El discurso revolucionario en la relación vanguardia-masa

  1. Carta de Miguel
  2. Introducción
  3. Proletariado espontáneo y vanguardia natural en tiempos de reacción
  4. Los ciclos de la lucha de clases
    1. El caso español entre 1939 y 1957
    2. Lenta recuperación económica y reanimamiento de las luchas
    3. Lo que debiera haberse hecho y lo que, en cambio, se hizo: reanudación de la política contrarrevolucionaria inaugurada en 1935
    4. Durante la transición, más de lo mismo
  5. Una vez más clama la no atendida necesidad de la educación política
  6. Ante la dificultad de las ideas revolucionarias: ¿Por dónde empezar?
  7. ¿Reforma o revolución?
  8. Conclusión

  

1. Carta de Miguel

Miguel dijo:

Sobre el tema de la carta que os envío una compañera de un problema laboral y sindical: 07/01/05

Sobre todo, deciros lo grato que me resulto la carta de Gisela y la respuesta que disteis; Ya que da pie a que haya debate, no solo a la respuesta, que estoy de acuerdo en todo como consecuencia de mi experiencia sindical y que según la situación de cada centro de trabajo haya que adoptar unas medidas u otras. Lo que me crispa (como critica constructiva) es la forma que habéis dado la respuesta. Yo me imagino el tener un problema similar en mi empresa, donde yo por ahora soy con mas de treinta años de experiencia sindical el más antiguo; Y el siguiente, unos cuatro o cinco años en estos ambientes sindicales, además sé que en la mayoría de las empresas esta sucediendo lo mismo, que a los más antiguos y casi siempre mas mentalizados, o los han prejubilado o los han echado directamente.

Que, alguien les lea esta respuesta y por un agujerito les veáis las caras que ponen después de leerla, incluso la de Gisela, ó la de sus compañeros.

¡Estoy seguro que no se han enterado de nada! Me apostaría lo que sea. Esta es la lacra que siempre me ha perseguido en todos los ambientes sindicales y de partido, los listillos de turno que para aparentar saber mucho y ser muy listos para dejar a los demás boquiabiertos con su retórica de lideres hacen un pan como unas hostias.

Da la sensación de que lo que se quieren es que nadie se entere de nada para que todo siga igual y creo que es lo contrario lo que hay que conseguir. Lo que habéis escrito no lo entiende nadie o casi nadie, hay formas más simples de explicar las cosas sobre todo a los trabajadores que no conocen este lenguaje, que su lenguaje es el de la calle, ¿por qué creéis que tiene tanto éxito el marca y el as? Porque se escribe para el pueblo y no para los listillos.

Por favor, repetir la respuesta para que la entienda todo el mundo, que si llega a algún trabajador se quede boquiabierto de lo claro que habéis respondido, seguro que os lo agradecerá.

Si todo lo que se ha escrito para organizar a los trabajadores y concienciarlos se entendiera bien y se hubiera escrito mas claro, seguro que nos iría mejor.

Entender esta critica, no lo toméis a mal, y si queréis me disculpo si me he pasado.

Miguel A. García.

Podéis contactar conmigo siempre que queráis, seguirme enviando información, y gracias siempre.


2. Introducción

Estimado Miguel:

Sí. Aunque nos esforzamos en ello, es probable que no acertemos en la tarea de vencer la dificultad para expresarnos con toda la sencillez posible para facilitar la lectura y comprensión de nuestros documentos, sin tergiversar lo esencial de la realidad  expresada en ellos, esto es, sin hacer concesiones al enemigo de clase.

Hecha esta aclaración, empezamos por decirle que no es la primera vez que se nos critica en el mismo sentido que usted lo ha hecho. Sin embargo, nos dice usted que está “de acuerdo en todo” lo que decimos en nuestra carta a Gisela, lo cual significa, inequívocamente, que ha comprendido lo que allí decimos. Ahora fíjese lo que, entre otras cosas, nos ha dicho Gisela el 28 de diciembre último después de haber recibido y leído el texto en cuestión:

 <<Estimado GPM:

 Agradezco muchísimo su enorme interés por lo que está sucediendo en nuestra institución, pues connota una visión internacionalista y solidaria más allá de que sepan quien soy y desde donde les escribo. (A todo esto, les escribo desde Chile)

Quiero expresarles que no he olvidado en absoluto el escribirles. En absoluto. He comentado su carta con varios integrantes del sindicato y nos ha sido de mucha ayuda....>>

Si a estos compañeros nuestra colaboración les ha sido “de mucha ayuda”, esto significa, no menos inequívocamente, que Gisela y sus compañeros al frente de ese movimiento, también pudieron hacer inteligible nuestro discurso, más allá de las dificultades que, para ello, hayan debido vencer, que no lo sabemos.

Sin embargo, afirma usted estar “seguro” y “apostaría lo que sea”, a que los compañeros de Gisela, los obreros en general, la masa, como suele decirse, “no se han enterado de nada”, afirmación que no ponemos en cuestión. Pero lo que sí cuestionamos, es que de este supuesto, saque usted la conclusión de que los obreros lectores del “Marca” no pueden acceder a nuestro discurso, porque no nos expresamos con la necesaria sencillez, dándole la sensación de estar ante la misma...

<<...lacra que siempre me ha perseguido en todos los ambientes sindicales y de partido, los listillos de turno que para aparentar saber mucho y ser  muy listos para dejar a los demás boquiabiertos con su retórica de lideres hacen un pan como unas hostias...>>

Vuelva a reparar en todo lo que Gisela ha significado cuando dijo que nuestro documento le ha valido, le ha sido “de ayuda”. ¿Qué supone e implica esa apreciación? Para nosotros está claro: Supone que esta compañera está entre las personas más interesadas y comprometidas en ese conflicto. Y eso implica una personalidad política más esclarecida y firme en sus determinaciones; consecuentemente, una disposición  al mayor y más intenso esfuerzo físico e intelectual que requiere hacerse cargo de situaciones como esa. Por eso está al frente del movimiento y se ha preocupado hasta el punto de buscar ayuda en la Web y dar con gente como nosotros, mientras otros compañeros suyos en la misma situación, se dedican a leer el símil de lo que aquí es el “Marca”.

¿Y  qué significa estar capacitada para hacerse cargo de una situación como esa?

Significa dos cosas, a saber:

1)      Intuición o conocimiento elemental de los fundamentos generales de la lucha de clases y,

2)      capacidad para aplicar esos fundamentos al conflicto particular o concreto, y para trasmitirlos, a fin de que sean asumidos por el conjunto de los compañeros.

Volvamos sobre el primer párrafo de nuestro documento y veremos que esto es exactamente lo que hemos querido desarrollar, con la única finalidad de ser útiles en la lucha de los compañeros en Chile:

<<La situación que nos plantea, aparte de ser una cuestión particular para usted y sus compañeros de empresa, es una circunstancia general que involucra al conjunto de la clase obrera.>>

Pues bien, a partir de este punto, el texto discurre por toda una primera parte que trata sobre los fundamentos generales de la lucha de clases; la segunda parte se refiere a la táctica a adoptar en este conflicto particular, que es la aplicación de los fundamentos generales de la lucha de clases a las actuales condiciones o correlación política de fuerzas sociales en el Mundo, y al conflicto particular especifico que nos ha planteado Gisela, cuyos fundamentos son las reivindicaciones por las que esos compañeros están luchando. Todo esto se aborda desde el párrafo Nº 23 que comienza diciendo: “En el caso concreto que usted nos plantea.....”. Ha sido un error de nuestra parte no haber destacado en el texto la distinción entre una y otra parte del documento, pero lo cierto es que ha sido hecha. 

En tal sentido, no es en absoluto imprescindible que, en este momento de retroceso ideológico y político del proletariado, Gisela se ponga a explicar al conjunto de sus compañeros los fundamentos generales de la lucha de clases tal y como aparecen en el documento. Tal vez pueda hacerlo con alguno o algunos que, a juicio de la compañera, no suponga una pérdida de tiempo inútil, pero nada más. Al resto, sólo basta con que se les sepa trasmitir ese espíritu general en los términos que plantea ese conflicto particular, esto es, su adaptación táctica a la lucha concreta. Esto es lo que Gisela demuestra estar en condiciones de asumir, no sólo comprender los fundamentos generales desarrollados en la primera parte de nuestro documento, sino trasmitir, socializar esos fundamentos aplicándolos a las condiciones particulares del conflicto en la empresa donde trabaja. Y eso sí lo pueden comprender los compañeros que Leen la prensa deportiva.

Le invitamos ahora a que vuelva sobre el último párrafo de su comunicación donde dice lo siguiente:

<<Da la sensación de que lo que se quiere es que nadie se entere de nada para que todo siga igual y creo que es lo contrario lo que hay que conseguir. Lo que habéis escrito no lo entiende nadie o casi nadie, hay formas más simples de explicar las cosas sobre todo a los trabajadores que no conocen este lenguaje, que su lenguaje es el de la calle, ¿por qué creéis que tiene tanto éxito el marca y el as? Porque se escribe para el pueblo y no para los listillos. Por favor, repetir la respuesta para que la entienda todo el mundo, que si llega algún trabajador se quede boquiabierto de lo claro que habéis respondido, seguro que os lo agradecerá. Si todo lo que se ha escrito para organizar a los trabajadores y concienciarlos se entendiera bien y se hubiera escrito mas claro, seguro que nos iría mejor. Entender esta critica, no lo toméis a mal, y si queréis me disculpo si me he pasado.>> (el subrayado es nuestro)

Comprendemos su situación, entendemos su crítica y en modo alguno lo tomamos a mal. Pero con el mismo espíritu constructivo debemos hacerle saber que, a pesar de haber manifestado estar “de acuerdo en todo” lo que decimos en nuestro documento, no parece usted habernos entendido a nosotros, porque supone que compartimos su mismo criterio metodológico del trabajo político en las presentes circunstancias, y esto no es cierto.

Vamos a explicarnos y esperamos que se tome usted en serio los argumentos que hasta aquí hemos expuesto, y los que a partir de aquí expongamos; tan en serio como nosotros estamos considerando lo que usted nos ha dicho a nosotros, porque los explotados estamos condenados a ponernos de acuerdo.


3. Proletariado espontáneo y vanguardia natural en tiempos de reacción

Lo que hubiera debido usted explicarse antes de escribirnos, es por qué razón gentes como Gisela  y usted mismo están en condiciones de comprender todo lo que dicen gentes como nosotros, pero no lo están quienes usted engloba impropiamente en el vocablo “pueblo”. [1] De ahí su error al clasificar el discurso revolucionario según cómo se escriba, en qué lenguaje, y que la forma en que se exprese una idea determine “para quién” se escribe, destinatarios alternativos que usted divide —no menos impropiamente— entre “los trabajadores” o el “pueblo” y “los listillos”. Fíjese las consecuencias que se derivan de su razonamiento, porque, si es así como usted ve la cosa, en ese caso, usted mismo —que afirma haber comprendido todo lo que decimos— ¿dónde se ubica, entre el “pueblo” o entre los “listillos”? Como ve, de la “lacra” que a usted le “persigue” no somos responsables precisamente personas como nosotros, y esa “lacra” tampoco tiene mucho que ver con el criterio racional de la propaganda revolucionaria.  Decimos esto no para ironizar, sino para poner de manifiesto el prejuicio que le ha inducido a usted al error de la inconsistencia y contradicción en su pensamiento. Pero no se sienta molesto, porque los compañeros del GPM  también venimos de ahí.

Nosotros pensamos, con Marx, que todo aquél trabajador asalariado que no sea un analfabeto funcional y conozca las cuatro operaciones elementales de las matemáticas, está en condiciones de comprender los principios del Materialismo Histórico y la compleja articulación dialéctica de sus categorías científicas que constituyen esta concepción del mundo, la del proletariado. Por tanto, en este criterio no cabe la distinción entre el “pueblo” y los “listillos”. Sólo las distintas circunstancias políticas de la sociedad y los diversos criterios de clase que imperan en las conciencias. De esto depende fundamentalmente que el discurso revolucionario penetre en ciertos espíritus y rebote en otros dentro de la misma clase asalariada. La forma de exponerlo puede constituir una mayor o menor dificultad, pero nunca un impedimento.

