CEPRID

CONSUMISMO Y MANIPULACIÓN MEDIÁTICA DE NIÑOS Y ADOLESCENTES

Domingo 12 de julio de 2009 por CEPRID

Joel Sangronis Padrón

CEPRID

“A través de la producción es creado no solamente el contenido del consumo, sino también el tipo de consumo, no sólo objetiva, sino también subjetivamente. La producción crea al consumidor.”

Carlos Marx.

“Hoy en día la publicidad, con su agresividad competitiva característica, es uno de los elementos de defensa y sostenimiento del capitalismo. Su papel es el de la educación de las masas, el sometimiento del hombre a los imperativos del consumo, la creación de necesidades artificiales, la manipulación del hombre en definitiva”

José María Vigil

¡Chávez, con mis hijos no te metas!

Esta ha sido uno de los principales gritos de combate que la oposición disociada e histérica en Venezuela ha esgrimido en contra del proceso de transformaciones y cambios estructurales que adelanta la Revolución Bolivariana. Esa supuesta injerencia del gobierno bolivariano no es otra cosa que programas de estudio que tiendan a formar personas más críticas y concientizadas acerca de su historia, su identidad nacional, continental y mundial y su papel participativo y protagónico en la lucha por la defensa del hábitat terrestre frente a las agresiones de un modelo de vida consumista, derrochador e irresponsable. La construcción de una nueva forma de relacionarse con sus semejantes y con su entorno a partir de una ética y estética diferentes y humanamente más comprometidas. También una mayor responsabilidad y control por parte de los órganos competentes del Estado venezolano sobre los contenidos con que las grandes cadenas televisivas saturan las mentes de nuestros niños y adolescentes.

Estos mismos sectores clase media y media alta (medio boba, medio alienada, Benedetti dixit) jamás han salido a la calle para protestar la grosera manipulación e injerencia que los grandes medios de transmisión de información (que no de comunicación) realizan sobre las mentes de sus hijos.

Una de las principales preocupaciones de la mayoría de los padres y maestros en las últimas décadas es la cada vez mayor cantidad de tiempo que los niños y jóvenes pasan frente al televisor, situación a la que se le ha venido a sumar en este principio de milenio la adicción a navegar por internet.

Según datos de la American Academy of Child & Adolescent Psychiatry, un niño estadounidense promedio pasa cerca de treinta horas semanales viendo televisión y una cantidad de tiempo similar conectado a la web. Estas cifras son equivalentes en nuestras sociedades latinoamericanas en cuanto a televisión y probablemente algo menores en cuanto a internet por la inferior capacidad económica y posibilidad de acceso a la red en nuestros países.

La televisión no es para nada un medio inocuo o neutral. Como bien lo señala el maestro neogranadino Martín Barbero: “La televisión es el gran mediador del resto de las relaciones sociales y productor de sentidos. El consumo no es sólo producción de fuerzas, sino también producción de sentidos: lugar de una lucha que no se agota en la posesión de objetos, pues pasa aun más decisivamente por los usos que les dan forma social y en las que se inscriben demandas y dispositivos de acción que provienen de diferentes competencias culturales(1)

Nuestros niños y adolescentes se enfrentan a nuevas y en muchos casos agresivas e invasivas formas de socialización, y generalmente lo hacen solos.

La propia dinámica laboral de la sociedad contemporánea, con horarios y responsabilidades de trabajo cada vez más absorbentes, hace que la cantidad de tiempo que los padres pueden dedicar a compartir con sus hijos sea cada vez menor. A su vez, esta forzada ausencia, o no presencia, de los padres ha hecho que nuestros niños y adolescentes pasen cada vez mayores cantidades de tiempo solos, o peor aún, en compañía de los mensajes y contenidos de la televisión comercial; que se les entreguen desde más temprana edad las llaves de la vivienda; que como consecuencia de lo anterior se les confiera (o asuman por ellos mismos) una mayor discrecionalidad en el que comer, como vestirse, como entretener sus ratos de ocio (en constante aumento). Estas situaciones han contribuido a que niños y adolescentes desarrollen grados de independencia y autonomía en sus estilos de vida inconcebibles hasta hace algunas décadas atrás.

Estos escenarios no han pasado desapercibidos para los analistas de las grandes corporaciones publicitarias a nivel mundial, quienes en los últimos treinta años, y especialmente en los últimos quince, han concentrado su atención en niños y adolescentes, un sector de la población que por su propia inmadurez e inexperiencia tiene muy pocas defensas frente al bombardeo de imágenes estimulantes, mensajes manipuladores y valores mercantilizados.

Se calcula que en términos generales el 45% de los presupuestos familiares, y por ende de toda la sociedad, responde a solicitudes o exigencias de los miembros de la franja de población que va desde los seis hasta los quince años de edad.

Esta situación explica la explosiva aparición en la oferta televisiva de canales exclusivamente dirigidos a niños. Desde que en 1.993 apareciera Cartoon Network con el sugerente y atemorizante eslogan de: “Hacemos lo que Queremos”, no han dejado de surgir otros en la misma línea de acción: Nickelodeon, Discovery Kids, Fox Kids, Disney Channel, etc.).

Está comprobado que los niños y adolescentes de nuestras sociedades observan en promedio por televisión unos 40.000 anuncios publicitarios por año; menores cantidades de publicidad, aunque también significativas, reciben a través de la radio, internet y vallas y murales fijos en calles, carreteras y avenidas.

