CEPRID

Argentina: los deberes de la inteligencia

Lunes 3 de enero de 2011 por CEPRID

Alejandro Teitelbaum

ARGENPRESS/CEPRID

Hay economistas y otros científicos sociales (como se los suele llamar) que son rigurosos en su metodología y sus análisis, incluso aunque no se proclamen “de izquierda” ni marxistas. Pero otros, que sí se proclaman marxistas y/o de izquierda, a veces se deslizan a una especie de análisis subjetivo de una situación económico-social dada, que contribuye muy poco a la tarea de ayudar a la gente a ver la sustancia del sistema dominante más allá de los fenómenos coyunturales y de las anécdotas circunstanciales. Así omiten cumplir con los “deberes de la inteligencia”, como los llamó Aníbal Ponce en su célebre conferencia en la Facultad de Ciencias Económicas hace ya 80 años, en 1930.

Concretamente, me refiero a algunos artículos sobre la situación actual en Argentina.

Si bien es cierto que las estadísticas oficiales, por ejemplo del INDEC (que alguien ha llamado el Ministerio de la Verdad) falsean la realidad, no falta material estadístico, aunque encontrarlo y hacer elaboraciones objetivas basadas en ese material no es una tarea siempre fácil. Pero hay quienes se toman ese trabajo y publican los resultados, que son accesibles para quienes quieren consultarlos sobre papel o en internet.

Pero no se trata sólo de disponer de datos objetivos, sino de utlizarlos con el método apropiado. Y ese método apropiado es el materialista y dialéctico que empleó Marx en todos sus trabajos y que resumió espléndidamente en el Capítulo III (El método de la economía política) de su Introducción a la crítica de la economía política (1857) y que también figura en el punto 3 de la Introducción de los “Grundrisse”.

Marx escribió:

“Cuando consideramos un país dado desde el punto de vista de la economía política comenzamos por estudiar su población, la división de ésta en clases, su localización en la ciudad, en el campo, en el borde del mar, las diferentes ramas de la producción, la exportación e importación, la producción y el consumo anual, los precios de las mercancías, etc. Parece ser el buen método comenzar por lo real y concreto, que constituye la condición previa efectiva. Por ejemplo en economía política comenzar con la población, que es el fundamento y sujeto de todo acto de producción social. Sin embargo, si se mira con más atención, se ve que esto es un error. La población es una abstracción si se deja de lado, por ejemplo, a las clases de las que se compone. Estas clases son a su vez una palabra vacía si se ignoran los elementos sobre las que reposan: el trabajo asalariado, el capital, etc. Éstos presuponen el intercambio, la división del trabajo, los precios, etc. El capital, por ejemplo, no es nada sin el trabajo asalariado, sin el valor, el dinero, el precio, etc. Si se comenzara, por lo tanto, con la población, esto sería una representación caótica de la totalidad y mediante una determinación más precisa, mediante el análisis, se lograrían conceptos cada vez más simples; de lo concreto representado se llegaría a abstracciones cada vez más sutiles, hasta alcanzar las determinaciones más simples. A partir de ahí habría que emprender el camino inverso, hasta llegar finalmente de nuevo a la población, pero esta vez no como una representación caótica de un todo, sino como una totalidad rica de múltiples determinaciones y relaciones. El primer camino es el que tomó históricamente la economía en sus comienzos. Los economistas del siglo XVII, por ejemplo, comienzan siempre con la totalidad viva, con la población, con la nación, con el Estado, con varios estados, etc.; pero siempre acaban descubriendo mediante el análisis algunas relaciones generales abstractas determinantes, como la división del trabajo, el dinero, el valor, etc. Tan pronto como estos factores aislados fueron más o menos fijados y abstraídos, comenzaron los sistemas económicos, que se elevaban de lo simple, como el trabajo, división del trabajo, la necesidad, el valor de cambio, hasta el Estado, el intercambio entre las naciones y el mercado mundial.

