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EXPLOTACIÓN CAPITALISTA: TIEMPOS MODERNOS Y TIEMPOS ACTUALES

Domingo 29 de diciembre de 2013 por CEPRID

Alejandro Teitelbaum

CEPRID

I. El taylorismo u “organización científica del trabajo” y su aplicación en la práctica, el fordismo, (que ilustró tan bien Charles Chaplin en Tiempos Modernos) se basó en la idea de hacer del trabajador un mecanismo más en la cadena de montaje: el obrero, en lugar de desplazarse para realizar su tarea se queda en su sitio y la tarea llega a él en la cadena de montaje. La velocidad de ésta última le impone inexorablemente al trabajador el ritmo de trabajo.

El primero en aplicarlo en la práctica fue Henry Ford, a principios del siglo XX, para la fabricación del famoso Ford T. Este trabajo embrutecedor agotaba a los obreros, muchos de los cuales optaban por dejarlo. Ante una tasa de rotación del personal sumamente elevada Ford encontró la solución: aumentar verticalmente los salarios a 5 dólares por día, cosa que pudo hacer sin disminuir los beneficios dado el enorme aumento de la productividad y el pronunciado descenso del costo de producción que resultó de la introducción del trabajo en cadena. Los nuevos salarios en las fábricas de Ford permitieron a sus trabajadores convertirse en consumidores, inclusive de los autos fabricados por ellos.

Los trabajadores, que no se sentían para nada interesados por un trabajo repetitivo que no dejaba lugar a iniciativa alguna de su parte, recuperaban fuera del trabajo su condición humana (o creían recuperarla) como consumidores, gracias a los salarios relativamente altos que percibían.

Esta situación se generalizó en los países más industrializados sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial y de manera muy circunscripta y temporaria en algunos países periféricos. Es lo que se llamó “el Estado de bienestar”.

“El Estado de bienestar no es, como se oye decir con frecuencia, un Estado que llena las brechas del sistema capitalista o que cicatriza a fuerza de prestaciones sociales las heridas que inflinge el sistema. El Estado de bienestar se fija como imperativo mantener una tasa de crecimiento, cualquiera sea, siempre que sea positiva y de distribuir compensaciones de manera de asegurar siempre un contrapeso a la relación salarial” (1).

Lars Svendsen escribe: [los trabajadores] “…terminaron por aceptar la relación salarial y la división del trabajo resultante. Contrariamente a lo que esperaba el marxismo revolucionario, dejaron de cuestionar el paradigma capitalista, contentándose con la ambición más modesta de mejorar su condición en el interior del sistema. Eso significaba también que su esperanza de libertad y de realización personal radicaba en su papel de consumidores. Su objetivo principal pasaba a ser el aumento de sus salarios para poder consumir más”.

Una variante del fordismo fue, en los años 50, el toyotismo consistente en flexibilizar la producción en función de la demanda para evitar la acumulación de stocks (just in time).

El aumento de la productividad estuvo acompañada por la reducción del tiempo de trabajo (diario, semanal y anual) lo que efectivamente ocurrió de manera general hasta culminar en el decenio de 1920 cuando las luchas de los trabajadores, ayudadas por el temor de los capitalistas al ejemplo de la Revolución de Octubre en Rusia, lograron la jornada hebdomadaria de 48 horas.

Desde entonces y durante decenios la jornada de trabajo se mantuvo estable, aunque disminuyó la jornada anual como resultado de las vacaciones más prolongadas y en algunos países disminuyó también la jornada semanal. Pero más recientemente, pese a que continuó aumentando considerablemente la productividad, esa tendencia a la reducción de la jornada laboral se invirtió y también aumentó la intensidad del trabajo. Esta tendencia al aumento de la jornada laboral se acentuó a causa de la necesidad que tiene mucha gente de trabajar más tiempo (en el mismo empleo o en un trabajo adicional) a fin de ganar lo mínimo necesario para sobrevivir (3).

