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Tres estrategias que dividen a la(s) izquierda(s) mexicana(s) –Parte II

Viernes 14 de agosto de 2009 por CEPRID

César Enrique Pineda Ramírez

CEPRID

2. Se puede obligar al capital desde un Estado fuerte a una distribución de la riqueza más justa.

Recordemos la imagen de una maestra entrando a un salón de clases de niñ@s en un nivel de educación básica. En México, niñas y niños se levantan al momento que la maestra accede al salón. Y sólo toman de nuevo su asiento hasta que ella lo permite verbalmente. Lo mismo sucede cuando una autoridad superior a la maestra entra al salón. ¿Por qué se levantan? ¿Por qué obedecen la orden de sentarse? Pareciera un símbolo de reconocimiento del poder de la maestra. Reconocen su autoridad. ¿La maestra tiene alguna facultad en especial que le de ese poder? ¿Algún carisma particular? Pareciera que no. Puede ser una maestra nueva y aún así, los niños se levantarán. ¿Cómo es que la maestra puede decidir sobre los niños? Decide cuándo pueden ir al baño y cuando no. Decide cuándo es conveniente descansar y cuando no. Cuándo jugar y cuando no. Cuándo es el momento de pintar y cuando de escribir. En fin, pareciera que la maestra tiene un PODER enorme sobre los estudiantes. ¿Cómo ha obtenido tal poder? La respuesta no la encontraremos si buscamos en la profesora. La respuesta está en los niños. Y la respuesta es que el poder de la maestra está sustentado en la OBEDIENCIA de las niñas y los niños. SOLO cuando todos obedecen, pareciera como si la maestra tuviera un poder absoluto sobre sus cuerpos y sobre sus acciones. Cuando un@ o varios desobedecen, juegan y ríen en el momento que se ha dado una orden en otro sentido ¿cómo vemos a la maestra? Como una adulta impotente frente al caos infantil. La vemos y la imaginamos con poco poder, tratando de reorganizar el orden necesario.

El poder de un@, se basa en la obediencia de much@s. El poder es una forma de relación social, no una cosa tangible, que se le podría quitar – en este caso- a la maestra. De hecho la maestra puede ser sustituida por un nuevo maestro y si los niñ@s siguen obedeciendo, la relación de poder, es decir la relación mando-obediencia se mantendría indistintamente de quien es la persona que ostenta ese poder. De alguna forma esa manera de relación de los estudiantes con la maestra se habría institucionalizado. Las reglas de quien manda y quien obedece se trasladan automáticamente, se vuelven un sistema de funcionamiento del poder.

Supongamos ahora que los estudiantes han crecido, quizá son adolescentes y un@ o varios de ell@s se rebelan contra un maestro autoritario. Sin embargo no tod@s se rebelan o discuten con el profesor a pesar de sus excesos autoritarios. La mayoría sigue obedeciendo. ¿Por qué? . Hay tres opciones frente al poder y al mando. La primera de ellas es que se obedece porque se cree que es correcto obedecer. Algunos de ellos piensan que está mal romper con el orden que impone el profesor autoritario. A pesar de sus excesos, es EL maestro. RECONOCEN su poder. Así son las cosas. Incluso algunos de ellos simpatizan con el poder, tal vez han sido privilegiados por el profesor autoritario. Ven con malos ojos a quien cuestiona al profesor. Obedecen porque están convencidos de que obedecer es lo correcto.

Una segunda opción es que obedecen porque no tienen – o creen no tener - otra alternativa. TEMEN las represalias por no obedecer. (reprobarlos, castigarlos, llamar a sus padres, en el peor de los casos, ser expulsados). Aunque saben que el orden impuesto es incorrecto y NO reconocen la validez del poder del profesor, están concientes de las consecuencias de rebelarse. Pueden ayudar o simpatizar con quienes se han rebelado, pero no están dispuest@s a hacerlo también. Otra opción es que pueden pensar que quienes se han rebelado los pueden meter en un problema a tod@s.

