José Fernando Mota Muñoz

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José Fernando Mota Muñoz – abril de 2024


6 de agosto de 2006

por José Fernando Mota Muñoz


Hoy hemos salida a visitar dos campos de refugiados palestinos, situados entre Jerusalén y Ramala. Por primera vez hemos visto de cerca el muro de la infamia y hemos tenido que pasar controles militares.

La visita estaba organizada por la Universidad de Al-Quds, políticamente cercana a Al-Fatah, que cobra 50$ por el tour. Allá nos hemos encontrado un grupo de extranjeros de diferentes nacionalidades y condición, desde gualtrapas como nosotros hasta diplomáticos de países nórdicos, que nos acomodamos como podemos en tres furgonetas. El primer campo que hemos visitado ha sido el de Qalandia. Nada diferencia el campo de las casas de alrededor, entramos en un colegio y nos vemos rodeados de niños que están allí de colonias, disciplinadamente nos cantan unas canciones de bienvenida y los dirigentes del campo nos explican su difícil situación. En este campo viven 9.000 refugiados del 1948 y del 1967, con diferentes estatus. El campo está bajo control directo de la UNRAW, la misión de la ONU para los refugiados palestinos, eso en teoría supondría que su territorio no se puede violar por otros estados, pero en la práctica el ejército israelí entra y sale cuando quiere, practica detenciones y asesina refugiados dentro de los campos.

La población de estos campos de refugiados no ha parado de crecer desde 1948. Ahora también viven hijos, nietos y biznietos de los originales refugiados, gente que no conoce los pueblos de los que fueron expulsados sus padres o abuelos. Además en el campo viven algunos palestinos no reconocidos como refugiados porque vivir aquí es más barato que en Ramala. Este campo formaba parte del Jerusalén Este hasta que la construcción del muro los ha separado de la ciudad, dividiendo familias y servicios. Así por ejemplo la escuela, a la que iban muchos niños del campamento, ahora queda del otro lado del muro. Además este campo, como todo Jerusalén Este, está siendo rodeado de asentamientos judíos, todos semejantes, casas unifamiliares o pequeños bloques en la cima de pequeños montículos, en medio de un terreno pedregoso.

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El Muro separa Jerusalén de Qalandia

Nos han dado una vuelta por el campo, donde hemos visto desde alguna histórica casa de los primeros tiempos del campo, cuando sólo ocupaban 9 m2, hasta las construcciones actuales, casas de cemento de tres y cuatro alturas, que se amontonan unas al lado de otras para intentar dar salida a la superpoblación del campo. Las casas han ido creciendo en pisos a medida que aumentaba la familia y muchas tienen los forjados esperando en un futuro añadir más plantas a la construcción. También hay algunas casas más modernas, reconstruidas después de bombardeos israelitas al campo.

Tras esta vuelta por Qalandia nos trasladamos al otro campo que incluye la visita, el de Ama’ri, de 8.000 habitantes y más cercano a Ramala. Lo primero que sorprende es la presencia de más carteles de mártires (militantes caídos en combate contra los ocupantes), la mayoría muy jóvenes. También hay más propaganda de las pasadas elecciones y banderas de Hamás, que parece que es la fuerza política mayoritaria en este campo. Como en el otro campo nos dan una charla explicando los mismos problemas, o parecidos. Está vez se trata de una joven mujer, que curiosamente tapa su cabeza con el hiyab, mientras viste ropas ajustadas. Nos trasladamos a comer a una casa particular del campo, donde nos improvisan una magnífica comida palestina. Parece ser que el sitio pensado para comer era otro, pero el jefe de la expedición no lo ha encontrado de suficiente altura para algunos de los extranjeros del grupo, entre los que, como ya he dicho, hay diplomáticos. Puto clasismo.

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Uno de los muchos carteles de "mártires" del campo

Los campos están dirigidos por unos comités elegidos democráticamente por sus habitantes, pero dependen totalmente de la ayuda de la ONU, cada vez menor, y de la de la Unión Europea, suspendida después de la victoria electoral de Hamás. El paro es uno de los principales problemas de estos campos. En teoría los reconocidos como refugiados sólo podían trabajar para la Autoridad Nacional Palestina, de la que algunos llevan meses sin cobrar. Ante la falta de ayudas desde los campos han tenido que promover planes de emergencia y ahora permiten trabajar a hombres y mujeres tres meses al año.

Estos campos acogen generalmente refugiados que provienen de la misma ciudad o zona geográfica dentro del actual estado de Israel, de donde fueron expulsados en 1948, es decir, se agrupan por vecindad, aunque, como ya he dicho, muchos de los jóvenes no conocen el pueblo de sus ancestros. De hecho muchos de los pueblos de los que provienen los refugiados fueron arrasados por los israelíes tras su victoria de 1948, los que han quedado en pie han sido ocupados por emigrantes judíos.

Los campos tienen sus colegios y institutos de enseñanzas técnicas, más baratos que los de fuera del campo. También sus propios centros de salud. El problema es que estos servicios se están deteriorando por los recortes en las ayudas, unos recortes que responden más a causas políticas que financieras. Esto ha hecho que se conozca a la Naciones Unidas como la United Nothing (por sus siglas inglesas UN). En los campos también hay organizaciones sectoriales, para niños, de salud, de enseñanza, de mujeres, a las que reservan un rol tradicional (enseñar a coser, ayuda a la familia,…).

De vuelta a Jerusalén nos han parado en el check-point de entrada, pero en cuanto han visto el primer pasaporte y que prácticamente todos los de la furgona eramos europeos, nos han dejado pasar sin más trámites. En la furgoneta alguien comenta que la mayoría de las mujeres que hemos visto en los campos iban con la hiyab, aunque luego vayan maquilladas y con ropa occidental, y es que parece que el integrismo va en aumento y lo pagan sobre todo las mujeres. Compañeros que han estado en años anteriores ya nos habían comentado estos cambios, en una sociedad otrora de las más laicas del mundo árabe. Por ejemplo una palestina que nos ha acompañado en la visita, militante de al-Fatah, vive en un bloque controlado por integristas en un barrio de comerciantes acomodados de Jerusalén, una de las bases sociales de Hamás. Los hombres del bloque le obligan a volver a su casa, donde vive sola con su madre separada, lo que tampoco está bien visto por sus vecinos, antes de las 22 h., sino tiene que dormir fuera. Parece que el integrismo es una tendencia que va a más. Ante la represión que sufren cada vez más palestinos musulmanes se refugian en la tradición y la religión.


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