El Estado de bienestar se terminó más o menos abruptamente con la caída de la tasa de ganancia capitalista y la consiguiente caída de los salarios reales.

Para dar un nuevo impulso a la economía capitalista y revertir la tendencia decreciente de la tasa de beneficios, comenzó a generalizarse la aplicación de la nueva tecnología (robótica, electrónica, informática) a la industria y a los servicios (4).

Así es como la productividad aumentó enormemente en los últimos decenios, como consecuencia de las nuevas tecnologías aplicadas a la producción, de la organización “científica” del trabajo y del aumento de la intensidad del mismo. Sin embargo los salarios reales no han seguido – ni aproximadamente- el mismo ritmo de crecimiento. Tampoco ha disminuido la jornada de trabajo, pese al rápido incremento de la producción por hora trabajada.

Aunque hay consenso en cuanto a que en los últimos decenios ha habido un rápido aumento -casi exponencial- de la productividad, entendida ésta como el producto obtenido en una hora de trabajo, es difícil establecer cifras precisas. Sobre todo a causa de que algunos establecen estadísticas llamando aumento, o disminución, de la productividad al aumento o disminución del producto global (tasa de crecimiento). En tiempos de crisis puede haber –y hay- aumento de la productividad y estancamiento de la tasa de crecimiento. Lo mismo ocurre con la curva de los salarios, pues si se incluyen como salarios los millones que perciben los ejecutivos de las grandes empresas, que en realidad son beneficios y no salarios, es decir la retribución de la fuerza trabajo con el fin de reproducirla, puede aparecer, estadísticamente, que los salarios han aumentado.

De modo que la nueva tecnología, la organización “científica” del trabajo y el consiguiente aumento de la intensidad del trabajo, aun manteniéndose el mismo horario de trabajo, incrementa el beneficio capitalista como plusvalía relativa (menos trabajo necesario y más trabajo excedente). Y si aumenta la jornada laboral también aumenta el beneficio capitalista (plusvalía absoluta como la que el capitalista obtiene durante la jornada normal de trabajo) aunque se mantenga la misma proporción entre trabajo necesario y trabajo excedente. Véase Marx, El Capital , Libro I, sección 5, Cap.XIV (Plusvalía absoluta y plusvalía relativa).

La introducción de las nuevas tecnologías requería otra forma de participación de los trabajadores en la producción, que ya no podía reducirse a la de meros autómatas. Había que modificar-perfeccionar el sistema de explotación, pues las nuevas técnicas, entre ellas la informática, requerían distintos niveles de formación y de conocimientos, lo que condujo a que comenzaran a difuminarse las fronteras entre el trabajo manual e intelectual.

Es así como nace el “management” en sus distintas variantes, todas tendentes esencialmente a que los asalariados se sientan partícipes -junto con los patrones- en un esfuerzo común para el bienestar de todos.

Esto no implica la desaparición del fordismo, que sigue vigente para las tareas que no requieren calificación y subsiste esencialmente en la nueva concepción de la empresa: el control del personal – una de las piedras angulares de la explotación capitalista- que se realiza físicamente en la cadena fordista de producción, continúa –acentuado- en la era postfordista por otros medios. “Gracias a las tecnologías informáticas –escribe Lars Svendsen- la dirección puede vigilar lo que sus empleados hacen en el curso de la jornada y cual es su rendimiento” (5).

El nuevo “management” apunta a la psicología del personal. Los directores de personal (o Directores de Recursos Humanos) peroran acerca de la “creatividad” y del “espíritu de equipo”, de la “realización personal por el trabajo”, de que el trabajo puede –y debe – resultar entretenido, (“work is fun”) etc. y se publican manuales sobre los mismos temas. Hasta se contratan “funsultants” o “funcilitators” para que introduzcan en la mente de los trabajadores la idea de que el trabajo es entretenido, de que es como un juego (“gamification” -del inglés “game”- del trabajo) (6).

