DISCRIMINAMOS A LOS ANIMALES NO HUMANOS. BARRERAS MENTALES

Una serie de barreras, invisibles a los ojos pero bien ancladas en nuestras mentes, nos separan a los seres humanos del resto de especies animales. Esos muros, construidos en base a costumbres, prejuicios, egoísmo, prepotencia y uso indebido de la fuerza, condenan diariamente al dolor, al sufrimiento y a la muerte a millones y millones de seres inocentes que, para su desgracia, al nacer no tuvieron forma humana. Cualquier persona mínimamente informada sabe que los humanos somos una especie animal más. Linneo y Darwin, entre otros, lo dejaron muy claro. Compartimos con los chimpancés, los bonobos, los gorilas y los orangutanes un porcentaje enorme de nuestra herencia genética (más de un 95%) y, junto con ellos, formamos el grupo de los grandes primates. Sí, somos primates. Nuestro grupo forma parte de otro mayor, como el de los mamíferos, y el de los vertebrados. Y así, sucesivamente, se conforma el continuum del reino animal, donde no hay separaciones bruscas entre unas especies y otras. Sin embargo, los miembros de la especie humana consideramos que tenemos un estatus especial y maravilloso, casi sagrado, que somos sujetos de dignidad y de todo tipo de derechos. Frente a nuestra especie hemos erigido un muro. Y detrás de ese muro está el resto de los animales. Metemos en el mismo saco a los gorilas y a las moscas, como si un primate tuviera más parecido con un insecto que con nosotr@s, pese a lo que cualquier espejo refleja sin dejar lugar a dudas. Nos cuesta mucho asumir esta realidad y, una y otra vez, aducimos nuestras características y capacidades para establecer unas diferencias que nos resultan muy convenientes. El lenguaje, la religión, la música, el sentido de la muerte, el sexo desligado de la reproducción o el hecho de enviar cohetes a la luna parecen ser definitivos. Sin embargo, olvidamos las características y capacidades en que otros animales nos superarían, sin lugar a dudas. Los pájaros pueden volar por sí mismos y nosotr@s no; los peces bucean innegablemente mejor que nosotr@s y las ballenas se comunican de una forma tan sofisticada que nosotr@s, “seres superiores”, no conseguimos entender. El hecho de que existan distintas características o habilidades no debería dar lugar a ninguna supremacía. Por ejemplo, no admitimos que una ley estableciera que las personas que miden 1,90 o que son blancas y rubias tienen una primacía innegable sobre las que miden 1,50 o las que son negras.

Esta discriminación en función de las características que constituyen una especie biológica, es lo que se llama especismo, y es totalmente equiparable al racismo, al sexismo o al clasismo. Sólo que en estos casos, la discriminación se basa en la raza, el sexo o la clase social, en vez de en la especie. En virtud del especismo discriminamos de forma arbitraria e injusta al resto de las especies animales, lo cual se traduce en un terrible dolor y sufrimiento para millones de seres inocentes a los que hemos despojado de dignidad y derechos, a pesar de que comparten con nosotr@s, además de una herencia genética común, la capacidad de sentir y de sufrir.

