CEPRID

La industria de la mentira del imperialismo

Domingo 22 de septiembre de 2013 por CEPRID

Domenico Losurdo

CEPRID

Traducido del italiano por M. R.

En la historia de la industria de la mentira como parte integrante del conjunto industrial-militar del imperialismo el 1989 es un año crucial. Nicolae Ceausescu todavía está en el poder en Rumania. ¿Cómo derribarlo? Los mass media occidentales difunden de forma masiva entre la población rumana las informaciones y las imágenes del «genocidio» perpetrado en Timisoara precisamente por la policía de Ceausescu.

1. Los cadáveres mutilados

¿Qué había sucedido en realidad? Valiéndose del análisis de Debord relativo a la «sociedad del espectáculo», un ilustre filósofo italiano (Giorgio Agamben) ha sintetizado de forma magistral el acontecimiento en cuestión:

«Por primera vez en la historia de la humanidad, unos cadáveres recién sepultados o alineados sobre las mesas de las morgues han sido desenterrados de toda prisa y torturados para simular delante de las cámaras el genocidio que tenía que legitimar el nuevo régimen. Lo que todo el mundo veía en directo como la verdad verdadera (auténtica) en las pantallas televisivas, era la no-verdad absoluta; y, a pesar de que la falsificación fuera por momentos evidente, venía sin embargo autentificada como verdadera por el sistema mundial de los media, para que quedara claro que lo verdadero no era ya que un momento del movimiento necesario de lo falso. Así verdad e falsedad devenían indiscernibles y el espectáculo se legitimaba únicamente mediante el espectáculo. Timisoara es, en este sentido, el Auschwitz de la sociedad del espectáculo: y como se ha dicho que, tras Auschwitz, es imposible escribir y pensar como antes, así, tras Timisoara, ya no será posible mirar una pantalla televisiva de la misma manera» (Agamben 1996, p. 67).

1989 es el año en el que el pasaje de la sociedad del espectáculo al espectáculo como técnica de guerra se manifestaba a escala planetaria. Algunas semanas antes del golpe de Estado, o sea de la «revolución Cinecittà» (Cinecittá es la pequeña Hollywood italiana, ndt.) en Rumania (Fejtö 1994, p. 263), el 17 de noviembre de 1989 la «revolución de terciopelo» triunfaba en Praga agitando una consigna gandhiana: «Amor y Verdad». En realidad, un rol decisivo lo desarrollaba la difusión de la noticia falsa según la cual un estudiante había sido «brutalmente matado» por la policía.

Veinte años después lo revela, ufano, «un periodista y leader de la disidencia, Jan Urban», protagonista de la manipulación: su «mentira» había tenido el merito de suscitar a indignación de la masa y el derrumbe de un régimen ya tambaleante (Bilefsky 2009). Algo parecido sucede en China: el 8 de abril de 1989 Hu Yaobang, secretario del PCC hasta enero de dos años antes, sufre un infarto en el curso de una reunión de la Oficina Política y muere una semana después. La muchedumbre de la plaza de Tienanmen vincula su muerte al duro conflicto político aflorado también en el curso de esa reunión. (Domenach, Richer 1995, p. 550); de alguna manera él (Hu Yaobang, ndt) se transforma en la victima del sistema que se trata de derribar. En los tres casos, la invención y la denuncia de un crimen están destinadas a suscitar la ola de indignación de la que el movimiento revoltoso está necesitado. Se alcanza el éxito total en Checoslovaquia y Rumania (donde el régimen socialista se había instaurado en la estela de la avanzada del Ejército Rojo), pero esta estrategia fracasa en la República Popular China brotada de una gran revolución nacional y social. He aquí cómo, tras ese fracaso, se convierte en el punto de arranque de una nueva y más virulenta guerra mediática, desencadenada por una superpotencia que no tolera rivales o potenciales rivales y que está todavía en pleno desarrollo. Queda sin embargo claro que al definir el punto de inflexión histórico está en primer lugar Timisoara, «la Auschwitz de la sociedad del espectáculo».

2. «Anunciar a los recién nacidos» y el cormorán

Dos años después, en el 1991, acontecía la primera guerra del Golfo. Un valiente periodista estadunidense ha aclarado de qué manera se consumó «la victoria del Pentágono sobre los media», es decir la «colosal derrota de los media por obra del gobierno de los Estados Unidos» (MacArthur 1992, pp. 208 y 22).