Si se les pregunta a los asalariados si están satisfechos en su trabajo muchos responderán que sí, que si no trabajaran su vida carecería de sentido. Y esto vale incluso para quienes realizan las tareas más simples.

Pero lo cierto es que sólo una ínfima minoría, que se puede considerar privilegiada- realiza su vocación en el trabajo. Porque lo que dice el artículo 1º del Convenio 122 de la OIT de 1964 sobre el empleo libremente elegido es algo que está fuera del alcance de la inmensa mayoría de los trabajadores.

En la cadena fordista la empresa se apodera del cuerpo del trabajador, con el nuevo “management” se apodera de su espíritu. Escribe Svendsen: “Las motivaciones y los objetivos del empleado y de la organización se presume que están en perfecta armonía: El nuevo “management” penetra el alma de cada empleado. En lugar de imponerle una disciplina desde el exterior, lo motiva desde el interior”.

Hans Magnus Enzensberger, poeta y ensayista alemán, escribió en el decenio de 1960: «La explotación material debe esconderse tras la explotación no material y obtener por nuevos medios el consenso de los individuos. La acumulación del poder político sirve como pantalla de la acumulación de las riquezas. Ya no sólo se apodera de la capacidad de trabajo, sino de la capacidad de juzgar y de pronunciarse. No se suprime la explotación, sino la conciencia de la misma » (7).

Algunos –entre ellos el ya citado Svendsen- objetan a Marx el haber pronosticado que con el progreso tecnológico y el aumento de la productividad el capitalismo cavaría su propia tumba, pues al reemplazar a los trabajadores con máquinas, los primeros dejarían de ser asalariados y, carentes de dinero, cesarían de ser consumidores. Pero la cuestión no es tan simple.

En primer lugar es un hecho indiscutible que con el progreso tecnológico aplicado a la producción y el consiguiente aumento de la productividad, disminuye la necesidad de trabajo humano –en particular de trabajo manual- en la producción, Con menos asalariados, habría menos consumidores y el capitalismo estaría cavando su propia tumba.

La contradicción entre el aumento de la productividad y el estrechamiento del mercado consumidor en el largo plazo es inherente al sistema capitalista porque entre la producción y el consumo se interpone la apropiación de la plusvalía por parte de los propietarios de los instrumentos y medios de producción y de cambio. No obstante el aumento de la productividad, la jornada de trabajo no disminuye, los salarios reales están congelados o aumentan muy ligeramente, pues una tasa importante de desocupación permite hacer presión para rebajar los salarios de los trabajadores ocupados, etc.

La mayor parte del beneficio resultante del aumento de la productividad engrosa la renta capitalista y una mínima parte se incorpora al salario, aunque no siempre. Es así como una constante del sistema capitalista es la profundización de la desigualdad en la distribución del producto.

Y del mismo modo, el tiempo social liberado por el aumento de la productividad se distribuye desigualmente: el tiempo que dedican al trabajo los asalariados no disminuye, ni aproximadamente, en la misma proporción en que aumenta la productividad.

Con el “management” se procura que el trabajador de “cuello blanco”, que es –o tiende a ser- mayoritario en las países más industrializados, centre su vida como persona en el seno de la empresa y llene su tiempo “libre” fuera de ella –orientado por la moda y la publicidad- como consumidor de objetos necesarios e innecesarios (8) y de distinto tipo de entretenimientos alienantes, como espectador de deportes mercantilizados, de series televisivas, como adicto a juegos electrónicos (verdadero flagelo contemporáneo), etc., en la medida que se lo permiten sus ingresos reales y los créditos que pueda obtener (y que, en tiempos de crisis, no puede rembolsar).

