CEPRID

Estados Unidos y el mundo: ¿Hacia dónde vamos? (I)

Viernes 10 de octubre de 2008 por CEPRID

Mark Weisbrot

CEPRID/CEPR

Estados Unidos parece estarse embarcado en una transición sobre dos importantes frentes: su propia economía, tanto a nivel financiero como real, y sus relaciones con el resto del mundo. Hay cierta relación entre las dos transiciones. Algunos de esos cambios dependerán del resultado de las elecciones generales de noviembre en Estados Unidos, y otros no. Este texto presentará una breve reseña de las tendencias actuales, poniendo cierta atención a la política de Estados Unidos en América Latina, así como en otras áreas.

Perspectivas de la economía estadounidense y sus implicaciones.

Al momento de escribir este texto, todos los ojos están dirigidos hacia la crisis financiera que enfrentan actualmente Estados Unidos y los mercados financieros internacionales, ampliamente considerada como la peor crisis de este tipo desde la Gran Depresión.

Efectivamente hay una grave crisis en la esfera financiera, como lo indicaron los acontecimientos de la semana pasada, en particular el congelamiento de los mercados de crédito. Por el lado malo, el gran temor es que podría conducir a un colapso generalizado de partes del sistema financiero. Esto fue ilustrado de una manera más fehaciente la semana pasada cuando se retiraron unos 224,3 mil millones de dólares de los fondos de inversión en activos del mercado monetario, que los inversionistas habían manejado como si tuvieran la misma solidez que una cuenta de cheques1. Hay aproximadamente $3,4 billones (millones de millones) de dólares en estas cuentas. Si el pánico se hubiese extendido, habría sido equivalente a algo como una corrida contemporánea del sistema bancario. No obstante, por fortuna, el Departamento del Tesoro intervino rápidamente y anunció que aseguraría estos fondos, que anteriormente estaban fuera de sistema del seguro de los depósitos federales.

Éstas y otras intervenciones masivas y no ortodoxas indican que las autoridades de Estados Unidos, incluida la Reserva Federal (en conjunto con otros bancos centrales como el Banco Central Europeo y el Banco de Japón) y el Departamento del Tesoro, están dispuestas a hacer lo que sea necesario para prevenir una quiebra importante en la esfera financiera. Han llevado a cabo las más grandes nacionalizaciones y la transferencia más cuantiosa de deuda de la historia mundial (la nacionalización de Fannie Mae y de Freddie Mac), así como en la nacionalización de la aseguradora más grande del país (AIG) y han bombeado cientos de millones de dólares en el sistema bancario como respuesta a la falta de liquidez.

Dada esta disposición de las autoridades a realizar lo que sea necesario para evitar UNAM corrida en los depósitos (que ahora incluye a los fondos de inversión en mercados de dinero) y al congelamiento del crédito, la amenaza de un colapso generalizado del sistema financiero parece exagerada.

Lo más probable es que haya más presiones en el sistema a medida que las instituciones insolventes se vayan hundiendo – de la misma forma en la que el turbulento colapso de Lehman Brothers precipitó la actual crisis – y otros eventos inesperados ocurran en un proceso de “saneamiento de deudas” y contracción del inflado y sobre endeudado sector financiero. Este sector se multiplicó más de tres veces en relación al PIB a lo largo del periodo de la posguerra y, antes del reciente desliz, era equivalente a más del 30 por ciento de las utilidades corporativas. Gran parte de estas ganancias fueron ilusorias y desde entonces han desaparecido, tal y como estamos viendo ahora.

La actual batalla provocada por las condiciones que la administración Bush impuso a su propuesta de rescate de 700 mil millones de dólares constituye un indicador más probable de las batallas por venir. Será una lucha por la distribución de las pérdidas – los contribuyentes al fisco y dueños de casas por un lado contra accionistas, presidentes de corporaciones e inversionistas financieros por el otro. La semana pasada la administración nos puso ante la siguiente disyuntiva: "o nos dan un cheque en blanco o correrán el riesgo de un colapso financiero".