La última opción es la desobediencia. Pero he aquí un problema. Si se rebela sólo un muchacho (es decir, rompe la relación mando-obediencia) para EL, y sólo para EL, el maestro no tiene el mismo poder. NO surten efecto sus amenazas, ni sus reglas, ni su forma de pensar. Pero ese muchacho sigue estando dentro del salón de clases y mientras otr@s no lo apoyen, su rebeldía puede ser contenida porque el resto sigue obedeciendo, y porque sigue expuesto a las represalias.

SOLO una desobediencia generalizada, o al menos mayoritaria desarticula el poder del maestro. Sólo si muchos estudiantes se resistieran al poder del maestro y dejaran de seguir sus órdenes, tendría un efecto. Al no RECONOCER tod@s o muchos de ell@s las reglas del maestro, este se encuentra en aprietos. El poder se diluye. El maestro no puede controlar más a los muchach@s. Si la protesta es fuerte puede que se obligue al maestro a cambiar las reglas. Pero si la protesta es mucho más fuerte que eso, quizá, - si no es apoyado por alguien más-, el maestro será despedido. Aquí hay algo importante. Los muchachos son fuertes SOLO en la medida que el maestro se debilite. Es decir, si el maestro no es soportado por un poder mayor que él, entonces la debilidad del profesor se conjuga con la fortaleza de la rebelión generalizada o mayoritaria de los estudiantes.

Por otro lado, el poder del maestro no es ilimitado. Aunque puede ordenar dentro del salón, no puede ordenar FUERA de él.

Supongamos ahora inversamente que el maestro es un idealista. Empieza a enseñar a sus alumnos cosas fuera del programa. Temas demasiado liberales. Supongamos que la escuela es privada. Los padres de los muchachos no están de acuerdo con el profesor. Si algunos padres protestan puede que no suceda nada. Pero si todos los padres amenazan con dejar de pagar sus cuotas si el maestro no se va, el estará en aprietos. El poder del maestro, depende entonces del reconocimiento de todos los padres, y, aún más, de las autoridades y del resto de los maestros.

Si cualquiera de estas partes no le da su reconocimiento y se rebela, el poder del maestro queda en cuestión, porque el poder del maestro existe EN TANTO hay reconocimiento y obediencia del resto de las partes, de aquellas que deben subordinarse y de aquellas que deben reconocerle como poder, y el poder es correlacional, interdependiente de las relaciones de obediencia y reconocimiento.

Volvamos ahora al Estado.

El poder estatal se construye – a pesar de las enormes diferencias con el pequeño profesor- a partir de las mismas premisas.

Es una RELACION SOCIAL que se constituye bajo las relaciones mando obediencia y en especial, bajo el reconocimiento de que existe un cuerpo colectivo que norma y nombra: el Estado. Este tiene poder en tanto TODOS reconocen que es la estructura que DEBE monopolizar las decisiones. ¿cómo se constituyen estas relaciones de obediencia y reconocimiento? Comencemos con lo que comúnmente se llama “pueblo”.

Para que el aparato estatal tenga algún poder, se requiere de enormes mayorías que si no colaboran con el poder, al menos, no lo impugnan. Su indiferencia permite construir poder. Por supuesto requiere a la vez del segmento poblacional que obedece porque está de acuerdo con el poder. Con estos dos enormes segmentos de población subordinados (sea por indiferencia o por apoyo explícito) el poder tiene ya una base importantísima.

Pero lo más importante para mantener el poder estatal es el tema de la desobediencia. No existe Estado alguno donde no hay desobediencia o resistencia al poder. Sin embargo si – como el estudiante rebelde solitario- el poder estatal logra que la desobediencia sea minoritaria, CONTENERLA, entonces, el poder se mantiene. Para ello utiliza por supuesto la represión pero en especial la cooptación. Paulatinamente las luchas populares han empujado e impugnado a las elites con grandes dosis de desobediencia para que cambien las reglas del poder. Los más necios en el poder desean destruir cualquier desobediencia. Otros, más inteligentes, saben que para contener esa desobediencia es necesario encausarla de una manera que permita que el poder siga funcionando. Una desobediencia permitida, domesticada. Una desobediencia “razonable” para las elites económicas, permitida o tolerada por las clases políticas como margen “democrático” de libertad, permisible en tanto no afecte realmente la acumulación, y no afecte realmente la estructura de poder.

