CEPRID

La biodiversidad en los tiempos del capital monopolista

Lunes 10 de mayo de 2010 por CEPRID

Juan Manuel Olarieta

CEPRID

A finales de 2004 a algún ingenuo se le ocurrió poner un anuncio en la prensa de León ofertando semillas de cebada, para lo cual ponía su número de teléfono a disposición de los interesados. Pero resultó que entre los interesados por aquellas semillas estaba el Seprona, es decir, el Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil, la policía verde por antonomasia. Como era de esperar el asunto acabó en el juzgado competente.

Año y medio después se celebró un acto oficial en el Ministerio de Agricultura: el político de turno otorgaba el premio Semilla de Oro 2005 que concede Aprose (la Asociación Profesional de Productores de Semillas) al Seprona, es decir, a la Guardia Civil.

Como en tantos otros sectores económicos, los capitalistas productores de semillas están asociados de manera monopolista en una organización corporativa que otorga un premio utilizando para ello la sede del Ministerio, es decir, la propiedad pública destinada a fines privados, a promocionar el lucro capitalista.

El burócrata que concedió la medalla a la Guardia Civil en el Ministerio de Agricultura pronunció el típico discurso en el que destacaba la persecución que viene llevando a cabo Guardia Civil del comercio fraudulento de semillas y la defensa de los derechos de los inventores de variedades vegetales, lo que -según dijo- contribuirá a mejorar la calidad de la cosecha. La semilla certificada -concluyó- es la única que garantiza al agricultor una adecuada pureza, una correcta germinación y unas características de sanidad y homogeneidad frente a otro tipo de grano que se produce "sin control alguno". En octubre del año pasado la agencia Efe también se ponía al servicio del capital monopolista difundiendo un comunicado de la mencionada patronal Aprose según el cual en 2009 la venta "fraudulenta" de semillas en España había alcanzado los 170 millones de euros. La patronal se quejaba de que sólo un 30 por ciento del total de la siembra de cereales en España se hace con semilla certificada.

Vamos viendo la fuerza de este tipo de organizaciones monopolistas: conceden sus premios en la sede de un ministerio, tienen a la Guardia Civil a su disposición y las agencias de prensa difunden sus mensajes como si fueran la palabra de dios. ¿Por qué es un crimen la venta de semillas? ¿Qué tipo de delito es el comercio de semillas? Es un delito contra la propiedad industrial, como el "top manta". La SGAE de las semillas se llama Aprose; unos se apropian de la cultura y otros de la vida. Por lo tanto, hay capitalistas que tienen patentadas las semillas y, además, sólo ellos pueden vender semillas. Una minoría tiene el monopolio y los demás son piratas (exactamente el 70 por ciento). No se trata de vender unas u otras semillas, de que sean buenas o malas, mejores o peores sino del control del comercio de semillas, es decir, del control capitalista sobre la agricultura que el Estado refrenda en favor de los monopolistas que lo ejercen.

¿Qué tipo de semillas venden los monopolistas? Son siempre las mismas, una variedad típica, igual en todas partes: homogeneidad, lo llamaba en su discurso el político del Ministerio de Agricultura. La semillas certificadas, pues, atentan contra la biodiversidad. Por eso cuando vamos a la frutería vemos que los melocotones son todos iguales, todos saben igual, tienen el mismo color y la misma forma: provienen de las mismas semillas.

Volvamos hacia atrás en el tiempo: ¿ha existido siempre ese control sobre el comercio de semillas? Si no es así: ¿cuándo se empezó a monopolizar esta venta? En palabras de Marx: ¿cuándo las semillas se convirtieron en mercancías? Si al lector le interesan las películas del oeste recordará aquellas caravanas de colonos que transportaban tiestos en las carretas o llevaban semillas en los bolsillos. En aquellos tiempos, el gobierno de Estados Unidos, además de las tierras, también regalaba las semillas a los colonizadores. Los campesinos se intercambiaban semillas unos con otros, incluso por carta.

Así ha venido sucediendo desde el neolítico: los campesinos reservaban una parte de la cosecha, no se la comían íntegra para utilizar una parte de las semillas como reserva para la siembra del año siguiente. Aún no se había impuesto el capitalismo en el campo, aún no había llegado el tráfico de semillas, aún no se había producido esa división del trabajo y, desde luego, el intercambio de semillas no era un crimen.