Esta vía fue rechazada por una revuelta populista en ambos partidos, aunque todo indica que de todos modos se impondrán algunas condiciones al rescate. Pero si se toma en cuenta el poder que el sector financiero ejerce sobre el sistema político de Estados Unidos, estas condiciones quedarán muy lejos de cualquier reforma práctica y factible que brinde protección a los propietarios de casas, que obligue a los inversionistas y a los ejecutivos que tomaron malas decisiones a absorber la parte que les corresponde de las pérdidas y a implementar las reformas a la regulación, necesarias para evitar que esto se vuelva a repetir en el futuro. (Para tener una idea general de dichas reformas y lineamientos necesarios para un rescate adecuado, consultar, Dean Baker (2008), “Condiciones progresistas para un rescate financiero”). Sin embargo, es probable que estas batallas políticas continúen a lo largo de los próximos dos años.

Existe cierta confusión entre la mayor parte del público con respecto a las condiciones en las que se encuentra la economía de Estados Unidos. Los problemas económicos actuales son ampliamente percibidos como una crisis financiera, cuando la realidad es que hay grave problemas en la economía real que están arrastrándonos hacia una grave recesión. Es decir que, aún si se resuelven los problemas financieros, no se podrá evitar la profundización de la recesión. Hoy en día, estamos viviendo una recesión que fue generada por el estallido de una masiva burbuja hipotecaria; una burbuja que creó unos 8 billones (millones de millones) de dólares en riqueza ficticia, antes de que empezara a reventarse a mediados del año 2006.

Esta burbuja apenas se ha desinflado en un 60 por ciento, y eso suponiendo que no se dispare en la dirección contraria (a territorio negativo) cuando toque fondo. La aritmética es bastante sencilla: de 1996 a 2006, los precios de las casas en Estados Unidos se dispararon un 70 por ciento por encima de la tasa de inflación. Pero anteriormente, los precios de las casas a largo plazo no crecieron a un ritmo más rápido que la inflación. Esto significa que los precios de las casas tendrán que caer un 40 por ciento para que vuelvan a niveles acordes con la tendencia. Hasta ahora, en términos reales (incluyendo la inflación), han caído en un 25 por ciento.

Pero todavía queda una gran sobreoferta de casas en Estados Unidos, y los propietarios de casas están recibiendo notificaciones sobre la ejecución de sus hipotecas (es decir, perdiendo sus propiedades) a un ritmo aproximado de 3,6 millones cada año. Además del impacto de una contracción en los sectores de la construcción y otros sectores relacionados a los inmuebles residenciales, un impacto sobre la economía que surgirá a raíz del colapso de la burbuja inmobiliaria se dará a través del efecto de riqueza. Los hogares estadounidenses típicamente adquieren préstamos respaldados por el valor de sus casas, y la expansión de la economía estadounidense desde el final de la última recesión (noviembre de 2001) hasta el año pasado, obedeció principalmente a este endeudamiento. Cuando la burbuja había alcanzado su punto más elevado en el año 2006, los consumidores estaban utilizando unos 780 mil millones de dólares al año en créditos respaldados por el valor de sus casas (que en ese entonces se elevaba rápidamente). En gran parte, estos niveles de endeudamiento y gasto han llegado a su fin. En el próximo informe trimestral del PIB (tercer trimestre) es posible que veamos una caída en el gasto de los consumidores, que hasta ahora se había mantenido a pesar del colapso de la burbuja financiera.

En los datos de los últimos cuatro trimestres se puede apreciar que el principal contribuyente al crecimiento económico fue un mejor resultado en la balanza comercial, derivado del considerable desliz en la cotización del dólar (un 25 por ciento contra una canasta de divisas ponderadas por el intercambio comercial) que comenzó en el año 2002. Pero el comercio sólo representa un 26 por ciento de la economía estadounidense, mientras que el consumo representa un 70 por ciento. Sin olvidar que el mercado laboral se ha debilitado hasta alcanzar niveles de recesión: el desempleo ha llegado al 6,1 por ciento, casi alcanzando el nivel más alto, en septiembre de 2003, durante la última recesión, mientras que el nivel de empleo, como porcentaje de la población, está a punto de alcanzar los niveles más bajos de la última recesión. La economía ha perdido empleos a un ritmo de 81,000 por mes durante el último trimestre, al mismo tiempo que cae el salario real. Todo esto se reflejará en el mercado hipotecario y también debilitará el consumo. Además, el sector público a nivel estatal y local, que hasta ahora ha estado creando nuevos empleos, mostrará una contracción en el futuro cercano a medida que los gobiernos empiecen a recortar el gasto (la mayoría tiene que equilibrar sus presupuestos) como respuesta a la caída en sus ingresos. El gobierno de la Ciudad de Nueva York, por ejemplo, anunció recientemente un recorte de mil 500 millones de dólares en su gasto para los próximos 15 meses.