Si el poder estatal logra conjugar varios de estos elementos, tiene para empezar bastante poder. Pero no es suficiente. El poder estatal no se construye – como dice el discurso liberal- con el pueblo. Se construye esencialmente con el reconocimiento de los otros poderes. El discurso liberal dominante pareciera reducir el poder al poder del Estado, pero este no es EL poder, es sólo uno más entre muchos otros poderes.

El dirigir el aparato estatal permite que dos grandes estructuras obedezcan al gobernante en turno. La burocracia y las fuerzas armadas. La primera no tiene mucho poder en sí misma. Cuando un gobernante asume su cargo, una vez más, tiene poder, en tanto todos los burócratas obedecen. Lo hacen o fingen hacerlo. El poder de la burocracia se basa en ejecutar las reglas que formalmente TOD@S debemos seguir. Pero el verdadero poder está en la obediencia de las fuerzas armadas, es decir, en la fuerza. Si éstas RECONOCEN la dirección de quien asume el mando gubernamental y SE SUBORDINAN, entonces el gobernante tiene poder. Pero he aquí que las fuerzas armadas en la historia también desobedecen y en ocasiones se rebelan.

Cuando Victoriano Huerta desobedece y no reconoce al poder constitucional de Madero, éste queda inerme, como lo que fue, un simple hombre, sin facultad o poder especial, que es asesinado y se reactiva la Revolución Mexicana. Cuando Pinochet decide NO reconocer más al presidente constitucional Salvador Allende, poco importa si éste tiene la obediencia de la burocracia y porque no decirlo, del apoyo de un segmento importante de la población. Allende sin el poder de las fuerzas armadas no tiene poder o al menos, no tiene suficiente poder. Pero cuando Hugo Chávez es derrocado por una parte del Ejército, la otra parte, la que le obedece, junto con el apoyo popular constituyen una relación de fuerza suficiente para que Chávez se “mantenga en el poder”.

Por supuesto, el poder del Estado está fundamentado en una pirámide jerárquica de reconocimientos- obediencias mutuas de arriba hacia abajo. El poder presidencial depende del reconocimiento-obediencia de un segmento mayoritario de la clase política y de los gobiernos locales. Una vez más, si un cúmulo importante de ellos se rebela, el poder presidencial se relativiza. Cuando un grupo de gobernadores reaccionarios y de derecha desconocen el liderazgo de Evo Morales, aunque formalmente ocupe “el poder”, éste se debilita. Ellos desobedecen para no perder sus privilegios. Cuando en una región la desobediencia emancipatoria de las comunidades indígenas zapatistas desconocen el poder constitucional (y tienen la fuerza para sostener esa desobediencia), el poder estatal se relativiza y no queda más que reconocer que en ciertas regiones y comunidades de Chiapas quien manda no es el poder estatal sino el poder de las comunidades zapatistas organizadas. Ell@s desobedecen para articular otra forma de vida en sus comunidades. Cuando el narcotráfico en México reordena los barrios y las comunidades con otra lógica basada en el poder de las armas y su poder económico, la forma, reglas y poder estatal quedan cuestionados. Cuando los movimientos montan frecuencias de radio que no son reconocidas por la ley vigente, pero en los hechos transmiten y se oponen a la dominación, el poder del Estado queda cuestionado. He aquí un dato novedoso. La forma ESTADO está tensionada y debilitada porque existen luchas y rebeliones desde abajo que lo cuestionan como forma de mando, pero también es cuestionado por otros poderes fácticos, por poderes de arriba. Esa relativa desobediencia y falta de reconocimiento somete a una tensión enorme al propio poder estatal y lo mantiene en crisis.