Hay otra manifestación, terrible también, del especismo o de esas barreras mentales a las que aludía al principio. Hacemos una distinción muy cuidadosa entre unos animales y otros (como también la hacemos entre unos humanos y otros), y esta distinción determina de forma precisa qué relación vamos a tener con ellos. Hay algunos animales que nos resultan simpáticos, bonitos y atractivos, y por eso los elegimos como animales de compañía para que vivan en nuestras casas, o los internamos de por vida en recintos limitados, jaulas o peceras, para poder disfrutar de su visión en los zoológicos, safaris, parques naturales, delfinarios o acuarios. Hay otros animales cuya carne nos gusta, y entonces los hacinamos en condiciones miserables en las granjas intensivas, para que podamos disfrutar de su sabor a un precio módico. Asumimos que nosotros no somos animales, pero utilizamos animales con los que no nos identificamos, como las ratas de laboratorio, para hacer crueles experimentos con ellos, porque son parecidos a nosotr@s y, según dicen los científicos, podemos extrapolar los resultados a nuestra especie (¡he aquí una buena contradicción!). En otros casos, decidimos echar el resto para que algunos animales salvajes en peligro de extinción no desaparezcan del planeta, después de que les hayamos dejado sin sitio para vivir. Tenemos claro que el tigre de Bengala debe pervivir, pero si la especie amenazada fuera la rata de alcantarilla o la cucaracha,… poco haríamos para salvarla. Finalmente, hay animales muy unidos a nuestra vida cotidiana en sus momentos de trabajo y diversión; a los animales de trabajo, por ejemplo, los explotamos a diario, de forma inmisericorde, en tareas muy duras, y a los que simbolizan algo para nosotros los masacramos en las fiestas de nuestros pueblos. Es curioso ver cómo el mismo animal puede ser tratado de diferente manera según dónde viva. Un elefante, por ejemplo. Aquí nos fascina su enormidad y lo contemplamos en los circos, los zoos en incluso en algún desfile publicitario. Se han hecho muchísimos documentales sobre ellos. En Asia lo utilizan como animal de carga. En África son una especie cinegética más, perseguida por los aficionados a la caza mayor, y también los matan para traficar con su marfil, marfil que acaba en nuestras vitrinas de Occidente. Pero nos cuesta relacionar esa madera tropical tan bonita con el elefante que arreó con ella, o esa figurita de marfil tan mona con el animal que murió para que fuera tallada.

Hay una tercera barrera mental que quisiera mencionar. En nuestra sociedad, cada vez más personas trabajan en asociaciones de defensa de los animales y cambian su forma de vida para evitar al máximo el sufrimiento a otros seres. Sin embargo, deben enfrentarse a una serie de descalificaciones gratuitas y muchas veces irreflexivas, basadas en prejuicios y en cierto miedo a bajar de ese pedestal en el que l@s human@s nos hemos auto-elevado. Se considera perfectamente lícito -e incluso recomendable- militar en una asociación humanitaria o en un sindicato, ser fan de un grupo musical o coleccionar posavasos, pero se critica a quienes reivindican para otros seres el derecho a la vida, a la dignidad y a no ser maltratado. Quienes defendemos esta causa legítima y solidaria intentamos poner fin a la explotación abusiva, al exterminio por placer, al sufrimiento y al dolor inútil a que sometemos a los animales no humanos. Porque sólo a esto último nos referimos cuando hablamos de derechos de los animales.

La cuestión de los derechos de los animales está de candente actualidad en numerosos países del mundo. Existen innumerables asociaciones animalistas de las que forman parte millones de personas. Todas ellas tenemos en común la firme creencia en que los animales, todos los animales, tenemos unos derechos básicos que deben ser respetados. ¿Por qué consideramos que tiene pleno sentido hablar hoy y aquí de los derechos de los animales? Podemos apuntar tres factores que lo justifican:

1. Los animales son entes biológicos sensibles al dolor y al sufrimiento.

2. El ser humano agrede y maltrata a los demás animales en multitud de facetas, generando con ello un sufrimiento enorme.

3. Los hombres y las mujeres somos animales éticos; es decir, somos capaces de hacer juicios de valor sobre nuestros actos.

Estros tres factores no son conclusiones o ideas interesadas de l@s animalistas, sino que se trata de hechos objetivos que difícilmente nadie puede cuestionar. Además, dichos factores nos obligan moralmente a no causar un daño gratuito a quien es capaz de sufrir y sentir dolor, sea humano o no.