En otras palabras, esto significa que la baja en la economía de Estados Unidos apenas está empezando y que esta tendencia se acelerará, aún si los problemas del sector financiero se hayan resuelto de la manera más eficiente posible. Lo más probable es que los problemas en el sector financiero – a medida que éste se deshace de las instituciones insolventes y de la deuda de mala calidad – contribuyan a la desaceleración a través de restringir la disponibilidad de crédito disponible y de minar la confianza de los inversionistas en general.

Esto conduce a lo que será la siguiente gran batalla de índole económica, una vez que se haya resuelto la crisis financiera: la política fiscal. Una política fiscal expansionista será necesaria para mitigar los efectos de la recesión, la que probablemente será la peor en por lo menos un cuarto de siglo. El banco central estadounidense, la “Fed”, ya redujo la tasa aplicada a los Fondos Federales de 5,25 al 2 por ciento, y por ende, ya no le queda mucho margen para seguir reduciéndola. Pero la política monetaria no podrá tener ni siquiera una pequeña parte del efecto expansionista que mostró en la última recesión, cuando contribuyó a la masiva expansión de la burbuja inmobiliaria. Las tasas de interés a largo plazo son las que tienen el efecto más grande sobre la actividad económica en Estados Unidos, y bajar la tasa de interés de corto plazo no necesariamente ayuda a bajar las tasas de interés a largo plazo. De hecho, ya son varias las ocasiones en que los mercados de los bonos del Tesoro a 10 años han reaccionado a los recortes de las tasas por la Fed (que son de corto plazo) con un aumento en sus rendimientos. Además, la Fed está mucho más preocupada ahora por la inflación, con una variación interanual en el Índice de Precios al Consumidor que supera el 7,2 por ciento (con una variación de 3,4 por ciento en el núcleo inflacionario), en comparación con el 2,9 por ciento al comienzo de la última recesión (con un 3,5 por ciento para el núcleo inflacionario).

Dada la ineficacia de recortes adicionales a la tasa de interés líder, la política fiscal se convertirá en la principal herramienta a la mano para implementar una política anticíclica en un futuro próximo. Sin embargo, la deuda nacional supera ya el 67 por ciento del PIB. El rescate bajo consideración la disparará por encima del 72 por ciento con la probabilidad de que ocurran rescates adicionales (como por ejemplo, inyectar nuevos fondos a la Corporación Federal de Seguro de Depósitos – Federal Deposit Insurance Corporation, FDIC, la que no tiene posibilidades de enfrentar las probables quiebras bancarias) así como aumentos adicionales en el déficit, motivados por aumentos automáticos en el gasto y la caída en los ingresos a medida que la economía se debilita. Estos son niveles de deuda pública que no se habían visto desde principios de la década de los cincuenta, cuando la deuda seguía bajando paulatinamente desde el crecimiento explosivo que registró durante la II Guerra Mundial. Evidentemente, la mejor política durante una recesión aún sería la de ignorar estos niveles de deuda para impulsar un amplio paquete de estímulos fiscales, especialmente debido a que los rescates financieros, al mismo tiempo que hacen crecer la deuda, no tienen el mismo efecto sobre la demanda que otras formas de gasto deficitario. Sin embargo, todavía hay un intenso prejuicio en el sistema político de Estados Unidos, tanto en los partidos políticos como en los medios masivos de comunicación, contra una medida semejante. El tamaño y el crecimiento de la deuda nacional es un tema muy importante en las campañas políticas, incluida la campaña presidencial, y en los últimos años muchos demócratas han sido aún más conservadores sobre este tema que los mismos republicanos.

