Egipto se queda sin nada
Martes 15 de marzo de 2016 por CEPRID
Joshua Stacher
MERIP
Traducido para el CEPRID (www.nodo50.org/ceprid) por María Valdés
Un régimen autoritario puede ser impopular, incluso odiado, pero al menos tiene reglas. Aunque las reglas no se ajusten a Derecho las relaciones entre el Estado y la sociedad tienen un ritmo predeecible. La gente sabe cuales son las líneas rojas y puede optar por traspasarlas o no. Egipto no funciona así bajo el mando de Abd al Fatah al Sisi, el mariscal de campo convertido en presidente.
Casi tres años después del golpe militar que llevó al poder a Sisi no sólo se han difuminado las líneas rojas sino que el propio régimen, aún no consolidado, se ha definido tan vagamente que los egipcios ponen en cuestión que sea una entidad coherente. Las fuerzas de seguridad parecen haber soltado amarras respecto al poder ejecutivo. Como me dijo un periodista en El Cairo: “uno ya no sabe cuántos cuerpos de seguridad hay. Lo único que claro es que Sisi no los controla. Todo es impredecible e inestable y por eso todo es peligroso. No se sabe por dónde van a venir [las cosas]”.
El período transcurrido desde el golpe de Estado de julio de 2013 ha sido el más represivo de la historia moderna de Egipto. Tanto en términos de activistas encarcelados, torturados y asesinados como de violaciones contra la libertad de cátedra el impacto es desolador. En 2015, el Centro al Nadeem para la Rehabilitación de las Víctimas de la Violencia documentó 464 casos de desaparición forzada a manos del Estado. Casi 500 personas murieron bajo custodia y otras 676 fueron torturadas (1). Lo que va de año 2016 está siendo demoledor: en febrero, según informa el Centro Al-Nadeem, otras 8 personas murieron bajo detención y al menos otras 80 fueron torturadas.
El levantamiento de 2011 que acabó derrocando al presidente Hosni Mubarak estimuló el activismo político. Hoy centenares de personas que ya eran activistas antes del levantamiento languidecen en las cárceles. Otras quieren abandonar el país. A muchas se les prohíbe salir al extranjero siquiera para cortas estancias. Estas restricciones son gratuitas y han hecho circular un chiste que dice que hay que estar en el control de pasaportes del aeropuerto de El Cairo para saber si puedes viajar o no. Muchos han abandonado la actividad política por otros cosas. Hay miedo y resulta muy doloroso presenciar lo que ha sucedido. Algunos están tan deprimidos que se quedan en casa y otros están tan frustrados por el curso de los acontecimientos que ya no se movilizan. Como decía con preocupación uno de ellos, “no vamos a estar listos la próxima vez, todo el mundo está paralizado”.
Sin embargo, se equivocan tanto quienes sostienen que la salida de autoritarismo ha fracasado como quienes hablan sobre la primavera convertida en invierno. La disidencia es mucho más intensa que en los días previos al levantamiento contra Mubarak. Bajo el mandato de Sisi las acciones de colectivos obreros y otras protestas se han multiplicado por cinco en relación al período 2008-2010 (2). El país está en una situación desesperada.
Este desastre no lo ha causado el levantamiento de 2011 sino las decisiones adoptadas por actores poderosos. Las élites, que ansiaban retornar al status quo anterior, incumplieron las más básicas exigencias populares. Como la tensión no ha cedido ahora intentan contenerla mientras construyen un nuevo régimen marcado por una intensa competencia entre viejas glorias del antiguo régimen y nuevas figuras. Estas luchas, sumadas a la debilidad fiscal estructural del Estado y al empobrecimiento económico generan temor a que el sistema que están edificando pierda el control y explican la brutalidad de la represión.
¿Es que el régimen es un castillo de naipes? Muchos observadores egipcios dicen que ni la ayuda económica del Golfo, ni la cobertura diplomática de EEUU, ni la brutalidad de la policía conseguirán que el Estado funcione. Más de una persona me dijo abiertamente que Sisi podría ser derrocado a pesar de la ingente inversión y el gran boato desplegado para alzarle a un trono que se tambalea, a pesar de sus intentos por colocar a sus hijos a la cabeza de los servicios de inteligencia. Un pronóstico sombrío. Sin embargo, solo hay que leer los periódicos y estar en El Cairo para darse cuenta de cuál es la realidad.
