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Argentina regresa al FMI: razones y excusas de un final anunciado

Jueves 24 de mayo de 2018 por CEPRID

Bruno Sgarzini

Misión Verdad

Cuando sufre un analfabeto, no se lo imagina nadie; porque hay algo que se llama autoestima, que es más importante, incluso, que los alimentos. La calidad de vida es otra cosa, calidad es patriotismo. Calidad de vida es dignidad, calidad de vida es honor; calidad de vida es la autoestima que tienen derecho a disfrutar todos los seres humanos

Fidel Castro

En el libro Kirchner, el tipo que supo, el escritor y periodista Mario Wainfield afirma que el ex presidente incorporó la palabra autoestima a su vocabulario después de escuchar a Fidel pronunciar estas palabras en las escalinatas de la Facultad De Derecho de Córdoba, unos meses antes de que la fragilidad del líder cubano empezara a mostrarse con una caída en un acto en Cuba que le implicaría una dura fractura en una de sus piernas y uno de sus brazos.

Autoestima y dolor era lo que Kirchner veía en una sociedad argentina donde la mitad de la población era pobre, con familias enteras compuestas por una sola persona con trabajo y disgregadas por el alcohol, la droga, la violencia y la depresión. Los argentinos sentíamos con el cuerpo los recortes sociales, los salarios bajos, el desempleo, las privatizaciones, las corridas bancarias y los pagos a diputados para sancionar la flexibilización de las condiciones laborales pedidas por el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Por ese entonces, el Fondo, como se lo conoce en el argot argentino, había dispuesto más 20 líneas de crédito llamadas Stand By, sujetas a condiciones de la institución financiera, la mayoría de las veces para garantizar que Argentina pudiese afrontar los pagos a sus acreedores externos. Entre estas líneas de crédito, las más tóxicas fueron las de entre 1989 y 2006, dado que venían con la previa receta del Consenso de Washington, además de una revisión periódica trimestral sobre su aplicación. Durante ese tiempo, los argentinos nos acostumbramos a ver a los representantes del FMI por la televisión como si supiesen, con sus trajes, sus maletas y sus recomendaciones, mejor nuestro destino que nosotros.

En 2005, y la historia es conocida, Kirchner, gracias a que consiguió la mitad del dinero de un préstamo dado por Hugo Chávez, le pagó 9 mil millones de dólares al FMI para que saliera cuanto antes del país.

En el discurso de presentación de esta medida, el por ese entonces presidente afirmó: "Se terminó, tenemos decisión soberana, somos los argentinos los que construimos nuestro destino". Unos diez años después, su modelo de renegociación de deuda con la quita más grande de la historia sería tomado como ejemplo por Grecia para salir del círculo vicioso del ajuste. Ese cuento también es largamente conocido.

La vuelta al Fondo y a los mismos errores

Se dice que el ego de los argentinos no entra en una casa, que ser argentino es un hecho singular que nos convierte en héroes y villanos en minutos, que esa condición de supuesta excepcionalidad a veces nos disocia de nuestro contexto. Criados y cultivados en una cultura europea, ahora reconvertida en mezclote de traps y series estadounidenses, los argentinos pensamos que nuestro país debe ser un país nórdico, o gringo, de inauditas posibilidades, envasado en el imaginario de los "países serios". Esa disociación cada tanto regurgita en nuestro ser social los mismos errores, y las mismas calamidades, como si en vez del éxito estuviésemos condenados al fracaso por olvidarnos de quiénes somos en el mundo.

De este imaginario gaseoso y superficial de querer ser algo que no somos fue que emergió un gobierno como el de Macri, refrendado en dos eventos electorales e integrado por funcionarios y empresarios beneficiados con la intermediación de préstamos a lo largo de la historia. Dos años después, el resultado de ese gobierno está a la vista cuando el presidente en un breve mensaje de tres minutos avisa que Argentina se encuentra dispuesto a recibir un nuevo préstamo del Fondo para garantizar el pago, de nuevo, a los acreedores externos del país. La promesa del futuro sin la pesada herencia del kirchnerismo hiede a prenda de vestir guardada por décadas en un armario.