Por otro lado, el poder presidencial requiere del reconocimiento y obediencia de dos grandes estructuras políticas: los gobiernos locales y los partidos políticos. Pero aún en estos últimos, existen bloques, corrientes, disidencias. Del grado de obediencia de las corrientes internas de los partidos al poder presidencial, depende también el margen que éste tiene. La obediencia total de un partido casi único en México, era uno de los múltiples factores de un enorme presidencialismo autoritario. El poder surgía, pues, de la obediencia multitudinaria y piramidal de la estructura del partido al presidente, no del presidente mismo.

Hasta aquí todo es comprensible y común. Pero en las últimas tres décadas, como hemos dicho, se ha restaurado-construido un poder sin precedentes de las elites económicas. Al menos cuatro distintas formas de poder han crecido tanto hasta parecer más grandes que el propio poder estatal. Y si se ven más grandes que el Estado es porque en muchos sentidos lo son. De las 100 economías más grandes del planeta, sólo 49 son economías estatales, el resto son las economías de las más grandes empresas globales nunca antes vistas.

El primer poder que ha crecido de manera exponencial es lo que llamo “empresarios radicales”: la economía criminal de las drogas. Las redes de producción, distribución y consumo ilegales de drogas son como cualquier empresa y su característica principal no es que estén fuera de la ley (muchas lo hacen de diversas formas) sino que usan las armas, la violencia y no necesariamente reconocen al poder Estatal. La mera existencia de este poder pone en cuestión el poder del Estado ya que localmente reordena el territorio y algunas formas de relaciones sociales que relativizan la forma Estado.

El segundo poder que ha crecido de manera vertiginosa es el poder mediático. Su principal característica no es sólo su poder económico sino el poder de creación de opinión masiva y generalizada que les da un poder desproporcionado – o al menos, hacen creer que tienen ese poder-. Cuando la clase política les teme y se subordina a los intereses mediáticos, entonces el poder de los medios es “real”. Otra característica primordial es que tienen una agenda política abierta antes los ojos de todos, aunque se nos muestren sólo como los trasmisores de la agenda de otros. Reconocen al poder estatal siempre y cuando este los reconozca a ellos y sus privilegios. Si no es así, se rebelan frente al poder. Este especial poder empresarial compite con el poder estatal, y disputa su agenda. Funciona como un gran partido de las elites económicas en defensa de sus intereses: construyen la agenda pública, determinan el ámbito político legítimo y no legítimo, fiscalizan las acciones de los gobiernos y de la sociedad, toman postura sobre políticas públicas y orientan y encaminan la opinión y demandas de sectores de la población.

El tercer y cuarto poderes están íntimamente relacionados. El tercer poder es el poder económico “nativo”, es decir, las oligarquías y elites económicas que crecieron y acumularon desde un Estado en particular, aunque la mayoría de ellas cuando su tamaño lo permite se vuelven trasnacionales y se convierten en el cuarto poder que analizamos. En realidad son las mismas empresas. No importa su nacionalidad. Aquí las izquierdas nacionalista y populista se confunden porque creen ver en el empresariado nacional un posible aliado frente al enemigo trasnacional. En realidad el poder económico “nacional” solicita la protección del Estado al que formalmente pertenece pero empuja la desprotección de las empresas de otros países cuando sale del propio para poder invadir otros mercados. Las empresas multinacionales de origen mexicano se comportan en Centro y Sudamérica, como se comportan las empresas estadounidenses o europeas en nuestro propio país. Todas buscan ser apoyadas por sus propios gobiernos frente a otros y empujan a gobiernos más débiles a desproteger las empresas nacionales. Esto sucede todo el tiempo, entre todas las empresas y todos los gobiernos. La diferencia es que las empresas multinacionales tienen tal poder que pueden presionar y hasta obligar a sus propios gobiernos y a otros a hacer lo que ellas quieren, mientras los poderes empresariales más pequeños de nivel aún nacional necesitan del favor de los gobiernos para crecer y por tanto se alían a otros sectores de la clase política que son convenientes a sus intereses. Todas necesitan del apoyo gubernamental – aunque su discurso sea en sentido opuesto- pero tienen estrategias distintas porque unas tienen más poder y otras menos. Si las que tienen menos poder logran convertirse en un poder descomunal global entonces también se comportarán igual que cualquier multinacional.

