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El MST y la completa destructividad del capital (Parte II)

Miércoles 30 de julio de 2008 por CEPRID

Maria Orlanda Pinassi Revista Herramienta

Ver la primera parte del artículo en http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article182

Modificaciones en las formas de confrontación entre capital y trabajo Para abordar la cuestión no veo mejor camino que seguir la huella de Marx y Engels que desde el Manifiesto Comunista ya llamaban la atención sobre los problemas derivados de la concentración de la propiedad privada y de la justa lucha contra ella:

Os horrorizáis de que queramos abolir la propiedad privada. Pero en vuestra sociedad actual, la propiedad privada está abolida para las nueve décimas partes de sus miembros. Precisamente porque no existe para esas nueve décimas partes existe para vosotros. Nos reprocháis, pues, el querer abolir una forma de propiedad que no puede existir sino a condición de que la inmensa mayoría de la sociedad sea privada de propiedad.[6]

Desde 1848 hasta hoy, la imperativa objetivación de esta tendencia estructural del capital se reveló con toda su potencialidad trágica. El hecho es que, actualmente, nos encontramos frente a un cuadro social de gravedad inigualable, cuadro compuesto por la festiva abundancia de un reducidísimo número de propietarios, inimaginablemente ricos, asentados sobre una franja cada vez mayor y más explosiva de la humanidad sometida a una rigurosa dieta de miserabilidad. El escenario, por lo tanto, es extremadamente problemático y constituye un desafío descomunal para los distintos campos teóricos, desde los más conservadores -si no reaccionarios -, pasando por los liberales moderados -si es que eso todavía existe- hasta los revolucionarios más radicales.

Es obvio que semejante forma societaria, fundada necesariamente en la desigualdad material -creciente y sustantiva-, sólo puede ser estructuralmente conflictiva. Su esencia contradictoria, cada tanto, hace impotentes, inútiles y vanos todos los mecanismos de control de la violencia latente que, desde la génesis,[7] emana de su causalidad más profunda, o sea, la subordinación estructural del trabajo al capital.

Ese es el presupuesto de todo el proceso que genera y sostiene la relación-capital y el significado más evidente de tal premisa es que la historia de la acumulación capitalista, desde su fase primitiva, viene siendo moldeada por

[…] sobre todo los momentos en que grandes masas de hombres se ven despojadas repentina y violentamente de sus medios de producción para ser lanzadas al mercado de trabajo como proletarios libres, y privados de todo medio de vida. Sirve de base a todo éste proceso la expropiación que priva de su tierra al productor rural, al campesino. Su historia presenta una modalidad diversa en cada país, y en cada uno de ellos recorre las diferentes fases en distinta gradación y en épocas históricas diversas.[8]

De hecho, desde la acumulación primitiva hasta los días de hoy, la historia viene siendo escrita a través de las embestidas del capital sobre el trabajo y, a despecho de todos los esfuerzos ideológicos y coercitivos utilizados contra las insubordinaciones, son incontables y múltiples los momentos de confrontación entre sus personificaciones.

Muchas han sido las formas históricas de los sujetos -legatarios del potencial revolucionario-, y la más absoluta verdad es que las reales antípodas del sistema siguen siendo, hoy más que nunca, esas crecientes y peligrosas nueve décimas partes de la humanidad condenada a la indigencia -en el mundo regido por el capital- por la concentración de la propiedad privada, por el trabajo extrañado, fetichizado (teniéndolo, o no). Cambian las formas, cambia el contenido, cambian incluso las personificaciones, pero la esencia de clase estructural jerárquicamente subordinada al capital sigue siendo la misma.

Es importante recordar también que a cada nueva contradicción creada por el capital, en su permanente impulso hacia la expansión y la acumulación, puede decirse que igualmente se modifican las formas y el contexto de la confrontación y, con respecto a esto, la cuestión dependerá siempre y fundamentalmente de la relación entre la necesidad histórica y la conciencia de clase requerida, entre su ser y su existencia.

