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José Fernando Mota Muñoz – octubre de 2024
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Hoy nuestro objetivo es llegar a Nablus vía Ramala. En la capital administrativa cisjordana alquilamos una furgoneta que nos lleve hasta el control militar israelí que cierra la entrada principal a Nablus, allí hay que cambiar de transporte si quieres seguir. El conductor nos tima y nos deja a unos dos kilómetros del check-point de entrada a Nablus. Nos abandona en un pequeño control que hay antes, y que nosotros, ignorantes, habíamos tomado por el auténtico check-point. Suponemos que el conductor nos ha dejado allí por ahorrarse gestiones en el otro control. Caminando y, acordándonos de la familia del conductor, llegamos al control militar de acceso, nadie nos pide papeles para entrar, sólo hay que pasar por un torno giratorio y ya estas en Nablus. A la vuelta comprobaremos que no es tan fácil salir.
En Nablus somos acogidos, casi "secuestrados", por la familia de Abu Hadid, nuestro amigo palestino de Sant Cugat. El hermano de Abu Hadid nos esperan al otro lado del control con más familiares y dos coches. Pronto llegamos a su casa donde nos esperan las mujeres y amigos de la familia, así como una opípara comida. La hospitalidad árabe se convierte casi en opresiva, nos meten en su casa, nos alimentan, nos ceden sus habitaciones, pronto descubriremos con horror que ellos duermen como pueden, en sofás y por los suelos, mientras nosotros ocupamos sus camas. También nos acompañan a todos sitios.
A pesar de que hay miembros de la familia que hablan el inglés y el francés, la comunicación no es fluida, nosotros tenemos un desconocimiento absoluto del protocolo a seguir en estos casos, no sabemos que se espera de nosotros como invitados. Se producen incómodos silencios. No es un problema lingüístico sino cultural.
Al atardecer salimos a dar una vuelta por el centro de Nablus. Primero nos llevan a ver los restos de la Muqataa de Nablus, la antigua sede de la administración local. Ha sido destruida a conciencia por el ejército israelí, que ha hecho de ella un montón de escombros. Significativamente la única parte del edificio que han mantenido en pie es la cárcel. Con el edificio han sido destruidos muchos de los documentos que contenía desde 1982: registros de nacimiento, pasaportes, documentación varia. A muchos ciudadanos de Nablus les será difícil realizar determinadas gestiones.
La ciudad presenta un estado bastante caótico. Hay que tener en cuenta que el ejército israelí tiene prohibido a la policía palestina salir de sus cuarteles. Sólo por la noche la patrullas de milicianos vigilan la ciudad. Además tropas israelíes realizan frecuentes incursiones militares en la zona. Esa mismo noche oímos unos disparos lejanos que al día siguiente supimos que provenían de una detención en un campo de refugiados.
El centro de Nablus esta repleto de carteles con los rostros de los mártires. La gente parece menos sonriente que en otras partes de Cisjordania que hemos visitado. Pero aquí, quizás, no tienen muchas razones para estar más alegres. Nablus es una de las ciudades más castigadas por la ocupación. Sus cinco salidas por carretera están bloqueadas por check-points. Salir de Nablus se convierte muchas veces en una odisea, lo mismo que llegar de alguno de los pueblos de los alrededores, que dependen económicamente de Nablus. La ciudad estuvo cerrada durante casi dos años, con tiradores del ejército israelí apostados en todos los montículos que rodean la urbe. Todavía siguen en la cima de algunos montes. Otros montículos han estado ocupados por asentamientos ilegales de colonos, que pronto obtienen cierta estabilidad y la defensa del ejército, a parte de las propias armas que ellos cargan.
Los meses de bloqueo han hundido la economía local, de la que antaño era la ciudad económicamente más importante de Cisjordania. Sus fábricas han cerrado, ya que ni podían comercializar sus productos, ni recibir materias primas. El cierre también supuso que a los mercados de Nablus no pudieran llegar los productos agrícolas de los pueblos vecinos. Ahora son productos industriales y agrícolas del mismo Israel los que abastecen las tiendas. A la ocupación física se la acompaña de la económica. Israel no sólo ocupa ilegalmente un territorio, sino que hace a sus habitantes consumidores cautivos de sus productos, después de haber ahogado la economía local. Así funciona el apartheid israelí.
Ya es oscuro cuando nos llevan a visitar un hammam turco y parte del zoco. La zona esta casi desierta. Llegamos a un pequeño rincón dedicado a los mártires de las Brigadas de los Mártires de Al-Aqsa, algunos con rostros barbilampiños de adolescentes. Se nos acerca el miliciano que vigila la zona. Está armado con una ametralladora. Ve quien nos acompaña, gente de Fatah, y nos saluda y presenta a otros milicianos. Son todos muy jóvenes, no puedo evitar pensar que el camino de la resistencia que han tomado hará que el rostro de muchos de ellos pronto este imprimido en los coloristas carteles que recuerdan a los mártires.
Impresionados todavía, nuestros anfitriones, a los que no ha hecho mucha gracia que sacáramos fotos a los milicianos (fotos que acabaríamos borrando), nos invitan, antes de volver a casa, en un local a comer un típico dulce palestino, la knafeh, en la producción del cual Nablus tiene prestigio. Al menos nos vamos a la cama con un sabor dulce en la boca.