Pero a finales del siglo XVIII en los países capitalistas más importantes (Inglaterra, Francia y Alemania) se comienza a introducir un nuevo tipo de agricultura capitalista donde antes había reinado la autarquía y el autoabastacimiento de semillas. Uno se divide en dos: una parte de los campesinos no cosecha sino que vende semillas, se especializa en el cultivo sólo para la comercialización. No se queda con las semillas sino que se las vende a otro campesino, que es el cultivador final; no tiene ninguno de los riesgos de la cosecha: lluvia, clima, frío, plagas... Los comerciantes de semillas se apoderaron de la agricultura y el capitalismo se impuso en el campo como en todas partes.

¿Cuándo ocurrió esto? ¿En qué momento histórico? En España por la Orden del Ministerio de Agricultura de 10 de marzo de 1917 y la Circular número 286 de la Dirección General del ramo de 21 de octubre del mismo año, que recientemente la Ley 30/06 de 26 de julio ha refrendado y actualizado. Las semillas son hoy como las armas o las drogas: tienen un número de registro. Cuando alguien quiere vender semillas también se tiene que registrar en una oficina pública. Cualquiera no puede poner un vivero, y si de las plantas pasamos a los animales los trámites son aún peores, pero no cambia nada: en lugar de semillas hablaríamos de sementales. Por eso cuando haces turismo rural las vacas que ves desde la carretera son todas iguales. Antes todas eran blancas y negras; ahora son todas marrones porque son linajes de la misma camada. La legislación sobre semillas impuesta desde 1917 es algo simultáneo en todo el mundo capitalista y expresa la introducción del monopolismo en la agricultura, el tránsito de un régimen de libre circulación de semillas al estricto control y registro público del mismo. Lo que antes era una actividad económica libre ahora es un crimen. La consecuencia fue la pérdida de biodiversidad vegetal.

La secuela última de este régimen monopolista agrario creo que es conocida: la aparición de gigantescos depósitos de semillas en manos de las multinacionales, que se convierten de esa manera en los dueños de las reservas más importantes de materia viva del planeta. Es el apoderamiento de la vida por los grandes monopolios, la vida en manos privadas: su privatización, en definitiva; repito: no solamente de la alimentación mundial sino de la vida misma.

Doy por sabido quiénes son los que controlan alguno de esos almacenes vitales que están enterrados en roca en el círculo polar ártico en unas instalaciones a prueba de seísmos: Bill Gates, Monsanto, Rockefeller, etc. La multinacional que ha creado el depósito de semillas en Noruega, inaugurado oficialmente por Durao Barroso en nombre de la Unión Europea, se disfraza como una ONG que se llama a sí misma "Global Crop Diversity Trust", es decir, que actúa en nombre del mantenimiento de la biodiversidad, es decir, de preservar la biodiversidad en manos del capital monopolista, de robarla de la naturaleza para llevarla a sus almacenes particulares. Los demás tendremos que merendarnos la comida rápida, la comida basura, perritos calientes y kiwis transgénicos...

Que países como Israel también hayan construido silos subterráneos de semillas, es buena prueba de que, además de las ganancias monopolistas, se trata de medidas estratégicas ligadas a la guerra imperialista.

La biodiversidad, por lo tanto, no es que esté en peligro a causa de la civilización moderna o algún otro tipo de motivo impreciso, sino porque antes estaba en la naturaleza al alcance de cualquiera y ahora está en las manos privadas de las multinacionales. La diferencia no está en las fuerzas productivas sino en las relaciones de producción. Hay biodiversidad, lo que pasa es que alguien se ha apoderado de ella para su propio provecho.

A partir de aquí me pregunto acerca de los motivos por los cuales cuando los ecocapitalistas nos hablan de sus temores por la biodiversidad no nos hablan -al mismo tiempo- de las multinacionales que la tienen secuestrada; me pregunto por qué nos hablan de la enfermedad, la biodiversidad, pero no del remedio: la expropiación de los monopolios. ¿No sería mejor que la biodiversidad estuviera en la naturaleza, en manos de los campesinos, y no oculta en unos grandes almacenes a disposición de unos cuantos? ¿Acaso la solución al problema no es el socialismo? ¿Acaso la solución no es poner la biodiversidad a disposición de quien la trabaja?


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