En tal sentido, decir que hoy, no todos los asalariados están interesados por las ideas revolucionarias, sino sólo unos pocos, su vanguardia natural. Aquí está contenida la respuesta a la cuestión que usted nos ha planteado equívocamente. En este y sólo en este sentido tiene usted razón en cuanto a que nuestro mensaje no lo entienden los obreros que solo leen la prensa deportiva o poco más. No, no lo entienden, pero no porque no puedan comprenderlo, porque no estén en condiciones de hacerlo, por la dificultad del lenguaje empleado ni por su contenido, como usted piensa, sino porque a ese sector no le interesan las ideas revolucionarias. Pensar de otro modo, creer que los obreros en general siempre están predispuestos a receptar el discurso revolucionario y que todo depende de la forma del discurso, es subestimar al enemigo de clase, como si el ejército, la policía, los medios de comunicación privados y los aparatos ideológicos del Estado, no sirvieran para nada.

Si no fuera por estos obstáculos que la burguesía opone a la revolución en la conciencia de los explotados, hace rato que discusiones como ésta entre usted y nosotros, carecerían por completo de sentido, porque habrían sido resueltas por la historia. Pero la historia enseña otra cosa  que nada tiene que ver con lo que a usted se le ha ocurrido pensar con toda la buena voluntad política del mundo. La problemática de revolucionar la conciencia de los obreros es bastante más compleja y difícil que como usted la plantea.

Hoy, dirigirse a los obreros, a las masas, con ideas revolucionarias no puede tener éxito, cualquiera sea la forma de expresarlas. En esta coyuntura de crisis económica —a caballo de la desmoralización sobrevenida a raíz de la caída del muro de Berlín—, de embrutecimiento cultural y político general inducido por la burguesía, la mayoría de los obreros no tiene interés por el mensaje revolucionario.

En condiciones normales, Los asalariados, en general, trabajan para el patrón de turno sin cuestionarse su propia situación, sin poner en tela de juicio las relaciones de producción con sus patronos, es decir, las relaciones de producción imperantes en el sistema capitalista. Sin que nadie se lo diga, intuyen espontáneamente que sin capital no hay trabajo; lo cual, por una parte, es cierto; por eso no se cuestionan la relación; de este modo, adquieren de manera directa y espontánea conciencia burguesa y se confirman todos los días como clase subalterna, como parte del capital, como capital variable o capital invertido en salarios. Porque esta es la realidad que ellos viven. Viven en la creencia de que si les va bien a los dueños de sus empresas, “les va bien” a ellos; que ellos, los trabajadores, sólo son eso: dependientes de su patrón y a no más que eso pueden y deben aspirar, a seguir siendo trabajadores, esperando no quedarse en paro.

Esta preocupación distrae su atención y les aleja o desvía del discurso revolucionario. En este momento de retroceso ideológico, pues, nosotros no escribimos para el “pueblo”, ni para “todo el mundo”, como usted, al parecer, piensa y dice que hay que hacer. Y no porque no queramos hacerlo, sino porque no podemos. Somos conscientes de que ésta es una limitación de momento infranqueable, y que nuestro radio de influencia sobre la clase obrera está restringido a una minoría relativa de explotados, la que entre los marxistas se conoce por “vanguardia natural o amplia”, tanto más minoritaria cuanto mayor es el grado de explotación y más arraiga el embrutecimiento político inducido por las clases dominantes en las grandes masas.

Nos dirigimos, por tanto, a gentes que, como usted, sí se plantea que este estado de cosas  debe y puede cambiar. Y no sólo se lo plantean intuitivamente, sino que están dispuestos a dedicar tiempo libre y esfuerzo para confirmar conscientemente esa intuición sobre la necesidad de cambio revolucionario que presienten íntimamente. Por ejemplo, intuyen que el paro y sus consecuencias: el trabajo precario, la intensificación en los ritmos de trabajo y su cada vez menor participación en el producto de su trabajo, es una irracionalidad intolerable. Pero no saben bien por qué, en realidad, sufren todo eso. Saben lo que les dice la patronal en sus lugares de trabajo, lo escuchan en la escuela, en sus propias casas, en la la universidad, y los medios de comunicación de masas. Y no se lo creen o, al menos desconfían de que eso sea verdad. Su instinto de clase relativamente desarrollado de modo espontáneo, les da a entender que eso no es así. Por tanto, esa explicación de la realidad que les ofrecen no les convence. Pero desconocen su explicación científica, el por qué de que sucedan esos fenómenos que tanto les afectan y sienten como algo que no está bien, como algo inaceptable, tanto la realidad como la explicación que de ella les da la burguesía. Ergo, buscan la razón alternativa por sí mismos o través de otros. Así es como se vuelven espontáneamente proclives y permeables a las ideas y al discurso científico, revolucionario.

            En cambio, el grueso de la masa explotada bajo condiciones de penuria relativa agudizada y de ofensiva ideológica de la burguesía (especialmente tras la caída en la URSS, de eso que ante ellas pasó por ser  comunismo), de retroceso en sus luchas —como es el caso actual— sí son proclives o están predispuestas a creer en todo eso, dan crédito a las falsedades de la burguesía. No desconfían, ni se cuestionan esencialmente nada de lo que afecta negativamente a sus vidas. En cuestiones generales —y bajo las condiciones actuales— la mayoría de los explotados están prestos a pensar con la cabeza de los patrones. Aceptan la realidad vigente simplemente por eso, porque rige; en todo caso se acomodan, amoldan o asimilan lo mejor posible a ella, a esto que les ha tocado  vivir y lo asumen como una fatalidad, como “algo que es así” y se imaginan que así “ha sido siempre”, en suma, que “esto es lo que hay”, que no se lo puede cambiar y que es como las lentejas del refrán: “las tomas o las dejas”. A lo sumo están eventualmente dispuestos a dejarse arrastrar por las contradicciones de la vida económico-social junto a su vanguardia amplia, a la lucha por mejoras en sus condiciones de vida y de trabajo. Como sucede en la empresa de Gisela o poco más.

En semejantes condiciones, los intelectuales burgueses pueden hacer facilísimo lo más difícil de exponer a las clases subalternas. ¿Por qué? Pues, porque, para la burguesía, hablar de la verdad científica en materia económico-social, es como mencionar la soga en casa del ahorcado. Por ejemplo, el paro: ¿cómo explican los intelectuales burgueses este fenómeno? Definiéndolo como un producto inevitable del progreso técnico, o sea lo que se percibe a simple vista. [2] Y ¿quién se puede oponer al “progreso”? Como si el sistema capitalista no tuviera nada que ver con el fenómeno del paro, cuando lo cierto es que el progreso técnico ahorra trabajo social, creando las condiciones para el progreso humano, que supone ir emancipándole de la necesidad material de trabajar, ganando cada vez más espacio vital para el tiempo libre, esto es, para la actividad verdaderamente creadora del individuo.

Sin embargo, bajo el capitalismo, lo que debiera traducirse en mayor libertad y abundancia, se convierte en mayor esclavitud y penuria para una mayoría. Ahora, vaya usted y dígales a los periodistas deportivos que se atrevan a explicar el fenómeno del paro en la sociedad actual, con la misma sencillez que explican la política de fichajes de los distintos clubes de fútbol, o los criterios de formación de sus respectivos equipos titulares por parte de sus correspondientes directores técnicos en  cada partido de Liga.     

Así, cuando a un explotado se le enseña muy sencillamente que el paro es una consecuencia de la técnica aplicada al trabajo, que la ganancia es la diferencia entre el precio de venta y el precio de compra del producto o servicio que se ofrece, y que todo eso depende exclusivamente del buen o mal hacer de cada empresario, lo mismo tiende a pensar en política, o sea, que si el país va bien o mal, no depende del sistema de vida, sino de los partidos o la capacidad de ciertos líderes políticos  a cargo del gobierno de turno elegido “democráticamente”. De este modo, ese explotado es inducido a pensar que éste es el único y mejor de los mundos posibles, y su conciencia ve cortada toda salida política a otro mundo que no sea el de los patrones y los burócratas civiles y militares que administran y defienden el Estado, en tanto representante de los intereses generales de la burguesía en el poder. El círculo del pensamiento enajenado y del sometimiento político de los asalariados a la burguesía, queda, así, cerrado, “atado y bien atado”.

Pues bien, mientras exista el paro que le divide y acobarda, y en tanto el discurso revolucionario tarde en difundirse entre la vanguardia amplia, cualquier pretensión —como parece ser la suya— de que, en semejantes condiciones las grandes masas explotadas comprendan los contenidos del discurso revolucionario —insistimos: en las presentes condiciones de la lucha—, cualquiera sea la forma de exposición o presentación del discurso revolucionario, resultará no ya difícil de asimilar para ese sector de los asalariados, sino del todo imposible; por lo tanto, un completo despropósito político. Sencillamente porque lo rechazan o repudian tachándolo de utópico e inútil. 

            Dicho esto, pasemos a la problemática de las dificultades que ofrece la propaganda revolucionaria. Las limitaciones o condicionantes del acceso a todo discurso científico son dos: las propias del objeto de estudio y las de una mayor o menor vocación o interés subjetivo por su estudio. Cuanto más se carezca de voluntad o predisposición al esfuerzo intelectual, mayor o más grande parecerá la dificultad. En cuestiones de teoría respecto de las ciencias sociales, a la falta de vocación o interés por acceder científicamente al objeto de estudio, se le conoce por limitaciones de clase.

Quizás esté demás decir que a un burgués, el discurso revolucionario le trae al pairo, no le interesa. Sencillamente porque no sirve para ganar dinero ni para preservar ese modo de vida, sino al contrario. Respecto de los asalariados, decir que, cuanto mayores son sus limitaciones de clase exógenas, menor es su predisposición a poner en tensión el intelecto para comprender la ciencia social —esto es, la teoría revolucionaria— porque mayor es la resistencia que ejerce la burguesía en sus conciencias ante la necesidad política de asimilar y asumir esta ciencia. Como en el arte de la lucha militar, en la lucha ideológica también rige el principio de atacar al enemigo por su flanco más débil. Y el flanco más débil de la resistencia que la burguesía ejerce al interior de la conciencia de los explotados, no son, precisamente, las grandes masas, sino los sectores más sensibles, inquietos y críticos respecto de lo que a cada paso les toca vivir: la llamada vanguardia amplia.

Por lo tanto, hay que empezar por educar a los potenciales educadores directos de la masa asalariada para conseguir, algún día —cuando se den las condiciones objetivas y subjetivas (estas últimas creadas por ellos mismos a instancias de sus propias luchas)— concienciar a la mayoría de los obreros.  Y estos potenciales educadores directos, esta minoría relativa, la vanguardia amplia, (sí entiende) sí que está en condiciones hoy día de entender o comprender el discurso revolucionario, en este caso, nuestros documentos. Y si no los entiende a la primera, su inquietud ante lo que percibe como injusticias del patrón y demás irracionalidades del sistema, crea en ellos cierta obstinación que apuntala el esfuerzo en la necesaria tarea de conocer sus verdaderas causas y eso le hace menos asequible al desaliento.


4. Los ciclos de la lucha de clases

¿Quiere esto decir que no aspiramos a que los trabajadores en general entiendan las ideas revolucionarias? Si ese fuera nuestro límite y el del resto de la vanguardia revolucionaria, seríamos unos mentecatos y la revolución jamás sería posible. Ciertamente, la conciencia falsa de buena parte de los explotados se resistirá al espíritu revolucionario casi hasta los últimos estertores agónicos del capitalismo, impidiéndoles durante gran parte del proceso de lucha ir con el cuerpo más allá de los límites del sistema. [3]

Pero otra parte no menos importante, sin duda los trascenderá, arrastrada por los movimientos sociales de magnitud creados por la vanguardia amplia; y ese extraordinario torbellino de su experiencia posibilitará que su conciencia descubra la necesidad de luchar por su poder de clase. Así sucedió en anteriores revoluciones y así volverá a ocurrir. Pero esto sólo se producirá después de que las actuales condiciones económicas desfavorables de la lucha, se tornen favorables. Para eso, salvo acontecimientos imprevisibles de otra índole, debe operarse previamente un nuevo ascenso en las luchas reivindicativas o inmediatas del movimiento social de los explotados, inducido por la propia recuperación del proceso de acumulación en la estructura material del sistema, cuando la situación económica cambie momentáneamente inaugurando una nueva onda expansiva por efecto del incremento sostenido de la tasa general de ganancia y se reduzca el paro, durante la salida de la actual crisis económica. Expansión que se agotará más rápido y será necesariamente más corta que las anteriores, dado que el nuevo proceso de acumulación operará sobre una base técnica y una composición orgánica del capital históricamente superiores.

