EHk 2019 en la antesala de lo inevitable

Desde la tramposa política

La espantada de la derecha española en junio del año 2018, abandonando el poder político y dejándolo en manos de la socialdemocracia, ha sido explicada comúnmente como consecuencia del alto grado de corrupción de su partido de gestión y del advenimiento de un cúmulo de procesos judiciales contra sus cargos gubernamentales. Para este relato no es chirriante que similares procesos hubieran sido una constante de las últimas legislaturas y que no hubiesen pasado factura electoral a esta opción. Siguiendo su hilo discursivo, la socialdemocracia habría desalojado con osadía a esta derecha para poner en marcha con urgencia su reparadora agenda de reformas sociales, apoyada en su heroica gesta por la siempre empírica democracia cristiana vasca.

En el contexto actual de desmembración de la Unión Europea, con la salida de su socio británico, y de llamadas constantes a afrontar un inminente episodio de crisis capitalista, y de grave crisis del entramado institucional español frente al hecho de la insubordinación de la autonomía catalana, otra visión más ajustada sería la de la muy probable emergencia de una nueva recesión económica, que acarreará nuevos ajustes y recortes.En tal tesitura una derecha de gestión aún en el poder y con una imagen desgastada ante unos sectores sociales que han tragado a duras penas el cuento de la recuperación, sería incapaz de aplacar un nuevo ciclo de resistencias y luchas sociales. Desde esta premisa, la llegada a los centros de poder político de la socialdemocracia española no habría sido tanto merced a su iniciativa, como al necesario relevo en la alternancia en el poder estatal, en el que las medidas reformistas tratarían de encauzar los efectos de una nueva vuelta de empobrecimiento y precarización y de contener las consiguientes protestas fruto de ese nuevo episodio de recesión. Asimismo, caería sobre las espaldas de esta renovada legitimidad, la tarea de reconstruir el tejido del régimen, fracturado por la insubordinación de las instituciones catalanas, lanzadas a la aventura independentista por esa curiosa alianza de su nueva burguesía sin encaje en los espacios de poder españoles con el impulso separatista de las entidades y comités populares soberanistas.

Como efecto colateral, la asunción del gobierno español con el beneplácito de la Unión Europea por la socialdemocracia, la izquierda del capital, ha atraído hacia su proyecto reformista a la llamada izquierda renovada, materializada hace apenas cinco años, y que se presenta a sí misma ahora como imprescindible aliado para el pretendido giro social de las instancias gubernamentales. Con un programa resumido en la defensa de la agenda socialdemócrata europea más focalizada hacia la economía de la sostenibilidad y la defensa del Estado del Bienestar en base a una fiscalidad progresiva, queda ya como mera izquierda remozada. Así, la vuelta al ejecutivo de la socialdemocracia clásica supone también el anclaje socialdemocrata de la izquierda remozada, lo que le confina en un papel complementario en lo político y secundario en lo parlamentario. Si unos, en su versión españolista, representan los intereses de las clases medias universitarias orilladas en su promoción social al truncarse el periodo ascendente del ciclo de globalización desarrollista y aspiran a ser los paladines del verdadero reformismo socialdemócrata, otros, en su versión abertzale, los representantes de empleados y obreros garantizados vascos, sueñan con ser el socio preferente de la democracia cristiana vasca que empuje a esta a la aventura independentista a la catalana, para que allí se desfonde y así poder ocupar su puesto. Del «mantra instituyente» que soplaba hace ahora un lustro, y que arrastraba hacia la utilización de las instituciones de la democracia representativa a las nuevas generaciones de lucha, restan ahora solo estos apocados vahos.

En cuanto a la derecha española y su división en tres segmentos electorales diferenciados, como son los de sus opciones, la derecha liberal y moderna (que pretende emerger de la nada, ofreciéndose como recambio y regeneración en clave de óptimo funcionamiento del mercado, al estilo de la flamante nueva derecha francesa en el poder), la derecha de gestión al uso hasta la fecha (utilizando el aparato y los recursos estatales en beneficio de la prosperidad de las grandes empresas nacionales y de las clases altas locales) y la derecha ultramontana (que hace del discurso patriótico su eje principal sin tener que concretar a cuál de los otros dos modelos económicos se va a remitir), esta división se entiende entonces como parte del movimiento envolvente de su futuro regreso en clave de triunfo, cuando la opción de la izquierda del capital se estrelle en un contexto de recesión ante la falta de solvencia del aparato estatal necesario para afrontar el gasto que le exige la agenda socialdemócrata.

