José Fernando Mota Muñoz

Articles d’història i d’altres històries

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Artí­culos de historia y otras historias

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José Fernando Mota Muñoz – abril de 2024


14 de agosto de 2006

por José Fernando Mota Muñoz


Acordamos con la familia que nos acoge visitar los campos de refugiados de Askar y Balata, nos dicen que sí y tras zamparnos unos falafel y un pan con especias dentro, partimos para los campos. La visita se concreta en un paseo en coche por la carretera que divide los dos campos de la ciudad de Nablus. Supongo que consideran peligroso entrar en estos campos en los que el ejército israelí hace frecuentes incursiones. En cambio si que nos llevan a meternos un macrobatido de frutas, están orgullosos de este tipo de cosas, de mostrarnos la parte más "normal" de Nablus.

Durante la visita nos han comentado, y no es la primera vez, que temen que después del Líbano vuelvan a presionar a Cisjordania, afirman que lo peor está por llegar, que tras el silencio internacional ante la agresión al Líbano nadie levantará la voz por ellos.

La salida de Nablus nos descubre la cruda realidad de los check-points. A la entrada no habíamos tenido ningún problema, ni nos habían pedido los papeles. La salida es otra historia. Nuestros anfitriones nos dejan cerca del control, nos acercamos y vemos que nos esperan varias y desordenadas colas. Pronto sabremos que hay una para mujeres, niños y viejos que va más rápida -por la que nuestras compañeras pronto están al otro lado- y otra para hombres adultos. El sector masculino del grupo nos situamos pacientemente a la cola que por género y edad nos toca.

Vemos como los soldados israelíes tratan como bestias a los que esperamos. Ordenan que se formen dos filas, que duran poco, apuntan con sus armas, gritan a la gente que no se apoye en la valla de hormigón que rodea las colas.

Observamos como una soldado joven, desde fuera del torno, va dando paso de uno en uno a los palestinos. Con una sonrisa sarcástica los hace pasar o los retiene unos minutos más. Una vez pasan el torno han de levantarse la camisa y los pantalones, mientras son apuntados con una metralleta. Cada cierto tiempo los soldados cierran el control con cualquier excusa.

El ambiente en la cola es de resignación, incluso hay los que toman con humor la situación. Después sabremos que la espera es de unas cuatro horas de media.

Nosotros llevamos casi una hora de espera. Hemos visto como se colaban diferentes personajes, desde un religioso a un chulo. Uno de los palestinos de la cola nos informa que los extranjeros pueden pasar más rápidamente por la cola de las mujeres. Asumo el papel de colaboracionista momentáneo y pregunto al soldado que se encarga del inicio de esa cola si nos es posible pasar a los extranjeros, me dice que sí. Justo en ese momento se movilizan los soldados, algún palestino está intentado pasar campo a través, los de la cola lo jalean y los soldados nerviosos gritan que se callen. Al final, como castigo, cierran el check-point.

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Check-point de Nablus

Nosotros ya esperamos en la cola de las mujeres, apretados por todos lados y a pleno sol, pues esta, a diferencia de las otras colas, no tiene cobertizo que nos cubra. Vemos que hay una cola para los viejos y otra para las mujeres, quizás algunos de los gritos que nos profieren algunas palestinas nos informan de que esa es la que nos toca.

Finalmente el soldado de turno nos deja pasar. Cuando ya estamos al otro lado del control un militar de más graduación nos ordena que pasemos las mochilas por un camión-detector que tienen aparcado al lado del check-point. Parece que el detector no funciona y el mando grita a un soldado que nos registre manualmente las mochilas. Tras extraer desganadamente tres o cuatro cosas de las bolsas se da por satisfecho con el registro, incluso trata de hacerse el simpático comentándonos los buenos que están los pasteles de Nablus. Pasamos de él.

Nos reunimos con las féminas del grupo, que nos comentan que durante la espera han podido ver como los militares maltrataban a algún palestino y como las han abroncado al intentar dar agua a uno de los detenidos que tenían a pleno sol desde hacía rato.