Una semana basta
Una visita rápida a El Cairo es suficiente para desenmascarar la ficción del Egipto de Sisi. Ya no se ven los carteles publicitarios, los chocolates y hasta la ropa interior femenina con su rostro impreso que aparecieron inmediatamente después del golpe. En las paredes de la ciudad los símbolos de Sisi cuelgan abandonados y hechos jirones como si alguien se hubiese olvidado de quitarlos.
El 24 de febrero en el discurso más largo de su presidencia y en su habitual árabe coloquial, Sisi se dirigió a los detractores del orden post golpista y les advirtió: “Por favor, no escuchéis a nadie más que a mí. Hablo muy en serio. Tened cuidado. Que nadie ponga a prueba mi paciencia ni mis buenos modales intentando derribar al Estado. Juro por Dios que eliminaré de la faz de la tierra a todo aquel que se acerque al Estado. Os lo advierto, y todo Egipto me está escuchando. ¿Qué os creéis que estáis haciendo? ¿Quiénes os creéis que sois?”.
Los chistes comenzaron antes de que acabara su discurso. Periodistas egipcios y extranjeros polemizaban sobre si Sisi era “bebé Sadam” o “bebé Gadafi” hasta que alguien metió baza y dijo que ya quisiera Sisi tener la autoridad de cualquiera de los dos dictadores. Durante un discurso sobre sus previsiones para el año 2030, el presidente dijo que si pudiera se vendería a sí mismo por el bien del país. En menos de dos horas un egipcio puso a Sisi a la venta en eBay desde Estados Unidos. Un activista me dijo: “No lo llaméis régimen porque no lo es. Este país es de chiste, una parodia, una sátira. No hace falta ni estar en la oposición. Sólo tenemos que sentarnos y esperar”.
El humor convive con la ira, que se palpa. El 18 de febrero, la semana antes del discurso de Sisi, un policía se metió en el taxi de Muhammad Sayid, de 24 años, y le pidió al conductor un servicio para trasladar muebles al barrio cairota de Darb al-Ahmar. El policía y el taxista, conocido en el barrio como Darbaka, se enzarzaron en una discusión por el precio de la tarifa que acabó con un disparo mortal del policía en la cabeza de Darkaba. Los vecinos reaccionaron propinando una tremenda paliza al policía. Al principio el gobierno declaró que “la bala salió por error de la pistola”. Al día siguiente más de mil personas protestaron frente al Ministerio del Interior. Cuando los manifestantes invocaron el nombre del taxista de Darb al-Ahmar, corearon también el de ‘Afifi Husni, de Isma’iliyya y el de Tal’at Shabib, de Luxor, dos torturados y asesinados por la policía el invierno pasado (3). Sus muertes también provocaron protestas. Sisi y el ministro del Interior, Magdi ’Abd al-Ghafar, para calmar el furor dijeron que hay algunas manzanas podridas en las filas policiales. En respuesta, siete hombres que se hacen llamar la Coalición de Oficiales de Policía de Bajo Rango se dirigieron a un estudio de televisión para hacer público su descontento. Fueron detenidos antes de que comenzara la entrevista. Al día siguiente decenas de policías se manifestaron frente a la Dirección de Seguridad de la provincia de Sharqiyya para exigir la liberación de los siete.