Consiguientemente, la profundidad y destructividad de esta recesión bien puede depender de la medida en la que el próximo gobierno esté dispuesto ha ignorar este dogma económico para poder estimular la economía. En la última recesión, el gobierno federal pasó de tener un superávit fiscal del 2,4 por ciento del PIB a un déficit del 3,5 por ciento (2000-2003); y esto fue junto con los recortes a las tasas de interés (del 6 por ciento en mayo de 2000 al 1 por ciento en junio del 2003) y el masivo crecimiento de la burbuja hipotecaria. Actualmente, la tasa para los Fondos Federales ya es de un 2 por ciento y el déficit del presupuesto federal (usando el presupuesto unificado que habitualmente se difunde) está en 3,3 por ciento del PIB, sin incluir los actuales rescates.

Aunque las autoridades se han mostrado hasta ahora bastante flexibles en responder ante la crisis financiera – nacionalizaciones masivas, acumulación de deuda e incluso cierta tolerancia ante altos niveles y riesgos de inflación que son características poco usuales de la Reserva Federal – lo que todavía no queda claro es si el próximo gobierno, independientemente de quien gane las elecciones, estará dispuesto ha abandonar, en la medida de lo necesario, el conservadurismo fiscal para estar en condiciones de sacar a la economía de la recesión. Lo más probable es que no cometerán los mismos errores que cometió el gobierno japonés tras el colapso de una burbuja en su bolsa de valores y sector de bienes y raíces en1989. Además, Estados Unidos tiene otras ventajas, especialmente en relación al dólar que es la divisa clave para la economía internacional, y que ayudará a Estados Unidos a evitar un prolongado periodo de estancamiento. No obstante, quedan todavía bastantes posibilidades de que esta recesión se prolongue mucho más allá de lo necesario si hay errores en las políticas a aplicar.

Haciendo a un lado por un momento la profundidad y la duración de la recesión, y su dependencia sobre las políticas que surjan para enfrentarla, es probable que la actual coyuntura económica deje efectos duraderos en el sistema económico de Estados Unidos y en buena parte del mundo, debido a la influencia global de este país. De hecho, algo de esto ha sucedido ya. Cinco de los principales bancos de inversión de Estados Unidos ya no existen: Bear Stearns colapsó a principios de este año, Lehman quebró, Merrill Lynch aceptó ser adquirido por Bank of America; mientras que Morgan Stanley y Goldman Sachs renunciaron a su calidad de bancos de inversión. Esto hace que queden dentro del sistema de regulación de la Reserva Federal.

¿Qué impacto duradero podemos esperar una vez que se recupere la economía? Podemos esperar que se den algunas reformas a la regulación del sistema financiero de Estados Unidos para al menos reducir algunos de los abusos que llevaron a este colapso. Lo que falta por ver es si reformas progresistas como los impuestos a las transacciones financieras, que podrían reducir la especulación y generar más de 100 mil millones de dólares al año en recaudación fiscal, tienen la oportunidad de hacerse realidad.

Dado que ésta es la segunda recesión en siete años que ha sido causada por el estallido de una burbuja de activos, es posible que la Fed cambie su actitud con respecto a dichas burbujas especulativas y comience a controlarlas y tratar de contrarrestarlas. Hasta ahora, la posición de Alan Greenspan y Ben Bernanke (ex presidente y presidente actual de la Reserva Federal, respectivamente) ha sido que la Fed no debe tratar de hacer algo para enfrentar las burbujas en activos sino hasta que suceda algo. Sin embargo esto no tiene sentido; la burbuja en la bolsa de valores fue identificable e identificada a fines de los 1990s, y lo mismo es verdad para la burbuja hipotecaria de principios del año 20026. Además, la Fed no necesariamente tiene que elevar las tasas de interés para poder contrarrestar una creciente burbuja de activos. Se puede hacer bastante para controlar la especulación si se les informa a los inversionistas y al público de los peligros de invertir en activos inflados por una burbuja, además de otras medidas reglamentarias. Esto es importante, porque si bien es cierto que ahora se reconoce que hubo fallas en la regulación – como por ejemplo, en el caso del mercado hipotecario de mala calidad o de alto riesgo (sub-prime) que contribuyó a la actual crisis – aún se desconoce ampliamente que el fracaso para contener la burbuja en si, lo que pudo haberse logrado, representa la principal y más importante causa de los daños que estamos viendo hoy.