En un primer momento, durante la recuperación del común negocio burgués de explotar trabajo ajeno, cuando los capitalistas vean que el incremento en sus ganancias compensa su capital acumulado y la inversión de su capital se expansione, aumente la demanda de salarios y el empleo vaya absorbiendo a la población obrera disponible todavía hoy en paro o en condiciones de trabajo precario, la lucha de los asalariados por recuperar sus condiciones de vida y de trabajo perdidas durante la crisis anterior, les devolverá la confianza en sí mismos, en sus propias fuerzas.

En un segundo momento, cuando las condiciones económicas vuelvan a cambiar en sentido contrario a los intereses de los trabajadores —porque una nueva crisis de los negocios obligue a la burguesía a descargar sus consecuencias sobre los asalariados— estos se verán obligados nuevamente a luchar, esta vez para conservar o defender las condiciones de vida y de trabajo ya conquistadas, que la burguesía intentará arrebatarles como tantas otras veces en el pasado a costa de derrotas catastróficas.

Pues bien, la memoria histórica de la lucha de clases enseña que el cambio de carácter de la lucha obrera en ese momento crucial —de defensiva en el terreno económico reivindicativo en ofensiva política— depende de la educación que haya recibido previamente, durante la fase de su lucha por recuperar las conquistas perdidas a causa de su derrota histórica anterior, así como de la orientación táctica y estratégica en cada momento de esa lucha, tareas ambas cuya responsabilidad debe recaer sobre la vanguardia revolucionaria organizada a instancias de la vanguardia amplia.

Esta tarea se verá favorecida por la propia dinámica esencial del capitalismo. En efecto, dado que el principio activo de la burguesía consiste en explotar trabajo ajeno para la acumulación de valor bajo la forma de capital (maquinaria, materias primas y auxiliares y salarios), según progresan las fuerzas productivas es natural y lógico que la masa de capital comprometido en la producción de plusvalor crezca históricamente más que los salarios, se haga, por tanto, relativamente cada vez mayor, al tiempo que el plusvalor aumente, por lógica consecuencia, cada vez menos.

Esto es así, dado que todo progreso en la fuerza productiva del trabajo se mide por la capacidad de un trabajador para poner en movimiento cada vez más eficientes y valiosos medios de producción. Ergo, aumenta históricamente más el empleo de capital-dinero (inversión) en maquinaria y materias primas, que en salarios. Y dado que el plusvalor surge del empleo de los asalariados, a menor masa relativa de capital invertido en salarios, menor será, en términos globales, el aumento del plusvalor respecto del aumento en capital fijo y circulante empleado.

Esta dinámica tiene que llegar a un punto en que el plusvalor obtenido en cada rotación del capital productivo (desde que el producto de valor se crea hasta que se vende para comenzar otra rotación), no compensa la mayor masa relativa de capital invertido. Tal es la causa y origen de las crisis clásicas de superproducción de capital. ¿En qué consiste la crisis, pues? En la consecuencia de esta situación, es decir, en la necesaria desvalorización del capital -incluidos los salarios-, como condición necesaria para una recuperación de la economía capitalista, esto es, del negocio de explotar trabajo ajeno para los fines de la acumulación.

Pero cuanto mayor es la masa de capital incrementado comprometido en el momento de cada crisis, mayor es el tiempo y el grado en que los trabajadores se ven abocados a sufrir las condiciones de la superexplotación para salir de ella. Y cuanto más haya progresado la fuerza social productiva a la salida de cada crisis (los procesos de innovación tecnológica se experimentan durante las fases depresivas del ciclo para ser aplicados durante la siguiente recuperación) más rápido se alcanzará la siguiente crisis de los negocios.

Tal es lo básico, el ABC que la vanguardia amplia debe comprender para llevar adelante su trabajo político entre las masas sin desanimarse. Tal es el trabajo de educación política que la vanguardia revolucionaria debe impartir tenaz y pacientemente al mayor número posible de asalariados honestos e inquietos, a la vanguardia amplia. Frente a esta tarea no hay atajos posibles en el trayecto hacia la revolución.


a. El caso español entre 1939 y 1957

Esto no quiere decir que todas las crisis económicas del capitalismo tengan su causa inmediata en la tendencia históricamente decreciente de la relación entre la masa de plusvalor y el capital en funciones. Ésta es la causa formal u orgánica general del capitalismo. Pero hay otras que —aun cuando comprendidas lógicamente en ella— responden a condiciones históricas particulares propias de cada país, y que deben ser estudiadas con el mismo rigor científico para prever el correspondiente desarrollo de la lucha de clases y, de ese modo, aplicar la táctica correcta en relación a la estrategia de poder político.

A los fines de una mejor comprensión de esto último, apelaremos a la memoria histórica para comentar lo más brevemente posible la relación entre la crisis económica de España a fines de la década de los años cincuenta —que inició la decadencia del franquismo— y las luchas sociales y políticas emergentes en este país.

Y lo primero a destacar, es que esta crisis económica no tuvo su causa inmediata en el colapso de la relación entre el plusvalor y el capital invertido. Arrasado y desangrado por la guerra civil, este país vio desaparecer buena parte de su capital humano y, en menor medida su capital físico. Se calcula que el conflicto se llevó por delante la vida de 500.000 trabajadores.

La penuria en bienes de capital y población activa disponible, llevó el hambre aguda a toda su geografía, especialmente a las ciudades. A consecuencia de ello, el régimen furibundamente anticomunista de Franco debió paradójicamente someter el grueso de su población a una especie de comunismo de guerra, regulando el consumo esencial mediante cartillas de racionamiento. Terminada la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. le privó de toda ayuda con cargo a los fondos norteamericanos del famoso “Plan Marshall”. Los países aliados pretextaron que Franco había apoyado a las potencias del “Eje”, y no sólo le privaron de ayuda material, sino que hasta retiraron testimonialmente del país a sus embajadores.

En realidad, esta discriminación de que fue objeto España por parte de la política norteamericana de ayuda a la reconstrucción europea, estuvo determinada por razones exclusivamente políticas de clase. El proletariado español superviviente de la guerra civil, había sufrido una derrota estratégica a manos de su propia burguesía de la que tardaría en recuperarse. Por tanto, ahí no había peligro de revolución. En tales condiciones, el hambre emergente no haría más que reforzar su necesaria desmoralización y desmovilización política. Le mantendría entretenido unos cuantos años en preocuparse por sobrevivir.

El resto del proletariado europeo y Japonés, en cambio, no había sido derrotado como clase; estaba sufriendo las consecuencias de una guerra perdida, a la que fueron arrastrados por sus respectivas burguesías, y eso era objetivamente subversivo, porque esa derrota les abría el camino a su conciencia de que aquella guerra no había sido la suya.

Probando ser plenamente consciente de sus propios intereses de clase, la burguesía internacional demostró en 1944 la importancia política decisiva para una clase social, de tener o no tener memoria histórica. Y, en efecto, la burguesía internacional recordó que la Comuna obrera de París en 1871, tanto como las revoluciones Rusas de 1905 y 1917, así como la Revolución alemana de 1918, habían estallado a consecuencia de emprendimientos bélicos intercapitalistas, en los que las burguesías de esos tres países habían comprometido a sus respectivas clases subalternas y fueron derrotadas.

Por no haber recibido ayuda, pero sobre todo, porque era un país de desarrollo económico relativamente atrasado, al principio España tardó bastante tiempo más que el resto de los países europeos en reconstruir su economía. El capital se acumuló, pero mucho más lentamente; tanto como los asalariados en disponerse a reanudar sus luchas defensivas. [4] En 1960, España estaba en análoga situación a la del resto de Europa en el año 1948, cuando los países involucrados en la contienda comenzaron a recibir las primeras ayudas financieras y se acometía la reposición de su equipo capital.

Teniendo en cuenta, además, que a la guerra civil le siguió de inmediato la guerra mundial, la consecuente interrupción de los intercambios internacionales privó a la burguesía española —que fue eximida de participar en esa guerra— de las importaciones de productos procedentes de sus tradicionales proveedores europeos para atender a su reconstrucción económica.

Como consecuencia de su aislamiento internacional y del estrangulamiento de los cauces normales del comercio mundial para atender a sus necesidades más elementales de explotación del trabajo para los fines de la acumulación de capital, los capitalistas españoles se vieron obligados a implantar la política de autarquía económica o economía de subsistencia, con un alto grado de intervención del Estado.

Acabada la guerra, las inversiones que se realizaron en embalses, regadíos y en el sector industrial, se hicieron exclusivamente con el “esfuerzo español”, es decir, a expensas de sus asalariados supervivientes, con el plusvalor que se les arrancaba para beneficio presente y futuro de la burguesía.


b. Lenta recuperación económica y reanimamiento de las luchas

Pero una vez reanudados los cauces normales del comercio mundial, y dado que la masa obrera había mermado por aniquilamiento físico en la guerra civil, en cuanto el aparato productivo se puso en movimiento, la escasa oferta de mano de obra existente presionó los salarios al alza casi sin necesidad de luchar, al tiempo que los suministros del extranjero en capital fijo, materias primas y auxiliares (combustibles) para la industria y el agro —respecto de las casi nulas exportaciones durante esos años—, repercutieron en un déficit creciente de la balanza comercial (relación entre exportaciones e importaciones), que en 1957 llegó a la cifra insostenible de 387 millones de dólares. El primero en acusar este déficit en sus arcas fue el Estado burgués español totalitario que dejó de pagar a sus trabajadores.

Hasta ese momento, Franco pensaba que la Falange era la única fuerza política con capacidad para resolver problemas sociales por la simple vía del escarmiento. Después de la guerra civil, los burócratas sindicales de ese movimiento, apoyados por el poder armado de las fuerzas del orden, sirvieron concienzudamente a su jefe disciplinando a la clase trabajadora y a los campesinos a través de los sindicatos corporativos. La adopción de semejantes estructuras políticas por parte del franquismo, a fin de conservar el equilibrio socioeconómico de la España anterior a 1931, llevaban consigo las semillas de su propia destrucción, si bien esto no fue evidente hasta después de 1969. Pero ante la huelga de tranviarios y estudiantes que comenzó el 14 de enero de 1957 en Barcelona, el “generalísimo” despertó de ese sueño simplista. Como siempre, su más fiel consejero, Carrero Blanco, le ayudaría a caer en la cuenta de que el déficit exterior de  387 millones de dólares, pedía una solución urgente que ya no fuera de compromiso.

La reactivación de la inquietud laboral se extendió a las cuencas mineras de Asturias, durante un largo ciclo conflictivo que hundió sus raíces en el cambio que el mercado del carbón había experimentado como consecuencia de la competencia de los combustibles líquidos. Ante el desmoronamiento de la, en su momento, obligada política autárquica, la patronal minera inició un proceso de reconversión en el sector, que incidió negativamente en las rentas de los trabajadores.

La primera réplica a los planes patronales se manifestó en enero de 1957 en La Camocha, al reducirse totalmente el rendimiento de los trabajadores durante varios días en demanda de una mayor retribución de los destajos. A esta reivindicación se sumó, además, el malestar general de los mineros por el incumplimiento de la legislación laboral y por la ineficacia de la representación sindical.

Paralelamente, en la cuenca del Nalón, algunos delegados sindicales venían transmitiendo, acompañados en ocasiones por comisiones de mineros, la inquietud laboral que suscitaba la desaparición de numerosas primas, restricción que se veía compensada por los incrementos salariales recogidos en la reglamentación que empezó a regir el 1 de noviembre de 1956. Este descontento se desbordó a raíz de que la patronal redujo el número de "guajes" (ayudantes de picadores), que motivaron reducciones de la producción en toda la cuenca.

Esta insatisfacción determinó que a partir del nueve de marzo de 1957, un grupo cada vez mayor de los picadores del Pozo María Luisa completaran la jornada sin haber extraído ni una sola pieza de carbón, resultando inútil la respuesta de la patronal advirtiendo que los salarios se abonarían en conformidad con el rendimiento, y posteriormente se repitió el fracaso de los sindicatos en paliar este conflicto entre los picadores del sector.

Tras el fracaso de los intermediarios, dos secciones de la Guardia Civil se emplazaron en las inmediaciones del pozo con la intención de forzar la reanudación de los trabajos, solución que siguió fracasando puesto que a pesar de que los mineros siguieron bajando al interior ninguno de ellos hizo caso de las herramientas de trabajo, aprovechando, además, la circunstancia para encerrarse en el pozo, decidiéndose a abandonarlo únicamente en el momento en que la patronal se avino a aumentar la retribución sin ejercer ningún tipo de represalias.