El crédito Stand By ofrecido por el FMI a Argentina tiene, además, unas razones que, por lo repetitivas en la historia argentina, parecen difíciles de guionar. Con la excusa de ingresar al mundo, Macri aplicó un "ajuste gradual" basado en estabilizar las cuentas argentinas progresivamente, apoyándose en un masivo endeudamiento promovido con instrumentos financieros atractivos para capitales especulativos. Ese circuito especulativo alimentó la entrada de unos predadores financieros que, cuando vieron que el plan de Macri podía fallar, inmediatamente empezaron a irse del país llevándose a cuestas parte del dinero prestado a Argentina, en lo que popularmente se conoce como una corrida bancaria.

La receta exigida por el Fondo es la misma de siempre: congelar jubilaciones por dos años, recortar el empleo público en 10%, flexibilizar las condiciones laborales y realizar una fuerte devaluación del peso que licúe los salarios argentinos. Nada más que ahora viene aderezada con el atenuante de que Argentina fue uno de los pocos países que desoyó los mandatos del FMI en un mundo donde las finanzas son el centro del poder. Por lo que no es de extrañar que en esta oportunidad el país pueda ser víctima de un escarmiento adicional para que su sufrimiento sirva de ejemplo para los demás.

El mensaje de Fondo de un nuevo préstamo

Subterráneamente, el sentimiento argentino es de tristeza y bronca, de regresar a un tiempo donde perdimos la razón de ser como pueblo, indescriptiblemente incierto hasta que se lo siente. De nuevo, se escuchan historias de despidos, de recortes de salarios, de personas que salen del circuito laboral hacia el desierto de la informalidad, y familias que se disgregan por la migración, la droga, la violencia y el alcoholismo, todos fenómenos preexistentes agravados por el circuito vicioso del ajuste que recién comienza.

Por debajo, el sacrificio colectivo al que se convoca trae de nuevo una pérdida de autoestima de los argentinos sobre la posibilidad de afrontar los propios problemas del país. Mientras que en la semántica se cultiva el sentimiento de que es imposible salir de una crisis prefabricada desde fuera y dentro, sin la ayuda externa de nuestro eterno amo en los mercados financieros: el Fondo. En este callejón sin salida, hay que pagar a quienes hicieron dinero apostando en el circuito especulativo abierto por Macri con, paradójicamente, el efectivo que nos prestaron. Por las paredes de la política y la sociedad se transpira sudor a capitalismo del desastre.

El Fondo formalmente pide lo que el mercado mundial piensa que sobra en Argentina: plusvalía captada por los argentinos, en favor del pago de unas deudas que descapitalizaron al país para que sus activos sean rematados a precio de gallina flaca. Un mismo procedimiento que en América Latina avanza con Brasil como una nave de proa donde los recortes y las privatizaciones son garantizadas con lo que el psicólogo argentino Jorge Alemán califica como una gobernanza económica de tipo represiva. En criollo: el Fondo reclama que la Argentina sea destruida tal cual es para ser convertida en una nación para un pequeño porcentaje de su población.

Mientras se avanza hacia ese futuro, auditado por el FMI, en lo político el temor de los mercados con Macri es que no sea capaz de imponer un Estado policial y jurídico que normalice el sistema político argentino, sin ninguna alternativa a este consenso de mercado en el que los informalizados, los consumo-dependientes por fuera de los márgenes económicos, se organizan a los golpes y al ritmo cultural de la paraeconomía. Paradójicamente, el temor es que no pueda ser viable que Macri precarice a la misma clase media que lo sostiene en el gobierno, disociada con un futuro nórdico al cual nunca se le invitó.

De cierta forma, este modelo tutelado de destrucción de naciones, asumido por sus propios pueblos, parece que desafía al progresismo a regresar a la fuente de una vejada autoestima, en la que de nuevo los argentinos queramos ser argentinos de una forma tal que nos sintamos capaces de decidir nuestro propio destino. El regreso del Fondo pone esta tesis en el centro del debate político para fundamentar que hay una salida a la crisis por arriba, sin aceptar mansamente la imposición de un nuevo orden neoliberal, ajeno a las raíces culturales y sociales de una nación que tres años atrás sentía que su pasado de país inviable ,visto desde los mercados, era lejano y remoto.

Como si aquella pesadilla explosiva de 2001 difcilmente volviese a tocar la puerta de la manera que lo hace ahora, bajo la forma de un casino donde los argentinos ponemos el dinero para que otros jueguen con nuestro futuro a la ruleta.


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