Otro punto álgido de tensión es el enfrentamiento entre la policía y los médicos, agudizada desde el golpe por el incremento de incidencias derivadas de la brutalidad policial. A finales de enero dos agentes se presentaron en el Hospital General de Matariyya próximo a una de las comisarías de policía más mortíferas del país (4). Un policía con cortes sin importancia pretendía que el médico redactara un informe en el que se exagerara su estado. El médico, Mu’min ’Abd al-Azim, se negó. El oficial ileso asestó un puñetazo al doctor ’Abd al-Azim. Otro médico intervino para ayudar a su colega y la policía pidió refuerzos. Aparecieron ocho oficiales que arrastraron a los dos médicos al exterior para darles una paliza. Cuando los médicos fueron a presentar cargos en la comisaría lo que recibieron fueron amenazas de encarcelamiento si insistían en denunciar los hechos. El 12 de febrero cerca de 10.000 médicos se concentraron ante el edificio de su asociación profesional. Hicieron pública una serie de demandas y exigieron responsabilidades por la violencia policial así como una reforma integral de la seguridad en los hospitales que incluya la prohibición de entrar con armas de fuego y la instalación de cámaras de vídeo. La consigna que coreaban era “Estado de derecho”.
Alguien con buenas conexiones con el Estado pretende intimidar a los egipcios que vigilan y dan a conocer abusos como los de Matariyya. A mediados de febrero la policía se presentó con una orden de cierre en el Centro Al-Nadeem, que proporciona apoyo psicológico y asistencia a víctimas de la tortura desde 1993. El Ministerio de Salud consideraba que el Centro había sobrepasado su mandato de tratar a las víctimas para pasar a defenderlas mediante informes bien documentados. En conferencia de prensa posterior, la directora del Centro, Aida Seif al-Dawla, fue desafiante: “Vamos a seguir en el centro todos los días durante las horas de trabajo hasta que vengan y lo cierren. Mientras sigan torturando seguiremos elaborando informes. La única manera de que esos informes no se emitan es que dejen de torturar”.
El 22 de febrero a Hossam Bahgat, reconocido periodista de investigación, se le prohibió viajar a Jordania para asistir a una conferencia de la ONU sobre la justicia en el mundo árabe. Bahgat ya había sido citado y detenido por la inteligencia militar en noviembre por la publicación de un artículo que revelaba una condena silenciada contra 26 oficiales del ejército acusados de conspirar para derrocar a Sisi (5). Como desde la fecha de la publicación le habían permitido salir del país en dos ocasiones, la prohibición le extrañó. Su nombre ha sido incluido en una larga lista de personas a las que se les prohíbe viajar al extranjero; el activista de derechos humanos Gamal Eid también está incluido.
La represión se extiende a las artes. El 20 de febrero un tribunal de El Cairo condenó al novelista Ahmad Nayi a dos años de cárcel por ofender la “moral pública” aduciendo que en su última obra, Istijdam al-hayat (El uso de la vida) aparecen escenas de sexo y consumo de drogas (6). El caso fue particularmente asombroso: Nayi fue absuelto en un tribunal de primera instancia; el fiscal apeló y se emitió una sentencia draconiana. El encarcelamiento del novelista provocó la indignación en muchos sectores sociales; el propio ministro de Cultura de Sisi, Hilmi al-Namnam, se vio obligado a asistir a una conferencia de prensa en solidaridad con al-Namnam (7).
Algunos de estos casos pueden resolverse si disminuyen las críticas. Pero sólo un tonto podría no inmutarse ante las reiteradas parodias judiciales. Como decía un periodista tras enumerar la letanía de las malas noticias de la semana anterior, “no salimos de una tragedia que ya estamos en otra”. Su listado de incidentes semanales repetía los mismos de Darbaka, Nayi, Nadim y Bahgat, solo que con nombres y detalles diferentes.
Espacios borrados y vigilados
El espíritu de 2011 ha dejado de sonar en las consignas de la plaza Tahrir y ya no está visible en los graffitis que cubren las paredes del centro. Después del levantamiento la sede incendiada del Partido Nacional Democrático de Mubarak siguió en pie durante algún tiempo como un recordatorio del poder popular. Ahora se ha demolido. En la calle de Qasr al-’Ayni, la arteria principal que conduce hacia el sur desde la emblemática plaza, una puerta de acero pintada con la bandera egipcia abre y cierra su acceso. Como me dijo un investigador, “toda esa zona se ha cerrado porque es allí donde solían concentrarse los disidentes”.
