Un otoño rumano crucial
Domingo 27 de octubre de 2013 por CEPRID
Florin Poenaru
criticatac.ro.
Traducción para sinpermiso.info: Corina Tulbure
El proyecto de Roșia Montana es polémico y atrae la atención desde hace casi quince años. No solo porque el desarrollo del proyecto apunta a una complicidad entre los gobernantes del Estado y la corporación [canadiense], sino porque tal vez un problema más importante lo constituye la imposibilidad de apreciar la gravedad del impacto ecológico del proyecto. Se utilizarán alrededor de 12.000 toneladas de cianuro para la extracción del oro, plata y metales raros que se encuentran en las cuatro montañas de la región, lo que producirá alrededor de 13 millones de toneladas de residuos por año. Para decirlo sin rodeos, la explotación implica la transformación de la región en un enorme lago de cianuro, lo que la convierte en uno de los mayores proyectos de ese tipo en el mundo.
De acuerdo con el contrato entre el Estado y la empresa, en gran medida secreto, se apunta a algo peor: el coste ecológico en la región supone alrededor de 500 millones de euros al año y será soportado por el presupuesto del Estado. Desde un punto de vista económico, el proyecto dista de ser benéfico para las arcas del Estado: con una proporción de 6% del beneficio y con una participación de 20% en el proyecto, a la larga parece ser que los costes del proyecto sobrepasarán a los beneficios.
Al principio del mes de septiembre, el detonante de las protestas fue el anuncio del primer ministro del Partido Socialdemócrata Victor Ponta en relación con un borrador de ley que iba a despejar el camino para facilitar la explotación. Con una mayoría de más 70% en el Parlamento, incluyendo a los socialdemócratas de Ponta y los nacional-liberales representados por Crin Antonescu, la votación hubiera sido una formalidad. El proyecto de ley es en sí mismo una notable pieza de audacia de los políticos, ya que implica el incumplimiento de una serie de leyes y reglamentos del Estado, con el fin de conceder luz verde al proyecto de la explotación.
Esta incuestionable muestra de favoritismo político hacia una sospechosa compañía provocó naturalmente acusaciones de corrupción e impulsó a la gente a tomar las calles para manifestarse contra el proyecto. No obstante, la oposición a la futura explotación no constituye un fenómeno nuevo. El riguroso trabajo de un puñado de activistas ha conseguido frenar el proceso y ha producido una toma de conciencia en relación con el impacto devastador del proyecto de la explotación. Durante más de diez años, el movimiento Salvad Roșia Montana, que incluye un festival anual en la pequeña ciudad minera, se ha convertido en una de las campañas locales mejor articuladas, basada en argumentos ecológicos en contra del proyecto, al formular, a la vez, una firme crítica a la clase política que ha permitido este tipo de proyecto. Si bien las protestas de este otoño han sido promovidas por estos activistas, rápidamente han aumentado en escala y complejidad y, en consecuencia, resulta difícil considerar el movimiento como un movimiento lineal centralizado en una sola problemática. De hecho, Roșia Montana es similar a un significado vacío que consigue encapsular una serie de coincidencias y de exigencias contrapuestas. A pesar del impresionante número de participantes, se trata de algunas de las protestas más numerosas de la era poscomunista, apenas existe un conjunto unificado de intereses políticos, sensibilidades y demandas por parte de los participantes. Las protestas han atraído a una gran variedad de los segmentos sociales y de las agendas políticas, todos han identificado en estos movimientos una respuesta para sus preocupaciones más amplias. Durante la larga noche de las marchas de domingo se mezclaron ecologistas, nacionalistas, los hinchas del fútbol, anarquistas, feministas, izquierdistas y personas que afirman no tener intereses y afiliación política. La diversidad de proclamas que llevaba la gente demuestra esta heterogeneidad, desde los carteles que pedían el fin de la corrupción entre los políticos a los que militan contra el capitalismo, FMI y las medidas de austeridad o los que simplemente reclaman el orgullo nacional.
Dos factores importantes contribuyeron a la progresión del movimiento y a su diversidad. En primer lugar, el carácter específico del problema de Roșia Montana llevó a la fuerte movilización social de dos facciones: por un lado, la mentalidad ecológica urbana "hipsters" (como tilda afablemente la prensa a algunos segmentos de los participantes, en una mezcla de simpatía y burla) ajustados a lo último en tecnología y en contacto con las protestas globales que ocurren en otros países; por otro lado, el segmento de nacionalistas para los cuales Roșia Montana es un síndrome de la venta a los extranjeros y devastación de los recursos locales. Para ambas categorías, los políticos y las grandes corporaciones internacionales, y sobre todo su connivencia, son los culpables de los planes para destruir Roșia Montana.
Esta alianza constituye la columna vertebral de la compaña Salvad Roșia Montana, que tiene una antigüedad de más de una década y representa el núcleo inicial de las protestas de este otoño. Pero esta superposición entre la ecología y el nacionalismo opera incluso más profundamente en el contexto rumano, hecho que explica la alianza actual. Desde el siglo XIX, la idea de nación ha sido relacionada de forma orgánica con la lengua, la sangre y la tierra. La dimensión ecológica por lo tanto ha sido firmemente arraigada desde sus comienzos y posteriormente ha sido ensalzada durante el nacional-comunismo de la época de Nicolae Ceaușescu. Es por eso que, entre algunos participantes con inclinaciones nacionalistas, el problema real no es necesariamente la explotación en sí, sino el hecho de que la lleve a cabo una compañía extranjera, que roba los recursos de Rumanía con la mediación de los políticos corruptos.