Cuando el día 25 se comunicó la resolución de los contratos laborales, se anunció la militarización del pozo y se realizaron varias detenciones, los mineros volvieron a encerrarse el día 26 al finalizar la jornada, siendo secundados inmediatamente por el resto de los trabajadores de la cuenca del Nalón. Mientras duró el encierro, las inmediaciones y las localidades adyacentes fueron escenario de frecuentes choques violentos, ya que la fuerza pública pretendía disolver cualquier concentración de personas. Grupos de mujeres e hijos de los mineros, se congregaron en tal número que pudieron interrumpir durante varias horas el tráfico, sembrando un clima de inquietud y de tensión en la región que ya no solo afectaba al sector hullero. Las manifestaciones y protestas se sucedieron, de forma intermitente, hasta el día 26, fecha en que los trabajadores encerrados abandonaron el interior del pozo.

El día 1 de abril se reanudaron los trabajos sin haber obtenido los mineros ninguna compensación; con todo, se empezaron a superar los temores que habían alejado a la minería asturiana de la creciente corriente de contestación laboral que venía emergiendo en diferentes focos del país desde el comienzo de la década. Este resurgimiento de "clase" quedó patente en la mayor participación obrera en las elecciones sindicales de 1957, y que permitió que por primera vez, algunos enlaces sindicales se hicieran eco del rechazo laboral y de la tensión en el sector.

Así, al comenzar 1958, en aquellas instalaciones hulleras donde mayor refrendo habian obtenido las candidaturas alternativas, los trabajadores del interior empezaron a abandonar sus faenas una vez cumplida la séptima hora de jornada. Tras persistir diez días en la misma actitud, las empresas afectadas resolvieron reducir la jornada al tiempo exigido, y por primera vez se obtuvo una reclamación.

Con este precedente los mineros perdieron el temor a las represalias y comenzaron una nueva huelga como respuesta al despido de ocho trabajadores del pozo María Luisa. Esta se puede catalogar como una huelga de solidaridad, pero en último término, también tuvo origen en reivindicaciones de carácter económico, ya que los ocho picadores habían iniciado un descenso del rendimiento como respuesta por la rebaja salarial. La paralización afectó a cerca de 20.000 trabajadores que por primera vez se pusieron de acuerdo para protagonizar una huelga, conocedores de que esto implicaba un acto ilegal de resistencia laboral.

Ante este desafío se clausuraron las explotaciones mineras afectadas, y se declaró en la zona el estado de excepción, suspendiendo durante cuatro meses los artículos 14, 15 y 18 del Fuero de los Españoles, que garantizaban la libertad para fijar su residencia, la inviolabilidad del domicilio y la obligación de entregar al presunto delincuente a la autoridad judicial antes de cumplir 72 horas de su detención. Esta declaración vino acompañada de una intensa actividad policial, reforzada con dotaciones de la Guardia Civil y de la Policía Armada, que se saldó con la detención de cerca de 300 huelguistas.

Aunque la situación laboral se fue normalizando paulatinamente tras la publicación de una nota por parte del Gobierno Civil, en la que se ordenaba la apertura de las instalaciones, las medidas represivas no cesaron. Muchos fueron desterrados, confinados a regiones empobrecidas donde se les negó la posibilidad de trabajar, fueron subsistiendo gracias a la aportación familiar y a la solidaridad de las organizaciones clandestinas.

Las secuelas de este conflicto contribuyeron en gran medida a alimentar el descontento laboral que se potenciaría en la década de los setenta. La aparición de comisiones de solidaridad, que recogían aportaciones de los mineros con destino a los represaliados, impidieron que se normalizasen las relaciones laborales.

Las huelgas de 1957 y 1958 en Asturias tuvieron una extraordinaria importancia en el marco general de la evolución histórica de la lucha de clases en la España franquista. Reflejaron el agotamiento del régimen capitalista autárquico y precipitaron la toma de decisiones que condujeron a un cambio radical en la política económica franquista, cuyo ejemplo más sobresaliente fue el Plan de Estabilización de 1959. Tras estos sucesos, fue preciso alterar el régimen de relaciones laborales, reguladas hasta entonces por la Ley de Reglamentaciones de Trabajo de 1942, que fue sustituida por la Ley de Convenios Colectivos del 24 de abril de 1958, elemento fundamental de aceleración de la lucha de clases y de que los trabajadores se tuvieran que plantear organizarse para poder negociar esos convenios. De aquí surgió el Sindicato clandestino de Comisiones Obreras.


c. Lo que debiera haberse hecho y lo que, en cambio, se hizo:

reanudación de la política contrarrevolucionaria inaugurada en 1935

A nivel regional las huelgas de esta década demostraron la crisis del sector hullero, consecuencia de las primeras medidas liberalizadoras del mercado, de efectos catastróficos para unas empresas privadas que habían sobrevivido gracias a una extremada legislación proteccionista.

Significaron también el despertar de una oposición política que se puso al frente del movimiento liderada por el Partido Comunista de España, y que en los años anteriores había permanecido sumergida en un profundo letargo. En mayo de 1959, la OCDE emitió su primer informe sobre España. El ministro de Comercio, Alberto Ullastres, decidió acabar con una inflación que suponía el 1.400 por ciento respecto a 1935, en parte como resultado de las luchas obreras durante el período 1957/59 En efecto, una de las consecuencias de que la burguesía internacional decidiera en 1944 independizar la emisión de dinero respecto de la economía real —esto es, de las reservas mundiales de oro existentes en cada momento en los Bancos Centrales de los distintos Estados nacionales—, fue que, a la hora de hacer frente a las irresistibles presiones obreras por demandas salariales efectivas, la patronal pudiera apelar al crédito bancario, trasladando inmediatamente ese incremento emergente de los costos en mano de obra (más los correspondientes costes financieros), a los precios de sus productos. Así, las conquistas salariales —que bajo el régimen anterior de patrón oro se traducían en un descenso del plusvalor o ganancia capitalista— de este otro modo, todo lo que los obreros consiguieron con sus luchas, lo perdieron por el descenso de su nivel de vida a consecuencia del aumento en los precios de la canasta familiar.

El Plan de Estabilización de 1959 permitió a España incorporarse a la onda de prosperidad que se dejó sentir en todo el Mundo desde 1953, cuando las economías europeas recuperaron los grados de acumulación alcanzados antes de iniciarse la contienda. También en España, en 1959, eran ya notorios los resultados de la política de inversiones públicas y de creación de empresas industriales, a través del Instituto Nacional de Industrias (INI), que hicieron posible el desarrollo económico posterior, a través de los tres Planes de Desarrollo cuatrienales que se pusieron en marcha a partir de 1964 y que incentivaron a la economía española crecer a un ritmo superior al 6,5 por ciento anual acumulativo; superando ampliamente el ritmo medio anual alcanzado por el conjunto de países miembros de la OCDE. [5]

  ¿Qué debieran haber hecho los revolucionarios ante semejante reanimamiento del movimiento obrero español ―tras su derrota en la guerra civil― y las estratagemas de la burguesía para confundirle, desmoralizarle y neutralizar sus luchas? Pues, en primer lugar, un balance de lo actuado en aquella lucha perdida, confrontando la línea política desarrollada —que condujo a la derrota—, con la única experiencia obrera de poder triunfante que fue la revolución de octubre en 1917.

En segundo lugar, debieran poner este balance autocrítico en conocimiento de los explotados, iniciando desde ese mismo momento una tarea inteligente y tenaz de educación política de la vanguardia amplia, basada en el Materialismo Histórico —aplicado al conocimiento de la realidad capitalista en España— haciendo un esfuerzo por recuperar la memoria histórica de lo actuado por el movimiento obrero mundial, de la que los dirigentes del PCE habían renegado para echarse en brazos de la reacción reformista.

La importancia de esclarecer a los elementos más avanzados del movimiento de los explotados, radica en que, con ese acervo de conocimientos, puedan ellos, a su vez, cultivar el instinto de clase del resto, quienes, de este modo, a instancias de su propia experiencia política, consigan que fructifique en el conjunto la autoconciencia política subversiva del orden explotador establecido.

¿Cómo hacerlo? Desvelándole el secreto de todos los engaños y tretas —como la que hemos ejemplificado más arriba respecto de la inflación para neutralizar las conquistas del proletariado— que la burguesía utiliza para someterle a su control político a los fines de la explotación sin contratiempos, secretos que enriquecen su cultura política de clase y les orientan para dar la lucha más eficazmente en defensa de sus intereses.

¿Para qué? Pues, para que, siempre aleccionados por el referente educativo y la dirección política de los mejores y más esclarecidos elementos de la propia clase, vanguardia amplia y masas, articulados en el curso de sus propios conflictos con el capital, se vayan convenciendo por sí mismos de la necesidad de trascender esas luchas —en un principio limitadas y aisladas— contra sus respectivos patronos por reivindicaciones inmediatas, dando el salto sustantivo hacia la acción política estratégica  y la elección más adecuada de las formas de lucha y los medios de acción de la clase explotada en su conjunto contra el conjunto de la patronal, esto es, contra el Estado, a fin de que les alumbre el camino y les impulse por vía del conocimiento de su propia práctica, hacia la necesaria lucha por la toma del poder, para constituirse como clase dominante y comenzar la construcción del comunismo.  

Pero el caso fue que, en la España de 1957-59, esa vanguardia revolucionaria no existía. Había sido aniquilada por las huestes reformistas burguesas del stalinismo español durante la Guerra Civil. Nos referimos al Partido Comunista de España, creado en 1921 por efecto de aquella enorme onda política revolucionaria expansiva de alcance mundial, provocada por la revolución rusa en 1917. Este partido se hizo con la dirección del movimiento obrero español precisamente después de aquella matanza de obreros revolucionarios que perpetró en mayo de 1937 apoyado por la pequeñoburguesía y la clase obrera políticamente más atrasada.

Acabada la guerra civil que se saldó con el triunfo del franquismo —porque el PCE dejó intactas las bases económicas (capital físico) y sociales (burguesía en funciones) del capitalismo en la llamada “zona roja” bajo su dominio—, este partido pudo seguir al frente del movimiento asalariado gracias a que encabezó la resistencia, y a las rentas políticas que usufructuó gracias al “prestigio” alcanzado por la burocrática soviética ante el triunfo del pueblo ruso contra el nazi-fascismo que dio término a la Segunda Guerra Mundial, euforia tras la cual, esta camarilla criminal pudo ocultar que años antes había hecho la contrarrevolución en la URSS inmediatamente después de la muerte de Lenin y que durante la guerra civil apoyó la contrarrevolución reformista en España al interior del bando antifranquista. [6]

¿Qué hicieron en lugar de la inexistente vanguardia revolucionaria las preexistentes direcciones políticas del movimiento obrero a cargo del Partido Comunista de España (PCE) desde ese momento? Lo mismo que hicieron desde que, José Díaz y Dolores Ibarruri impulsaron en España la llamada estrategia de los “Frentes populares”, consistente en la colaboración política entre la burguesía republicana y el proletariado, que acababa de ser aprobada por el VII Congreso de la “Comintern” en 1935.

            Tras el triunfo de Hitler en Alemania (1933), el gobierno soviético ya bajo la dirección de la camarilla stalinista, vio la necesidad táctica de buscar aliados contra los nazis. Como consecuencia, entre 1934 y 1935, dio un giro de 180 grados en la política de la Internacional Comunista que había estado bajo la dirección bolchevique, y entendió que lo que hacia falta, nada más que para los fines de preservar los intereses de la burocracia emergente en la URSS, era formar “Frentes Populares” de todos los sectores antifascistas en todos los países del mundo (representados en la Comintern), incluyendo sectores “progresistas” de la derecha burguesa liberal.

            Se trataba, pues, para los stalinistas, de luchar contra la dictadura del capitalismo fascista, pero no por la dictadura democrática del proletariado socialista, sino por la dictadura “democrática” del capital, esto es, por el status quo internacional entre la Rusia soviético-burocrática y el Occidente capitalista explotador de los aliados. El “frente popular” entre burguesía y proletariado en la España de los años treinta, fue, pues, el instrumento político de la lucha contra el franquismo por la república burguesa “democrática”, todo ello al servicio de la táctica de lucha internacional de la burocracia soviética contra la amenaza fascista —tan cierta como que luego se demostró— para la preservación de los intereses nacionales contrarrevolucionarios de la camarilla stalinista al interior de la URSS.     