La reducción del déficit comercial de Estados Unidos durante esta recesión ajustará, por lo menos en cierta medida, uno de los desequilibrios más grandes de la economía global. Para Estados Unidos, este reajuste puede ayudar a recuperar las condiciones para un nivel de crecimiento sustentable. Desde los años noventa, el crecimiento de la economía estadounidense ha dependido en gran medida del consumo impulsado por las burbujas, primero por la burbuja en la bolsa de valores y luego por la burbuja inmobiliaria. Una de las razones por las cuales esto sucedió, es el enorme y, hasta el año pasado, creciente déficit comercial de Estados Unidos, el cual es resultado de un dólar sobrevaluado.

Dado que el déficit comercial, en términos contables, reduce el crecimiento, la economía requiere de otra fuente de demanda para compensar. El consumo impulsado por las burbujas ha jugado ese papel hasta ahora, pero ya no será necesario si el desliz del dólar, aunado al efecto de la recesión que reduce la demanda de las importaciones, reduce el déficit comercial hasta un nivel sostenible.

Después de esta recesión, la influencia de las ideas neoliberales, que tienen su base de apoyo internacional más fuerte en Estados Unidos, saldrá un tanto debilitada. Y su variante libertaria impulsada por el fallecido Milton Friedman ya ha disminuido de una manera precipitada en los últimos años, y cada día será más difícil defender este tipo de fundamentalismo del “libre mercado” en los años venideros. ¿Pero que pasará con las ideas neoliberales que son más aceptadas, las cuales, con frecuencia, son erróneamente etiquetadas como de “libre mercado” o “libre comercio”? En realidad, estas políticas han desmantelado las barreras de acceso al mercado cuando dichos cambios causan una disminución de los salarios o una redistribución del ingreso a favor de los sectores de mayor ingreso (como sucede con el comercio internacional de manufacturas), al mismo tiempo que apoyan el proteccionismo y las soluciones que no son de mercado cuando éstas redistribuyen los ingresos hacia arriba (por ejemplo la creciente protección de los productos farmacéuticos a través de las patentes, la restricción en la competencia por el empleo profesional, en los salarios de los ejecutivos de corporaciones). También estas ideas se habrán debilitado de alguna manera en los años por venir. Y en algunos aspectos puede ser similar a lo que sucedió en Japón tras el colapso de 1989, aunque en una versión más benigna. Antes de 1989, la política industrial de Japón y el crecimiento impulsado por las exportaciones fueron ampliamente admirados como una prueba de políticas económicas exitosas; pero tras el colapso de la bolsa de valores de Japón y de su burbuja financiera y el consiguiente estancamiento de la economía en los noventa, Japón ya no fue considerado como un ejemplo digno de imitar.

Ha habido un notable esfuerzo en los últimos años, en los círculos políticos y de prensa más importantes de Europa, para empujarla a que imite a Estados Unidos, que es presentado como una forma de capitalismo más dinámico y exitoso. La creencia generalizada es que los países de la Eurozona no se pueden dar el lujo de tener su estado benefactor (o de bienestar) en la nueva economía global, y que las regulaciones del mercado laboral y los sindicatos han aumentado el desempleo y mermado el crecimiento de la productividad. Sin embargo, la evidencia económica de que estos argumentos son correctos ha estado completamente ausente, pero sí contribuyeron a que Nicolás Sarkozy se convirtiera en el presidente de Francia en el 2007, mientras que el liderazgo del Partido Social Demócrata alemán ha desafiado repetidamente a sus propios votantes tratando de moverse en esta dirección. Ahora es posible que estas ideas pierdan un poco de fuerza a medida que la realidad de la actual crisis y recesión de Estados Unidos sea presentada al público europeo. Es probable que las ideas neoliberales pierdan también cierta credibilidad en los países en desarrollo. De hecho ya perdieron gran parte de su popularidad en América Latina durante la última década.

La recesión de Estados Unidos también reducirá la influencia mundial de este país de una manera más generalizada, la cual ha ido cayendo rápidamente durante la administración Bush.

Mark Weisbrot es codirector del Centro de Investigación Económica y de Políticas (Center for Economic and Policy Research) en Washington, D.C. Este informe fue presentado durante el “Seminario sobre Estados Unidos”, patrocinado por la Fundación Alexandre de Gusmão y el Instituto de Investigación de Relaciones Internacionales (IPRI por sus siglas en portugués), en el Palacio de Itamaraty (Ministerio de Relaciones Externas de Brasil), Río de Janeiro, Brasil, el 29 de septiembre de 2008.


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