«Mi propuesta son cambios sociales que nos devuelvan las parcelas de poder arrebatadas por la institución médica y la pedagógica»

ENTREVISTA CON JESÚS GARCÍA BLANCA, REALIZADA POR ANÓNIMA EN LA RED

Jesús García Blanca es escritor e investigador independiente. Durante treinta años su investigación ha abarcado el terreno de la salud, la educación y la ecología desde una perspectiva crítica, abogando por la lucha política desde la autogestión de la salud.

Es autor de los libros: El Rapto de Higea, La sanidad contra la salud, Vacunas: una reflexión crítica y Willhelm Reich, inspirador de rebeldía. También ha colaborado con revistas y medios como: Cadizrebelde, Rebelión, Insurgente, Ekintza Zuzena, Sumendi, CuerpoMente, Mentesana, Tu bebé y Discovery Dsalud.

En la actualidad se dedica a la Literatura tras su retirada de la actividad más militante con su último libro La Rebelión de los Idiotas publicado en 2024, y que es el que vamos a comentar.

 

Me gustaría centrarme en la segunda y tercera parte de tu libro donde adoptas una perspectiva política. ¿Por qué planteas la salud como una cuestión política?

Yo parto de la idea de que vivimos en una sociedad jerarquizada, definida por relaciones de Poder y por las estrategias o herramientas que el Poder despliega con el fin de perpetuarse. Y en el terreno que estamos, en el terreno que abarca este libro y que es el que he investigado durante años, se dan actualmente las condiciones perfectas para un neoimperialismo, un neocolonialismo, y un neogenocidio que he llamado Iatrocidio por estar siendo perpetrado por la institución sanitaria.

Recuerdo que, en los peores momentos de la Covid, un médico me recriminó por no usar mascarilla con el siguiente argumento: «oiga, que yo llevo veinte años estudiando medicina». Y yo le respondí: «y yo llevo treinta años investigando mentiras».

Verás, hace tiempo que llegué a la conclusión de que la única forma de comprender los problemas de salud es desde una mirada global que tenga en cuenta al menos tres claves: la clave sociopolítica, la científico-médica y la mediática.

Digamos que tu pregunta alude a la primera de esas claves, y lo que llevo aprendido me dice que es imposible analizar adecuadamente los problemas de salud sin conocer los mecanismos de control de lo que vengo denominando Aparato Sanitario Global integrado en un entramado internacional al servicio de los intereses del gran capital farmacéutico, alimentario y biotecnológico, con­dicio­nando todos los organismos, publicaciones, entidades, y asociaciones públicas y privadas e incluso los programas formativos a todos los niveles en el campo de la salud, la enfermedad y la biomedicina.

Comienzas con la fabricación de ciudadanos obedientes y podemos observar que consideras decisiva la cuestión del embarazo, parto, crianza… Tanto en el libro como en otras entrevistas o charlas, señalas el cuerpo materno como ecosistema «natural» de lxs niñxs. ¿No es este precisamente el argumento patriarcal y jerárquico por parte del «poder», como tú lo llamas, que somete a las madres y sus cuerpos responsabilizándolas del cuidado exclusivo de lxs niñxs imponiendo así a las mujeres un rol determinado en la sociedad, privándolas de libertad e independencia respecto del padre?

Lo que yo he buscado en mi investigación es el origen del ciudadano obediente. Conocemos muy bien los instrumentos de manipulación, de sometimiento, de represión, que el Poder ha utilizado y continúa utilizando… Y hablo del Poder con sus múltiples caras: el poder económico, el poder imperialista, colonialista, genocida… y por supuesto, el poder patriarcal. Es decir, conocemos muy bien a los que mandan y por qué mandan… y las consecuencias que ello tiene. Lo que no conocemos tanto es a los que obedecen y sobre todo por qué obedecen.

Yo me he basado en las investigaciones de Wilhelm Reich –a quien vengo estudiando hace cuarenta años– y las de quienes siguieron su línea de trabajo y profundizaron en sus descubrimientos. En particular, Casilda Rodrigáñez y Ana Cachafeiro  –cofundadoras de la Asociación Antipatriarcal al lado de los niños y las niñas– quienes, en su libro de título más que significativo: La represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente, explican que la separación es clave para la fabricación de ciudadanos obedientes, con la complicidad de lo que ellas denominan la “madre patriarcal” frente a la madre entrañable que por encima de todo satisface los deseos de sus criaturas.

No se trata de «imponer» a las mujeres el cuidado de sus hijos. Se trata de proteger a las criaturas favoreciendo su autorregulación, su desarrollo natural… lo que supone reorganizar toda la sociedad desde esa perspectiva, del mismo modo que lo estuvieron las antiguas sociedades matrifocales –estudiadas en profundidad por la arqueóloga y antropóloga Marija Gimbutas– antes de que los nómadas guerreros patriarcales arrasaran centroeuropa e impusieran lo que modernamente se conoce como patriarcado.