En 1991 la situación no era fácil para el Pentágono (y para la Casa Blanca). Se trataba de convencer de la necesidad de la guerra a un pueblo sobre el cual pesaba todavía el recuerdo del Vietnam. ¿Y entonces? Medidas oportunas varias reducen drásticamente la posibilidad para los periodistas de hablar directamente con los soldados o de reportar directamente desde el frente. En la medida de lo posible todo tiene que ser filtrado: el olor de la muerte y sobre todo la sangre, los sufrimientos y las lagrimas de la población civil no deben irrumpir en las casas de los ciudadanos de Estados Unidos (y de los habitantes del mundo entero) como en los tiempos de la guerra del Vietnam. Sin embargo, el problema de más difícil solución es otro: de qué modo demonizar el Irak de Saddam Hussein, que solo algún año antes se había vuelto benemérito para los EE.UU., agrediendo a ese Irán surgido de la revolución islámica y antiamericana de 1979 e inclinado a realizar proselitismo en Oriente Medio. La demonización habría resultado más eficaz si al mismo tiempo se hubiera convertido en angelical a la víctima. Operación ésta no muy sencilla, y no solo por el hecho que en Kuwait la represión de toda forma de oposición era dura o despiadada. Había algo peor. A realizar los trabajos más humildes eran los emigrantes, sometidos a una «esclavitud de hecho», y a una esclavitud de hecho que asumía a menudo formas sádicas: no suscitaban particular emoción los casos de «criados arrojados por las terrazas, quemados o cegados o apaleados a muerte» (MacArthur 1992, pp.44-45).

Y, sin embargo… Generosamente o fabulosamente recompensada, una agencia publicitaria halla un remedio a todo. Ya se estaba denunciando el hecho de que los soldados iraquíes cortaban las «orejas» a los kuwaitíes que resistían. Mas el golpe teatral de esta campaña era un otro: los invasores habían irrumpido en un hospital «removiendo 312 recién nacidos de sus incubadoras y dejándoles morir sobre el frío suelo del hospital de Kuwait City» (Macarthur 1992, p.54). Agitada repetidamente por el presidente Bush sénior, confirmada por el Congreso, avalada por la prensa más autorizada y hasta por Amnesty International, esta noticia tan horripilante y también tan detallada que indicaba con absoluta precisión el numero de los muertos, no podía sino provocar una abrumadora oleada de indignación: ¡Saddam era el nuevo Hitler, la guerra contra él era no solo necesaria sino también urgente y los que a ella se oponían o ponían algún pero había que considerarlos como cómplices más o menos conscientes del nuevo Hitler! La noticia era obviamente una invención hábilmente producida y difundida y, justo por eso, la agencia de publicidad había bien merecido su dinero.

La reconstrucción de este caso está recogida en un capítulo del libro aquí citado con un titular muy adecuado: «Anunciar a los recién nacidos» (Selling Babies).

A decir la verdad, los «anunciados» no fueron solamente los recién nacidos. Justo al inicio de las operaciones bélicas, se difundía en todo el mundo la imagen de un cormorán que se ahogaba en el petróleo que manaba de los pozos hechos estallar por Irak. ¿Verdad o manipulación? ¿la catástrofe ecológica la había provocado Saddam? Y, ¿hay realmente cormoranes en esa región del mundo y en esa época del año? La oleada de indignación auténtica y sabiamente manipulada, desbarataba las últimas resistencias racionales.

3. La producción de lo falso, el terrorismo de la indignación y el desencadenarse de la guerra

Realicemos un ulterior salto adelante de algunos años, llegando así a la disolución o, más bien, al desmembramiento de Yugoslavia. Contra Serbia, que históricamente había sido la protagonista del proceso de unificación de este país multiétnico, en los meses que preceden los bombardeos reales se desencadenan unas tras otras oleadas de bombardeos multimedia. En el mes de agosto de 1998, un periodista americano y uno alemán «refieren la existencia de fosas comunes con 500 cadáveres de albaneses entre los cuales 430 niños en las cercanías de Orahovac, donde se ha combatido con dureza. La noticia es retomada con gran relieve por otros periódicos occidentales. Sin embargo, es todo falso, como demuestra una misión de observadores de la UE» (Morozzo Della Rocca 1999, p. 17).