Tras regatear precios con los taxistas que esperan al otro lado del control salimos en un colectivo, un service como le dicen por aquí, hacia Ramala. A los pocos metros nos paran en un nuevo control, nos piden los pasaportes. No será el último. Unos pocos kilómetros más adelante nueva parada y nuevo control. Se trata de uno volante que han montado por sorpresa. Mientras esperamos nuestro turno podemos ver como los coches con matrícula israelí, de color amarillo, pueden adelantar la cola y franquear libremente el control. Los vehículos con matrícula palestina, como el nuestro, a esperar. Por fin llegamos a los soldados, que por enésima vez nos solicitan los pasaportes. Pasamos. Ya cerca de Ramala nuevo control, esta vez policial. Desde las ventanillas del minibus vemos como los policías están registrando un coche, han dejando en calzoncillos a dos palestinos, mientras apartan a empujones a la mujer que los acompaña. La indignación me hace bullir la sangre, es el remate a todo lo que estamos viendo. Nosotros pasamos este último control sin más novedad y por fin llegamos a Ramala, donde cogemos el autobús de línea para Jerusalén.

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Check-point de carretera y humillación a palestino

Durante la ruta hemos podido observar bastantes asentamientos de colonos en las cimas de los montículos, uno de ellos debe ser incipiente, ya que lo que se ven son caravanas. Es el primer paso, después vendrá el ejército a defenderlos y más tarde se iniciará la construcción de casas, la canalización de agua para la nueva colonia, situadas en lugares inhóspitos, y la imposición de un cerco de seguridad que impedirá a los palestinos que viven en los alrededores acercarse a sus terrenos de cultivo. Más tarde es posible que algún colono dispare a un palestino por entretenimiento o paranoia. Se me hace difícil pensar que ha de haber en la mente de alguien que se viene desde Francia o Estados Unidos, que acostumbran a ser los países de origen de los colonos más fanáticos, a vivir en medio de sus supuestos enemigos, en unos terrenos pedregosos situados en lo alto de una cima - lo que ellos llaman tel-, aislados en sus casa unifamiliares, armados todo el día, ...

A la llegada al hotel de Jerusalén tenemos de nuevo un "enfrentamiento" con el recepcionista y chico-para-todo del hotel. Merece la pena hablar algo de él. Se trata de un chaval de veintitantos años, con rasgos nórdicos o escandinavos. Cada día viste las mismas ropas: polo blanco, pantalón de chándal arremangado y calcetines blancos. La comunicación con él es imposible, su inglés casi no lo entendemos y él no hace ningún esfuerzo por entendernos a nosotros, simplemente se queda callado mirándote fijamente a los ojos.

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Hotel donde dormiamos en Jerusalén

Sus respuestas son breves y en un tono de voz bajo. Se pasa todo el día en el hotel, además de recepcionista, limpia las habitaciones y los baños. Siempre va con los cascos puestos y pasa bastante tiempo delante del ordenador. Luce una pequeña cruz azul y sólo lo hemos visto comer pitas sin relleno. Duerme en una de las literas de una de las habitaciones comunes. En este tiempo sólo hemos averiguado que se llama Dan, ya que cuando le preguntas que de dónde es responde que de Jerusalén y si le dices que su aspecto físico no concuerda (rubio, ojos claros, con coleta) afirma que es ciudadano del mundo. Todos los huéspedes del hotel con los que hablamos también lo tienen fichado como tipo raro y hasta le han puesto algún mote, nosotros lo llamamos el "empanao". Unos vascos del hotel le han puesto "sinfu" de "sin fundamento". En una ciudad de gente rara como Jerusalén es uno de los más extraños personajes que hemos conocido. El resto del staff del hotel también tiene su miga, pero al lado de "sinfu" son casi personas normales, si hay alguien normal en este mundo. Para el dueño nuestro "empanao" debe ser un chollo, currante para todo a cambio de unas pitas y una litera.

Por la noche acudimos a un restaurante un poco bien de la zona árabe. Los precios son más altos pero la calidad y la cantidad compensa. Árabes con poder adquisitivo y extranjeros ocupan las mesas. El trato es el típico, un poco empalagoso, de los restaurantes de guais. Después nos tomamos unas copas en un bar cercano. Hay poca gente, claro que es lunes. Público árabe treintañero o cuarentón y mujeres vestidas a la forma occidental.

A las dos de la noche regresamos hacia la parte antigua donde está nuestro hotel. Las calles están solitarias, tanto fuera como dentro de las murallas. Franqueamos la Puerta de Damasco, donde una pareja de militares "controlan" la situación y nos cruzamos con un ortodoxo que también entra en esos momentos (¿qué coño hará un ortodoxo a las dos de la noche por las calles árabes?) .


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