La lucha por la liberación animal se sitúa dentro del contexto progresista de las luchas contra la violencia, a favor de la igualdad. No se puede ser antiespecista y, al mismo tiempo, ser racista o sexista, del mismo modo que sería imposible ser antiespecista y, al mismo tiempo, ser indiferente ante las víctimas humanas de las injusticias sociales y económicas. En nuestra opinión, la opresión de que son víctimas los animales no humanos, lejos de constituir un fenómeno marginal, representa un modelo central de dominación y abuso, sobre el cual se apoyan las dominaciones y abusos que se producen entre los humanos. La lucha por la liberación animal implica cuestionar los mecanismos del desprecio y la opresión. La lucha contra el especismo implica una revolución cultural, un cambio total de nuestra forma de vida que afecta a todo el pensamiento y a todas las actitudes humanas. Y tod@s, absolutamente tod@s, estamos implicad@s. Tod@s, absolutamente tod@s, podemos decidir si somos parte del problema o parte de la solución.


UN EXPERIMENTO

Exhalar un suspiro por el destino de los animales utilizados en experimentos de laboratorio suele considerarse una pura extravagancia. Es indudable que esto se debe a la incapacidad del lego por hacerse una idea clara de lo que en realidad les sucede a los animales a partir de la terminología técnica, tal como aparece en muchas publicaciones de fisiología e investigación médica; y también se debe a la previa suposición de que tales investigaciones están directamente relacionadas con algún beneficio para el hombre, y de ahí su necesidad. Veremos ahora un informe bastante completo elaborado por el Ministerio Británico de Abastecimientos durante la segunda guerra mundial, sobre los efectos de los gases venenosos. El relato contiene excesivos tecnicismos, pero es que el experimentador había inyectado una fuerte dosis de gas lewisita en el ojo de un conejo y tuvo que registrar exactamente durante dos semanas cómo su ojo se iba pudriendo. Pero vale la pena observar la forma en que el lenguaje y el estilo del informe nos distancian de la realidad del asunto. Es imposible caer en la cuenta de que el hecho está sucediendo ante un observador humano.
“Lesiones muy graves provocan la perdida del ojo. En dos de los ojos de las series de lesiones muy graves, la acción destructiva de la lewisita produjo necrosis (destrucción) de la córnea antes de que los vasos sanguineos se hubiesen extendido hasta ella. Ambas lesiones fueron producidas por una gotita. En uno de los casos, el conejo fue anestesiado, lo cual favoreció la extensión de la lewisita por toda la conjuntiva. La secuencia de acontecimientos en este ojo comienza con espasmo instantáneo de los párpados seguido de lagrimación en 20 segundos (primero lágrimas claras y al cabo de un minuto 20 segundos creación lechosa harderiana). En 6 minutos, el tercer párpado se vuelve edematoso (hinchado) y en 10 minutos los párpados propiamente dichos comienzan a hincharse. Salvo guiños ocasionales, el ojo permanece cerrado. En 20 minutos, el edema (hinchazón) es tan grande que el ojo ya no aparece cerrado, pues los párpados no logran tapar el globo. A las 3 horas, no es posible ver la córnea y hay petequias conjuntivales (pequeñas hemorragias). Continúa la lagrimación.
A las 24 horas el edema comienza a remitir y el ojo emite mucopús. Hay una intensa iritis (inflamación) y la córnea es edematosa sobre todo por el tercer superficial…

Al tercer día hay abundante emisión y los párpados están todavia hinchados. El cuarto día los párpados se pegan a causa de las emisiones. Intensa iritis. Las córneas no están muy hinchadas. El octavo dia hay pus, los párpados están carnosos y comprimen el globo, de forma que el ojo no puede abrirse completamente. A los diez días la córnea es todavía avascular, muy opaca y aparece cubierta de pus. El día 14 el centro de la córnea parece licuarse y disolverse, dejando una descemetocele (una membrana sobre la córnea), que permanece intacta hasta el dia 28, en que rompe dejando solamente restos de un ojo en una masa de pus.”

(Ida Mann, A. Pirie, B. D. Pullinger, An Experimental and Clinical Study of the Reaction of the Anterior Segment of the Eye To Chemical Injory, With Special Reference to Chemical Warfare Agents, “British Journal of Ophtalmology”, Monograph Supplement XIII).

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