Editorial
La gran alianza para el continuismo
Por Carlos Sánchez
En los balances que se elaboran para definir el estado en que se halla
sumido el país en el momento de asumir sus funciones el gobierno del
señor Andrés Pastrana, no se hace alusión alguna a las causas que
condujeron a la crisis. Se pretende ocultar que el decrecimiento de la
producción, el déficit del comercio exterior, el desempleo masivo, el
empobrecimiento de más de la mitad de la población y la concentración
más acentuada de la riqueza provienen del fracaso del modelo económico
impuesto por los centros de poder transnacional. Ese silencio le
facilita a la nueva administración aplicar los llamados planes de ajuste
que consisten en todas las latitudes, en hacer más rigurosa la vigencia
de la política neoliberal.
Como recurso para mantenerse al frente del poder Ejecutivo, el
mandatario saliente, aceptó en su integridad la agenda dictada por los
Estados Unidos. El, sometimiento sin límites al poder extranjero en los
órdenes económico, legislativo y militar, so pretexto de combatir el
narcotráfico, le ofrece a la administración que se inaugura esta semana
un camino allanado para aceptar sin reparo alguno el ofrecimiento
norteamericano de “trabajar muy cerca” de las autoridades colombianas en
una solución de los problemas nacionales, acorde con las miras
estratégicas de Washington.
El cambio anunciado está por verse. El encuentro con los comandantes de
las FARC le da cumplimiento al compromiso del Presidente entrante de
liderar personalmente el proceso de paz. Sin tratar de disminuir la
importancia del hecho, conviene reflexionar acerca de algunas
declaraciones que lo opacan.
Andrés Pastrana ofrece empleo a los insurrectos; que “devenguen”, según
sus palabras. Así se perpetúa la suposición de que ellos luchan movidos
por la aspiración de satisfacer anhelos de orden particular e inmediato
y no por el propósito de transformar la sociedad. Añade la iniciativa de
promover una especie de Plan Marshall en las zonas principales en que
operan los ejércitos guerrilleros. El símil, si es tal, no puede ser más
desafortunado. Nadie ignora que con un plan de ese nombre, la
reconstrucción de Europa, devastada por la guerra, sirvió de ocasión
para la expansión económica estadounidense y para dar los primeros pasos
de la transnacionalización del capital. Pero la frase es bien coherente
con el anuncio de que los Estados Unidos serán :"invitados de honor" en
la mesa de negociación de la paz. Por eso, el debate público debe poner
en claro la concepción que tiene el gobierno sobre la forma de poner fin
al conflicto armado y sobre la realidad o la ficción del cambio de la
política norteamericana acerca de las guerras de baja intensidad, la
ayuda y la asistencia militares, el adiestramiento de la oficialidad de
los ejércitos locales, los métodos de represión y el respeto a los
derechos humanos.
La reducción del déficit fiscal, que el FMI le exige a todos los países
en crisis y se proclama como solución crucial, no tiene en cuenta que el
presupuesto de Defensa se elevará en la vigencia próxima a 5.8 billones,
cantidad superior ya a la utilizada en el conjunto de países
latinoamericanos. ¿Por qué una sincera disposición a poner fin a la
guerra integral declarada por el Estado contra los alzados en armas y
contra toda expresión de la protesta social no reorienta esa suma
gigantesca hacia la erradicación de las causas de la insurrección?.
Los programas sociales defendidos durante la campaña electoral y el
equipo ministerial que los ejecutará señalan también que la continuidad
de las políticas bipartidistas no se detendrá. Los subsidios para los
campesinos sin tierra hacen recordar la forma en que se hablaba de
reforma agraria a principios de los años 70. Entonces, se aseguraba que
había “más y mejor reforma agraria” mientras se suscribía el pacto de
Chicoral para clausurar los débiles intentos de democratizar la
propiedad de la tierra. El crédito para la vivienda aliviará las cuotas,
pero a condición de prolongar los plazos hasta los 30 años de
tributación al capital especulativo. Los trabajadores denuncian como
violatorios de la Constitución y sobre todo de la justicia los proyectos
de aminorar el gasto público central mediante el cercenamiento de las
transferencias a los municipios. Las administraciones departamentales y
municipales, carentes de los medios para sostener los servicios
sociales, terminarán dejando en manos de los usuarios la responsabilidad
de financiarlos y haciendo realidad los mandatos de la privatización.
Una vez más, la unidad y la movilización de los sectores populares
aparece como la única barrera capaz de quebrar la continuidad de las
políticas neoliberales. Sólo la convergencia de esos sectores unificará
la lucha por la paz, por el derecho a la vida, por los derechos sociales
y políticos y por el desarrollo autónomo y democrático. Su movimiento es
la verdadera oposición. Trabajar por su formación seguirá siendo la
tarea del momento.
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