El factor decisivo es que nunca había existido un poder tan descomunal y mucho más amplio que el propio poder Estatal y he aquí un cambio sustantivo en la historia y en la forma del Estado.

Las corporaciones globales – y en general, la forma corporación- son hoy las instituciones dominantes de nuestro tiempo. Y el poder Estatal hoy, depende fundamentalmente del reconocimiento de las corporaciones globales y “nacionales”, del poder mediático y de las clases políticas y sólo de forma secundaria de los segmentos poblacionales, o sea lo que algunos llaman “pueblo”

Esto invierte de manera radical la fundamentación teórica liberal-constitucional de la soberanía que se nos ha enseñado durante 200 años. El Estado tiene PODER hoy, solo en TANTO es reconocido por los verdaderos poderes mediáticos y corporativos. Los gobernantes que logran alinear a estos poderes en su favor, además de la solidez de la subordinación del mando militar, más la obediencia y omisión de segmentos poblacionales importantes (aunque no sean mayoritarios) pueden hoy perfectamente gobernar. En la era neoliberal el Estado no desaparece sino que debilita o desaparecen sus funciones sociales distribuidoras del ingreso (a favor de los verdaderos poderes) e incrementa sus funciones de contención, ataque y desarticulación de la desobediencia, reduciendo en los casos más radicales los niveles de cooptación o incrementándolos en los casos más moderados. Es por ello que los Estados en todo el mundo están mostrando ser básicamente una estructura policiaco-militar, en suma una estructura de fuerza que mantiene la gobernabilidad a través de la represión y los medios de comunicación. Todo ello provoca una enorme crisis de representación, porque toda la estructura estatal está subordinada al poder “real”, y no al poder que se dice emana del “pueblo” tal y como lo dice la ley, la teoría liberal, el discurso de la academia dominante, la prensa corporativa y por supuesto la clase política. La crisis de representación es enorme porque el desfase entre el discurso y la realidad es enorme. La crisis de representación es enorme, porque se gobierna sin o contra los que formalmente son los gobernados y que han “delegado” su poder en el poder estatal.

Aquí, una conclusión fundamental para tomar decisiones estratégicas en la izquierda. La solución que parece entonces EVIDENTE, es elegir o ser conducidos por alguien o algunos que decidan romper con los poderes que hoy determinan el rumbo global y nacional de los Estados. He aquí el punto nodal. El Estado hoy, tiene poder SOLO en tanto se subordine a los poderes mayores. En cuanto la dirección del aparato Estatal trate de enfrentarse con el poder económico, éste último se rebelará y desobedecerá.

El Estado hoy, es como un aprendiz de brujo, que no puede rebelarse contra quien le ha otorgado poder, porque quedaría inerme y con un poder relativo. Lo que queremos decir, es que sin el apoyo, obediencia y reconocimiento de los poderes fácticos, la estructura estatal es una estructura sumamente debilitada. No se puede tomar el poder como una cosa que luego puede ser usada a nuestro favor, porque el poder del Estado está basado en el poder de las elites dominantes, y sin él, no hay poder alguno. Por ello la frase que surgió durante el gobierno de Salvador Allende, se repite en las calles del Brasil de Lula y la repite hoy Rafael Correa, presidente de Ecuador: ganar el gobierno no es ganar el poder. Sin embargo las izquierdas mexicanas se resisten a creerlo y de ahí parte una diferencia estratégica que divide a los movimientos antisistémicos mexicanos.

