Los trabajadores frente a las perspectivas de paz
Cuando los cacaos se sacuden
¿Cómo es posible que el Presidente Pastrana sea capaz de reunirse con el
Mono Jojoy y Tirofijo allá en la montaña, mientras nosotros seguimos
matándonos aquí?», dijo el vicepresidente administrativo de Avianca,
Fernando Umaña, a los representantes del sindicato de trabajadores de
base de la aerolínea cuando hacían esfuerzos para que la empresa
respondiera un modesto pliego de peticiones. Todo el mundo vaticinaba
los peores augurios.
Eran las 10:00 de la mañana del viernes 10 de julio, y tanto
sindicalistas como representantes de Avianca, Sam y Helicol, de
propiedad del magnate cervecero Julio Mario Santo Domingo, se
encontraban en uno de los salones de reuniones del Ministerio de Trabajo
en Bogotá, convocados por el titular saliente de esa cartera, Carlos
Bula Camacho.
Las posibilidades de mediación efectiva en el conflicto eran remotas.
Desde hace una década las directivas de Avianca desataron una feroz
persecución contra las organizaciones sindicales a su interior. A los
activistas y líderes sindicales les prohibieron acercarse a menos de 500
metros del Centro Administrativo Nacional de Avianca, ubicado sobre la
avenida Eldorado en cercanías al puente aéreo.
Para los funcionarios del Ministerio de Trabajo, buena parte de ellos
tradicionalmente de la cuerda del conglomerado económico Santo Domingo,
las quejas contra Avianca se tornaron un dolor de cabeza. Desde la
Procuraduría General hasta la cumbre de la Organización Internacional
del Trabajo, OIT, se han visto forzadas a pronunciarse frente a los
acontecimientos de las aerolíneas.
La verdad es que las directivas de Avianca hacen lo que les viene en
gana con la convención colectiva de trabajo vigente. Y si no le han dado
sepultura ni pauperizado más las condiciones de vida del personal a su
servicio, se debe al tesón y la reciedumbre de un puñado de
sindicalistas tercos y tozudos.
Por precedentes de este tipo la afirmación del vicepresidente
administrativo de la aerolínea sorprendió a todo el mundo, empezando por
los funcionarios del ministerio. Y no era paja: en ocho escasos días las
partes sellaron la convención colectiva para los próximos dos años, con
incrementos salariales iguales al índice inflacionario de los últimos
doce meses -20.69 por ciento para el primer año- y respeto para los
restantes puntos convencionales. Un récord y un triunfo sindical en
momentos de arremetidas patronales tan desastrosas como las que
caracterizan la época actual, así los trabajadores no consigan una sola
gabela adicional.
Tanta gallardía no es propiamente la característica de los
administradores de Santo Domingo en Avianca. Menos aún con personajes
tan siniestros como el Jefe de Relaciones Industriales, Fernando Tamayo,
un cascarero de siete suelas que hace de las leyes lo que le viene en
gana. Política laboral que tiende a extenderse a otras empresas del
grupo, como Bavaria, donde intentan erradicar el sindicato de base para
montar otro de industria: una excelente propuesta si no tuviera el
veneno en organizaciones de bolsillo, impulsadas por la patronal con la
intención de bajar a los trabajadores de sus derechos, bajo el embeleco
de hacer más competitiva y eficiente la empresa.
Lo más probable es que, efectivamente, en el giro dado por las
directivas de Avianca en sus relaciones laborales ejerció alguna
influencia la entrevista que acababa de celebrar el presidente electo de
los colombianos con los máximos líderes de las FARC. De esta manera el
grupo empresarial se estaría posi-sionando para los eventuales diálogos
con la sociedad civil, actor de moda reclamado por el ELN desde Mainz,
Alemania, también por el paramilitarismo desde el nudo de Paramillo, con
Carlos Castaño a la cabeza.
Al fin y al cabo, los empresarios están hartos de dilapidar recursos en
una dinámica de guerra que cada vez los vacuna más. Y se resienten, como
nunca, cuando desde las trincheras de la insurgencia son cuestionados
por el saqueo del país, incluida la contraprestación que deben a quienes
con su esfuerzo contribuyen a incrementar sus utilidades: los
trabajadores.
A comienzos de año, Alfonso Cano, de las FARC, en entrevista de prensa
cuestionó las actuaciones del Grupo Santo Domingo en el país. Al día
siguiente, Augusto López Valencia invadió los espacios de Caracol y
Radionet, con repercusiones en CM&, Cromos y otros medios de su
propiedad, desvirtuando las acusaciones del jefe guerrillero.
Hoy por hoy el grupo Santo Domingo podría inclinarse por cambiar de
estrategia, igual que otros cacaos y cacaítos. Prefieren seguir
invirtiendo en la composición del Legislativo y el Ejecutivo, con la
mira puesta en llegar un poco fortalecidos a los eventuales diálogos,
con el propósito de continuar en su rol empresarial.
Hecho de por sí positivo que invita a los trabajadores a reflexionar
sobre su papel frente a unos diálogos con la insurgencia guerrillera ¿y
los restantes actores de la guerra, ejército y paramilita-rismo— que, de
arrojar resultados positivos tras un tortuoso proceso seguramente,
podría cambiar el mapa político y social del país. Sólo que ningún
sector minoritario de la sociedad, incluido el movimiento sindical,
puede esperar que sean los grupos guerrilleros los que se apersonen de
sus dificultades y aspiraciones.
Porque hasta los paramilitares podrían apersonarse de las
reivindicaciones de los trabajadores, en el juego ese de la llamada
«sociedad civil». Es necesario que se sacudan los trabajadores, tal vez
el principal núcleo de la sociedad civil.
Un buen ejercicio sería que comenzaran a diseñar sus propias propuestas,
estrechando los necesarios nexos entre sí, según los vínculos que atan
los unos a los otros: víncu- los patronales o por actividades económicas
o sociales. Entre otras razones, porque si algo queda claro del
maremágnum de hechos noticiosos que arrojan las propuestas de paz es que
ellos, los patronos -entendidos también como gobierno-, hace rato se
encuentran unidos alrededor del pedazo de nación que quieren para sí.
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