Más recientemente, en particular

[…] en las últimas décadas, la sociedad contemporánea viene presenciando profundas transformaciones, tanto en las formas de materialidad como en la esfera de la subjetividad, dadas las complejas relaciones entre esas formas de ser y de existir de la sociabilidad humana. La crisis experimentada por el capital, así como sus respuestas, de las cuales son expresiones el neoliberalismo y la reestructuración productiva de la era de la acumulación flexible, trajeron aparejadas, entre tantas otras consecuencias, profundas mutaciones en el interior del mundo del trabajo. Entre ellas podemos mencionar inicialmente el enorme desempleo estructural, un creciente contingente de trabajadores en condiciones precarizadas, además de una degradación creciente en la relación metabólica entre hombre y naturaleza, conducida por la lógica societal volcada prioritariamente a la producción de mercaderías y a la valorización del capital.[9]

Y para enfatizar la tendencia señalada, Mészáros afirma que los dramáticos desdoblamientos de esta crisis demostraron que Alcanzamos una fase del desarrollo histórico del sistema capitalista en la que el desempleo es su característica dominante. En esta nueva configuración, el sistema capitalista está constituido por una red de interrelaciones y de interdeterminaciones, por medio de la cual es ahora imposible encontrar paliativos y soluciones parciales al desempleo en áreas limitadas, en agudo contraste con el período desarrollista de posguerra, cuando los políticos liberales de algunos países privilegiados sostenían la posibilidad del pleno empleo en una sociedad libre.[10]

En verdad, el desempleo estructural es la marca indeleble de la misma crisis estructural del sistema que llegó a todos los límites -relativos y absolutos- aún capaces de una justificación racional. De modo tal que el capital se obligado a deshacer

las concesiones pasadas, atacando sin piedad las mismas bases del Estado de bienestar, así como las salvaguardas legales de protección y defensa del obrero por medio de un conjunto de leyes autoritarias contra el movimiento sindical, todas aprobadas democráticamente, y el orden político establecido debió desentenderse de su legitimidad mostrando, al mismo tiempo, la inviabilidad de la postura defensiva del movimiento obrero.[11]

O sea, el desempleo estructural es la más nueva forma "en que grandes masas de hombres se ven despojadas repentina y violentamente de sus medios de producción para ser lanzadas al mercado de trabajo", sólo que esta vez sin ninguna perspectiva de empleabilidad. Así, se deshace el ejército industrial y agrícola de reserva no para emancipar a los individuos del trabajo subordinado al capital ni para decretar el fin de la sociedad del trabajo, sino para formar un ejército creciente de trabajadores-sin-trabajo.

Los datos no niegan, sino más bien confirman la actualidad histórica de la confrontación expuesta por Marx y Engels y el agravamiento de la situación que ellos describieron y fecunda su peculiar irreverencia revolucionaria que, desde hace más de 150 años, viene contrariando, irritando, enfureciendo, a los apologistas del sistema con su apócrifo deseo de abolir la realidad de la lucha de clases y el realismo de la transición socialista.

Así pues, la cuestión sigue siendo el carácter insurgente, movilizador, de aquellas palabras que se atrevieran a desafiar, por primera vez en la historia, el derecho "natural e incontestado" de la propiedad privada y sobre todo el derecho "natural e incontestado" de subordinar el trabajo al capital. Y si los límites defensivos de la lucha sindical y de la lucha partidaria indican que estas, aunque necesarias, se muestran insuficientes para enfrentar las consecuencias de la crisis estructural que se instala con tamaña agresividad sobre la clase trabajadora, pareciera que el socialismo está ante una "alteración histórica en la confrontación entre capital y trabajo", modificación esta que viene "acompañada por la necesidad de buscar un medio diferente de afirmar los intereses vitales de los productores asociados".[12]

MST: potencialidad y realidad

Una de las condiciones esenciales para el éxito de las revoluciones del siglo XVIII fue el llamado a la universalidad emancipatoria conducido por la burguesía -su signataria más poderosa. La idea universal de libertad atrajo la atención de los insurrectos -ricos y pobres- y conquistó la imprescindible adhesión de las masas, cuyo radicalismo jacobino dio vida a la causa revolucionaria. La historia se encargó de revelar que "una vez establecida la nueva formación social, los colosos antediluvianos desaparecieron".[13] Las necesidades pos-revolucionarias imponían, entonces, la formalización de una mística universal de los derechos humanos y de la ciudadanía a fin de materializar más libremente los intereses particulares de una clase en lucha por el poder y la dominación.

Por eso mismo es que, desde 1848, Marx advierte sobre la necesidad de "encontrar nuevamente el espíritu de la revolución" y de la emancipación universal que, manteniéndose como una promesa de la historia se constituía en condición revolucionaria esencial para el proletariado, única clase capaz de realizarla concreta y plenamente. Teniendo en vista la crisis estructural del capital y la actualidad de la transición socialista, planteo tres cuestiones que me parecen particularmente importantes en el ámbito de esta discusión:

1) ¿Para el MST, la lucha por la tierra constituye un fin o una mediación, una continuidad o una ruptura con el orden establecido por el capital? O sea, ¿el MST, por la naturaleza de la lucha más inmediata que impulsa, está históricamente condenado a la regresividad o es un movimiento potencialmente revolucionario?