Desde su más temprana edad nuestros muchachos son programados para asociar determinados productos, objetos y marcas con sensaciones de bienestar, de felicidad, de gozo, de plenitud y realización personal. La publicidad y el consumismo no representan para ellos una amenaza, por el contrario, son dos de los más importantes elementos que vienen a llenar una existencia signada desde que tienen razón de ser por lo material, por el individualismo egoísta y castrante, que es promovido – no podía ser de otra forma – por el mismo sistema y medios que le ofrecen la publicidad y el consumo.

Niños y jóvenes cada vez más aislados de su grupo familiar, con un sistema educativo que hasta ahora poco ha reforzado su sentido de pertenencia a una historia, a una patria, a una clase, encerrados sobre sí mismos, con la televisión y ahora internet como grandes agentes socializadores, han encontrado –o han sido inducidos a creer que han encontrado- en las marcas, en el fetichismo de las mercancías que la publicidad les ha inyectado desde la cuna, una identidad, un sentido de pertenencia grupal que comparten con la mayoría de sus congéneres. Sin embargo es sabido que el consumo excesivo genera hastío, que la obtención obsesiva de objetos materiales que se agotan en sí mismos convierten a nuestros niños y jóvenes en una especie de Sísifos consumistas, que intentan alcanzar la cima de la felicidad con la adquisición de fetiches mercantiles cuya posesión final no hacen sino retrotraerlos al estado inicial de ansiedad por el próximo objeto que la publicidad les señale como el nuevo santo grial del mercado capitalista. Los niños formados en tales ambientes desarrollan una personalidad insegura y frágil, ya que su vida, su felicidad, su existencia se fundamenta en las cosas u objetos que puedan poseer. Si en algún momento de la vida adulta su capacidad de poseer u obtener este tipo de objetos llega a fallar, su vida inexorablemente entrará en crisis. También hay que señalar que muchos de los patrones de conducta frívolos, materialistas y nihilistas con respecto al consumo lo modelan los niños a partir de la conducta de sus padres. Los adultos no escapan a esta patología, toda vez que también ellos fueron niños y adolescentes sometidos a esta manipulación. Ahora, en su papel de padres, no encuentran mejor manera de cubrir sus ausencias o expresar su amor que reproduciendo el patrón en que también ellos fueron formados, esto es, atiborrando a sus hijos con la inagotable lista de objetos fetichizados (teléfonos, almacenadores de música, ropas de marca, etc) que quizás en su momento no pudieron poseer y que ahora poseen a través de sus hijos.

Mención aparte son los adultos que atrapados desde niños por este perverso proceso de manipulación ideológica transcurren su vida entera comportándose (y consumiendo) como adolescentes. Consecuencia de un modelo sociocultural que privilegia la juventud física como paradigma de la belleza, la salud y la felicidad, y de una industria publicitaria cuyos íconos y figuras son siempre personas muy jóvenes, casi adolescentes, muchos adultos se niegan a asumirse como tales e intentan a través del consumo de objetos y estilos dirigidos a jóvenes (y en muchos casos del consumo sexual de jóvenes en sí mismos) perpetuar un estado de eterna adolescencia (síndrome Peter Pan). Este tipo de conductas nos recuerda que el capitalismo requiere de mentes dóciles que se sometan a los valores socioeconómicos establecidos por sus instrumentos mediáticos de control social, no de mentes críticas que reflexionen sobre el origen y el porqué de esos valores.

Aquí comenzamos a encontrar las pistas del por qué el virulento y casi histérico rechazo que los sectores poderosos (los que dan las órdenes y directrices de cuando y que gritar a los palurdos operadores políticos de oposición que aparecen cotidianamente en la televisión venezolana) han planteado al proyecto de Ley de Educación que adelanta el gobierno bolivariano.

La formación de seres humanos críticos, solidarios con la vida, con capacidad de comprender y contrarrestar los procesos mediáticos de manipulación es una declaración de guerra a quienes a través del consumismo capitalista, embrutecedor y deshumanizante, por años han controlado mentes y vidas.

El verdadero triunfo del modelo educativo capitalista hasta ahora ha residido en su capacidad de someter y alienar la mente y conciencia del individuo al sistema; cuando nuestros niños y adolescentes identifican como propios los objetivos del sistema (comprar, consumir, tener para ser), sus mentes y sus vidas han sido ganadas para dicho sistema. Parafraseando a alguna señora histérica en alguna de esas manifestaciones de la oposición clasista venezolana, habría que decir: “McDonald’s, Sanrio, Mattel, Coca Cola, Nintendo, Barbie, Cartoon Network, ¡Con mis hijos no te metas!

¡Ya basta de que nuestros niños y jóvenes sean agredidos, manipulados y utilizados por las corporaciones!

¡Ya basta de que los medios los sigan intoxicando con su basura!

¡Ya basta de que se les deforme la mente para hacerlos esclavos de sus bastardos intereses mercantiles!

¡La niñez es sagrada! Todo Estado, y especialmente un Estado revolucionario y socialista, debe actuar enérgicamente para proteger y defender los derechos de sus niños y adolescentes, sobre todo porque como bien lo señaló Marx en el Manifiesto Comunista: “El capitalismo no respeta límites ni tradiciones: no hay nada sagrado bajo las heladas aguas del cálculo mercantil. Todo ser, vivo o no, está en su punto de mira y explotación”.

(1) www.tvcubana.icrt.cu/pdf.php?mod=noticias&id=571

Joel Sangronis Padrón es profesor de la Universidad Nacional Experimental Rafael María Baralt (UNERMB), Venezuela.

Joelsanp02@yahoo.com


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