CEPRID

Honduras, un golpe a la medida

Miércoles 29 de julio de 2009 por CEPRID

OMAR ROBERTO RODRÍGUEZ

DESDE ABAJO/CEPRID

Tras un eslabón más: la victoria electoral del FMLN, Frente Farabundo Marti, en El Salvador que siguió al triunfo del Frente Sandinista en Nicaragua, la derecha del continente, con visos extrainstitucionales y paramilitares, no esperó más. De inmediato, en el eslabón clave de Centroamérica; con el golpe al presidente Zelaya apuesta –de no alcanzar a realizar unas elecciones en noviembre– a su regreso condicionado y por escaso tiempo. Se propone así un impacto a favor de la derecha opositora de la Revolución Bolivariana en Venezuela, y afectar la consolidación de liderazgos en Bolivia y Ecuador. El presidente Obama, entre la espada y la pared gana tiempo, mantiene al embajador, y en Colombia –el otro eslabón clave en el sur– con Uribe puja la reelección.

Vuelven los golpes. Vuelven tras las derrotas de los partidos tradicionales vistas a fondo en Venezuela, Bolivia y Ecuador, con altibajos en Brasil, Uruguay, Nicaragua, Guatemala, El Salvador y Paraguay, y con menor profundidad en la Argentina y Chile –sin olvidar los fraudes para evitarlas en México y Perú.

Golpes ausentes, del escenario político regional desde abril del 2002. Una ocasión en la cual un esquema y un pacto inacabado (que vinculó factores militares, dueños de medios de comunicación, con un dispositivo militarista dominante en la Casa Blanca, movilización social y de opinión de la clase media –empresarios– de la jerarquía católica, que desconcentró su fuerza desestabilizadora en dos momentos: el golpe y, ocho meses después, el paro petrolero) trataron de sacar a Chávez. De tumbarlo mediante la utilización de francotiradores y de la amenaza de bombardeo al Palacio de Miraflores. Y el 2004, cuando fue llevado en secreto al África Central el presidente electo de Haití, Jean-Bertrand Aristide, producto de un golpe concertado entre los torturadores tradicionales de su país, con agentes de Francia y los Estados Unidos.

Para el caso de Chávez, una reacción popular oportuna y del activismo de sectores avanzados, políticos, sociales y militares, que preveían y contaban con un ‘plan de retirada’, además del error, descoordinación e incapacidad de los golpistas (dejar al depuesto Presidente dentro del país) agrió la fiesta de la derecha. Un golpe que tuvo apoyo del vocero de la Casa Blanca, y en Bogotá se celebró en el apartamento de Juan Manuel Santos. Sin embargo, dada la experiencia, la derecha que tuvo y tiene la asesoría de los republicanos John Negroponte –en llave con Otto Reich, ex funcionario del departamento de Estado y Dick Cheney, ex vicepresidente en Washington–, ex embajador en Honduras y en Iraq, y de Lewis Tambs ex embajador de los Estados en Colombia; Michel Brownfield –ex embajador en Venezuela y ahora en Colombia–, expertos en golpes y acciones encubiertas; coordina y aprende. No se queda quieta.

Ahora, con el presidente Manuel Zelaya fueron más previsivos. Desde su casa presidencial, fue trasladado a Costa Rica (¿por qué este país autorizó el ingreso del avión? un pacto entre organismos secretos?), para transmitir una imagen de poder activo, presente: con un presidente lejos y de inmediato el sustituto con boato en el Congreso.

De ahí que, aún con el aislamiento internacional el alzamiento popular del pueblo hondureño, pese a ser intenso, numeroso y continuo, no ha podido sacar de la Casa de Gobierno a los usurpadores. Pero resistencia y tristeza popular son la nota diaria. Hasta ahora, el pueblo ha estado a la altura. Sometido por años a dictaduras y a la intervención norteamericana que lo tiene como base de operaciones, los hondureños han sufrido de manera intensa la represión; de ahí que su capacidad de respuesta tenga un límite, y sin duda se ha llegado al mismo.

El esfuerzo de muchos, la muerte de algunos y las heridas de otros –a manos del ejército golpista– han sido en vano por ahora, a pesar, incluso, de las declaraciones y acciones de muchos gobiernos para aislar al de facto. Un sinsabor popular, a pesar incluso, del voluntarismo del Presidente depuesto que aún con la espalda de su partido liberal, intentó e intenta regresar a su país y liderar el alzamiento social en cierne. Sometido, como está, al destierro (castigo eliminado de la jurisprudencia moderna), Zelaya se apega al legalismo y trata de ‘negociar’ con sus opositores y detractores un posible regreso. Pero no cierra otra vía que ya el pueblo está empujando. De jefe de Estado y jefe político de su partido, de corte institucional y electoral, a un liderazgo de resistencia y suma nacional y múltiple con el pueblo abajo. Movilizado en todas sus memorias y fuerzas. Porque, a todas luces, no es posible un acuerdo razonable. Como no sea una trampa. Con legalismo jurídico que –para bien de la lucha presente y futura– los golpistas fueron los primeros en patear. Entregaron al pueblo y a un nuevo liderazgo nacional y popular la bandera de la democracia.