2) ¿En qué medida el MST, un movimiento social de masas centrado en la lucha por la tierra, con todo el lastre histórico reformista y específico del capitalismo brasileño que esta lucha carga, podría ser una alternativa más universal y concreta para las necesidades actuales de actuación política ofensiva de la clase trabajadora frente a la completa destructividad del capital?

3) ¿Hasta qué punto el MST, con su organización interna, estaría esbozando una sociabilidad capaz de provocar rupturas con la relación-capital?

En verdad, la intención es buscar de elementos para discutir el papel del MST, de sus dimensiones anticapitalistas no sólo en relación con la negación del orden, sino también y fundamentalmente en relación con su capacidad de construir la negación de la negación, o sea, la positivización de una alternativa verdaderamente socialista.

Obviamente, como arriba se dijo, no es nada fácil responder esas preguntas de un modo directo y a quemarropa, incluso porque están referidas a un proceso que todavía debe mostrarse plenamente. Como máximo, es posible esbozar algunos puntos para el debate, ya que el MST da señales evidentes de un poder de confrontación potencialmente capaz de transformar la realidad existente. Lo que dependerá de sus formas de manejar los interrogantes

Podríamos comenzar pensando en el Movimiento de los trabajadores Sin Tierra como un fenómeno que, por su propia naturaleza, incorpora parte sustantiva de la clase trabajadora, pero cuyo funcionamiento interno torna inesencial y, por eso, diluye la sensorialidad/parcialidad característica de las organizaciones obreras. En la medida que el MST conserva el carácter clasista de su militancia, carácter afirmado hasta aquí como antagonista temido por el capital, el movimiento estaría aportando a un significado más universal del proletariado. En definitiva, el movimiento estaría dando un paso importante hacia la consolidación del proletariado "como una clase que es la disolución de todas las clases", una clase que se opone cada vez más conscientemente no sólo a la "particularidad burguesa, sino cualquier particularidad, inclusive aquella que acompaña necesariamente todas las formas de poder político propiamente dicho". Y a propósito de la "posibilidad positiva de emancipación" en Alemania, Marx dijo lo siguiente:

En la formación de una clase con cadenas radicales, de una clase de la sociedad burguesa que no es una clase de la sociedad burguesa; de un estamento que es la disolución de todos los estamentos; de una esfera que posee carácter universal por sus sufrimientos universales y que no reclama para sí ningún derecho especial porque no se comete contra ella ningún desafuero especial sino el desafuero puro y simple; que no puede apelar ya a ningún título histórico, sino simplemente al título humano; que no se halla en ninguna índole de contraposición unilateral con las consecuencias, sino en una contraposición omnilateral con las premisas del Estado alemán; de una esfera, por último, que no puede emanciparse sin emanciparse de todas las demás esferas de la sociedad y, al mismo tiempo, emanciparlas a todas ellas; que es, en una palabra, la pérdida total del hombre y que, por tanto, sólo puede ganarse a si misma mediante la recuperación total del hombre. Esta disolución de la sociedad como una clase especial es el proletariado.[14]

Si se considera que el MST podría, de hecho, ser el portador de la potencialidad emancipatoria universalizante, lo que desconcierta teniendo en vista la teoría de la revolución de Marx, es que el ideario que mueve sus acciones gira en torno a la lucha por la tierra y por la reforma agraria. Me atrevo, sin embargo, a reafirmar su actualidad revolucionaria en Brasil por el fuerte contenido crítico ideológico que, hace décadas, viene incitando a los más aguerridos ánimos contra la expoliación, la explotación, las desigualdades y las indecibles barbaridades cometidas en nombre del progreso nacional e internacional. Entonces, lo que podría constituir una debilidad -vale decir, la particularidad histórica de la lucha por la reforma agraria- puede ser uno de sus mayores triunfos. O sea, desde esta bandera que evoca viejas contradicciones nacionales no resueltas puede aflorar la conciencia sobre las más actuales formas que asumen la explotación de clase y la dominación imperialista. De esa reivindicación típicamente nacional y pequeño burguesa puede surgir una oposición radical al nacionalismo triunfalista, al chauvinismo, a la concepción de nación vuelta sobre sí misma. El nacionalismo anticapitalista debe ser abierto y apuntar a la internacionalización de lucha de los pueblos dominados. De allí puede derivar la actualidad y la legitimidad de las específicas manifestaciones latinoamericanas que cada vez más intensamente vienen reclamando por sus más antiguas deudas históricas. Que lo digan, entre muchos otros movimientos sociales, los zapatistas en México, los bolivarianos en Venezuela, las FARC en Colombia, los indios cocaleros en Bolivia, los piqueteros en Argentina, la Campaña (inter)nacional contra el ALCA.