No por eso la fábrica de lo falso entraba en crisis. A principios de 1999 los media occidentales empezaban a bombardear la opinión pública internacional con las fotos de cadáveres amontonados en el fondo de un acantilado y en ocasiones decapitados y mutilados; los pie de fotos y los artículos que acompañaban estas imágenes proclamaban que se trataba de civiles albaneses inermes masacrados por los serbios. Excepto que: «La masacre de Racak es espeluznante, con mutilaciones y cabezas cortadas. Es una escena ideal para suscitar la indignación de la opinión pública internacional. Algo parece extraño en las modalidades de la matanza. Los serbios habitualmente matan sin proceder a mutilaciones [...] Como la guerra de Bosnia enseña, las denuncias de crueldades sobre los cuerpos, signos de torturas, decapitaciones, son una difundida arma de propaganda [...] Tal vez no son los serbios sino los guerrilleros albaneses que han mutilado los cuerpos» (Morozzo Della Rocca 1999, p. 249).

O, quizás, los cadáveres de las víctimas de uno de los innumerables choques entre grupos armados habían sido sometidos a un tratamiento sucesivo, en modo de hacer creer a una ejecución en frío y a un desencadenamiento de furia bestial, de la que se acusaba inmediatamente al país que la OTAN se preparaba a bombardear (Saillot 2010, pp. 11-18).

La puesta en escena de Racak era solo el ápice de una campaña de desinformación obstinada y despiadada. Algún año antes, el bombardeo del mercado de Sarajevo había permitido a la OTAN erigirse como instancia moral suprema, que no podía permitirse dejar impunes las «atrocidades» serbias. Hoy día se puede leer incluso en el «Corriere della Sera» (diario de centro-derecha de la burguesía milanesa, ndt) que «fue una bomba de muy dudosa paternidad la que causó la matanza del mercado Sarajevo disparando la intervención de la OTAN» (Venturini 2013).

Con este antecedente a sus espaldas, Racak nos aparece hoy como una suerte de reedición de Timisoara, una reedición que se ha prolongado algunos años. Y, sin embargo, también en este caso el éxito no faltó. El ilustre filósofo que en el año 1990 había denunciado «el Auschwitz de la sociedad del espectáculo acontecido en Timisoara, cinco años después se ponía a la zaga del coro dominante, lanzando truenos en modo maniqueo contra «el repentino deslizarse de las clases dirigentes ex comunistas hacia el racismo más extremo (como en Serbia, con el programa de “limpieza étnica”)» (Agamben 1995, pp. 134-35).

Tras haber agudamente analizado la trágica imposibilidad de discernir entre «verdad y falsedad» en el ámbito de la sociedad del espectáculo, acababa él también confirmándola involuntariamente, acogiendo de forma precipitada la versión (o la propaganda de guerra) difundida por el «sistema mundial de los media», que él mismo en precedencia había señalado como fuente principal de la manipulación; tras haber denunciado la reducción de lo «verdadero» a «momento del movimiento necesario de lo falso», actuada por la sociedad del espectáculo, (él) se limitaba a conferir una semblanza de profundidad filosófica a este «verdadero» reducido precisamente a «momento del movimiento necesario de lo falso».

Por otro lado, un elemento de la guerra contra Yugoslavia, más que a Timisoara, nos remite a la primera guerra del Golfo. Es el rol desarrollado por las public relations: «Milosevic es un hombre tímido, no ama la publicidad, no ama mostrarse o tener discursos en público. Se dice que en las primeras escaramuzas previas a la disgregación de Yugoslavia, la Ruder&Finn, compañía de relaciones públicas que estaba trabajando para Kuwait en el año 1991, se le presentó ofreciendo sus servicios. Fue despedida. Ruder&Finn fue en cambio inmediatamente contratada por Croacia, por los musulmanes de Bosnia y por los albaneses del Kosovo por 17 millones de dólares anuales, para proteger e incentivar la imagen de los tres grupos. ¡Sin dudas llevaron a cabo un óptimo trabajo! James Harf, director de Ruder&Finn Global Public Affairs, afirmaba en una entrevista: “Hemos conseguido hacer coincidir en la opinión pública serbios y nazis [...] Nosotros somos unos profesionales. Tenemos un trabajo que hacer y lo hacemos. No nos pagan para hacer la moraleja”» (Toschi Marazzani Visconti 1999, p. 31).

Llegamos ahora a la segunda guerra del Golfo: en los primeros días de febrero de 2003 el secretario de Estado de EE.UU., Colin Powell, mostraba a la platea del Consejo de Seguridad de la ONU las imágenes de los laboratorios móviles para la producción de armas químicas y biológicas, que supuestamente Irak poseía. Algún tiempo después el primer ministro inglés Tony Blair, fue incluso más lejos: no solo Saddam tenía esas armas, sino que había ya elaborado planes para utilizarlas y estaba en condiciones de activarlas «en 45 minutos».

