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El caso Flick 30 años después

Domingo 10 de julio de 2011 por CEPRID

Juan Manuel Olarieta

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A principios de los años ochenta Flick era el símbolo de la corrupción política en Europa. Entre 1969 y 1980 había financiado a los partidos políticos alemanes de todos los colores con un total de 1.300 millones de euros. El gerente de su consorcio, Eberhard von Brauchitsch, lo llamaba cínicamente el “cuidado del paisaje político”. Aunque entonces no formaba parte de la Unión Europea, aquel “paisaje” incluía a España y, más concretamente, al PSOE.

El dinero procedía de Friedrich Karl Flick, que durante décadas había dirigido uno de los mayores monopolios industriales de Alemania. Flick había heredado la fortuna de su padre, principal suministrador de armamento de Hitler, por lo que la conclusión es obvia: el dinero nazi financió la creación del PSOE durante la transición y su primera victoria electoral en 1982.

El caso Flick estalló en 1981 cuando una inspección del fisco alemán descubrió un documento contable que recogía pagos en efectivo a políticos de todos los partidos representados en el Bundestag, incluidos los ministros de Economía Hans Friderichs y Otto Lambsdorff, quienes perdonaron al consorcio Flick impuestos por valor de unos 450 millones de euros. La corrupción lava más blanco: transforma en democrático lo nazi y en privado lo público.

Los sobornos de Flick se convirtieron en el mayor escándalo de corrupción de Alemania occidental. La financiación de los partidos la llevaban a cabo cuatro fundaciones alemanas, especialmente la Friedrich Ebert, vinculada a la socialdemocracia, que servían de tapadera a la red de corrupción política y financiera.

El proceso posterior es harto conocido. Cada vez que estalla un escándalo se constituye su correspondiente comisión parlamentaria “de investigación” para calmar los ánimos y echar la porquería debajo del felpudo. En la interminable “investigación” que se abrió en Alemania, nadie se acordaba de nada. Von Brauchitsch declaró que no se trataba de sobornos, sino de donaciones.

El mismo Flick también había perdido la memoria. Tuvo que comparecer ante una comisión parlamentaria de su país que inició la investigación del caso. El magnate dijo no saber nada sobre las transferencias de dinero. Sacrificó a su lugarteniente, von Brauchitsch y tras él una serie de conocidos políticos y banqueros también se vieron obligados a dimitir, entre ellos, el entonces ministro de Economía, el liberal Otto Graf Lambsdorff.

La historia de la dinastía Flick era la de la misma Alemania. Su padre fue quien estableció los pilares del poderoso monopolio, que con el ascenso de los nazis en 1933, logró consolidarse como segundo emporio siderúrgico del III Reich al mando de 48.000 trabajadores forzosos procedentes de los campos de concentración. Al concluir la Segunda Guerra Mundial, el Tribunal de Nuremberg que condenó los crímenes nazis, le condenó a siete años de cárcel.

Para lavar su cara neonazi, en la posguerra la Alemania federal promulgó una ley para indemnizar a las víctimas de los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Pero el que hace la ley hace la trampa, dice la sabiduría popular. Pese a que la familia Flick estuvo estrechamente vinculada a los nazis, pese a que su fortuna la acumularon con la explotación de los antifascistas convictos en los campos de concentración, nadie obligó a Flick a pagar un céntimo como compensación a los antifascistas. La solución no era la indemnización sino la expropiación de los monopolios, que es lo que hicieron en la otra parte de Alemania, en la República Democrática. Cuando el capitalismo alemán aceptó pagar limosnas a un fondo común destinado a los antifascistas represaliados, Flick se negó. No estaba dispuesto a dar ni un céntimo a sus enemigos de clase. Argumentó que la limosna a los trabajadores forzosos, a partes iguales con el gobierno y las empresas privadas alemanas, no obligaba a los particulares.

También señaló que aquellas empresas que durante el III Reich se encontraban en manos de la familia Flick, o hubieran tenido participaciones en ellas, como Daimler Benz y Dynamit Nobel, ya habían pagado su parte a dicho fondo.

