit., pg.174.
(520) La révolution de l’évolution, cit., pgs. 201 y stes.; L’éternel retour de Lyssenko, Copernic, Paris, 1978; y Lyssenko et le lyssenkisme, Presses Universitaires de France, 1988.
(521) L’affaire Lyssenko, cit., pg.99.
(522) Rise and Fall of T.D.Lysenko, Columbia University Press, 1969.
(523) The Lysenko affair, cit.
(524) La ciencia soviética, cit., pg.12.
(525) La crisis del transformismo, cit., pgs.273 y stes.
(526) Introducción a El ‘caso Lysenko’, Anagrama, Barcelona, 1974, pg.9.
(527) V.M.Zubok: Un imperio fallido. La Unión Soviética durante la guerra fría, Crítica, Barcelona, 2007, pg.201.
NÖMADAS. REVISTA CRÍTICA DE CIENCIAS SOCIALES Y JURÍDICAS
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