Yo lucho por una organización social en la que toda la comunidad comparte el cuidado de las crías, en la que cada cual tiene su papel y su momento y que no solo tiene como resultado criaturas saludables desde el punto de vista físico, mental y emocional, sino futuros ciudadanos libres en lugar de piezas de una maquinaria despiadada al servicio del Poder, como algunos antropólogos –Margaret Mead en Samoa o Bronislaw Malinovski en las islas Trobriand en Nueva Guinea– pudieron comprobar al estudiar las pocas sociedades no patriarcales que aún existen y en las que no hay rastro de violencia, depresión, neurosis o represión sexual.

Casilda lo explicó de modo muy claro en un artículo titulado precisamente El vacío de maternidad y la revolución feminista: «La revolución patriarcal contra la matrística cortocircuitó de diversas formas el desarrollo humano según este principio materno para generar una sociedad de guerreros y esclavos (…) el patriarcado fue vaciando la sociedad del principio materno para organizar la dominación, el saqueo y la guerra de los sexos que es el prerrequisito para todo el fratricidio».

 

Pero ¿cuál es el efecto concreto de esa separación y por qué es tan relevante a la hora de generar ciudadanos sumisos?

Lo que Reich –y posteriormente otros autores– descubrieron es que las crías humanas deberían considerarse como fetos aún después de nacer debido a que nacen comparativamente antes que otros mamíferos y su hábitat natural para acabar su desarrollo es el cuerpo de la madre como cuando estaban aún en su útero. Es lo que actualmente se denomina «exterogestación».

Esto es así debido fundamentalmente a dos hechos ya demostrados y suficientemente conocidos: la verticalidad de los homínidos –que provocó un cierre de la pelvis y por tanto un límite para la salida de la cabeza del bebé– y lo que se denomina «coeficiente de encefalización», que se refiere al crecimiento del encéfalo más allá de lo necesario para cumplir funciones corporales, es decir, para toda una serie de funciones que nos distinguen del resto de mamíferos y por supuesto del resto de animales. En el bebé humano ese crecimiento es tan enorme en comparación con otras especies que no puede realizarse dentro del útero porque de ser así no podría atravesar después el canal del parto.

Por esa razón, el bebé humano nace aproximadamente con un 25% del volumen cerebral que alcanzará en la edad adulta. En comparación, los chimpancés nacen con un 45% y el resto de mamíferos con un porcentaje aún mayor. Para poder continuar creciendo y formándose a nivel neurológico, así como a otros niveles cruciales para la vida y la salud, el bebé debe estar al menos hasta los dos años en el hábitat que proporciona el cuerpo de la madre. Solo ella produce las cantidades de hormonas, en especial la oxitocina, que el bebé necesita para ese desarrollo durante ese tiempo crucial. Si esto no se favorece, la pérdida es irreparable y el daño que se produce inevitable.

Además, el estrés extremo y continuado que genera la separación distorsiona el desarrollo neurológico, afecta al establecimiento de las sinapsis neuronales, y por supuesto afecta toda la fisiología de la maternidad impulsada por el sistema sexual y empático humano.

En el Manifiesto por las Madres –impulsado por Casilda Rodrigáñez, la bióloga experta en ecología en los comienzos de la vida María Jesús Blázquez o Ibone Olza, psiquiatra infantil y perinatal– al que me adherí el pasado verano —y que puede leerse y firmarse en el siguiente enlace: https se plantea que el modelo de maternidad de nuestra sociedad actual: «es una esclavitud de hecho para la mujer, es un sufrimiento para la mujer y para la criatura humana en el parto, en el inmediato posparto y en toda la exterogestación, y bloquea la sociabilidad humana y produce la violencia que sostiene el régimen de dominación y fratricidio de nuestra sociedad».

Casilda afirma que el deseo materno es un deseo sexual y que todo lo relacionado con la maternidad supone actos sexuales, de manera que para vaciar la maternidad de contenido, el patriarcado perpetró una «contrarrevolución sexual» de modo que la maternidad se llevara a cabo sin deseo ni placer, y la mujer se transformara en una máquina reproductora al margen de su libre sexualidad.

Así que la supuesta reivindicación del feminismo oficial –integrada ya en las instituciones y en gobiernos a diestra y siniestra– para una supuesta «liberación» de la tarea de crianza o para una «igualdad» en la que el padre las comparte artificiosamente, es pura complicidad con el Poder.

 

Volviendo a la cuestión de los mecanismos de control en el terreno de la salud, que es en lo que se centra tu investigación, y que, como has comentado antes denominas Aparato Sanitario Global ¿Cómo se forma, en qué contexto y en qué elementos se basa?