El MST es un movimiento político, pero -como destacara Marx- no puede haber movimiento político que no sea al mismo tiempo social.[15] Entonces, es preciso afirmar que el carácter efectivamente político del MST no emana de compromisos incondicionales con la lucha partidaria, ni mucho menos se desarrolla a su sombra. El carácter político del MST se afirma en la centralidad del trabajo y, fundamentalmente, en los sujetos constituidos a través de su praxis que, en el plano más inmediato, desafían la "inviolabilidad" de la propiedad privada. Y, aunque al principio no actúe necesariamente en el sentido de negarla completamente, el movimiento puede hacer concreta esa dimensión anticapitalista, desde que reconozca su propia contemporaneidad, desde que reconozca que su marco no está dado por militantes que reclaman el estatus de un campesino resignado y añorante de un pasado jamás vivido en Brasil, y que su proyecto de nación no apunta a constituir una plétora de pequeñas propiedades.

La objetivación de su inclinación revolucionaria sólo puede hacerse realidad si ese proceso asentado en la lucha por la tierra fuese considerado una mediación, una transitoriedad para la superación del sistema de funcionamiento del capital, en el que el movimiento social aún se inserta y de alguna forma resulta controlado por sus imperativos En estos más de 20 años de historia, como vimos, el MST viene enfrentando vigorosamente todo tipo de veleidades jurídicas y bárbaras violencias correspondiendo así a la expectativa de infinidad de hombres y mujeres trabajadoras que afluyen hacia él buscando un futuro cualitativamente diferente a las experiencias hasta entonces vividas. Con ellos -y solamente con ellos- el movimiento debe comprometerse, pues constituyen la razón más que suficiente para no dejarse abatir, perder el vigor y la responsabilidad histórica, precisamente frente a las palabras vanas de un gobierno que, siguiendo los moldes de 1789 y 1830, traicionó y frustró la expectativa popular.

La realidad actual no deja espacio para vacilaciones, porque se asiste a una peligrosa secuencia de medidas impulsadas por las "políticas sociales" de una nueva forma de Estado benefactor que legisla sobre los estertores de una democracia que, en definitiva, nos llegó a través de las manos del neoliberalismo. Con eso quiero decir que los movimientos sociales en general y en particular el MST, si sucumbieran a los llamados de la institucionalización, se comprometerían, perderían su movilizadora libertad crítica, se debilitarían de modo irreversible. La única forma de impedir que eso ocurra es continuar reforzando las estrategias de confrontación ofensiva contra la propiedad privada -las ocupaciones-, declarar la independencia política ante las esferas del poder constituido, y posicionarse firmemente con la determinación de ofrecer una alternativa radical a los trabajadores y trabajadoras, del campo de la ciudad, formales e informales, con y sin calificación, empleados y desempleados, o sea, los verdaderos sujetos de la historia.

[6] Carlos Marx y Federico Engels, Manifiesto comunista. Buenos Aires, Ediciones Pluma, 1974, pág. 83.

[7] Ver el capítulo XXIV, "La llamada acumulación originaria" (o "primitiva"), en Carlos Marx, El Capital. Volumen 1, México, FCE, 1973.

[8] Idem, pág. 609.

[9] Ricardo Antunes, Los sentidos del trabajo. Buenos Aires, Ediciones Herramienta - TEL, 2007, pág. 1.

[10] I. Mészáros, Unemployement and Causalisation: A Great Challenge to the Left (mimeografiado, s/f).

[11] I. Mészáros, Para além do capital. San Pablo, Boitempo Editorial, 2000, pág. 24.

[12] Idem, pág. 31

[13] Carlos Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Buenos Aires, Editorial Polémica, 1972, pág. 16.

[14] Idem, Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel. En La sagrada familia. México, Grijalbo, 1984, pág. 14.

[15] Idem, Miseria de la filosofía. Buenos Aires, Cartago, 1987, pág.138


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