Este último es evidentemente el método científicamente correcto.

Lo concreto es concreto, porque es la síntesis de múltiples determinaciones y, por lo tanto, unidad de la diversidad. Aparece en el pensamiento como proceso de síntesis, como resultado, no como punto de partida, aunque sea el verdadero punto de partida real y, en consecuencia, también el punto de partida de la intuición inmediata y de la representación. El primer paso ha reducido la plenitud de la representación a una determinación abstracta ; con el segundo las determinaciones abstractas conducen a la reproducción de lo concreto por la vía del pensamiento . Por ello Hegel cayó en la ilusión de concebir lo real como resultado del pensamiento , que se concentra en sí mismo, en tanto que el método que consiste en elevarse de lo abstracto a lo concreto no es para el pensamiento, otra cosa que apropiarse de lo concreto, de reproducirlo en forma de concreto pensado”.

Marx no sólo preconizó su método sino que lo aplicó estudiando a fondo los datos y el funcionamiento concretos del sistema capitalista para llegar a lo “concreto pensado” es decir a la descripción global del sistema capitalista y a enunciar las teorías fundamentales que explican el mismo, como el valor y la plusvalía, entre otras.

De modo que un economista que pretende ser “intelectual orgánico”, como decía Gramsci, de los oprimidos y explotados, debe seguir el método de Marx, es decir recoger los datos económico-sociales más completos posibles: población, territorio, regiones, industria y sus sectores, porciento en el total de cada uno de ellos, capital nacional, extranjero y mixto. Personal asalariado. Participación de éste en el PBI. En el agro: propiedad de la tierra, cómo está distribuida, renta agraria, sectores de producción, explotación directa y arrendatarios. Dimensiones y cantidad de los explotaciones directas y por arrendatarios. Producción agrícolo- ganadera por productos. Asalariados rurales. Participación de la agricultura en el PBI. Trabajadores y empleados. Profesionales y dirigentes empresarios medios y superiores. Presupuesto nacional por rubros.

Servicios: sectores. Su parte en el PBI. Capital financiero. Exportación e importación . Cifras y productos. Parte del capital nacional, extranjero y mixto. Salario nominal y real por sectores. Empleo blanco y negro. Grado de representación de los diferentes sectores económicos en la dirección política.

Hay otros elementos que es necesario tener en cuenta, por ejemplo el nivel de democracia social: acceso de los más pobres a la alimentación, la salud, la educación, la vivienda, libertad y democracia sindicales,etc. También el nivel de democracia formal: funcionamiento de los poderes, monopolios mediáticos y pluralismo de los medios (siempre relativo, porque casi todos, desde diversos enfoques –opositores y oficialistas - convergen en la defensa del sistema). Grado de corrupción, que no es un problema anecdótico, pues distorsiona la política económica y la relaciones económicas y sociales, etc.

Y es necesario estudiar la evolución de esos datos en el tiempo fin de discernir las tendencias.

De ahí se puede llegar a una síntesis para establecer los sectores de las clases dominantes que son hegemónicas en un momento dado para completar el diagnóstico, tratar de establecer un pronóstico y eventualmente colaborar en la formulación de propuestas alternativas al sistema dominante.

Cuando no se emplea el método correcto se puede caer en la subjetividad, la ambigüedad y la indefinición. Los economistas que se consideran comprometidos con los intereses populares no deben limitarse a ser meros comentaristas de la actualidad.

Por cierto que esto que decimos es válido no sólo para Argentina sino para cualquier otro país latinoamericano y del mundo y también para comprender y explicar la etapa actual del capitalismo a escala mundial (la mal llamada globalización neoliberal).

Esta metodología la han empleado y la siguen empleando muchos autores. Para citar sólo a uno, lo hizo Lenin escribiendo “El desarrollo del capitalismo en Rusia” para comprender el terreno sobre el que quería actuar y “El imperialismo, última etapa del capitalismo” para explicar el capitalismo a escala mundial de su época.