Golpe contra el Alba y Unasur

El golpe de Estado tiene un afectado directo –el presidente de Honduras–, pero muchos indirectos. Así lo comprendieron de inmediato Chávez, Ortega, Correa y Cristina, así como todos los restantes presidentes de países integrantes del Alba, como los de Unasur. Por eso, la respuesta de todos ellos. Su presión sobre la OEA fue inmediata, y sus logros diplomáticos incuestionables, pero sin efectos tangibles inmediatos.

Si se observan los sucesos con cuidado, lo que hay que concluir es que las cosas han cambiado y la OEA no tiene el peso que se creía que podía tener en la región. Por supuesto, los Estados Unidos –a pesar de sus declaraciones en contra del golpe– no mueven ni un dedo para agotar el golpe. Es decir, el factor decisivo en la OEA son los yanquis, y ellos actúan para potenciarla o anularla. En las actuales circunstancias la anulan: hacen declaraciones de condena, pero sus gestos prácticos son de enfriamiento de la reacción antigolpe. Ganan tiempo.

Entendible. Su diplomacia ahora es de diálogo abierto y garrote oculto. Actúan con afán para impedir el avance del ALBA, y en primera instancia para impedir que un gobierno no afecto a sus intereses les haga perder otra base militar (Ver: Recuadro. Intereses en juego), además de múltiples beneficios económicos, pero también el control real de una región –Centroamérica– que se les sale de las manos.

Aunque ninguno de los gobiernos –constituidos con alianzas electorales– que ahora lideran en la región son radicales ni a fondo revolucionarios, sí les interesa construir alianzas políticas distintas de las conocidas hasta ahora o sufridas, así como recuperar soberanía nacional. Así se puede verificar en Guatemala (Álvaro Colom, de corte socialdemócrata, aún así sometido desde hace apenas dos meses a intensa presión para que renuncie), El Salvador (donde el FMLN llegó al gobierno con una cabeza de fórmula militante, pero en busca del voto de la clase media y no una cabeza histórica de herencia guerrillera), Nicaragua (donde el Frente Sandinista ayer guerrero se alía con lo más reaccionario del país para obtener los votos de gobierno) y Honduras, donde un dirigente oligarca se sale del formato y busca un mínimo de justicia y dignidad.

En estas circuntancias, el golpe de Estado y su evolución definitiva es crucial para el futuro del ALBA y para la estabilidad de la región. Sin que sus integrantes puedan realizar acciones directas sobre Honduras –sin poner es riesgo la estabilidad de la región– el factor decisivo, el resultado final de esta coyuntura descansa en el pueblo hondureño y en las manos de Zelaya.

Intereses en juego

Algunas de las razones detrás de la ejecución del golpe militar en contra del presidente electo, Manuel Zelaya: (a) la amenaza que representa para los intereses hegemónicos de Estados Unidos el surgimiento de la alianza de los países del ALBA y la adhesión de Honduras a la misma, (b) La amenaza que representa para las farmacéuticas internacionales la concreción de un acuerdo comercial entre los gobiernos de Cuba y Honduras tras el ingreso al ALBA, que incluye la importación de medicamentos genéricos desde la isla caribeña para contrarrestar los altos precios que paga el Estado hondureño para suplir los hospitales públicos, (c) el anuncio del Presidente de convertir en aeropuerto internacional con fondos provenientes del ALBA los terrenos de la base de Estados Unidos en Soto Cano (Palmerola); proyecto que amenaza los planes geopolíticos del Pentágono respecto a Sur América y el Caribe, (d) el aumento del salario mínimo federal a los obreros y trabajadores agrícolas en contraposición a los intereses mezquinos de las oligarquías locales, (e) el descontento de la cúpula eclesiástica con el gobierno de Zelaya al perder las jugosas prebendas monetarias y de otra índole que recibían del gobierno anterior.

Una plataforma de agresión

Honduras ha servido de plataforma de agresión militar en la región desde hace más de 50 años. Desde su territorio se lanzaron tres de las aventuras intervencionistas norteamericanas más emblemáticas contra Latinoamérica y el Caribe, abiertas unas y encubiertas otras: en primer lugar, contra Cuba en abril de 1961 (Bahía de Cochinos); luego contra República Dominicana (derrocamiento de presidente Juan Bosh en septiembre de 1963 e invasión en 1965, y después contra la Nicaragua sandinista (ataques de la contra nicaragüense desde la frontera hondureña).

Por eso es tan importante para el avance de la fuerzas democratizadoras latinoamericanas, y cuando se habla de democratizadoras, se habla de fuerzas favorables a la integración y la unión regional, que el desenlace en Honduras les sea favorable. De no ser así, el país de las honduras sería una cuña antiintegracionista más en la región, al igual que lo son en estos momentos Colombia y Perú, dispuestas como están sus oligarquías a jugar a favor de perpetuar la hegemonía norteamericana en la región, que es, además, garantizar su dominio político-económico de clases al interior de esos países.


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