Quien sea el que da estas órdenes desmedidas también ha vaciado el centro de El Cairo de casi toda su actividad de ocio. Los cafés de la zona comercial peatonal que hay cerca de la Bolsa ya no bullen y las galerías de arte se han cerrado. Un par de periodistas egipcios se lamentaban diciendo “ya no vamos nunca al centro. Hay demasiada seguridad y nadie quiere tener problemas”.
De hecho, la zona está llena de policías uniformados y de paisano mezclándose con la multitud. Cámaras de vídeo vigilancia de circuito cerrado sobresalen de balcón en balcón. Hay vallas de contención rodeando los edificios gubernamentales como el Ministerio de Asuntos Exteriores, el Banco Central, el Tribunal de Casación y el Parlamento. El efecto que produce es que las fuerzas de seguridad del Estado están en todas partes y en ninguna al mismo tiempo. Los periodistas locales dicen que sería “de locos” sacar fotos en el centro.
La presencia de fuerzas de seguridad es aún más intensa en Garden City, al sureste de la plaza Tahrir, a lo largo del Nilo, la zona que alberga las embajadas estadounidense, británica, canadiense e italiana entre otras. En la misión italiana hubo mucho movimiento el pasado mes de febrero cuando la prensa cubría el asesinato del investigador italiano Giulio Regeni (casi con toda seguridad a manos de la policía secreta) y la suspensión de las negociaciones energéticas de la corporación italiana Eni para desarrollar la “supergigante” bolsa de gas natural de la costa mediterránea egipcia. Las vallas de contención rodean también muchas embajadas.
En Garden City están también la Iniciativa Egipcia para los Derechos Personales y el diario independiente Mada Masr, dos organizaciones que no gustan al gobierno. Llevan a cabo investigaciones irrebatibles y publican informes tanto en árabe como en inglés. Ambas reciben de manera regular amenazas de agentes de seguridad anónimos. “Llaman y dicen: ’conocemos tu vida personal. Sabemos que no pretendes arruinar la reputación del país’. Ese tipo de cosas”, dice uno de los que las reciben. Mada Masr ha iniciado ya el traslado de sus oficinas a otro lugar para escapar de la vigilancia.
El elegante distrito de la isla de Zamalek parece menos controlado. Allí los egipcios se mezclan libremente con los extranjeros porque hablar en otro idioma despierta menos sospechas. Aunque también se ven cosas inquietantes: convoyes de Jeep Wranglers negros que llevan paramilitares fuertemente armados en uniforme de camuflaje gris y negro con máscaras negras. Los jeeps portan una pegatina que dice Policía del Pueblo (Shurtat Shaab). Aunque nadie sabe cuándo se ha creado ese nuevo cuerpo policial no parecen preocupados por su presencia. Como me decía un periodista, “yo ya ni los noto. Creo que los mandan para llamar la atención. Conducen por la noche y apuntan con sus armas aunque solo en barrios de clase alta”. Y otro periodista añadía: “Los que llegan a tu casa a las 4 de la madrugada para detenerte van de paisano. Esos son los que llevan a cabo las desapariciones”.
Un imperio económico aislado
Además de la inquietud por la agresividad de las fuerzas de seguridad, lo común en El Cairo es la preocupación por la economía. Las reservas de divisas del país se están agotando. Comprar dólares es casi imposible incluso en el aeropuerto, lo que irrita a los egipcios a los que todavía se les permite viajar fuera del país. El tipo de cambio oficial es de 7’6 libras egipcias por dólar, y en el mercado negro se paga 9’5 a 1(8). Todo el mundo espera una nueva devaluación de la libra, lo que producirá más inflación y limitará aún más los presupuestos de la mayoría de las familias. Una devaluación significativa provocaría el colapso del sistema de pensiones.
Los militares, a pesar de su tan cacareado imperio económico, no parece ser capaz de mantener su estatus económico, por no hablar del de Egipto. Tras el derrocamiento de Mubarak se afanó para que la Constitución y otras leyes consagraran sus intereses, por ejemplo, blindando su presupuesto fuera de la supervisión parlamentaria. Pero sus intervenciones no lograron garantizar su acceso a más riquezas nacionales. Como dice un analista “ahora es el ejército el que subvenciona el tesoro y no a la inversa”. En diciembre de 2011 el Ministerio de Defensa donó 1.000 millones de dólares al Banco Central (9). Se dice que la sociedad Military Inc. es quien paga las subvenciones de la factura eléctrica de la población. Estas acciones envían un mensaje al capital extranjero de que la economía está en riesgo.