            Era lógico, pues, que la adopción de la política del Frente Popular por el PCE, rompiera radicalmente con la teoría política de construcción del partido políticamente independiente del proletariado español, elaborada por Lenin en varias de sus obras de principios de siglo, como el “¿Qué Hacer”, entendida como expresión orgánica democráticamente centralizada, de la teoría económico-social científica y de la memoria histórica del movimiento aplicadas ambas a la actualidad de la lucha de clases.

            Demás está decir que esta política de los “Frentes populares”, no estuvo basada en ningún análisis de la situación económico-social en España, ni materialista histórica ni de cualquier otro tipo; tampoco tuvo en cuenta la memoria histórica de lo actuado por el movimiento obrero en las revoluciones de 1848 en Europa, 1871 en Francia, 1905 y 1917 en Rusia y 1918 en Alemania, ni falta que le hacía a los oportunistas esa o cualquier otra memoria: todo ello a pesar de que todavía por entonces, la política de continuidad entre Marx y Lenin, se hallaba  públicamente reconocida y proclamada por el PCUS, aunque estuviera siendo cínica y miserablemente falsificada.

            La estrategia de los “Frentes populares” en España, pues, fue exclusivamente producto del oportunismo reformista y de la ciega disciplina burocrática del PCE a la táctica de la Internacional Comunista dirigida por Stalin. El crimen político del PCE ha sido todavía mayor, si tenemos en cuenta que, en contraste con 1931 —cuando la mayoría de los trabajadores alentaban todavía muchas ilusiones en la República burguesa— en 1935 las voces que dentro del movimiento obrero español querían luchar por la revolución proletaria eran cada vez más numerosas.

              Desde semejante perspectiva contrarrevolucionaria, era lógico que el PCE renegara de la necesaria independencia política del proletariado y, por tanto, de la insustituible tarea de educación política revolucionaria —dentro y fuera del partido— como condición preparatoria de la lucha eficaz y efectiva por el poder, no sólo de sus cuadros partidarios sino también de la vanguardia amplia del proletariado sin partido; renegaron de la educación política porque desertaron de la lucha revolucionaria, de la lucha por conquistar la democracia real de las mayorías sociales bajo la dictadura de obreros y campesinos. Hicieron justamente lo contrario: orientar esa educación en pos de la contrarrevolución democrática, de la dictadura de una minoría de capitalistas bajo la forma burguesa “democrática” de gobierno. Tal fue el contenido político en el que estos dirigentes educaron a la vanguardia natural de las masas explotadas. Se empeñaron por educarlas no en el concepto de la lucha de clases —contenida en las contradicciones del capitalismo— sino en la idea de la conciliación de clases, que no tiene más contenido que el de sus propias inclinaciones burguesas. Se desentendieron de educar a los asalariados en la necesaria conquista del poder obrero-campesino a instancias del control democrático directo y horizontal entre los consejos de fábrica y los soviets, para maleducar en la conservación, continuidad y proyección internacional del poder burgués a instancias del control burocrático representativo o indirecto —en el que ellos, desde un primer momento, aspiraron inconfesadamente a participar y a qué precio lo han conseguido— entre el poder ejecutivo y el parlamento burgués (central, autonómico y local). Renegaron del Estado realmente democrático revolucionario socialista soviético y consejista, para abrazar el Estado capitalista burocrático y contrarrevolucionario de apariencia democrática. Esta propensión política fue la que les indujo a ahogar el aliento de la revolución socialista en medio de la guerra civil.  

Después de haber dirigido la fuerza social más potente y numerosa en la lucha contra el franquismo —durante la guerra civil llegó a tener 300.000 militantes— bajo la dictadura, el PCE defendió la idea de una gran alianza de todas las fuerzas —no solo las republicanas— opuestas al régimen de Franco. En los años 50, este planteamiento se concretó en la propuesta de la “Reconciliación Nacional” para superar las divisiones de la guerra civil. Esta propuesta estuvo basada en la idea —¿ingenuamente equivocada?— de que Franco estaba muy aislado, y por eso sería posible trabajar con los monárquicos y con los sectores de la iglesia y del ejército. Dejándose deslizar por esta pendiente criminal del oportunismo, el PCE llegó a atacar a Franco por no por ser un fascista que actuó al frente del Ejército como reserva de poder de última instancia del capitalismo español, sino por no ser suficientemente patriótico, acusándole de haber “vendido” el país, la “patria”, a los intereses del imperialismo americano.

  Por ahí han seguido hasta caer hoy víctimas políticas propiciatorias de su oportunismo rastrero con el poder burgués —que ayudaron a consolidar— y de su política de cuadros al servicio de la estupidez cívica de medio pelo en las masas proletarias. Esta política de dejación ideológica revolucionaria al servicio del adormecimiento de la conciencia proletaria, dejó el camino expedito a la consagración de la democracia dineraria, expresión de una voluntad política mayoritaria conseguida a golpe de talonario, en virtud de la cual, la burguesía pudo conseguir que esta formación política institucionalizada haya pasado a ser ultraminoritaria, tras un proceso en el que se siguió reclamando republicana desde la oposición clandestina a la dictadura fascista triunfante en la guerra civil, pero que, bajo las presiones de los albaceas políticos testamentarios de Franco en el “Opus Dei”, durante la transición acabó aceptando la actual forma monárquico-parlamentaria de gobierno para colmar sus hasta entonces secretas aspiraciones a compartir y usufructuar las instituciones del Estado capitalista explotador español.


d. Durante la transición, más de lo mismo

Las grandes movilizaciones de los años setenta impulsadas por el PCE, fueron vistas por sus direcciones exclusivamente como un instrumento de presión sobre el régimen franquista en plena desintegración, para obligarle acelerar el proceso de la transición, a la vez que para convencer a la burguesía del “Opus Dei” sobre la necesidad de contar con ellos, ofreciendo la ya inaugurada política de “Reconciliación Nacional” como prenda o garantía de que sus intenciones políticas no iban más allá de eso, y que estaban dispuestos a renunciar a la República a cambio de un lugar al sol en las nuevas instituciones monárquico parlamentarias. Nada más. En 1974 el PCE finalmente realizó ese viejo sueño de Reconciliación Nacional cuando formó la “Junta Democrática” con grupos democristianos y monárquicos. Fue Adolfo Suárez, último primer ministro del régimen franquista, el primero que creyó en las “buenas” intenciones de los “comunistas”, convencido, además,  del papel clave que el PCE podía cumplir asegurando una transición tranquila, para lo cual tuvo varios encuentros con Carrillo, hasta que finalmente se decidió a legalizar su formación política. 

Cuenta la biógrafa no oficial del Rey Juan Carlos I de España en su obra: “Un Rey golpe a golpe”, que:

<<En 1977, Carrillo ya asistía a las recepciones oficiales del monarca  como si nada, y presumía, además, de que los camareros de Comisiones Obreras le reservaran los mejores canapés. El rey  y “Don Santiago” —como Juan Carlos le llamaba afectuosamente, incumpliendo excepcionalmente la borbónica costumbre de tratar de tú a todo el mundo— se acabaron haciendo amigos. “Tendría usted que rebautizar a su partido y llamarlo Real Partido Comunista de España —le dijo un día el monarca. A nadie le extrañaría”. Carrillo le reía las gracias al rey, como cualquier otro personaje palaciego.>> (Patricia Sverlo: Op. Cit.)

A este respecto de la democracia dineraria que rige hoy en el mundo entero y que redujo el PCE a su mínima expresión político-representativa, es interesante señalar el caso de la UCD y el PSOE, que entre ambos arrebataron la representación política mayoritaria que el PCE había acreditado durante gran parte del período franquista. De ambos partidos puede decirse que, habiendo salido de la nada social de apoyo en los primeros años de la década de los 70 —el primero inexistente, el segundo reducido a un pequeño cenáculo de intelectuales en el exilio— pasaron a ser en poco tiempo las formaciones políticas electoralmente más poderosas del país. Este milagro de la “democracia”, en lo que respecta a la UCD, fue obra de los 100 millones de petrodólares saudíes conseguidos a instancias del Rey Juan Carlos ante sus monarcas hermanos. La operación discurrió del siguiente modo:

Suárez reunió y agrupó como en un puzzle a diversos grupos políticos conservadores sin base social propia provenientes del franquismo —metamorfoseados en democristianos, liberales y socialdemócratas—, para conformar la coalición electoral llamada “Unión de Centro Democrático”. Como alguien dijo, “Suárez coaligó partidos y partidetes, en su mayoría compuestos por amigos y amiguetes, plenamente consciente de que todos los militantes de aquella gran coalición cabían en un taxi; eso sí, en un taxi antiguo”; como quien dice, el mismo producto en distintos envases, con rótulos como: “demócrata”, “socialdemócrata”, “liberal”, “popular”, “progresista” o “independiente”. Eran el Partido Demócrata Cristiano de Álvarez de Miranda), el Partido Socialdemócrata de Fernández Ordóñez, la Unión Socialdemócrata de Eurico de la Peña, el Partido Socialdemócrata Independiente de Gonzalo Casado, la Federación Socialdemócrata de José Ramón Lasuén, el Partido Popular de Pío Cabanillas), la Federación de Partidos Demócratas y Liberales  de Joaquín Garrigues Walker, el Partido Demócrata Popular de Ignacio Camuñas, el Partido Progresista Liberal de Juan García Madariaga, el Partido Liberal de Enrique Larroque, el Partido Social Liberal Andaluz de Manuel Clavero, el Partido Gallego Independiente de José Luis Melián, Acción Regional Extremeña de Enrique Sánchez de León, Acción Canaria de Lorenzo Olarte, y la Unión Demócrata de Murcia de Pedro Pérez Crespo.

A buena parte de estos líderes no los conocían ni en su casa y sus seguidores probablemente ni siquiera pudieran viajar juntos en un microbús. Todos estos grupos acordaron con Suárez en renunciar a la derecha más recalcitrante para presentarse como un partido de centro equidistante entre los dos extremos. Al principio, la gran banca franquista receló del proyecto de UCD; pero al final acabó cediendo al atractivo de la retórica de Suárez en cuanto a convertir la cualidad neutralizante de las dos Españas, en cantidad de votos que permitían acceder a las más altas instituciones del Estado “democrático”:

<<Hay pruebas de que, por lo menos para preparar las elecciones que vendrían a continuación —las municipales— se pidió dinero a los países árabes. A la Corte de Teherán, en concreto, llegó una carta del rey de España, fechada el 22 de junio de 1977, en la que se pedían 10 millones de dólares para apoyar al partido de su primer ministro, Adolfo Suárez, en las elecciones que se llevarían al cabo de seis meses. Quien firmaba la carta, el rey Juan Carlos, explicaba a sus “hermanos árabes”, que el PSOE contaba con la ayuda plena de la Internacional socialista, especialmente de la riquísima socialdemocracia alemana; y que hacía falta contrarrestar esta situación y buscar apoyos para que un gobierno de centro-derecha, como el de Adolfo Suárez, se pudiera sostener, y así proteger a la institución monárquica de la amenaza marxista. La monarquía saudí (en aquél momento se trataba del rey Halid, y Fahd era el primer ministro), que se sepa respondió favorablemente con la concesión de 100 millones de dólares (unos 10.000 millones de pesetas), mucho más de lo que se había pedido, que la Casa Real tenía que devolver en un plazo de diez años sin intereses.>> (Patricia Sverlo: OP. Cit. Cap. X Las elecciones) [7]

En cuanto al PSOE, el resurgimiento de ese partido fue el resultado de la capacidad olfativa de ese grupo de intelectuales postmodernos, necrófilos políticos en proceso de metamorfosis liberal encubierta. En palabras de Ortiz, ese

<<...grupo de jóvenes ambiciosos, procedentes en su casi totalidad de formaciones políticas hostiles a la Internacional Socialista, (que) , se hizo con el control de las siglas del PSOE, relegando a quienes fueron hasta entonces sus depositarios, con la excepción de Nicolás Redondo, que cumplió en aquella conquista la función del caballo de Troya.>> [8] ( Ibíd. Lo entre paréntesis es nuestro)  

Ortiz se pregunta por qué aquellos jóvenes pusieron tanto empeño en fagocitar un cadáver político como era en esos momentos el PSOE. Y contesta:

<<No pudo ser, desde luego, por el capital de prestigio político que esas siglas les aportaban: a la sazón, el PSOE era un perfecto desconocido en la lucha antifranquista práctica. Tampoco porque ello pusiera en sus manos una fuerza militante de importancia: los miembros del PSOE eran un puñado en toda España, muchos de avanzada edad, y vivían en una inactividad política casi total. Lo único interesante que les aportaba encaramarse a la dirección del Partido Socialista Obrero Español era, lisa y llanamente, que con eso se les abrían las puertas de la Internacional Socialista. Lo que quería decir dos cosas que habrían de ser fundamentales algunos años después: la primera, que podían contar con una financiación ilimitada; la segunda, que iban a gozar de un acreditado respaldo internacional, incluido el de varios poderosos gobiernos de la Europa occidental.>> (Ibíd)