Después del escándalo Flick decidió retirarse de los negocios. En 1985 vendió sus empresas siderúrgicas, químicas, de armamento y automotriz (su paquete de acciones en Daimler Benz) al Deutsche Bank por 970 millones de euros. El banco desmembró el monopolio en varias empresas y las sacó a bolsa. Los ingresos por la venta fueron invertidos en bienes inmobiliarios, acciones y fondos en Estados Unidos, Europa y Asia. En 1994 Flick trasladó la sede administrativa de sus negocios de Düsseldorf a Viena, donde vivió los últimos años de su vida con su tercera esposa, Ingrid Ragger, su secretaria, 33 años más joven que él. Allí murió plácidamente en 2006.

El antiguo dirigente democristiano Rainer Barzel también falleció aquel mismo año. En 1984 había dimitido de la presidencia del Bundestag cuando de la comisión “de investigación” del caso surgió la sospecha de que también había recibido dinero de Flick. Con ese pago, maquillado en forma de honorarios de asesoría, Flick había comprado nada menos que la retirada de Barzel de la presidencia del partido y del grupo parlamentario democristiano para dejar vía libre a Helmut Kohl.

El nombre de Kohl figuraba en la relación de sobornados. Von Brauchitsch no sólo le pagó con dinero sino también con caviar. Debe, pues, su carrera a Flick, es decir, a la corrupción política. Para variar, en su declaración, el futuro canciller dijo no acordarse de nada. Al llegar al gobierno la coalición democristiana-liberal que presidió intentó amnistiar a los corruptos, pero el intento fracasó por la enorme indignación pública que se había desatado.

El capítulo español de la trama tardó un poco más en ser destapado, pero no se destapó en España, donde todos miraban para otro lado. Sucedió en 1984 cuando el diputado socialdemócrata alemán Peter Struck declaró a la prensa de su país que otro diputado del mismo partido, Hans Jürgen Wischnewski, había entregado un millón de marcos a la trama española de corrupción que desde el gobierno dirigía Felipe González.

La revista alemana “Der Spiegel” aseguró en 1990 que las primeras entregas de Flick a España procedían de los fondos reservados de los servicios secretos alemanes creados durante el gobierno socialdemócrata-liberal de Helmut Schmidt (1974-1982), con el consentimiento de todos los partidos parlamentarios.

Durante la transición, para la entrega encubierta de los sobornos los servicios secretos alemanes utilizaron cuatro fundaciones políticas diferentes, especialmente la Friedrich Ebert. Para borrar los rastros del origen del dinero también falsificaron la documentación. Las donaciones a España y Portugal ascendieron entre 1978 y 1981 a unos 3,3 millones de euros, según “Der Spiegel”.

¿Qué es lo que trataban de tapar los servicios secretos y la socialdemocracia? La explicación apareció cuando en la comisión del Congreso compareció von Brauchitsch, el representante de Flick. Carrillo le preguntó: “Tengo entendido que el Sr. Flick fue condenado por el Tribunal de Nuremberg como criminal de guerra nazi. Y creo que usted es hijo del general que fue jefe del estado mayor de Hitler... Entonces, ¿cómo se explica que ustedes financien al PSOE?” Von Brauchitsch no vaciló en la respuesta: “Tratábamos de cerrar el paso al comunismo y el partido mejor situado para hacerlo era el PSOE”.

Acorralado, Felipe González, entonces presidente del gobierno del PSOE, pronunció aquella célebre frase: “No he recibido ni un duro, ni una peseta, ni de Flick ni de Flock”. Naturalmente que era mentira: en la comisión parlamentaria de investigación los implicados se pusieron de acuerdo en admitir que la Fundación Friedrich Ebert había destinado a España un millón de marcos, pero encontraron un agujero por el que escaparse: lo habían percibido un año antes de que se prohibiera a los partidos españoles recibir donaciones extranjeras. El Congreso de los Diputados absolvió a Felipe González con 263 votos a favor, aprobando las conclusiones elaboradas por la comisión acerca de la inexistencia de pruebas y la falsedad de las declaraciones.

Luego Felipe González reconoció haber recibido dinero proveniente de Alemania: “Era dinero para una causa noble”, dijo. A eso le llaman nobleza. Esa causa “noble” era la suya propia y la del partido que presidía. Es algo que los republicanos, que no creemos en los títulos nobiliarios, no entendemos.


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