El analista continúa: “está claro que el ejército ha ganado influencia pero está pagando por una burocracia civil con la que no puede contar políticamente. Como no puede reformarla, la costea y a la vez gasta dinero en proyectos de desarrollo y de inversión. Una pérdida constante. Es una tragedia griega que no se puede sostener”.
El dilema no es nuevo para los gobernantes egipcios. Poco antes del levantamiento de 2011 el economista político Samer Soliman publicó un estudio sobre el deterioro fiscal del Estado egipcio durante los 30 años de presidencia de Mubarak (10). A medida que menguaban las rentas de la ayuda externa y los derechos de tránsito del Canal de Suez el Estado tenía disponer de menos ingresos para funcionar. Se redujo el gasto social para evitar el aumento de la deuda externa. Sin embargo, a pesar de los recortes, el número de funcionarios se incrementó hasta emplear a más de 5 millones y nadie se atrevió a tocar los subsidios más importantes, el gas y la electricidad. Este neoliberalismo tibio del Estado engañaba en dos sentidos: no aplicaba los recortes lo suficientemente rápido como para complacer a las instituciones financieras internacionales, pero recortaba lo suficiente como para provocar el descontento popular. No fue una economía centralizada ni el neoliberalismo lo que provocó las protestas en los últimos años de Mubarak. Fue el intento esquizofrénico del Estado de mantener ambos sistemas a la vez.
La calidad de vida y el poder adquisitivo disminuyeron a lo largo del periodo de Mubarak. Cientos de miles de familias sufrieron enormes dificultades, particularmente aquellas cuyos salarios dependían de sectores estatales estancados como el funcionariado y la industria, así como los pequeños empresarios. La población comenzó a rebelarse. El Estado no tuvo otra respuesta que incrementar la represión.
Sin embargo, cuanto más dinero destinaba Mubarak al Ministerio del Interior menos había para viviendas asequibles, hospitales, escuelas, universidades, transporte público y espacios de recreo, infraestructuras todas ellas esenciales y ya en estado inutilizable. Los hogares estiraban sus ingresos para poder hacer frente al pago de unos alimentos que no dejaban de encarecerse, a la educación y a los gastos médicos. Los ahorros desaparecieron y millones de personas fueron arrojadas a la economía informal para ganar un poco de dinero extra. La construcción de urbanizaciones de lujo solo dio trabajo a una ínfima parte de la población; el resto tenía que emplearse en dos o más puestos de trabajo para poder salir adelante.
Military Inc. quedó a resguardo de la zozobra económica y de la cólera social que producía. Todo el mundo sabía que los militares tenían sus prerrogativas aunque buena parte de ellas se desconocían. Luego el golpe situó a Sisi y a los generales en el centro de atención. Pero están solos: Sisi no cuenta con el patronazgo de una maquinaria de partido como en el caso de Mubarak aunque tiene que lidiar con el mismo sector público, que es más fuerte ahora que en cualquier otro momento desde 1952. Según las estadísticas de la Agencia Central de Reglamentación y Administración el Estado empleaba a 5’6 millones de trabajadores en 2010. Según informes de prensa, desde el levantamiento hay 900.000 empleados más (11).
Una de las primeras tácticas de Sisi fue emitir un decreto presidencial (no había ningún Parlamento cuando asumió el cargo) que transformaba el sistema de pago de la administración pública. Anteriormente el 80% del salario se componía de bonos concedidos por antigüedad y el resto como salario fijo. El edicto modificó los porcentajes, vinculó los bonos a la productividad y limitó las cantidades. Los sindicatos de los servicios públicos se opusieron porque los cambios equivalían a recortes salariales. En enero se constituyó un nuevo Parlamento al que se le ordenó aprobar los 342 decretos de Sisi como leyes permanentes. Todo el mundo esperaba que la Asamblea agachase la cabeza y cediese, de hecho aprobó la mayor parte de las órdenes presidenciales, pero los parlamentarios echaron para atrás el decreto sobre los funcionarios públicos por 332 votos a favor frente a 150 y 7 abstenciones. Según el Ministerio de Economía, la masa salarial del sector público aumentó en un 8’4% entre julio y diciembre de 2015, incluso estando vigente el decreto (12).