Con todo, los aspavientos parecen haber venido de la emergencia del sector más desacomplejado de la derecha, aplacado y apocado hasta hace poco en el interior de la derecha de gestión, sector que, pese a su rancia verborrea histriónica, conecta sin dudas con las pulsiones que han aupado al poder al patriotismo antiglobalización en las economías emergentes (como la rusa o brasileña) o en el viejo corazón capitalista estadounidense y que crecen a similar ritmo en el primer mundo, desde el interior europeo hasta el ignoto canadiense. De este modo, el desencanto con los cantos neoliberales (que aúnan en un discurso patriótico a sectores desclasados de la vetusta clase media y a fracciones empobrecidas de las clases trabajadoras autóctonas) sea una tendencia global, y que aflore por fin en territorio español, no da lugar a la sorpresa. Tampoco que el liderazgo de la concreción local de esta tendencia global, sea encabezado por un vástago del carlismo vasco, históricamente la fracción reaccionaria popular y combatiente de la derecha y que hizo de la indignación y la movilización su propia marca, liderada por un superviviente irredento de los malestares antimodernos que encarnó por un siglo el tradicionalismo. Así, la derecha ultramontana se viste de nuevo de caudillismo requeté para liderar los sectores populares reaccionarios que, como ya sucediera en similares circunstancias históricas hace ya 150 años, identifican las causas de su empobrecimiento con los nuevos giros del capitalismo, pero refugian sus miedos en las certezas tradicionalistas y encaminan su ira hacia los sectores progresistas.

Resistencias

Incombustibles, las movilizaciones de pensionistas continúan, en sus formatos de concentración semanal y de manifestaciones trimestrales. El ardor movilizatorio se ha mantenido sobre todo en las localidades vascas (también en la capital madrileña), con un contingente integrado por los veteranos de la antigua clase obrera industrial, que ni han tragado las promesas del nuevo gobierno socialdemócrata ni aceptan las excusas de las autoridades autonómicas vascas. Su organización sigue siendo la de las agrupaciones locales formadas en las antiguas localidades fabriles, más allá de las diferentes organizaciones de pensionistas que también existen y de las coordinadoras de herrialde y que mantienen entre ellas algunas diferencias tácticas. Sus reivindicaciones han ido enriqueciéndose durante el último año de movilizaciones, incorporando a su exigencia de pensión mínima común (que hace una referencia explícita a la brecha de género y que ataca el llamado factor de sostenibilidad), la demanda de la subida del salario mínimo interprofesional, y añadiendo a la exigencia del mantenimiento del sistema público de pensiones, el rechazo a las «entidades de previsión» impulsadas desde las administraciones públicas vascas.

Esta ampliación de los objetivos del movimiento de pensionistas junto con su adopción de un lenguaje reivindicativo de mayor carácter nacional vasco, no ha conseguido sin embargo atraer de modo efectivo hacia sus movilizaciones a sectores laborales aún en activo ni a los juveniles, sectores que simpatizan con sus objetivos pero que no valoran su convergencia con la lucha por las pensiones dignas como una oportunidad para imponer unas reivindicaciones ya más amplias y comunes. La veteranía de estas y estos luchadores agrega a su determinación la virtud de la paciencia en su propósito de que este conflicto pueda llegar a ser confluencia para los diferentes sectores proletarios precarizados.