El cambio estructural del rol del Estado es entendido perfectamente por la mayoría de las clases políticas. Sin embargo reconocerlo públicamente sería un suicidio. Sería reconocer su propia inutilidad. La clase política de izquierda reconoce perfectamente este límite y se adecua a él. Así, permite que el sistema funcione normalmente pero este funcionamiento requiere de un manto de legitimidad basado en el discurso progresista y en acciones de estabilización del sistema político basadas en mayores dosis de distribución de recursos que por un lado CONTENGAN la descomposición y rebeldía y por el otro permitan que la acumulación y el poder estatal funcionen normalmente. Mientras para la mayoría de las izquierdas mexicanas lo único indispensable serían gobernantes más “valientes”, podemos decir cuatro conclusiones decisivas sobre la reconfiguración del Estado hoy:

a) Los Estados NO desaparecen. Exacerban sus funciones policiaco-militares-judiciales para poder controlar los procesos de obstrucción, impugnación, protesta, desobediencia, resistencia, lucha y emancipación. El control de las poblaciones es hoy la esencia del rol del Estado. Su función represiva se fortalece para poder además, proteger más que nunca en la historia la reproducción de la acumulación.

b) Lo que sí desaparece o se relativizan por completo son las funciones sociales del Estado, es decir, sus mecanismos de protección social. Desde nuestra posición no añoramos que el Estado sostenga dichas funciones ya que siempre funcionaron como mecanismos de dominación, homogeneización, imposición y control. Sin embargo, que el Estado durante casi 200 años haya crecido hasta prácticamente encargarse por completo de dichas funciones, sustituyó las potencias colectivas, comunitarias y barriales de autogestión, integración y socialización, sustituyéndolas por un individualismo posesivo que requiere del Estado para satisfacer muchas de sus necesidades. El abandonar o deteriorar estas funciones, hace saltar en pedazos el viejo orden basado en el Estado, dejando a su suerte a enormes contingentes sociales.

c) Sin embargo, las decisiones (la soberanía) sobre el control de la relación social CAPITAL, no se realiza en un solo Estado-Nación ni en un sola institución. Este “poder” se ha dispersado en distintos organismos globales, en el ámbito de la disputa interestatal e interimperialista, así como en la tensión de los poderes globales del poder económico y por último, en la dirección del aparato de gobierno de un solo Estado. Es por ello que al tratar pactar u obligar a un gobierno sobre una decisión estructural de la reproducción de la acumulación, es como sentarse a jugar póker con un gobierno que no tiene todas las cartas sobre la mesa y que desde otro(s) lugar(es) se vigila a lo jugadores, pero además, tienen todos los ases. Hoy, los gobiernos nacionales no toman solos las decisiones estructurales.

d) Colonizadas sus funciones sociales por el mercado, sin todas las facultades para la toma de decisiones soberanas sobre la reproducción de la acumulación y exacerbadas sus funciones represivas, aunque se mantengan formalmente los mecanismos de representación política, todo el aparato de representación entra en una crisis y una tensión permanente.

Esta crisis permanente, tiene sin embargo dos caras. La primera, la de la dominación, que utilizando y empujando esta crisis permanente acumula más poder y riqueza. La segunda, que aprovecha las fisuras y espacios abandonados por el Estado para generar procesos de reorganización colectiva y emancipación. Esta crisis permanente además, ha debilitado a las clases políticas que quedan como meras escenografías. Su debilidad en cada contexto nacional ha permitido avanzar a los procesos emancipatorios, pero también ha permitido que otros grupos de poder alcancen posiciones en los aparatos de gobierno inimaginables hace apenas dos décadas.

