José Fernando Mota Muñoz

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José Fernando Mota Muñoz – març de 2024


23 de agosto de 2006

por José Fernando Mota Muñoz


Nuestro viaje se acaba. A la 1.30h. pasa a recogernos un atestado shuttle. En una hora nos plantamos en el aeropuerto de Ben Gurion y tras una clásica discusión monetaria con el taxista afrontamos nuestros últimos controles en Israel.

Ya antes de acceder a las instalaciones vemos que hay agentes de seguridad parando gente. Nosotros entramos sin novedad. Nos preguntan si viajamos con El Al, al contestar que nuestra compañía es otra nos desvían a una de las colas que hay en el vestíbulo. Nada más situarnos en ella se nos acerca un agente que nos pide los pasaportes e inicia un pequeño interrogatorio: dónde hemos estado, qué hemos visitado, porqué tengo sellos de Marruecos en el pasaporte, cómo se pronuncia mi apellido, si hemos hecho nosotros la maleta... El agente marcha un momento con nuestros pasaportes para poco después devolvérnoslos con una etiqueta azul adherida a ellos. También pone etiquetas del mismo color al equipaje.

El siguiente trámite es pasar nuestro cuerpo y el equipaje por el detector y el escáner y, por fin, facturar. Parece que la etiqueta azul es la que indica hoy a los no sospechosos. Hay etiquetas de diferentes colores y según la que te pongan te hacen abrir las maletas y desmontarlas en presencia de policías, además de pasarle un cepillo que detecta explosivos. Nosotros hemos tenido suerte y el azul nos ha librado de ese engorro.

Tras facturar pasamos a las cabinas de la frontera donde te sellan el pasaporte de salida. La militar que se encarga de ello no nos pregunta nada pero retiene nuestros pasaportes. Otros pasajeros van pasando el control mientras nosotros seguimos esperando. Al final entrega el pasaporte sellado a mi compañera, pero retiene el mío mientras llama a seguridad. Llega un agente que me vuelve a interrogar con parecidas preguntas a las que ya me habían hecho en la primera cola. Un policía se apunta la hora en que sale nuestro avión y marcha con mi pasaporte. Me dice que espere en la puerta de su oficina. La espera se alarga 40 minutos, tiempo en el que sólo se dirigen a mi una vez para preguntarme mi profesión. Cuando faltan pocos minutos para embarcar me devuelven el pasaporte sellado, sin más explicaciones. Supongo que tecleando en Google han encontrado alguna información sobre mis actividades propalestinas, es lo único que se me ocurre.

Luego sabremos que hemos tenido suerte. Otro compañero de la brigada, que salía en un vuelo diferente, ha tenido que soportar dos horas y media de interrogatorio en un pequeño cuarto rodeado de cinco miembros de seguridad. Le han obligado a desnudarse y hasta han buscado alguien de seguridad que hablara castellano, en este caso un judío argentino, para interrogarlo mejor. Lo pararon en el primer control y al ver que tenía sellos en el pasaporte de Borneo e Indonesia se convirtió ipso facto en sospechoso. Finalmente lo llevaron directamente hasta la escalerilla del avión.

Seguramente, más que una cuestión relacionada con la paranoia de la seguridad que se vive aquí, este último maltrato en el aeropuerto al visitante no judío trata de que a esa persona no le queden ganas de volver a Israel. Se trata, una vez más, de no tener testigos como nosotros, que hemos visto con nuestros ojos lo que significa el sionismo, la colonización y la ocupación militar, como vive una sociedad militarizada, como se implanta una política de apartheid, como se humilla a un pueblo, como se le masacra y como, a pesar de todo, este resiste y lucha por su supervivencia. Y además estamos dispuesto a explicarlo a nuestro regreso a todo aquel que quiera oírnos. Este diario forma parte de ese compromiso.
Salud


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