Aunque muchos se refieran a la medicina moderna como la de toda la vida, lo cierto es que el modelo médico que domina en la práctica totalidad del mundo es relativamente reciente y tiene su origen en el seno de la armada estadounidense a partir de 1798. Es pues un modelo belicista que ha condicionado totalmente el concepto de salud y enfermedad.

Ahí nacieron las agencias que desprestigiaron, bloquearon e incluso prohibieron todo intento de atender los problemas de salud mediante ciencias curativas alternativas o verdaderamente tradicionales, y que actualmente controlan la sanidad del planeta con muy pocas excepciones, imponiendo definiciones de enfermedad, protocolos, remedios y toda clase de medidas de supuesta prevención que pueden llegar, como hemos comprobado recientemente, a pisotear los derechos más básicos, imponer medidas genocidas sin la menor base científica, y criminalizar a las minorías que no las obedezcan.

La agencia clave en este entramado de poder la conforman los Centros para el Control de Enfermedades, CDC por sus siglas en inglés de Centers for Disease Control, una agencia corrupta, financiada en parte con capital farmacéutico y biotecnológico, y que son los auténticos creadores de enfermedades, epidemias y pandemias que presentan como causadas por virus que jamás se aislaron o microorganismos que en realidad viven en simbiosis en nuestro medio interno.

Una pieza fundamental de los CDC que les permite extender su poder a todos los países del mundo es el Servicio de Inteligencia de Epidemias, EIS por su siglas en inglés de Epidemic Intelligence Service, autodenominado «detectives de enfermedades», que están repartidos por instituciones relevantes públicas y privadas a nivel nacional e internacional: desde medios de comunicación, universidades y escuelas de salud, hospitales, ministerios, organizaciones no gubernamentales o la propia OMS, igualmente financiada por el denominado «filantrocapitalismo» y por la industria farmacéutica, como partes de lo que fue el Imperio Rockefeller en Estados Unidos o Ig Farben en Alemania, cuyo relevo ha tomado recientemente un entramado de poder controlado principalmente por la Fundación Bill y Melinda Gates.

 

Una parte importante de ese entramado es lo que tú denominas Modelo Médico Hegemónico. ¿Podrías desarrollar un poco a qué te refieres y por qué lo planteas en tu libro como dogmático?

Yo llamo Modelo Médico Hegemónico al que han impuesto estas instituciones que acabo de mencionar y otras secundarias interrelacionadas.

En síntesis, este modelo se origina en el siglo XVII, cuando la Ciencia empieza a sustituir a la Religión como discurso de verdad y como herramienta de control y normalización, y aparece la autoridad médica que clasifica las dolencias renombrándolas como «enfermedades».

Durante el siglo XIX, el mecanicismo surgido de la ilustración, y la gestación de la industria farmacéutica imponen un hito clave en el MMH, la falsa «Teoría Microbiana de la Enfermedad» que inicia la guerra contra los microorganismos mediante el empleo masivo de antibióticos y vacunas, una guerra contra nosotros mismos ya que los microbios, en particular las bacterias viven en simbiosis en nuestro medio interno e incluso integradas en nuestro genoma.

A lo largo del siglo XX, el MMH se consolida gracias a la reconversión de las farmacéuticas tras la segunda guerra mundial: control exhaustivo de la formación, la información, la investigación y los servicios sanitarios, así como expansión paranoica de la guerra contra los microbios que se amplía a los supuestos virus.

Finalmente, en las últimas décadas, la acción del MMH se desvela como abiertamente genocida con la aparición o recrudecimiento de enfermedades crónicas, degenerativas y raras provocadas por la propia acción del Aparato Sanitario Global en su huída hacia adelante a pesar de la creciente evidencia de fracaso.

 

Hemos visto como colectivos, comunidades y medios anarquistas, antifascistas, anticapitalistas… que en su gran mayoría no podrían calificarse en absoluto de ciudadanos obedientes, aceptaron todas las medidas represivas durante la «pandemia COVID». ¿Qué opinas al respecto?

Bueno, los fenómenos sociales suelen tener múltiples causas. El hecho de que las derechas e incluso las ultraderechas abanderaran la crítica a las medidas, especialmente en países o comunidades donde gobernaban las izquierdas provocó un rechazo por parte de las izquierdas no institucionales y de los colectivos antifascistas o anarquistas. Pero esto no es nuevo. Quiero decir, la ceguera de estos colectivos en el terreno de la salud. Hace muchos años que vengo manteniendo este debate en el seno de colectivos antisistema, antifascistas o anarquistas y creo que el factor clave es la cuestión científica. Me explico: la mayoría –no todos afortunadamente– de las personas encuadradas en estos movimientos de izquierda no institucional, extrema izquierda, anarquistas o antisistema en un amplio sentido, consideran que prácticamente todo es discutible y criticable menos una cosa: la ciencia y el método científico.