Dicho de otra manera, el sistema capitalista en su estado actual trata de superar sus contradicciones insolubles inherentes a la apropiación por los propietarios de los medios de producción de buena parte del trabajo humano social (plusvalía) apoderándose de la mayor parte del creciente tiempo libre social (distribución desigual del tiempo libre social ganado con el aumento de la productividad) para “poner plustrabajo”, como escribe Marx en los “Elementos fundamentales para la crítica de la economía política” (Grundrisse, véase la cita más adelante) y apoderándose también del escaso tiempo libre particular que les queda a quienes trabajan, mercantilizándolo como objeto de consumo.

De modo que puede decirse que la esclavitud asalariada propia del capitalismo, que pudo entenderse limitada sólo a la jornada laboral, ahora se extiende a TODO EL TIEMPO de la vida de los asalariados. De alguna manera, ha desaparecido la diferencia entre la esclavitud como sistema prevaleciente en la antigüedad (el esclavo al servicio del amo de manera permanente) y la esclavitud asalariada moderna.

Además de Lars Svenden, ya citado, se han ocupado de esta cuestión, desde distintas visiones y ángulos, varios autores.

Marx ya abordó el tema en los Manuscritos de 1844.

Dominique Meda comenta: “Marx cita dos [formas de alienación] en los Manuscritos de 1844; la primera se refiere a la relación del obrero con su producto: el obrero tiene con el producto de su trabajo la misma relación que con un objeto que le es extraño: trabaja para recibir un salario. Además, casi siempre un salario que no le alcanza para vivir. Produce para otro que le pagará. La segunda [forma de alienación] se refiere a la relación del obrero con la producción: en el trabajo el obrero no se afirma, se niega, su trabajo no es voluntario, sino obligado. Marx ve el origen de esta desfiguración del trabajo en la existencia de la propiedad privada y acusa a la economía política de tratar a esta como un hecho natural” (9).

Marx continuó profundizando el tema en sus distintos trabajos, entre otros, en el Libro I de El Capital y en los Grundrisse (10).

Contemporáneamente cabe citar, entre otros, a André Gorz (11).

Gorz, después de constatar que las nuevas tecnologías aplicadas a la producción economizan tiempo de trabajo, critica a quienes sostienen que el desempleo creciente que es su consecuencia, se puede resolver inventando nuevas actividades, especialmente de servicios para el tiempo libre. Admite que la idea no es absurda desde el punto de vista de la racionalidad económica capitalista, pero que ella implica una sociedad económicamente dual, en razón de una repartición muy desigual de las economías en tiempo de trabajo: unos, cada vez más numerosos, seguirán siendo expulsados de la esfera de las actividades económicas o permanecerán en su periferia. Otros, trabajarán tanto o más que ahora, a causa de sus rendimientos o sus aptitudes y dispondrán de ingresos crecientes.

La escisión de la sociedad –dice Gorz- en clases hiperactivas en la esfera económica por una parte y una masa excluida o marginalizada por la otra, permite el desarrollo de un subsistema en el cual una elite económica compra tiempo libre haciendo trabajar a bajo precio a terceros en su lugar.

Sobre esta cuestión, Roger Sue dice que las nuevas actividades de servicios con las que se pretende combatir el desempleo, son empleos marginales, descalificados, intermitentes, que ponen en evidencia el discurso demagógico de que se puede combatir el desempleo mejorando la formación. Y agrega: “La mercantilización creciente de los intercambios humanos, además de no resolver el problema del desempleo, implica una regresión de la convivialidad y de la autonomía de las personas…Como bien vió I. Illich existe un verdadero riesgo de que la sociedad de servicios se transforme en una sociedad de servidores” (12).

Gorz concluye: Nos encontramos entonces en un sistema social que no sabe distribuir, ni administrar ni emplear el tiempo liberado…y que no le encuentra otro destino que tratar de monetizarlo por todos los medios, de transformarlo en empleos, en integrarlo a la economía bajo la forma de servicios mercantilizados cada vez más especializados, abarcando actividades hasta ahora gratuitas y autónomas que podrían conferirles un sentido.