Mientras Franco agonizaba, el PSOE todavía no pasaba de ser un nutrido grupo de intelectuales arribistas con ínfulas de dirigentes sin apenas base social que dirigir: un barco político con mucha proa y poca popa. Cualquier grupúsculo izquierdista contaba con diez veces más afiliados que ese. No obstante, a los ojos de una clase obrera hastiada del franquismo pero hecha por el PCE a la estupidez política de la “democracia” republicana, sin más vocación de poder clasista que pasar a ser representados por una “clase política burguesa ilustrada, el PSOE se presentaba tocado con una aureola de respetabilidad internacional que les resultaba tanto o más atractiva que a la franja social de profesionales, verdaderos pusilánimes políticos con ideas antifranquistas interesados en hacer de la política un cómodo medio de vida sin arriesgar ni lo que sobra de una uña, en momentos que militar activamente podía pagarse con la cárcel. Eso es lo que les ofrecía el PSOE y por eso fueron nutriendo sus filas, porque Felipe González y compañía no necesitaban para nada militantes que expusieran su libertad y hasta sus propias vidas engrosando manifestaciones callejeras y organizando huelgas. Lo que querían eran cuadros, futuros burócratas políticos que supieran recorrer la transición montados sobre la ola de los movimientos de masa de magnitud, para que, cuando hiciera falta, pudieran capitalizar todo eso comicialmente y acabar realizando todos los sueños políticos y económicos de sus vidas, convertidos en directores generales, secretarios de Estado, ministros o presidentes de gobierno. Y de eso tuvieron mucho, y lo tuvieron pronto:

<<De hecho, mientras en los primeros setenta los demás partidos políticos se empeñaban en consolidar sus organizaciones, en captar militantes y en llevarlos a la lucha contra el franquismo, el PSOE de González y Múgica —que entonces tenía mucha más importancia que ahora, dadas sus excelentes relaciones con la socialdemocracia alemana y sueca— se dedicaba sobre todo a las relaciones exteriores. Otros iban captando militantes; ellos captaban amigos importantes (Willy Brandt, Olof Palme)..., y fondos. En el interior, se limitaban a presentar esos pasaportes internacionales para ser admitidos en las conspiraciones que se celebraban por las alturas. Lo magro de su afiliación les importaba bien poco. Ésa es una de las razones que explica que ninguno de los actuales dirigentes del PSOE llegara a pisar nunca la cárcel (lo hizo Múgica, pero cuando todavía militaba en el PCE).>> (Ibíd)

 Si el PCE ha llegado a semejante grado de putrefacción política y sin embargo sigue siendo la representación política de la clase obrera española más avanzada, ¿cómo pensar en la posibilidad de que, en semejantes condiciones ideológicas y políticas, esos asalariados puedan comprender cualquier texto marxista? Sencillamente, en las presentes circunstancias no pueden porque no quieren, porque han sido educados durante décadas en el desprecio por la teoría y por la política revolucionaria; porque siguen pensando con la cabeza de sus patronos. La burguesía puede conseguir esto, pero lo que no ha podido ni podrá conseguir jamás, es evitar que los obreros, mucho o poco, dejen de luchar contra ellos en todo momento. Y en este continuo histórico, el de las luchas de los asalariados y el de la tenacidad de los revolucionarios por mantener vivos los principios del materialismo histórico, está la clave de que la teoría revolucionaria vuelva a ser permeable a la conciencia de los explotados. Mientras tanto, dejemos que los periodistas del “Marca” hagan su trabajo, que para eso les pagan, compañero Miguel.      

Esta intelectualidad tipo PCE, políticamente corrompida hasta los tuétanos, oportunista, arribista, burocrática, contrarrevolucionaria, correa de transmisión ideológica y política del capitalismo en el movimiento de los asalariados, siempre acechará conspirando al interior de sus organizaciones; incluso después de la toma del poder dentro del mismo Partido Revolucionario. El ejemplo de Stalin es la confirmación de este aserto histórico. Por tanto, ellos son los principales enemigos de la revolución. Para derrotar al capitalismo, pues, la vanguardia revolucionaria deberá saber combatir con eficacia a estos agentes de la burguesía en la conciencia política de la vanguardia amplia y de la propia vanguardia revolucionaria. De ahí la importancia decisiva del Materialismo Histórico como guía para la acción política revolucionaria, lo cual explica el odio y el desprecio que profesan por esta teoría los oportunistas.


5. Una vez más clama la no atendida necesidad de la educación política

 Para demostrar que realmente lo son, los revolucionarios no deben, pues, dejar de hacer su trabajo nunca. Si así lo hacen, la vanguardia amplia aplicará los conocimientos recibidos, especialmente durante la recuperación económica y el reanimamiento de las luchas que servirán para acumular fuerzas, para abrir los ojos y la mente de la clase obrera a la verdad histórica, para que puedan capitalizar políticamente la memoria de experiencias vividas por generaciones anteriores, en ciclos cada vez menos distantes uno de otro según progresa la acumulación.

La vanguardia tiene que educar la conciencia, señalar el camino, impulsar y conducir ese torrente, esas luchas, por el curso correcto, para que el esfuerzo y el sacrificio que los asalariados despliegan en sus combates no sea inútil. La vanguardia revolucionaria tiene que educar políticamente a los trabajadores, hacer de ellos luchadores conscientes, conseguir que cada lucha de los obreros sea un paso más hacia la toma del poder y el socialismo. Si no hay una vanguardia revolucionaria preparada para esa tarea, y si estando preparada carece de voluntad política para trasladar el discurso revolucionario a los asalariados más honestos e inquietos, la lucha por sí misma no hará que (los obreros) tomen conciencia de la necesidad de avanzar hacia la toma del poder y el socialismo. Sin teoría revolucionaria y memoria histórica aplicadas a la realidad de la lucha de clases, Estas luchas serán luchas ciegas, puntuales, aisladas, sin perspectiva política y, al fin de cada ciclo del proceso de acumulación y de cada período álgido de la lucha de clases, devendrá inevitablemente una nueva derrota. 

Hoy no estamos en una esas fases álgidas de la lucha de clases, sino atravesando una crisis económica en medio de una confusión ideológica y una dispersión política del proletariado, cuyas consecuencias se agravaron a raíz de la derrota política que supuso la debacle de la URSS, porque así lo sintió el proletariado. Estamos en plena resaca de esa doble derrota política —la de la contrarrevolución “democrática” en que desembocó la lucha contra el franquismo, sufriendo sus consecuencias ideológicas  en períodos de retroceso de la lucha política de los explotados y de relativa paz social entre las clases, donde los asalariados sufren la derrota, y aunque sin dejar de luchar, en general han aceptado las condiciones de superexplotación en curso; a instancias del paro estructural masivo, la burguesía logra construir corazas ideológicas contra las ideas revolucionarias en la conciencia del proletariado, como lo son hoy el "pensamiento único" burgués y el "fracaso del comunismo" basándose en la debacle de la burocracia, nada que ver con ese sistema social cada vez más necesario. 

Este es el clima propicio para que los explotados se vuelvan permeables a discursos como el de los periodistas del diario deportivo “Marca” que usted menciona, de las revistas del corazón, de publicaciones diversas sobre la utilización mercantilizada del ocio por el capital, como la filatelia, el bricolage, los juegos electrónicos, la industria del espectáculo y el esparcimiento, etc., etc. A todos estos agentes promotores del tiempo libre como fuente adicional de acumulación de capital, está claro que les resulta muy fácil hacerse entender.  No necesitan siquiera apelar a la palabra, les basta con el recurso más o menos astuto a las imágenes que sugieren la experimentación anticipada de las más diversas sensaciones.

En periodos como el actual, de crisis ideológica profunda, la vanguardia amplia del proletariado está dispersa y sin ideas claras. En tales condiciones, el crecimiento o la proyección social del espíritu revolucionario que refleje las contradicciones insolubles del sistema, no puede ser sino molecular. Justamente por eso, la vanguardia revolucionaria debe empezar cohesionarse en torno a la teoría revolucionaria, contribuyendo a generar en la sociedad una opinión pública realmente alternativa a la cultura política burguesa predominante.

Contribuir a esta tarea es nuestro objetivo como Grupo de Propaganda Marxista; por eso nuestro trabajo de propaganda va dirigido casi exclusivamente a la vanguardia revolucionaria y a la vanguardia amplia —en ese orden de prioridad— y no a los estratos ideológica y políticamente más atrasados de los trabajadores. Porque, como hemos dicho, cuando el movimiento económico del capital se expansione y las luchas obreras por mejoras se recuperen y multipliquen, en ese momento  la vanguardia amplia tiene que estar preparada para hacer llegar las ideas políticas revolucionarias a las masas, para orientarlas por el camino de las luchas políticas ofensivas  hacia la toma del poder.

¿Qué quiere decir que la vanguardia revolucionaria se cohesione, crezca y se organice en torno a la teoría revolucionaria y la memoria historia, al tiempo que también se extienda y proyecte la vanguardia amplia sobre las masas? Pues, que seamos cada vez más quienes tengamos un conocimiento científico de la realidad capitalista suficientemente extenso y profundo, que seamos capaces de comprender y aplicar los principios marxistas a la situación de cada momento, de apelar a la memoria histórica del movimiento las veces que sea necesario, de explicar a los obreros las luchas que otros obreros llevaron adelante antes que ellos; porque el proletariado progresa en su conciencia política aprendiendo de sus propios fracasos, de su propia experiencia, de las revoluciones que ha protagonizado sin que triunfaran, y obviamente, de las triunfantes .

Por tanto, para que el proletariado progrese en su conciencia política ha de haber sido objeto —durante décadas— de la cultura revolucionaria compendiada en el Materialismo Histórico aplicado y en la memoria histórica de las luchas protagonizadas por generaciones anteriores de asalariados, al mismo tiempo que no puede dejar de ser objeto de la cultura contrarrevolucionaria de la burguesía.

En estos momentos, normales o regulares, de reflujo, de retroceso ideológico y político, en que la clase obrera pierde casi todos sus conflictos en una lucha desigual, retrocede en el objetivo de sus luchas y en su conciencia, carece de perspectiva u horizonte revolucionario, sustituyendo en su conciencia esos objetivos —que en modo alguno contempla como posibles, menos aun como necesarios— por objetivos inmediatos relacionados con las necesidades cotidianas dentro del sistema y con las ideas y apetencias a que les induce todos los días la burguesía por todos los medios posibles: escuela, universidad, familia, medios de publicidad, etc., etc. En la medida en que no se le posibilita —porque la burguesía no puede— encontrar un puesto de trabajo, estabilidad laboral, vivienda y un nivel de vida digno, y a falta de una alternativa política que pueda ser asumida por ellos, esas carencias son la principal y hasta única preocupación de los trabajadores, antes, incluso que su tiempo libre, que sacrifican buscando con tal de conseguir un empleo.

De forma que no sólo no conocen la historia de la lucha de clases de la que forman parte, ni los principios de la teoría marxista que les posibilitarían crear una sociedad en la que sus problemas se resolverían, sino que ninguna de estas cuestiones tienen interés para ellos. Y es muy probable que, en su momento, entren en el torbellino revolucionario sin conocer estos asuntos, aun cuando con toda determinación y voluntad política revolucionarias. Porque una cosa es la firme determinación colectiva para hacer la revolución, y otra conocer la táctica para llegar a ese objetivo y saber aplicarla según las cambiantes condiciones en el curso de la lucha. Una cosa es luchar y otra la capacidad de dirigir. De lo contrario, el Partido Revolucionario no sería necesario. Y lo es, sin ninguna duda.