Pero si durante el año de 2018 fueron estas movilizaciones de pensionistas las que consiguieron visualizar a la mayoría social vasca sobre cuya explotación se basa el bienestar de una minoría que no alcanza sino a la cuarta parte de su cuerpo social, otro conflicto laboral de larga duración, el del sector de la enseñanza concertada en la CAV, ha tomado su relevo. Las huelgas que han salpicado el presente curso escolar, contando con la determinación de una plantilla a la que su apuesta reivindicativa le ha estado suponiendo grandes costes personales, ha tenido como virtud añadida volver a sacar a la luz pública la realidad del espejismo sablista sobre el que se asienta la actual y local organización social. Sus huelgas han ido trasladando al debate público, la existencia de una gigantesca red de subcontratación en el sector de la Educación, cercana a la mitad del total, la de los «colegios religiosos», que mientras se alimentan de recursos públicos, mantienen a sus trabajadores en condiciones y salarios muy por debajo de los de su sector. Teniendo como alumnado a los hijos de esa cuarta parte privilegiada de la sociedad vasca más a los de quienes a duras penas invierten en la educación en esos centros como posible «ascensor social» para su descendencia, el conflicto en la educación concertada, revela la naturaleza del modelo del oasis capitalista vasco, basado en la precarización laboral y el desvío de recursos públicos hacia empresas afines, sí. Aunque también, la segregación social existente que, en el caso de la educación separada de los descendientes de la minoría privilegiada mediante su escolarización en la red «concertada», garantiza la pervivencia de la desigualdad, no solo en lo económico, sino también en el plano simbólico y cultural.

La movilización de este segundo 8 de Marzo, devenido en día de huelga total para las mujeres, ha conseguido mantener los niveles de incidencia del pasado año, pese a que ya no se sustentara en una indignación sobre un episodio concreto reciente, sino sobre el propio recuerdo de la fuerza movilizatoria del año precedente. Los esfuerzos organizativos han sido mayores para dotar de mayor contenido anticapitalista y antiheteropatriarcal a la fecha, esto es feminista, centrando la apuesta organizativa en vigorizar las movilizaciones de la mañana y los efectos visibles de la huelga. La huelga feminista, que cuestiona el trabajo visible e invisible de las mujeres y que propone su paralización ese día, ha proporcionado muchos aprendizajes para analizar y encarar cada una de las tareas que las mujeres asumen; su carácter global, de paro en lo productivo, reproductivo y de consumo, así lo exige. Y las manifestaciones de tarde noche volvieron a ser multitudinarias, rebosando fuerza y entusiasmo combativo.

No obstante, el impacto real de la huelga del 8M en el mundo laboral fue escaso y se circunscribió a los sectores laborales garantizados, lo que remite peligrosamente a los reductos participantes de las huelgas generales políticas de hace una década y que terminaron por ser un «lujo asequible» para segmentos salariales altos y con solidas garantías contractuales. Que el próximo 8M de 2020 caiga en domingo y que la propuesta de huelga general en lo productivo (en teoría mundial) parta principalmente de tierras vascas, puede ser una oportunidad para replantear partes de esta apuesta movilizatoria y adecuarla a propuestas más inclusivas y con mayor capacidad de éxito, ilustrándose para ello en prácticas reivindicativas de otros 8M, como el paro feminista francés, que contabiliza y traduce a minutos la brecha salarial de género y determina así la duración exacta del paro. Por ejemplo. Con todo, sigue quedando en el aire el difícil encaje entre la nueva oleada feminista que no debería quedarse en rejuvenecida correa de trasmisión de la precedente, sino saber imponer nuevos intereses y nueva agenda, cuestión que, en todo caso, solo se resolverá en el curso de nuevas movilizaciones.

La circunstancia de Euskal Herria como tránsito de inmigración desde la frontera continental hacia el próspero norte europeo, inmigración mucho más numerosa con la climatología estival, ha puesto de manifiesto de nuevo la realidad de la «muga» española-francesa y la microscópica malla asistencial institucional hacia los migrantes en tránsito. La existencia de redes sociales, como Ongi Etorri Errefuxiatuak y otras más amplias locales, ha vehiculado con gran creatividad esta emergencia, poniendo en marcha diversas formas de apoyo mutuo y de denuncia, durante el pasado verano-otoño. La implicación de espacios ocupados, como Lakaxita Gaztetxea de Irun, Karmela en Bilbao y otros, acogiendo temporalmente bajo su techo a contingentes de migrantes en coordinación con las redes de acogida locales, ha constituido un salto en el propio papel de los espacios ocupados y en la coordinación entre diferentes colectivos sociales. Como lección, los ricos y necesarios debates sobre si las instituciones o los propios recursos militantes habían de solventar dicha emergencia, han sufrido un baño de realidad al constatarse también las limitaciones de los recursos populares actuales ante una situación de perentoria necesidad. Más allá de que la salud del movimiento de ocupaciones, se mida como es habitual en pulsos concretos (este año alrededor de los desalojos del «Maravillas» de Iruñea y su particular relación con las instituciones de «el cambio» progresista navarro), la compleja experiencia con los migrantes en tránsito y sus redes de apoyo, muestran muchos de los desafíos a los que deben hacerse frente, tanto por los centros ocupados para dar una utilidad social amplia a sus espacios, como por las redes de acogida para desdeñar un carácter asistencial.