Es paradójico, porque se supone que los cono­ci­mientos científicos nacen de las preguntas, las dudas, el debate, la confrontación de hipótesis… pero, como explica Emmanuel Lizcano, la ciencia lo discute todo menos a sí misma. Esto ya es un problema, pero en el terreno que analizamos la cosa es peor: el problema no es la ciencia en sí misma, sino los científicos. La ciencia puede ser «objetiva», sublime, intocable, pero los científicos son seres humanos sujetos a pasiones y a mezquindades humanas. Poner en cuestión decisiones económicas y aceptar e incluso actuar como cómplices de decisiones sanitarias es un gravísimo error cuyas consecuencias trágicas hemos podido comprobar durante la Covid en la que el comportamiento de ciertos colectivos ha llegado a extremos de esperpento por no decir de indignidad.

Personalmente, me ha resultado muy doloroso que las mismas personas que acogen refugiados, se solidarizan en una manifestación con okupas o ecologistas acosados por la autoridad judicial o apoyan a colectivos marginados, impidan el paso a un concierto a quienes no presentaban pruebas de vacunación o test negativos. No podemos caer en esa clase de errores trágicos, y ese es uno de los principales motivos por los que he escrito el libro.

 

¿Y no es normal que confiemos en los profesionales de la salud? ¿Existe o ha existido otro tipo de modelos que desconozcamos? Y en caso de que los haya, ¿cómo propones trasladarlo a la práctica?

¡Claro! El propio título del libro es ya una declaración contundente de que confío en que se puede. Y por eso dedico la tercera parte del libro a eso, a generar esperanza. Y para ello acudo por supuesto a mi maestro Reich y propongo la autorregulación infantil como método contra la fabricación de idiotas. Y el comienzo de la autorregulación es el período crítico que hemos comentado al principio: concepción-embarazo-parto-crianza.

El Manifiesto que he mencionado considera necesarias una serie de propuestas para la urgente transformación de una sociedad cada día más individualista, competitiva, adultocéntrica, consumista, machista, misógina, racista, depredadora de la naturaleza, enemiga de las diferencias y fratricida, entre ellas: «el reconocimiento universal de la diada madre-bebé como unidad básica con el apoyo social necesario, la recuperación y el reconocimiento del deseo materno como parte imprescindible de una cultura basada en el amor, la restauración del orden simbólico de la madre que eliminará el actual gobierno patriarcal para construir una sociedad basada en el apoyo mutuo y la solidaridad, el reconocimiento del trabajo de crianza, la recuperación de la infancia como patrón de humanización, el respeto a los procesos y pulsiones sexuales de las mujeres, la eliminación de las violencias machistas y en concreto la obstétrica, económica, institucional, judicial, cultural y simbólica, así como la eliminación de todas las medidas que llevan a una desvalorización y usurpación de la función materna: custodias compartidas impuestas, pernoctas impuestas de bebés lactantes, vientres de alquiler, permisos iguales e intransferibles o falso síndrome de alienación parental».

Por otro lado, hay que tener presente que, como he explicado, el Aparato Sanitario Global controla todos los aspectos relacionados con la salud y la enfermedad, y eso incluye la formación y la información de los profesionales de la medicina. De manera que cuanto más se estudie en las instituciones oficiales, más lavado de cerebro y menos posibilidades de pensar… y conste que esto me lo dijo literalmente un médico con el que debatía en la red.

Lo que planteo en el libro como síntesis de tres décadas analizando estos temas desde este punto de vista que estoy explicando aquí es una comparativa entre dos modelos básicos: por una parte, el paradigma mecanicista del MMH, atrapado en falsos dogmas al servicio del capital, que reduce a los seres vivos a lo material cuantificable, lo rompe en trozos para especialistas y ha perdido la visión global oponiéndose a la naturaleza y bloqueando procesos vitales a base de fármacos; y por otra parte el paradigma dinámico, que inspiró a las medicinas tradicionales, con una visión holística que reinterpreta las mal llamadas «enfermedades» como desequilibrios y procesos de recuperación del equilibrio en convivencia simbiótica con los microbios que nos habitan.

Mi propuesta es cultivar la salud y aprender a decidir, es decir, lo que viene llamándose autogestión de la salud: cambios individuales que favorezcan el salto a lo colectivo compartiendo la información e impulsando cambios sociales que nos devuelvan las parcelas de poder arrebatadas por la institución médica y la pedagógica: protección de las criaturas, investigación independiente con pluralidad de enfoques, y un sistema sanitario que rompa con la industria farmacéutica, que sea verdaderamente público y solidario, descentralizado, coparticipado y controlado por los ciudadanos a todos los niveles.

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