Con la sociedad industrial y la economía de mercado el producto del trabajo dejó de ser la “obra” de una persona para satisfacer inmediatamente sus necesidades y pasó a ser el medio de producir –a las órdenes de un patrón- bienes y servicios destinados al mercado, a cambio de recibir un salario que le permite adquirir los bienes y servicios necesarios para sobrevivir que se encuentran en ese mismo mercado. El trabajo concreto pasó a ser trabajo abstracto. (Véase, de Marx; Manuscritos de 1844- Primer Manuscrito Trabajo enajenado, y Gorz, página 44 de la edición francesa de Métamophoses...).

Gorz afirma que el trabajo, cualquiera sea el sistema económico-social, siempre es alienante pues requiere una organización generadora de burocracias jerarquizadas y el trabajador debe someterse a esa organización. Y se remite a las experiencias de los países del socialismo real.

Pero lo que está claro y es indiscutible es que se podría superar esta contradicción inherente al capitalismo entre el aumento de la productividad y la profundización de las desigualdades sociales suprimiendo la propiedad privada de los instrumentos y medios de producción y de cambio y así, la apropiación privada de la plusvalía.

Eliminando de la jornada de trabajo el trabajo excedente o plustrabajo que constituye el beneficio del capitalista, por un lado, y no agregando plustrabajo (salvo el destinado a la reproducción del capital social) en el tiempo libre así ganado, por el otro. Incrementando de ese modo el tiempo libre para todos, tal como previó Marx en los Grundrisse (1857). Escribió Marx:

« Desarrollo libre de las individualidades y por ende no reducción del tiempo de trabajo necesario con miras a poner plustrabajo, sino en general reducción del trabajo necesario de la sociedad a un mínimo, al cual corresponde entonces la formación artística, científica, etc., de los individuos gracias al tiempo que se ha vuelto libre y a los medios creados para todos » (13).

Así un conductor de tren podría, si fuera su vocación, ser también astrónomo.

Es decir, que aun admitiendo que el trabajo es siempre alienante (aunque puede sostenerse que no lo es para la minoría que realiza su vocación en el trabajo, que puede convertirse en una mayoría en un sistema socialista) la abolición del capitalismo debe implicar un aumento inmediato del tiempo libre social, su redistribución igualitaria y su reapropiación por cada ser humano para su realización personal.

En este último caso cabe hacer la diferencia entre el trabajo impuesto como obligación social (que puede ser alienante aun en un sistema socialista) (14) y la ocupación libremente elegida para el tiempo libre (“disposable time”, como escribió Marx en los Grundrisse). Tiempo realmente libre que, como hemos señalado antes, ha dejado totalmente de existir en el capitalismo contemporáneo.

II. Pero los beneficiarios del sistema capitalista no están dispuestos a abandonar la escena sin resistencia y usan todos los medios a su alcance (poder económico, político e ideológico y represión) para preservar el mismo.

En estos tiempos de crisis prolongada, con los despidos, la congelación- y aun la rebaja- de los salarios todo el andamiaje alienante que esclaviza a los asalariados comienza a resquebrajarse y el trabajador deja de creerse parte del “equipo” empresario y de sentirse “realizado” con su trabajo mientras corre el riesgo permanente de pasar al estado de sobrante prescindible.

Puede ser el momento de la verdad para el trabajador y se abre la posibilidad de que éste comience a tomar conciencia de la verdadera naturaleza del sistema capitalista, fundado en la explotación del trabajo humano asalariado. Y de manera más general, fundado en la explotación del ser humano como tal a través de su total alienación al sistema.

Es el momento que recomienzan las luchas y recomienza –más bien se acentúa- la represión.

Porque para los beneficiarios del sistema capitalista es inadmisible que las luchas por reivindicaciones inmediatas (donde se pueden permitir a veces hacer algunas concesiones mínimas y temporarias) se transformen en un cuestionamiento global del sistema.