La revuelta de los «chalecos amarillos» en la Francia interior, como movimiento social y por tanto heterogéneo, ha reunido diversos intereses de diferentes sectores sociales empobrecidos y precarizados por la concentración de servicios y «oportunidades» en las grandes urbes. La nueva vuelta de tuerca que supone la apuesta de la Unión Europea por una renovación industrial menos dependiente de las energías fósiles y derivados, cuyo coste se carga de nuevo sobre las clases desfavorecidas, ha desencadenado esta ola de protestas en territorio galo, que han tomado formas más combativas y consejistas o menos, según localidades y momentos. Formados por sectores sociales autóctonos, el malestar ha tomado en todo caso una orientación no reaccionaria, como podía ser lo esperable en el ambiente europeo, sino que ha adquirido tintes de desafío que ha hecho tambalear las bases ideológicas y de poder de la nueva derecha francesa. Combatidos por los poderes locales franceses y ninguneados más allá de sus fronteras por una especificidad difícil de comprender con los rígidos esquemas al uso, los chalecos amarillos cuestionan el nuevo orden económico de la «transición a la sostenibilida». Transición como oportunidad de negocio, que se impone también como única receta progresista de las diversas izquierdas del capital, en su modalidad de generación de empleo público. Transición como nueva fase del capital europeo, el capitalismo mesetario, que generará renovadas resistencias de la que la de los chalecos es pionera.

Transición como eterna postergación, que ha encontrado también en los «Viernes para el futuro» otra manifestación de malestar de los más jóvenes, por encima de que sus reivindicaciones flirteen con los tópicos delas «ilusiones renovables» de las que bebe también la propaganda de la «Transición». Pese a todo, estas formas reivindicativas, u otras más contundentes inspiradas en los Días de Rebelión londinenses o posteriores, generarán sus propios derroteros movilizatorios, activando y radicalizando a las más jóvenes generaciones, herederas de facto de un mundo arrasado por el capitalismo, contra el que deberán de actuar con urgencia inaplazable.

Hacia unas nuevas prácticas libertarias

A tenor de los próximas convulsiones que se avecinan por estos lares (nueva recesión económica, reconformación interna y reubicación de la UE en el organigrama mundial, intensa robotización de la industria con incremento del paro, minorización del sector del automóvil y su industria auxiliar, notoriedad de los efectos del cambio climático, etc.) y de las resistencias sociales que generarán, parece sensato comenzar a construir instrumentos de acción y análisis colectivo en la dirección que la tendencia avanza.

Para encarar los nuevos desafíos, el anarquismo, como corriente interna del movimiento obrero primermundista históricamente en su origen, posee herramientas valiosas aunque también considerables taras para reformular. Y además se añade la circunstancia de que su matriz de pensamiento, comparte no pocas premisas con el ideario neoliberal hoy en hegemonía y cuyo ejemplo más obvio sería la pujanza de la tendencia «libertariana» del capitalismo, la que aboga por la jibarización del artefacto Estado y por la autorregulación del mercado. En este contexto, la penetración en la vida cotidiana de las clases populares europeas de la informática en red y de sus siempre nuevos y atractivos cachibaches y la modificación de sus patrones de pensamiento y conducta a través de la misma, se apoya significativamente en los ideales «libertarianos», que se encuentran también detrás de su impulso. Acceso instantáneo a la totalidad y sin mayor regulación que la de quienes toman la iniciativa, sentencia que rige el código moral de la red, parecería que comparte elementos fundamentales del acervo anarquista, como el del rechazo ácrata a la regulación estatal o el de la libre y urgente accesibilidad a las necesidades. Sin embargo, esta falsa identificación que tiende a desdibujar una necesaria aportación libertaria a nuestro tiempo, parte de aislar las ideas fuerza del anarquismo de su origen y dimensión comunitaria.