Por lo tanto, Sisi se enfrenta a la misma paradoja que Mubarak. Como explica un académico, “la trampa está en reproducir el Estado post-independencia. Si no se hace nada y se deja que todo siga igual, la crisis fiscal debilita al Estado. Si se liberaliza la economía se debilita al Estado igualmente. En cambio, se hincha el servicio público, se crean nuevas y más agencias policiales y se imponen recortes progresivos que producen protestas”. De hecho, en la primera semana de marzo se han producido huelgas de funcionarios y de otros sectores por todo el país en protesta por la congelación salarial (13).
Mientras tanto, hay fricciones entre el ejército y las grandes empresas, los únicos estamentos que prosperaron bajo el mandato de Mubarak. Tras el levantamiento, Military Inc. esperaba beneficiarse del exilio de algunos compinches de la élite de Mubarak y el enjuiciamiento de los demás. Sin embargo, cuando el ejército se hizo cargo de la situación comenzaron los problemas.
Hay pruebas de que Military, Inc. está llevando a cabo dos políticas contradictorias. En primer lugar, como ha demostrado el economista Abdel-Fattah Barayez, las fuerzas armadas están penetrando grandes empresas civiles para hacerse con los grandes proyectos en los que Sisi pretende basar su prestigio (14). Para excavar el nuevo Canal de Suez, por ejemplo, han contratado a más de 70 empresas privadas, entre ellas Orascom, propiedad de la súper-rica familia Sawiris. Teniendo en cuenta que Sisi ha concedido a Military, Inc. la construcción del nuevo Canal de Suez, estos contratos son en realidad subsidios al capital privado que disminuyen los propios beneficios del ejército. En otros casos, es el ejército el que subvenciona al Estado. En 2014 el ejército tuvo que proporcionar terrenos gratuitos a la empresa emiratí Arabtec destinados a la construcción de un millón de viviendas a cambio de un acuerdo para que esa compañía contratara mano de obra egipcia y comprara materiales egipcios. Arabtec aparentemente se resistió a ello así que el ejército entregó el proyecto al Ministerio de Vivienda, que consiguió que la misma empresa emiratí aceptara el acuerdo. AlgUna cosa similar ocurrió con un acuerdo militar con General Electric para la construcción de 12 turbinas para generar energía. El ejército pagó a GE un adelanto muy cuantioso, el 25% del valor del contrato, para acabar pasando la gestión del proyecto al Ministerio de Electricidad. Según Barayez, los generales están primando los objetivos políticos sobre los económicos. “El ejército está abandonando gradualmente su antiguo papel de socio de la clase gobernante para transformarse en un participante activo en la construcción de un nuevo orden autoritario”. Estos movimientos están también encaminados a construir una alianza con la clase empresarial privada de Egipto.
Al mismo tiempo, sin embargo, Military Inc. intenta ampliar sus lazos comerciales a expensas de las grandes empresas. Antes del levantamiento de 2011, las fuerzas armadas vendían parcelas de tierra a los magnates egipcios a precios por debajo del mercado. Luego los empresarios se asociaban con inversores extranjeros para construir viviendas y urbanizaciones turísticas de lujo. El capital extranjero penetró Egipto a través de los grandes negocios. Ahora son los militares quienes supervisan a entidades como la Organización Nacional de Proyectos de Servicios o la Autoridad del Proyecto Territorial de las Fuerzas Armadas para captar el capital extranjero directamente.