En segundo lugar, precisamente esta dimensión de la lucha contra la corrupción ampliará aún más el alcance de las protestas para atraer más grupos, que anteriormente han prestado poca atención al asunto Roșia Montana. Para estos protestatarios, todo el caso equivale a un síntoma del fracaso de la clase política en su totalidad. En consecuencia, hace falta que se le reemplace por una nueva clase política, menos corrupta y dotada con los valores promovidos por la sociedad civil poscomunista. Para ellos, el aspecto ecológico es secundario y apuntan hacia la reforma de toda la clase política. Desde esta perspectiva, el Otoño rumano es similar al Verano búlgaro, dado que la principal demanda se centra en un país más europeo, civilizado, democrático, en el que los políticos actuales sean reemplazados por formas de participación popular mediante las instituciones de la sociedad civil. No obstante, en el caso rumano, se da un nuevo e importante giro a la situación, un giro que pertenece a los juegos políticos locales, en vistas de las elecciones presidenciales del próximo año. El actual presidente Traian Basescu, un férreo opositor del Primer Ministro y de la actual coalición que trató, en vano, de destituirlo el pasado año, fue un partidario fiel de la explotación de Roșia Montana durante el último decenio. La situación cambió cuando el actual gobierno preparó la mencionada ley especial, detalle que determinó un cambio de táctica e, impulsado por las masivas protestas, ha rechazado abiertamente el proyecto y se ha posicionado a favor de los manifestantes. Este giro ha permitido a sus seguidores, que no se definían o ridiculizaban de forma manifiesta a los protestatarios, juntarse con entusiasmo a las protestas, hecho que incrementó el número de participantes en la calle.
Por supuesto que este cambio precipitado es populista, pero a la vez apunta a un profundo sentimiento arraigado dentro de una larga mayoría de protestatarios: su desconfianza e indignación con los socialdemócratas en el poder, todavía considerados los descendientes del anterior régimen y, por extensión, con cualquier política de izquierdas en general. Por lo tanto, en los últimos días, existe un evidente giro de las demandas iníciales contra la explotación hacía demandas que plantean la dimisión del Primer Ministro. El Primer Ministro, que preside uno de los gobiernos más neoliberales del periodo poscomunista, no ha hecho lo suficiente para aliviar estas críticas, dado que ha apoyado el proyecto a través de mentiras y ha cometido errores garrafales en este proceso.
¿No somos testigos a un caso similar al caso de Turquía, con su movimiento que se inició a partir de un asunto ceñido en torno a la destrucción del parque Gezi y provocó un levantamiento popular contra el actual Primer Ministro y su política? El caso rumano está lejos de eso y de hecho, el Otoño rumano de 2013 es un paso atrás en comparación con el Invierno rumano de 2012, aunque, el consenso neoliberal de la transición poscomunista ha sido cuestionado tímidamente y como mínimo rechazado en parte. Por el contrario, las actuales protestas parecen reafirmar las expectativas de los primeros años de la transición, un capitalismo con rostro humano, sensible a las necesidades de la gente, libre de empresas mezquinas y de políticos corruptos, ofreciendo la prosperidad y la democracia para todos. De hecho, para decirlo en términos más generales, más allá de las demandas inmediatas y el pretexto, las protestas actuales representan una reacción de la clase media local a los efectos de la actual crisis capitalista mundial, expresando una nostalgia por la prosperidad y la seguridad social. Ya que se trata de una crisis que implica cambios drásticos en las relaciones de producción y acumulación, así como una completa reestructuración de las relaciones de trabajo, algunos segmentos de la clase media sienten la presión a la baja en su capacidad de reproducción social. El movimiento de Roșia Montana ofrece en consecuencia una vía de direccionar estas expectativas y frustraciones. Sin embargo, hasta el momento, las protestas no conducen a la articulación de una respuesta política. De hecho, se impide un mayor número de alianzas de clase, ya que, con la excepción de los segmentos de la clase media urbana, el resto de la población es indiferente o simplemente irritada por el tema, forzada a hacer frente a sus propias luchas para ganarse la vida en medio de un empobrecimiento cada vez mayor.
(…) Básicamente, al igual que en el período de entreguerras, la principal fuente de acumulación parece ser la extracción de los recursos naturales por las empresas multinacionales, con el visto bueno de una clase política compradora, cuyo único objetivo es recibir una parte de las ganancias y poder reproducirse en medio de la presión popular ejercida desde abajo. Esta situación traerá consigo el aumento del control político de la población a través de medios militares -hecho visible en los altos presupuestos para la policía y los servicios secretos del Estado que se asignan cada año - y el probable aumento de los nacionalistas de extrema derecha y populistas que tratan de capitalizar el descontento popular.
Es por eso que este Otoño rumano es crucial. Su resultado esbozará el día de mañana tanto en Rumanía, como en la región.
CEPRID
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