Reproducimos a continuación cinco poemas de este libro (y un sexto inédito: «Las manos») del poeta asturiano David González. Crudeza e ironía para retratar una realidad sangrante.
denominación de origen
la misma palabra lo dice: cárcel
diminutivo de cárcel: reformatorio
sinonimos de cárcel
penal
presidio
correccional
penitenciaría
(los dos ultimos incluyen
matiz de regeneración).
prisión es palabra escogida
o forense.
se la conoce también por otros nombres:
talego (el más extendido)
maco
trullo
trena (germanismo)
los gitanos la llaman estaribel
o estar,
que viene a ser lo mismo
pero abreviando, sin embargo,
cuando están dentro de una,
cuando te ves allí metido,
el nombre es lo de menos,
no tiene mayor importancia,
lo único que cuenta,
es que siempre,
en todo momento,
es una cárcel,
una cárcel, tío.
el resto del camino
a veces ocurre.
no me preguntes
ni cómo
ni por qué,
pero lo ciertov
es que ocurre:
me quedo parado
en mitad de la celda
mirando fijamente
las baldosas del suelo,
sin reconocerlas,
ni reconocer en ellas
los
pasos
perdidos.
Las manos
Las manos,
me decían mis padres
antes de sentarme
a la mesa a comer,
lávate bien
las manos.
a comprender
No alcanzaban
que los niños
las tenemos siempre
limpias.
El tigre
luis tenía tatuado
un tigre en el antebrazo.
bueno, no sé si era un tigre o un leopardo,
o algo así,
y se chutaba en las pintas
de la piel del animal
porque de esa forma no se le notaban las marcas.
y así siempre
hasta que un día
el tigre se cansó
y le comió el brazo
de un mordisco.
Seamos realistas
en este sitio
nadie cuenta las estrellas por la noche
humillación
el funcionario,
un cacho de cárne con ojos
en mangas de camisa dice:
todas las cosas
de metal que tenga,
sáquelas y déjelas
sobre la mesa.
luego, mi abuela,
apoyada en su muleta
(hace un año
se sompió la cadera
al caer de espaldas al suelo
mientras limpiaba los cristales
de la ventana de la cocina
subida encima de una banqueta),
pasa por el detector
de metales y el detector
emite una serie de pitidos.
a lo mejor es la muleta
dice mi madre
¿puede andar sin ella?
le pregunta el funcionario.
bueno sí, pero no querrá que
que se la dé a usted
y que vuelva a pasar.
y mi abuela,
su largo pelo blanco
recogido en un moño
por detras de la cabeza
un pañuelo negro cubriéndola
hace lo que le ordenan
y, aunque cojenado,
consigue que el detector de metales
pite otra vez.
a ver, quítese ese pañuelo.
mi abuela obedece.
seguro que son esas horquillas,
así que haga el favor
de soltarse el pelo.
mi madre explota:
¿pero no se le cae a usted
la cara de vergüenza
al hacer que una persona
tan mayor tenga
que pasar por todo esto
para ver a su nieto?
¿quién se cree que somos nosotros?
¿es que no sabe distinguir a la calaña
de las personas honradas?
pero ya mi abuela,
con su vestido gris,
está pasando otra vez
por el detector de metales
con idéntido resultado
que las dos veces anteriores.
y el funcionario,
un cacho de carne,
dice:
quítese el vestido.
si quiere puede doblarlo
y colgarlo del respaldo
de esa silla de ahí.
mi madre está tan indignada
que no le salen ni las palabras;
y mi abuela,
cojeando,
despeinada,
en enaguas,
consigue cruzar al otro lado
del detector de metales
sin ser delatada.
ahora ya puede vestirse
y pasar al locutorio
dice el boqueras.
no tiene usted
perdón de dios
dice mi madre.
y mi abuela, que al ir
a ponerse el vestido
ha encontrado en un bolsillo
una moneda suelta,
se acerca al boqui
y le dice:
perdón, señor,
¿sería esto lo que sonaba?
y le pone delante de los ojos
a modo de espejo en miniatura
una peseta
con la cara de Franco.