Otra cuestión distinta pero relacionada, porque se trata también del combate permanente contra la ideología y la cultura hegemónicas, es el de la popularidad de que gozan entre las clases medias intelectuales “progresistas” y en algunos movimientos sociales, ideólogos como Toni Negri, John Holloway e Immanuel Wallerstein, entre otros.

Debo decir que abordo en particular el tema de Wallertein a modo de respuesta a un comentario del señor Luis Roca Jusmet, aparecido en la revista “El viejo topo” de España y reproducido en Argenpress Cultural del 12 de noviembre, sobre un libro mío cuya última edición se publicó en España con el título de “La armadura del capitalismo. El poder de las sociedades transnacionales en el mundo contemporáneo”.

El señor Roca Jusmet hace un comentario elogioso de mi libro pero con la siguiente reserva:

“Pero lo que no puedo dejar de criticar es algo que en el libro aparece de manera marginal pero que no lo es. Es la manera como el autor del libro trata a Immanuel Wallernstein, que me parece uno de los grandes teóricos de la izquierda actual y al que Teitelbaum liquida tratándolo de ideólogo del sistema. Me parece inaceptable esta referencia tan arrogante y superficial, sobre todo teniendo en cuenta que lo único que aparece en la bibliografía es un artículo de Wallernstein”.

Una aclaración previa. No escribí que Wallerstein es un ideólogo del sistema. Traté de resumir pero no de simplificar. Esto es lo escribí en el párrafo donde mencioné a Wallerstein:

“Muchos se obstinan en llamar “mundialización neoliberal” al sistema socioeconómico actualmente dominante, como si se tratara de una enfermedad pasajera y curable del capitalismo. Las expresiones “mundialización neoliberal”, “economía mundo” (Wallerstein) o “Imperio” (Hardt y Negri), muestran, una vez más, el papel desempeñado por el lenguaje como portador de una ideología destinada a ocultar la verdadera naturaleza del capitalismo.

La llamada mundialización neoliberal no es otra cosa que el sistema capitalista real actual, es decir el resultado de la evolución del capitalismo hasta su etapa actual imperialista y guerrerista, cuya expresión más acabada y brutal está concentrada en el poder económico- político de los Estados Unidos, en crisis notoria, pero aún dominante a escala mundial.Cuando hablamos de "sistema capitalista" no nos referimos solamente a sus aspectos económico-financieros, sino al conjunto de un sistema de dominación, con sus componentes económico-financieros pero también políticos, militares, sociales, ideológicos, culturales, comunicacionales e "informacionales".

El sistema imperante actual no es simplemente una etapa indiferenciada de un “sistema-mundo moderno” que existiría desde hace 500 años (Wallerstein). Es la expresión contemporánea, cualitativamente diferente, del capitalismo. Es una falacia la idea de Wallerstein (La Jornada, México 01/06/2003) de que Bush es un accidente “militarista macho” y que el gran capital (por lo menos aquel representado por gente como Bill Gates y Soros) quiere un sistema capitalista estable que Bush no les brinda, que puede ejercer su hegemonía con eficiencia económica y sería capaz de crear un orden mundial garante de un “sistema-mundo” que funcionaría con fluidez, aunque sólo fuera para permitir una desproporcionada tajada de acumulación de capital.

No hay un capitalismo enfermo de la mundialización neoliberal y de guerrerismo y otro capitalismo “posible” o utópico, estable y eficiente, que funcionaría con fluidez, libre de las crisis, del militarismo y la guerra y de brotes neofascistas”.

Tiene razón el señor Jusmet en que “despaché” a Wallerstein un poco rápidamente pero se equivoca cuando dice que Wallerstein es “uno de los grandes teóricos de la izquierda actual”.

Comenzaré por citar la opinión sobre Wallerstein del reputado historiador y catedrático barcelonés Josep Fontana.