Para llegar a un cuestionamiento masivo y organizado del sistema capitalista el camino está lleno de obstáculos. La confusión y el desconcierto son enormes en las mayorías populares, mentalmente formateadas por la ideología de las clases dominantes. Y buena parte de los que desean sinceramente un cambio profundo en la sociedad están ideológicamente contaminados por los "superadores" del marxismo o los "neomarxistas", cuyo rasgo común es, bajo el manto de un confuso palabrerío, desestimar la lucha de clases y no cuestionar el poder de las clases dominantes ni la propiedad privada de los medios de producción y de cambio (15). Incluso en el plano semántico las palabras “izquierda” y “socialista” han sido vaciadas de su contenido original: hay quienes dicen que en Chile con Bachelet gana la “izquierda” y el gobierno francés se autodenomina “socialista”.

También aportan a la confusión los apologistas incondicionales de los regímenes supuestamente progresistas o socialistas.

Tampoco hay ejemplos o modelos a los cuales referirse. No lo es Cuba, cuya revolución ha ido perdiendo sus iniciales objetivos socialistas y humanistas, y donde se han cometido desde hace tiempo graves faltas y desaciertos a causa, entre otras cosas, de un poder de decisión totalmente centralizado. La isla está volviendo hace rato al capitalismo (véase, como ejemplo, la retrógrada ley de inversiones extranjeras de 1995) y ahora construye, con un aporte masivo de capital proveniente de Brasil, una gran zona franca (Zona Especial de Desarrollo (ZED) de Mariel) para que invierta sin trabas el capitalismo internacional, garantizándole los negocios, la libre transferencia al exterior de dividendos y utilidades y un régimen tributario especial con incentivos fiscales (16). En buen romance, luz verde para que el capital transnacional explote a los trabajadores cubanos.

No es ejemplo Venezuela con su "socialismo del siglo XXI" que ha creado una nueva burguesía y una clase política verticalista, clientelista y corrupta que ha dejado prácticamente intacto al gran capital. Sin una política consecuente de progresiva socialización de los medios de producción, el asistencialismo, además de durar sólo hasta que se agota la caja, es sobre todo un reaseguro del sistema capitalista, pues sirve como válvula de escape a la presión social.

Tampoco son modelos o ejemplos válidos la URSS y las “democracias populares” del socialismo real. Basta ver en qué han terminado. Ni la China actual, donde coexisten individuos supermillonarios y centros urbanos y comerciales fastuosos, capas de clase media con distintos niveles de poder de compra que adoptan las modas y los modos consumistas occidentales y centenas de millones de obreros y campesinos que viven miserablemente.

Es decir, países que nunca han salido o en franca regresión a típicas sociedades duales de explotadores y explotados.

En el balance del fracaso de los distintos intentos de realizar cambios sociales radicales es imprescindible también tener en cuenta la “variable externa”, dicho de otro modo, la agresión imperialista, como son los casos –entre otros- de medio siglo de embargo contra Cuba, de la “contra” armada y financiada por USA para hostigar con actos terroristas a la revolución sandinista en Nicaragua, del golpe de Estado contra Allende en Chile, de la invasión a Guatemala en 1954, organizada por la CIA y financiada por la United Fruit, etc.

Sigue abierto el debate sobre si el fracaso del socialismo real fue, como dice Gorz, consecuencia –entre otras cosas- de una organización social necesariamente compleja que devino inevitablemente burocrática y jerarquizada o si es posible construir un sistema socialista auténticamente democrático y participativo con rotación periódica de los dirigentes elegidos popularmente, no reelegibles y sometidos a revocación.

Dicho de otra manera, un socialismo democrático y participativo consistente en un sistema fundado en la propiedad social o colectiva de los instrumentos y medios de producción y de cambio y en la participación activa y conciente de los individuos y las colectividades en la adopción de decisiones en todos los niveles y en todas las etapas, desde la determinación de los objetivos y los medios para alcanzarlos hasta la puesta en práctica de los mismos y la evaluación de los resultados.