Otra vez el espectáculo, más que preludio a la guerra, constituía el primer acto de guerra, poniendo en guardia contra un enemigo del cual el género humano tenía absolutamente que desembarazarse.

Pero el arsenal de las armas de la mentira puestas en funcionamiento o listas para el uso iba mucho más allá. Con la finalidad de “desacreditar al leader iraquí ante su mismo pueblo» la CIA se proponía «difundir en Bagdad una película en la que se revelaba que Saddam era gay. El video debía mostrar al dictador iraquí mientras practicaba sexo con un chico. “Debía parecer tomado de una tele cámara escondida, come si se tratase de una grabación clandestina». Se estudió también “la hipótesis de interrumpir las transmisiones de la televisión iraquí con una falsa edición extraordinaria del telediario que contenía el anuncio que Saddam había presentado las dimisiones y que todo el poder había pasado a manos del temido y odiado hijo Uday» (Franceschini 2010).

Si el Mal tiene que ser mostrado y sellado en todo su horror, el Bien debe de figurar en todo su fulgor. En diciembre de 1992, los marines estadounidenses desembarcaban en la playa Mogadiscio. Para ser más exactos desembarcaban dos veces, y la repetición de la operación no se debía a imprevistas dificultades militares o logísticas. Hacía falta demostrar al mundo que, antes aún que ser un cuerpo militar de élite, los marines eran una organización benéfica y caritativa que devolvía la esperanza y la sonrisa al pueblo somalí devastado por la miseria y por el hambre. La repetición del desembarco – espectáculo debía enmendar sus detalles erróneos o defectuosos. Un periodista y testigo así explicaba: «Todo lo que lo que está sucediendo en Somalia y que acontecerá en las próximas semanas es un show militar-diplomático […] Una nueva época en la historia de la política y de la guerra ha empezado de verdad, en la bizarra noche de Mogadiscio […] La “Operación Esperanza” ha sido la primera operación militar no solo grabada en directo por las cámaras, sino también pensada, construida y organizada como un show televisivo» (Zucconi 1992).

Mogadiscio era el pendant de Timisoara. A los pocos años de distancia de la Representación del Mal (el comunismo que por fin se derrumbaba) seguía la representación del Bien (el Imperio americano que emergía del triunfo conseguido en la Guerra Fría). Quedan ya claros los elementos constitutivos de la guerra-espectáculo y de su éxito.

Referencias bibliográficas

Giorgio Agamben 1995 Homo sacer. Il potere sovrano e la nuda vita, Einaudi, Torino

Giorgio Agamben 1996 Mezzi senza fine. Note sulla politica, Bollati Boringhieri, Torino

Dan Bilefsky 2009 A rumor that set off the Velvet Revolution, in «International Herald Tribune» del 18 novembre, pp. 1 e 4

Jean-Luc Domenach, Philippe Richer 1995 La Chine, Seuil, Paris

François Fejtö 1994 (in collaborazione con Ewa Kulesza-Mietkowski) La fin des démocraties populaires (1992), tr. it., di Marisa Aboaf, La fine delle democrazie popolari. L’Europa orientale dopo la rivoluzione del 1989, Mondadori, Milano

Enrico Franceschini 2010 La Cia girò un video gay per far cadere Saddam, «la Repubblica», 28 maggio, p. 23

John R. Macarthur 1992 Second Front. Censorship and Propaganda in the Gulf War, Hill and Wang, New York

Roberto Morozzo Della Rocca 1999 La via verso la guerra, in Supplemento al n. 1 (Quaderni Speciali) di «Limes. Rivista Italiana di Geopolitica», pp. 11-26

Fréderic Saillot 2010 Racak. De l’utilité des massacres, tome II, L’Hermattan, Paris

Jean Toschi Marazzani Visconti 1999 Milosevic visto da vicino, Supplemento al n. 1 (Quaderni Speciali) di «Limes. Rivista Italiana di Geopolitica», pp. 27- 34

Franco Venturini 2013 Le vittime e il potere atroce delle immagini, in «Corriere della Sera» del 22 agosto, pp. 1 e 11

Vittorio Zucconi 1992 Quello sbarco da farsa sotto i riflettori TV, in «la Repubblica» del 10 dicembre


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