Una parte de la “izquierda” mexicana cree haber encontrado los ejemplos contrarios a este funcionamiento en los gobiernos de Evo Morales y Hugo Chávez, sin reconocer que estas presidencias sólo fueron posibles –entre muchos otros factores- en medida de la fragmentación y relativa debilidad coyuntural de las elites locales provocadas en el caso de Venezuela por la insurrección del “caracazo” de 1989 y por el ciclo de insurrecciones que van del año 2000 al 2003 en el caso de Bolivia; por la fragilidad estrctural que históricamente han tenido las formaciones estatales en esas naciones y por la descomposición interna que vivieron desde hace más de una década atrás las clases políticas de dichos países. Especialmente en el caso de Bolivia, la maduración y crecimiento de procesos sociales destituyentes que al debilitar a toda la forma Estado cuestionaron los límites liberales impuestos, abriendo el camino a Evo y al MAS hacia la presidencia.

Es decir, que la disputa por el aparato estatal y su posterior control ha sido posible directa o indirectamente por la lucha y la fortaleza de los procesos, movimientos, insurrecciones y desobediencia de amplios sectores sociales que, en ciclos ascendentes han desordenado las relaciones de mando-obediencia, pero también en la debilidad y fragmentación de los sectores dominantes y en la relativa y momentánea debilidad estatal y no en su fortaleza. Esta relación dinámica y cambiante de juegos de fuerzas constituye uno de los pilares de las relaciones de poder y si no se reconoce al poder como esa RELACION CAMBIANTE ( como dinámica relación de fuerzas en permanente flujo a partir de múltiples juegos de subordinación/resistencia desplegados en todo el cuerpo social: Gutiérrez:2008) de las relaciones de mando-obediencia y en especial a la insubordinación como la forma de transformar esas relaciones, entonces se fetichiza al poder estatal, creyendo que éste puede adquirirse a través de las reglas liberal-democráticas y del marco legal-constitucional tal y como lo difunde el discurso e ideologías dominantes: como si el poder estuviera condensado o concentrado en ciertas instituciones. Esta visión determina la acción política en torno del poder y por tanto, de la estrategia de varias “izquierdas” mexicanas, lo que significa una nueva división.

Pero quizá lo más importante es que buena parte las izquierdas mexicanas critican e impugnan a quien dirige u ocupa los espacios de poder pero NO cuestionan al poder mismo, lo que obliga a la conclusión de que sólo hay que incidir en quienes ocupan esos puestos, hay que removerlos y poner a uno de los “nuestros” o peor aún, ocupar nosotros mismos esos puestos de “poder”, dejando intocadas las relaciones de poder y la forma Estado, es decir, sin transformar las relaciones de separación entre lo social y lo político y entre gobernados y gobernantes, base del poder estatal. Un poder que está basado además en el individualismo posesivo consumista disfrazado de “ciudadanía”. Esa separación no es cuestionada, por lo que toda la estrategia de esas izquierdas se mantiene dentro del corralito del poder dominante, dentro de los márgenes de lo que hoy hegemónicamente es y se entiende que es el poder, por lo que su capacidad y horizonte transformador no puede ir más allá del liberalismo constitucional. Pero el texto no marca el contexto. Es simple: la correlación de fuerzas se cambia en virtud de la lucha de clases[2], no del marco legal liberal. No se cuestiona en fin, al Estado como forma de dominación. El Estado capitalista no es tal porque la burguesía haya ocupado los cargos importantes. Es un Estado capitalista debido a su forma (Bonefeld, 2005).

Así, se crean campos de acción donde se orbita alrededor de la clase política de “izquierda”, la actuación gubernamental, la participación partidaria, las corrientes partidarias, los liderazgos políticos mediáticos, la disputa interna de poder para lograr puestos partidarios, gubernamentales y de elección popular, que crean una comunidad de sentido, códigos políticos, redes y entramados de esas “izquierdas”, que concentran su energía y acción en lo que hoy de forma dominante se considera lo político, es decir, lo estatal. Existe otro campo de acción que reivindica a los movimientos sociales, a los procesos de lucha y resistencia, a los sujetos que enfrentan el poder como campo de articulación, análisis, fortalecimiento, crecimiento, apuesta. Esta es la segunda división importante que atraviesa a las izquierdas mexicanas.

Enrique Pineda es licenciado en Sociología e integrante de Jóvenes en Resistencia Alternativa.


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