Este debería ser el proyecto de quienes quieren un cambio radical en la sociedad que conduzca realmente a la liberación y a la realización del ser humano como tal.

Pensamos que es necesario que la gente tome conciencia de que el sistema capitalista –totalmente dominante a escala mundial- está llevando irremisiblemente a la humanidad a su pérdida moral y material e imprescindible y urgente conferir una nueva vitalidad al ideal socialista.

Notas:

Dominique Meda, Le travail, une valeur en voie de disparition. Ed. Aubier, Paris, 1995, pág. 135

Lars Svendsen, Le travail. Gagner sa vie, à quel prix ? Editions Autrement, Paris, setiembre 2013, pág. 140.

Pietro Basso, Temps modernes, horaires antiques. La durée du travail au tournant des millénaires, Lausanne, Suisse, Editions Page deux, 2005. Basso dice que el aumento de la carga (física, mental y nerviosa) explica en parte que el trabajo se haya hecho más penoso en los últimos años en los países capitalistas avanzados y que la flexibilidad, al mismo tiempo que el mantenimiento y últimamente el aumento de la jornada de trabajo, parasita o fagocita el tiempo fuera del trabajo, es decir aumenta su peso específico sobre el total del empleo del tiempo de la persona que trabaja. Se está cada vez más lejos de la prometida sociedad post industrial del tiempo libre. Véase una reseña del libro de Basso en la revista Interrogations : www.revue-interrogations.org/article.php ?article Véase también Jean-Philippe Bouilloud, Entre l’enclume et le marteau. Les cadres pris au piège. Edit. du Seuil, Paris, septiembre 2012.

(4) “…En toda la historia del capitalismo, desde la gran revolución industrial de fin del siglo XVIII hasta nuestros días, el sistema económico se ha desarrollado por movimientos sucesivos de inversiones y de innovaciones tecnológicas. Esos movimientos parecen principalmente vinculados a las dificultades inherentes al proceso de acumulación del capital: este, en un momento dado, se traba y todo se cuestiona: la regulación, los salarios, la productividad. La innovación tecnológica es una manera de salir de la crisis, pero no viene sola: ella afecta directamente, a veces el nivel del empleo, siempre la organización del trabajo y el control ejercido por los trabajadores sobre su oficio y sobre sus instrumentos de trabajo y por sus organizaciones sobre el nivel de los salarios, sobre la disciplina en el trabajo y la seguridad laboral…”. Alfred Dubuc, Quelle nouvelle révolution industrielle? en: Le plein emploi  à l’aube de la nouvelle révolution industrielle. Publicación de la Escuela de Relaciones Industriales de la Universidad de Montreal , 1982. https://papyrus.bib.umontreal.ca/jspui/handle/1866/1772

(5) Un estudio detallado de la organización del trabajo en las empresas que han incorporado la robótica se puede encontrar en Benjamín Coriat, L’atelier et le robot. Essai sur le fordisme et la production de masse à l’age de l’électronique. Ediciones Christian Bourgois, Francia. 1990.

(6) Véase, en el sitio http://www.changeisfun.com/about/leslie.html, la ejemplar biografía y bibliografía de Leslie Yerkes, presidente de Catalyst. Su biografía comienza así: “La especialidad de Leslie está ayudando a las organizaciones a convertir los retos en oportunidades. Su filosofía es simple: La gente es básicamente buena, bien intencionada, valiente y capaz de aprender, y el trabajo de Leslie consiste en proporcionar un marco en el que la gente puede recurrir a sus propios recursos internos para encontrar soluciones creativas”.

(7) Hans Magnus Enzensberger, Culture ou mise en condition ? Collection 10/18, Paris 1973, págs. 18-19.