6. Ante la dificultad de las ideas revolucionarias: ¿Por dónde empezar?

La segunda cuestión que nos planteábamos al principio de este escrito, en respuesta a su carta, es el grado de complejidad de lo que queremos decir. Nosotros tenemos como objetivo, al igual que usted, hacer la revolución comunista. Para esto, es imprescindible, en primer lugar, emprender la lucha por la toma del poder, para la confiscación de la propiedad burguesa, la destrucción de su Estado y la instauración del armamento del pueblo. Pero, sin voluntad política por parte de la gran mayoría de los asalariados, este objetivo es imposible. Y la instancia previa a la creación de esta voluntad política revolucionaria de esa mayoría social es la conciencia revolucionaria de esa mayoría, la comprensión de la necesidad histórica de actuar en ese sentido político. [9]

Por eso es que, en este momento de confusión ideológica y desinterés general de los explotados por la política y de las más extremas dificultades para difundir el discurso revolucionario, la contribución más valiosa consiste, precisamente, en vencer tales dificultades ―dentro de lo que permiten las actuales condiciones de la lucha― favoreciendo la necesaria comprensión de las ideas revolucionarias. Porque sin esas ideas comprendidas y asumidas, no hay voluntad política revolucionaria posible. Así que nuestro mensaje son las ideas revolucionarias. Unas ideas que los obreros de las últimas generaciones nunca han escuchado, nuevas para ellos, originales, que no dicen lo ya oído y asumido, sino todo lo contrario, rompen con los tópicos que todo el mundo a su alrededor da por ciertos. Todo esto hace que nuestro mensaje, nuestras ideas, las ideas revolucionarias, sean “difíciles” de entender. Porque lo nuestro no es hacer que “llueva sobre mojado”; porque no es repetir lo que difunde la burguesía ni los partidos obreros oportunistas, ni lo que se oye por los medios de comunicación, lo que se enseña en las escuelas, en las propias familias —de ahí el conflicto generacional que supone todo proceso revolucionario efectivo— sino que para entenderlas hay que dejar los caminos trillados, los prejuicios, las “verdades” aprendidas (enseñadas por los burgueses) y pensar libre y desprejuiciadamente, con la cabeza según donde tenemos puestos los pies en esta sociedad, de acuerdo con los intereses históricos de nuestra clase.

Nosotros, como usted, queremos hacer la revolución, aportar nuestro esfuerzo a la obra revolucionaria. Pero entendemos que la  estrategia de poder de  los comunistas  agrupados en partido y las tareas fundamentales de los revolucionarios, son, ante todo, educar y dirigir políticamente a la vanguardia amplia del proletariado, y a través de ella, a las amplias masas. Esto es lo que para nosotros significa el apotegma compartido por Marx, Engels y Lenin: "fundir la teoría revolucionaria con el movimiento obrero espontáneo".

 Nuestro mensaje tiene, por tanto, un grado de “dificultad” mayor que las noticias y comentarios deportivos, culturales y demás literatura “para obreros” a que usted hace referencia en su carta.

Educar políticamente no es agitar o inducir a la acción en un determinado sentido; se trata de que los obreros de vanguardia entiendan las ideas revolucionarias EN PROFUNDIDAD, no que sigan un slogan político, sino que comprendan la verdadera naturaleza de la sociedad en que viven, porque, como en todo trabajo, nada que se desconozca en su verdadera naturaleza puede ser transformado en lo que esa naturaleza permite y hasta exige que se transforme.

Y si los comunistas luchamos para que los asalariados transformemos esta sociedad capitalista en otra de tipo socialista, es, en primer lugar, porque conocemos la naturaleza del capitalismo, porque sabemos cuales son sus leyes y cómo operan, cómo se imponen “con férrea necesidad” con independencia de cualquier voluntad humana, por poderosa que sea, alumbrando inevitablemente el camino del socialismo; en segundo lugar, porque, aun cuando el desarrollo de la leyes económicas del capitalismo prepara las condiciones objetivas para su superación histórica en el sistema económico socialista, también sabemos que si la conciencia colectiva de los asalariados no se apodera de estas condiciones económicas (comprendiéndolas) y las asume políticamente para trascenderlas históricamente según lo exige su propia naturaleza, el capital siempre encuentra las salidas económicas, las formas de saltar por encima de los obstáculos que se pone a sí mismo en el proceso de acumulación. Esas formas son las crisis y, si es preciso, las guerras. Por tanto, es necesario que, aun cuando unos más que otros, todos lleguemos a tener una comprensión suficiente de la verdadera naturaleza de la actual sociedad, para poder barruntar la sociedad alternativa que nos induzca e impulse a luchar por ella, convirtiendo las crisis económicas en crisis políticas revolucionarias  para darles una salida histórica superadora: la futura sociedad socialista. 

Con esto queremos decir que los comunistas no pretendemos inventar nada, que las premisas reales de esa sociedad por la que luchamos están dadas por las contradicciones del propio proceso de acumulación capitalista, insolubles al interior de su sistema de vida, contradicciones materiales que determinan inevitablemente la lucha entre las clases, cuya resolución depende de un hecho de conciencia colectiva por parte de la clase revolucionaria fundamental: el proletariado. Tal es el sentido de lo que Marx y Engels legaron a la humanidad en 1845, al anunciar que:

<<Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse (desde fuera y al margen de la realidad a transformar)., un ideal al que ha de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula el estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento se desprenden de la premisa actualmente existente (el capitalismo como realidad actual, con sus leyes económicas de desarrollo y su superestructura política o Estado). >> (“La ideología alemana” Capítulo II punto 5. Lo entre paréntesis es nuestro)  [10]


7. ¿Reforma o revolución?                               

Si no damos importancia a la teoría que permite comprender las leyes económicas de la estructura capitalista, a las ideas revolucionarias, no contribuiremos a transformar la sociedad capitalista sino sólo a reformarla en cuestiones de segundo y tercer orden social, como en España es el caso de la legislación sobre el divorcio, el aborto, los hijos fuera del matrimonio, los accidentes laborales, las enfermedades profesionales, la elección del médico de cabecera, la participación de los alumnos y los padres en los consejos escolares, la libertad plena de las mujeres para contratar libremente, fijar su residencia, trabajar o viajar al extranjero, la posibilidad de libre elección del “campus” universitario, la agresión al medio ambiente, el código de circulación vehicular, la regulación del negocio de los proxenetas, la despenalización de la tenencia y consumo de drogas, el casamiento entre homosexuales, los trasplantes de órganos, la eliminación del servicio militar obligatorio y de la religión como materia computable para la promoción en los estudios primarios, la adopción de niños en el extranjero, la eliminación progresiva de las barreras arquitectónicas para los discapacitados físicos, el maltrato a los animales, la facilitación del trabajo explotado a los discapacitados psíquicos, y la penalización del comercio de órganos, así como la ofensiva de los medios de comunicación sobre la igualdad entre los sexos en el trabajo del hogar y la violencia en el deporte.

Reformas como éstas, emprendidas durante los últimos años en España, dejan intacta la esencia de este sistema de vida: la explotación del trabajo ajeno; y algunas de ellas son su consecuencia social directa, como la prostitución, la delincuencia juvenil, el consumo de drogas, la violencia de género, el maltrato a los niños, el deterioro del medio ambiente, el ejército profesional, los accidentes laborales, las enfermedades profesionales, los accidentes de automóviles, la xenofobia, el comercio de órganos y la violencia en los espectáculos públicos.

Estas reformas son la consecuencia directa de la explotación del trabajo, en razón de que las propias  reformas de primer orden social o de clase, es decir, las que hacen a la relación básica de producción capitalista entre patronos y obreros, todas ellas, desde la muerte de Franco a la fecha, legitimaron y legalizaron los sucesivos ataques salvajes de la patronal a los trabajadores, con la aquiescencia del Estado y las tres grandes centrales sindicales del país: UGT, CC.OO. y USO. Todas estas reformas obedecieron invariablemente a la necesidad de compensar una menor cuota de beneficio con una mayor productividad (explotación del trabajo) —a cambio de un menor salario— por trabajador empleado, es decir de la superexplotación más retrógrada de los asalariados en general.  

Una menor cuota de ganancia no significa que los capitalistas ganen menos. Siempre o casi siempre —según se suceden los ejercicios anuales del capital en su conjunto—, ganan más, sus beneficios no dejan de aumentar, sólo que crecen menos que su capital en funciones, lo cual supone que si, en esas condiciones, quieren aumentar sus inversiones, engrosar su capital, una de dos: deben renunciar a una parte de su fondo de consumo, o mantenerlo e incluso aumentarlo a expensas de las vueltas de tuerca que sean capaces de dar sobre las condiciones de explotación de sus empleados, es decir, a expensas de la creciente angustia permanente para una parte cada vez más numerosa de las clases subalternas, obligadas a alternar entre el paro y el pluriempleo precario con contratos de hasta una hora por día, a cambio de salarios que no suponen la más mínima participación en ese progreso material del que los asalariados somos los principales actores. La necesidad de dar vueltas de tuerca sobre las condiciones de explotación es un problema económico, pero el hecho de darlas es un problema político. [11]

Un ajuste de tuerca en nuestras condiciones de vida y de trabajo, que una vez conseguido nos condena a soportar ritmos de trabajo, presiones patronales y carencia de medidas de seguridad absolutamente impunes, que multiplican la aparición y el crecimiento exponencial de enfermedades profesionales y accidentes de trabajo.

Y no sólo esto, también vemos:

1.      que el progreso de las fuerzas productivas en la industria de la construcción tiende a bajar cada vez más el coste de la vivienda, pero aumenta su precio de venta como consecuencia de la especulación sobre el suelo que realiza el tandem entre los políticos a cargo de los distintos gobiernos municipales y determinados promotores inmobiliarios en connivencia con los grandes bancos y sus clientes: los narcotraficantes, para el blanqueo de dinero negro;

2.      que el capital excedente ocioso presiona cada vez más para que los servicios de salud y educación pública tiendan a deteriorarse hasta desparecer para ser privatizados, dejando en la indigencia a masas crecientes de la población, como está sucediendo en EE.UU. y en numerosos países del llamado tercer mundo.

3.      que la malversación burocrática de los fondos públicos de pensiones para enmascarar los déficits del presupuesto, y la conversión de los fondos privados de pensiones en objeto discrecional de especulación financiera por parte de los bancos, amenazan seriamente el futuro de las pensiones a los jubilados.

4.      al tiempo que la gran delincuencia común, la corrupción de los altos funcionarios del Estado burgués en cohecho con los grandes capitales y el negocio internacional de la droga vinculado a la especulación financiera e inmobiliaria, no remiten sino al contrario.

Todo esto ¿para qué? Para que una minoría de patronos capitalistas puedan disponer de un fondo de consumo individual cada vez más insultantemente mayor, en promedio aproximadamente 3.000  veces superior al salario medio de la absoluta mayoría de la población asalariada que trabajamos para ellos.

Y este proceso de ajuste a la baja en los salarios relativos y a la presión extrema sobre las condiciones laborales, se prolongará todo el tiempo que sea necesario, hasta que la tasa de ganancia se recupere lo suficiente como para cambiar la fase depresiva del ciclo en otra de recuperación o, de lo contrario, si la masa de capital acumulado no permite ese cambio de tendencia, la burguesía no dudará en aplicar medidas que supongan no ya una disminución del salario relativo, sino un drástico descenso del salario real, del deterioro absoluto del nivel de vida obrero. [12]   Y si esto no es suficiente, la agudización de la competencia internacional ante una masa de plusvalor insuficiente para compensar a todas las fracciones del capital acumulado, creará las condiciones de una nueva confrontación bélica de proporciones materiales y humanas catastróficas tales, como para que pueda reanudarse el proceso que permite a los burgueses vivir a expensas del trabajo ajeno, naturalmente con un cambio en la capitalización del plusvalor momentáneamente favorable a la coalición burguesa triunfante. Todo esto, como puede comprenderlo hasta un niño, en perjuicio de los asalariados quienes, como está confirmado, invariablemente siempre han ejercido como carne de cañón. [13]


8. Conclusión

En síntesis, que el obstáculo principal que impide o dificulta el acceso al discurso social científico de la teoría revolucionaria: el Materialismo Histórico, es de naturaleza clasista burguesa. Dentro de ésta, se distinguen dos: el obstáculo endógeno o intrínseco a los miembros de la clase burguesa, y el obstáculo exógeno o extrínseco, que es el que la burguesía traslada e introyecta en la  conciencia de los asalariados. El primero afecta las personas que, a la vez que intelectuales, son de extracción social burguesa, que pertenecen ellos mismos a la burguesía. Salvo en  raras excepciones, como Marx o Engels —capaces de poner su pasión por la verdad científica por encima de sus propias condiciones de clase burguesa— este obstáculo impide a los intelectuales burgueses acceder al Materialismo histórico, porque esta teoría niega los contenidos ideológicos capitalistas que ellos ven confirmados en su propia práctica social y que les gratifica. Marx decía que los burgueses viven igual de enajenados que los obreros, sólo que esa enajenación “les hace sentir bien”.