Estos cambios alimentan la animosidad entre las élites militares y las empresariales pero fusionan también el poder del Estado con la riqueza. Como argumentaba un analista, “todas las redes del amiguismo se están re-configurando. Los mismos que asignan los terrenos se benefician directamente. Se vuelven más poderosos, están armados y tienen recursos”. Las tensiones surgieron en noviembre de 2015 por la congelación de activos financieros del magnate de la prensa Salah Diab, acusado de apropiarse de terrenos del Estado (15). También son visibles en el lánguido desempeño de la Fundación Larga vida a Egipto, una organización benéfica que supervisa Sisi y con la que espera atraer miles de millones de libras en donaciones de los ciudadanos. A pesar de las vallas publicitarias que anuncian residencias de lujo en toda la capital, no hay negocio en ese sentido. El imperio económico de los militares es extenso pero, irónicamente, ahora que está más plenamente integrado en el Estado está más aislado.
¿Sisi el mago?
En privado, o fuera del alcance del oído del informante que hay sentado en la esquina, casi todos los observadores de Egipto sostienen que no funciona ni el sistema político ni la economía. Nadie usa la palabra “estabilidad”, a diferencia de lo que ocurría con Mubarak, cuando se utilizaba de manera recurrente y de boquilla aún sabiendo que era una ilusión. Nadie defiende a Sisi ni sus políticas por mucho que haya quien diga: “no es culpa suya. Es por la gente de la que se rodea, el Ministerio del Interior, ejército, parlamentarios, jueces y los medios”. Si Sisi tuvo alguna vez una luna de miel con los egipcios, eso ya no se producirá más.
Una cosa es dictar las órdenes desde bambalinas y otra gobernar, abiertamente, a grupos a los que hay que apaciguar. En sólo cinco años el imperio económico privado del ejército se ha transformado en un nuevo ente de subvención interna del Estado. La burocracia chupatintas, el agotamiento de los trabajadores y consumidores, pero también los rehabilitados cómplices capitalistas de la era de Mubarak, están haciendo entrar en vereda a Military Inc. y a sus caras públicas.
Mientras se asienta el polvo en esta convulsión en muchos frentes, la única certeza son las protestas de los egipcios para preservar los escasos beneficios que les proporciona un sistema caprichoso que detiene y tortura a todo aquel que no tenga varias capas de protección. Si Sisi logra sobrevivir a la recreación de un régimen tan falsamente estable como el que reinaba en tiempos de Mubarak, es que es un mago. En la actualidad, se asemeja más a un telonero casi cómico, aunque con ejército, mientras todo el mundo está a la espera del siguiente capítulo en la tumultuosa historia de Egipto.
Nota del autor: Este artículo está dedicado a la memoria de Giulio Regeni.
Notas finales
(1) Markaz al-Nadim lil-‘Ilaj wa al-Ta’hil al-Nafsi li-Dahaya al-‘Unf wa al-Ta‘dhib, Hisad al-Qahr fi ‘Am 2015 (Cairo, enero de 2016).
(2) Amy Austin Holmes y Hussein Baoumi, “ Egypt’s Protests by the Numbers ,” Sada , 29 de enero de 2016.
(3) New York Times , 3 de diciembre de 2015.
(4) Amira Howeidy, “ Matariyya, Egypt’s New Theater of Dissent ,” Middle East Report Online , 4 de junio de 2015.
(5) Hossam Bahgat, “A Coup Busted?” Mada Masr , 14 de octubre de 2015.
(6) Véase Ursula Lindsey, “Cairo: A Museum of Ghosts,” The Nation , 21 de marzo de 2016.
(7) Mada Masr , 25 de febrero de 2016.
(8) Reuters, 3 de marzo de 2016.
(9) New York Times , 28 de diciembre de 2011.
(10) Samer Soliman, The Autumn of Dictatorship: Fiscal Crisis and Political Change in Egypt Under Mubarak (Stanford, CA: Stanford University Press, 2011).
(11) Ashraf Hussein, “Do We Really Have Big Government?” Mada Masr , 10 de septiembre de 2015. http://merip.org/mero/mero030816
(12) Mada Masr , 7 de marzo de 2016.
(13) Mada Masr , 8 de marzo de 2016.
(14) Abdel-Fattah Barayez, “ More Than Money on Their Minds: The Generals and the Economy in Egypt Revisited ,” Jadaliyya , 2 de julio de 2015.
(15) Mada Masr , 7 de noviembre de 2015.
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