(8) Es el llamado efecto de demostración o de imitación, que en el plano económico fue formulado por James Stemble Duesenberry quien se refiere a la tendencia de los miembros de un grupo social a imitar los comportamientos de consumo de la capa de mayores ingresos de ese mismo grupo o de la capa inmediatamente superior para tratar de identificarse con estos últimos (Duesenberry, James, Income, Saving and the Theory of Consumption Behaviour. Harvard University Press, 1949). La moda y las marcas promueven ese efecto. En un plano más general, se llama también efecto de demostración o de imitación al hecho de que las clases populares (por lo menos una buena parte de ellas) tienden a imitar los modos de pensar y los comportamientos de las elites dirigentes. Incluso, en no pocos casos, tratan de copiar los comportamientos delictuosos de las elites (todos roban yo también), con la creencia de que, como aquéllas, beneficiarán de impunidad.

(9) Dominique Meda, Le travail, une valeur en voie de disparition. Ed. Aubier, Paris, 1995. págs. 106 y 107.

(10) Hay una continuidad, no una discontinuidad, como sostienen algunos, entre el Marx de los Manuscritos y el Marx de El Capital. Siempre el análisis es materialista y dialéctico y se centra en la propiedad privada de los instrumentos y medios de producción y en el sistema social basado en los valores de cambio (mercancías) como fuente de la explotación y de la alienación.

(11) André Gorz, Métamorphoses du travail. Critique de la raison économique, Gallimard, Paris, 2004. Edición en castellano : Metamorfosis del trabajo. Búsqueda del sentido. Crítica de la razón económica. Editorial Sistema. Madrid 1995.

(12) Roger Sue, Temps et ordre social. Sociologie du temps social. Presses Universitaires de France, 1994, pág. 191

(13) Carlos Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse), Siglo XXI Editores, 12 edición, 1989, tomo 2, págs. 227 y ss. [Contradicción entre la base de la producción burguesa (medida del valor) y su propio desarrollo. Máquinas, etc.].

(14) Aunque puede sostenerse que en un sistema socialista el trabajo cesa de ser alienante cuando es realizado como resultado de un proyecto decidido en común con un objetivo de interés general.

(15) “El problema para ellos [los obreros] no es “tomar conciencia” de la explotación, sino, al contrario, poder “ignorarla”, es decir poder deshacerse de la identidad que dicha situación les confiere y pensarse capaces de vivir en un mundo sin explotación. Eso es lo que significa la palabra emancipación”. (Entrevista a Jacques Rancière : http://www.philomag.com/article,entretien,jacques-ranciere-il-n-y-a-jamais-eu-besoin-d-expliquer-a-un-travailleur-ce-qu-est-l-exploitation,375.php).

Dicho de otra manera (más simple) : frente a la explotación capitalista la solución para los trabajadores es « no darle bola» y « pensarse capaces de vivir en un mundo sin explotación”. Y esperar tiempos mejores. En una palabra, Rancière vuelve a poner la alienación patas arriba, a la manera idealista hegeliana, contra el enfoque materialista expuesto por Marx ya en los Manuscritos de 1844. No sería la propiedad privada la causa de la alienación, sino a la inversa. Para Antonio Negri (partidario del Tratado constitucional europeo y teórico, junto con Hardt, de un nebuloso Imperio que está en todas partes y, concretamente, en ninguna: “exit” el imperialismo) el protagonista histórico son “las multitudes”. Desaparecen el proletariado, el campesinado y las clases oprimidas y explotadas como protagonistas de un cambio revolucionario.

Otro que cabe citar es John Holloway, celebrado por los “progresistas” de todo el mundo a raíz de su libro “Cambiar el mundo sin tomar el poder”.

(16) “El ministro cubano de Comercio Exterior e Inversiones Extranjeras, Rodrigo Malmierca, presentó a directivos y funcionarios de instituciones gubernamentales brasileñas la Zona Especial de Desarrollo Mariel, un ambicioso proyecto en marcha en la isla, que ofrece nuevas oportunidades para la inversión extranjera.En esa cita se ofreció información detallada sobre las posibilidades de inversión en la zona, garantías de los negocios, libre transferencia al exterior de dividendos y utilidades”… (Cubadebate, 20/11/2013).


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