Resulta entonces imprescindible retomar la dimensión libertaria comunitaria, origen de una corriente revolucionaria que nació de la radicalización de las Sociedades Obreras de Resistencia decimonónicas y de sus aprendizajes políticos durante un siglo. Ese origen comunitario insiste en el compromiso libremente aceptado con los iguales frente a una etérea libertad carente de responsabilidades, articulándose esa solidaridad práctica como pilar filosófico anarquista (apoyo mutuo). Así, los próximos estados de necesidad por las sucesivas recesiones y la excedencia de mano de obra con el incremento de la robotización junto con la progresiva privatización de servicios sociales encauzados hasta la fecha por el Estado del Bienestar, llaman así a la reedición de comunidades de iguales dirigidas a paliar la necesidad, desde la responsabilidad de sus integrantes. Y para ello, es necesario introducir el concepto de obligatoriedad rotatoria comunitaria que de cuerpo a un compromiso real y útil por encima del fetiche de una desubicada libertad.

También el concepto tradicionalmente campesino de límite frente a totalidad debe también reincorporarse a la tradición anarquista, apremiada además por la urgencia de los embates de la nueva climatología global tras el capitalismo y los delirios en red libertarianos. Asimismo el de contexto frente al universalismo; el necesario cuestionamiento de realidades y modelos de análisis en clave postcolonial (partiendo siempre de la constatación de desde dónde se originan), la mirada de género en un contexto de multiopresión, son otros de los débitos históricos, de las variadas taras de la tradición anarquista que han de ser reparados en el curso de las nuevas prácticas.

Desde aquí, otro de los condicionantes a tomar en cuenta, es que la ya indiscutida esclerotización de la tradición anarquista tras la Segunda Guerra Mundial (erigiéndose en mera ideología en inversa proporción a su calado social), ha sido clave para distanciar de la misma a las generaciones de lucha surgida en el interior de los movimientos sociales. Este hecho común en los últimos 50 años, ha potenciado también la aparición de nuevas tradiciones de lucha con entidad propia desde las propias luchas (el feminismo, sin ir más lejos), pero que en la actualidad se extiende a muchas otras luchas longevas activas desde finales de los setenta del pasado siglo (entre ellas, por ejemplo, las ocupaciones). Esta realidad ha de ser tenida muy en cuenta a la hora de imprimir a esa tradición anarquista rediviva una característica de humildad, que la aleje de la pretensión totalizante y de la odiosa arrogancia de la ideología.

Porque es precisamente esa arrogancia progresista de la que puede llegar a participarse, la que empuja cada vez más a los sectores empobrecidos y precarizados hacia posiciones reaccionarias. Despreciados culturalmente también por una izquierda progresista que comparte y detenta los valores teóricos (ilustración y democracia) del régimen económico que los martiriza día a día, la desafección con el capitalismo y su democracia representativa se amplía así hacia quienes se benefician o se amparan en él. La polisémica democracia, en boca de tirios y troyanos y capaz de albergar en su totalitarismo cualquier grado o matiz (desde una dictablanda hasta una teocracia), es un baúl de sinsentido que solo agrava la desconexión de la gente común con ese mundo feliz del no participa. Que una de las ideas fuerza más exitosas en todo el nuevo «patriotismo antiglobalización» sea la llamada a la desobediencia a la «dictadura pijo-progre», como aquí la denomina la derecha ultramontana ha de hacernos pensar.

Construir, entonces, nuevas comunidades de resistencia, desde el ahora y orientadas hacia la gestión de la supervivencia, desde la solidaridad de iguales y bajo una perspectiva nutricia, es un objetivo que entronca con naturalidad con el propósito anarquista. Pero en su construcción se requerirá la alianza de sectores ideologizados (mayormente procedentes de capas salariales garantizadas) con empobrecidos, desclasados y excluidos, y no será pues tarea fácil. Aunque podrá trenzarse desde el mantenimiento cotidiano de realidades en lucha, valiosas para la vida cotidiana y en coherente enfrentamiento con los valores del capitalismo mesetario. Ese y no otro, contra el que ahora nos enfrentamos.

Jtxo Estebaranz

Mayo 2019

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