“Los libros de Wallerstein son útiles como guía bibliográfica, pero este acopio es, como siempre en el estructuralismo, pasivo, sin ninguna aportación personal: el contacto con la realidad está siempre mediatizado por el trabajo de otro investigadores cuyos resultados se encajan en el esquema teórico prefabricado. Por muchas razones el lugar de Wallerstein no debería estar en un capítulo sobre marxismo ni que sea un marxismo degradado , sino cercano a la social hístory o el eclecticismo académico de la escuela de Annales" (J. Fontana: Historia. Análisis del pasado y proyecto social, Ed. Crítica, Barcelona).

La escuela de Annales a que se refiere Fontana es la actividad de un grupo de intelectuales franceses realizada en torno a la revista Annales fundada por los historiadores Marc Bloch y Lucien Favre en 1929 y donde desempeñó un papel determinante Fernand Braudel entre los decenios del 50 y del 70. En 1979 Braudel publicó su obra “Civilización material, economía y capitalismo” en parte influenciada por las teorías de Wallerstein.

Leyendo a Wallerstein no se puede menos que confirmar la exactitud de la opinión de Fontana.

W., escribe que los movimientos “antisistémicos”, sean estos socialistas o nacionalistas, adoptaron en el último tercio del siglo XIX una estrategia en dos etapas: primero llegar al poder estatal, después transformar el mundo. Y durante los “30 gloriosos” el primer objetivo, es decir la toma del poder estatal, (por parte de los movimientos “antisistémicos) se alcanzó en la gran mayoría de los países. No se puede pedir algo más ambiguo, impreciso y en el fondo ajeno a la realidad de los hechos.

Después de calificar como “revolución” las revueltas de 1968 que admite que se extinguieron como un “fuego de paja” dice que lo que marcha mejor es la “nueva izquierda”: los movimientos feministas, los movimientos identitarios etno minoritarios, los verdes, los movimientos por la libertad de elección sexual de los cuales emerge lentamente otro movimiento que trata de conjugar sus esfuerzos contra el verdadero enemigo: el neoliberalismo que hace estragos en el mundo político; que trata de trabajar conjuntamente sin estructura centralizada, ni en los niveles locales o nacionales, ni en el nivel mundial. Se podría dar a esto, dice, el nombre de espíritu de Porto Alegre.

Después explica que no hay mayor diferencia entre el capitalismo de hace 400 años y el actual que el llama “economía mundo”. (Wallerstein, El Capitalismo histórico, Postfacio de la 2a. Edición, La mundializacion no es nueva).

En otra publicación escribe que cuando el capitalista quiere reducir el precio del trabajo en los costos de la producción deslocaliza su empresa y agrega “como lo hacía hace ya 500 años”. Es verdad, Colón llevó Repsol a América Latina. Y Solís la Telefónica española a Buenos Aires.

W. pronostica que en el plano global se producirá un alza efectiva del salario real de los trabajadores, en detrimento de la tasa de beneficio, tendencia en el largo plazo que culmina ahora después de 500 años de desarrollo (Wallerstein, Los dilemas actuales de los capitalistas, 1999).

Los trabajadores quedan informados de que pronto sacarán la lotería capitalista.

La idea de un sistema mundo viejo de 500 años promovida por Wallerstein, es una visión abstracta y general que parece coincidir con el tema de la mundialización capitalista, pero no tiene en cuenta las diversas particularidades, tanto históricas como actuales, del sistema.

Escribe W.: “No creo que el mercado mundial ‘engendre’ versiones del capitalismo; tampoco creo que existan múltiples ‘versiones del capitalismo’. Lo que sí creo es que solamente hay una clase de capitalismo, la única que ha existido históricamente. Es esta entidad, única en su género y eminentemente empírica, la que me interesa describir y analizar” (Comentarios sobre las pruebas críticas de Stern”, Revista Mexicana de Sociología, núm. 3, julio-septiembre 1989, México, p. 341).

Este sistema mundo moderno nació – según W. – a comienzos del siglo XVI cuando Europa resolvió la crisis del feudalismo creando el sistema económico capitalista en el mundo.

Maurice Dobb parece referirse a W. cuando en el prólogo de “La transición del feudalismo al capitalismo” (debate entre Dobb, Sweezy y otros investigadores –serios- del tema) escribió en 1954: “Pero lo que interesa en último término es la propia realidad histórica y los detalles del debate deben mostrar con prístina evidencia que no se trata en absoluto de acumular datos en un lecho, como el de Procusto, de fórmulas hechas a medida”.

En síntesis W. parece ignorar la dialéctica de lo abstracto y lo concreto, de lo particular y lo general y el papel del grado de desarrollo de las fuerzas productivas en los procesos históricos.

Así es como puede afirmar que en el siglo XVI Europa parió el capitalismo mundial tal como lo conocemos ahora.

Los analistas de Wallerstein dicen que es “circulacionista” o sea que, en sus interpretaciones de los procesos históricos, privilegia el papel del mercado sobre la esfera de la producción. El mercado desempeñó un papel importante en la sociedad esclavista y en la sociedad feudal y constituyó una condición necesaria para el desarrollo del capitalismo. Pero su contribución para el desarrollo del capitalismo no es suficiente porque deben existir avances técnicos que posibiliten nuevos métodos de producción y la emergencia de dos nuevas clases, la capitalista y la proletaria, como señala John Eaton en su Economía Política. Un análisis marxista (Amorrortu, 2004).

Otro teórico que inspira a no pocos “altermundialistas” es Antonio Negri, quien escribió con Hardt “Imperio”, el libro de referencia.

En él se explica que con la mundialización y la crisis del Estado-Nación ha surgido el Imperio, que no tiene centro (que obviamente remplaza a la noción de imperialismo, que sí tiene centro representado por las grandes potencias y su poderío económico, político y militar) y como principal protagonista revolucionario la “multitud”, que los autores no se ocupan de definir en qué consiste. Desaparecen de la escena el proletariado, el campesinado y las clases oprimidas y explotadas como protagonistas de un cambio revolucionario.

Finalmente, para completar el terceto está John Holloway y su libro Cambiar el mundo sin tomar el poder cuyo título ya es todo un programa a contrapelo de los hechos históricos y actuales.

Wallerstein, Negri y Holloway, (y otros autores de orientaciones semejantes) tienen, con distintos matices, varios rasgos comunes: saltearse los antagonismos de clase que se ponen básicamente de manifiesto en la esfera de la producción, es decir la explotación capitalista del trabajo humano, desconocer la existencia del imperialismo como sistema de dominación centro-periferia e ignorar las contradicciones interimperialistas (Wallerstein con su “sistema-mundo” y Negri con su nebuloso “Imperio”). De lo cual pueden concluir, como lo hace Holloway, que se puede cambiar el mundo sin tomar el poder, por obra de la “multitud” de Negri que, como dice Wallerstein, “trata de trabajar conjuntamente sin estructura centralizada, ni en los niveles locales o nacionales, ni en el nivel mundial”.

Este discurso carente de rigor científico, ajeno a la realidad de los hechos y a la experiencia histórica y cotidiana de los pueblos penetra sin embargo fácilmente en la mente de no poca gente porque con sus neologismos, frases y consignas efectistas parece portador de enfoques nuevos, especialmente entre aquéllos que no quieren repetir la experiencia del fracaso del socialismo real.

Pero no se trata de tirar por la borda el materialismo histórico y dialéctico y las experiencias de las luchas populares de todos los tiempos junto con el estereotipo dogmático del marxismo engendrado por la burocracia política e intelectual.

Hacerlo significa privar a la gente de las herramientas conceptuales necesarias para comprender al mundo que lo rodea, aprender a distinguir las tendencias realmente dominantes en los procesos político-sociales y así poder posicionarse y tomar decisiones individuales y colectivas con conocimiento de causa.


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