El otro obstáculo es de carácter exógeno, y afecta  a la clase asalariada a través del fetichismo de la empresa, de los medios masivos de comunicación y de los aparatos ideológicos del Estado [14] . En su conocida obra: “Historia y Conciencia de Clase” George Lukács se refiere a la función fetichista y enajenante del capital en funciones sobre los asalariados, diciendo que , una vez vendida la única mercancía que poseen (su fuerza de trabajo), los asalariados comprueban que esa parte humana esencial de ellos (su fuerza de trabajo en acción o trabajo simple) se inserta en  distintos procesos de producción (fábricas, oficinas, campos, etc.), que encuentran ya funcionando antes de que ellos se incorporen, procesos en los cuales y por los cuales son absorbidos y convertidos en un engranaje más, “una herramienta de detalle mecanizada y  racionalizada”, que debe ejecutar determinadas operaciones no ideadas ni decididas por ellos, y de lo que depende su vida y la de los suyos. Tal es el mecanismo generador de la conciencia social dependiente —de esa cosa que es la empresa en general— que el capital opera en los asalariados.

Los patronos capitalistas, se encuentran igualmente sometidos a la enajenación o fetichismo de la sociedad capitalista, pero esta enajenación o cosificación de su voluntad, no se opera en las empresas, donde cada uno de ellos ejercen una dirección y un mando efectivos sobre lo que hay que hacer, cuanto y cómo (con qué medios), sino fuera de ellas. Nos referimos al momento en que llevan sus productos al mercado. Desde ese momento, no son los empresarios quienes deciden o mandan qué sucederá con sus productos, sino ese ente impersonal e imprevisible que es el mercado, que pasa a decidir sobre el ser o no ser de sus empresas y, por tanto, de ellos mismos.  Esto es así, dado que el modo de producción capitalista no consiste en una sociedad de productores libres asociados en régimen de cooperación colectiva en función de las necesidades sociales, sino en millones de   productores independientes o empresas que no cooperan sino compiten en el mercado, cada uno con arreglo a su ganancia individual, conformando lo que se llama la “anarquía de la producción”.    Ahora bien, si entendemos por libertad individual a la autodeterminación de cada sujeto, está claro que la libertad del asalariado acaba en el momento en que vende su fuerza de trabajo, cuando entrega su piel de trabajador para que su respectivo patrón se la curta, mientras que la autodeterminación del burgués acaba cuando lleva su producto al mercado. Pero con una diferencia: que en cada empresa se decide hacer lo que el patrón ordena para apropiarse de cierta cuota parte de trabajo no pagado a sus dóciles empleados, mientras que, en circunstancias normales, el mercado decide lo que cada patrón gana finalmente en ese común negocio de explotar trabajo ajeno, de modo que unos ganan más que otros según la magnitud de capital que cada cual aporta a ese chollo, pero ninguno pierde. El mercado es, pues, una especie cofradía en la que los capitalistas delegan en el mercado la instancia del reparto entre sus integrantes. He aquí por qué dice Marx que, a los capitalistas, su enajenación les hace sentir bien. Allí, en el mercado, los capitalistas pierden su autodeterminación individual, pero para recuperarla frente a sus asalariados, es decir, para conservarla como clase social explotadora. En cambio, los asalariados, al perder nuestra autodeterminación como individuos productores en el acto de firmar el contrato de trabajo, al mismo tiempo la perdemos como clase sin poder recuperarla jamás si no es revolucionando esta sociedad. [15]  

Como puede verse, tanto en la burguesía como el proletariado se da esa pérdida de la personalidad libre, de su esencia social distintiva respecto del resto del reino animal, esto es, como productores capaces de reproducir con su trabajo las condiciones de su existencia. Sólo que, en el proletariado —bajo el capitalismo—esta pérdida no es de una relatividad temporal, sino absoluta y permanente. Pues bien, esta realidad inmediata de pérdida de su autodeterminación —individual y colectiva— como productores, es la que determina que los obreros no puedan sustraerse indefinidamente a ser conscientes de ello, sino que, en esa, su situación de pérdida total de su personalidad libre, se ven inevitablemente impulsados a ir con su conciencia más allá de ella, de esa inmediatez enajenada. Así se refería Marx por primera vez al proletariado en 1843, cuando la intelectualidad alemana pensaba que para sacudir a ese país de la irracionalidad imperante, había que emancipar al Estado de la religión:

<<¿Dónde reside, pues, la posibilidad positiva de la emancipación alemana?

Respuesta: en la formación de una clase atada por cadenas radicales de una clase de la sociedad civil que (por el potencial revolucionario contenido en ella, virtualmente) no es ya una clase de ella; de una clase que es ya la disolución de todas las clases; de una esfera de la sociedad a la que sus sufrimientos universales imprimen carácter universal y que no reclama para sí ningún derecho especial, porque no es víctima de ningún desafuero especial, sino del desafuero puro y simple; que ya no puede apelar a un título histórico, sino simplemente al título humano; que no se halla en ninguna suerte de contraposición unilateral con las consecuencias, sino en contraposición omnilateral con las premisas mismas del Estado alemán (clasista, aristocrático-burgués); de una esfera, por último, que no puede emanciparse a sí misma sin emanciparse de todas las demás esferas de la sociedad y, al mismo tiempo, emanciparlas a todas ellas; que representa, en una palabra la pérdida total del ser humano, por lo cual sólo puede ganarse a sí misma mediante la recuperación total del ser humano. (enajenado en la sociedad actual, incluida la burguesía y la nobleza) Esta disolución total de la sociedad (de clases) cifrada en una clase especial (no propietaria y, por tanto, desaforada), es el proletariado. (K. Marx: "Crítica de la filosofía hegeliana del derecho estatal" Introducción 1843/44. Lo entre paréntesis es nuestro)

Pues bien, esta naturaleza social del proletariado, esta clase, es la que, bajo determinadas condiciones excepcionales de la vida social —que la burguesía no puede evitar— se vuelve naturalmente permeable a las ideas revolucionarias; empezando por numerosos elementos de su vanguardia natural o amplia, que ése es el primer síntoma del cambio favorable a la revolución en el movimiento político de los asalariados, que todavía hoy no es el caso. Pero si llegado ese momento la vanguardia revolucionaria no está en condiciones de esgrimir eficazmente el arma teórica del Materialismo Histórico para dar la batalla política exitosa contra los agentes burgueses del oportunismo reformista de siempre, el próximo enfrentamiento entre la clases a escala planetaria será tan inevitable, como una nueva derrota catastrófica estilo 1937-39 en España. That´s the question, estimado Miguel.

Muchas Gracias, un saludo: GPM     



[1] Marx, Engels y Lenin han empleado la palabra “pueblo”, para designar al conglomerado social políticamente inestable, compuesto por los asalariados, los trabajadores independientes propietarios de sus propios medios de producción y los pequeños explotadores de trabajo ajeno, propio de la Edad Media tardía en tránsito al capitalismo, como fue el caso de Alemana en 1848 o la Rusia zarista de principios del siglo pasado, cuando, en ese conglomerado, el proletariado era, todavía, una clase relativamente minoritaria y, por tanto, para alcanzar sus objetivos históricos debía pasar por contemplar los intereses de esos sectores de clase precapitalistas. Dado que hoy día los asalariados han pasado a ser en todo el mundo la clase absolutamente mayoritaria, pueden, por sí mismos, a través de su propia lucha, alcanzar directamente los objetivos históricos propios de su naturaleza social. De ahí que consideremos impropio apelar a este vocablo.     

[2] Los “científicos” burgueses proceden hoy como los “doctores” de la Iglesia en tiempos de Galileo, que explicaban la mecánica del sistema planetario observando cómo el sol “sale”  y  “se pone” en el horizonte terrestre, para infundir el prejuicio de que la Tierra era su centro. 

[3] Esta dificultad de la revolución es tanto más acentuada en los países imperialistas, de mayor desarrollo económico relativo, cuya superioridad económica permite a sus burguesías sustraer buena parte del valor producido en el mundo subdesarrollado. Este desarrollo desigual, a través del comercio internacional, permite que con una cantidad de trabajo (valor) menor contenido en los productos que venden, los países más desarrollados compren a los subdesarrollados una cantidad de trabajo mayor. De este modo, las burguesías de los países desarrollados compran la conciencia de sus asalariados. Por esto Trotsky decía que en los países desarrollados es más difícil la toma del poder, al tiempo que es más fácil llegar al socialismo.

[4] Tanto durante la primera como de la segunda mitad de los años cuarenta, los resultados de la evolución económica española arrojaron resultados muy pobres. De 1941 a 1945 el promedio quinquenal de la tasa de crecimiento del producto industrial fue negativo; y en la segunda mitad del decenio de 1940, aunque la tasa de crecimiento del indicador mencionado registró valores positivos, lo más destacable fue su menor grado respecto de la mayor parte de países europeos, incluidos los mediterráneos. Así, considerados en conjunto, los quince años que van desde 1935 a 1950, pueden considerarse de auténtica depresión. Cfr.: http://www.vespito.net/historia/franco/ecofran.html

[5] En 1971, la renta por habitante de España se correspondía a la de Francia y Alemania en 1961 y a la de Italia y Japón en 1968. El grado de convergencia con Europa era del 71,7 por ciento. Pero el III Plan de Desarrollo (1972-1975) se vio afectado por la guerra del Yom Kipur (1973) y la subsiguiente crisis de la energía que marcó la evolución de la economía mundial, y, por extensión, la de España. En el año 1975 se truncó el crecimiento ininterrumpido registrado durante todo el proceso de desarrollo anterior y sólo se alcanzó un 0,8 por ciento de crecimiento del PIB. Pese a todo, ese año España era el décimo país más industrializado del mundo, el paro era inapreciable, la presión fiscal era del 21,36 por ciento del PIB y el grado de convergencia de España con respecto a la Comunidad Económica Europea había alcanzado el 77,7 por ciento.

[6] En efecto, la primer tarea de la camarilla termidoriana dirigida por Stalin una vez instalada en el poder,  consistió en trasladar al primer plano político el papel absolutamente secundario que, a regañadientes, desempeñaron en los momentos críticos del primer periodo de la revolución rusa.  Para eso, debieron aniquilar físicamente a los miembros del sector jacobino (bolchevique) consecuente con la revolución de octubre tras la muerte de Lenin. De igual modo procedieron preventivamente los discípulos de Stalin en España con los jacobinos que quisieron convertir la república burguesa en república socialista., ejercitando la memoria histórica por el revés de la trama revolucionaria operada en la URSS, esto es, para no permitir que en España hubiera un primer acto revolucionario en el que la contrarrevoluciçón quedara en un segundo plano, para evitar el trámite de la reacción termidoriana.

[7] Por si entre los lectores de este documento hubiera alguien que, a pesar de estos datos elocuentes siguiera creyendo en la democracia burguesa como la representación más pura y genuina de la voluntad popular, avisarle de la conclusión a la que ―según reportó "El País" en su edición del 30 de setiembre de 1994―, arribó el jefe de la mayoría demócrata en el senado de los EE.UU. con respecto al régimen  comicial  de ese país, considerado el  non plus ultra en todo el Mundo. Notoriamente desmoralizado ante el rechazo de su proyecto de ley que intentaba corregir la tendencia al triunfo de los partidos que más dinero dedican a financiar sus campañas electorales, el senador George Mitchell sentenció de modo insuperable: <<El dinero domina el sistema, el dinero invade el sistema, el dinero es el sistema>>. (subrayado nuestro).

[8] La alusión metafórica de Ortiz a la función que cumplió el sincero socialdemócrata Nicolás Redondo (padre), es tan precisa, como la analogía entre la necesidad de los micénicos respecto de la conquista de Troya en aquellos tiempos, y la de los burgueses liberales españoles respecto de la conquista del Estado desde fines de la década de los sesenta. En efecto, Troya dominaba el estrecho de los Dardanelos, que comunica el Mediterráneo con el Mar Negro, y además las costas del Asia Menor, lo que la hacía gozar de un monopolio comercial. Para los aqueos —que se abrían cada vez más al comercio—  Troya era, pues, un obstáculo, y ante tan poderosos argumentos comerciales, se unieron bajo el mando de Agamenón para apoderarse de aquella ciudad-Estado. Según la mitología, los aqueos vencieron gracias a un ingenioso truco: construyeron un gran caballo de madera y lo dejaron en las afueras de la ciudad. La curiosidad de los troyanos hizo que el caballo fuera arrastrado al interior de Troya, pensando que el ejército griego se había retirado. Pero lo que no sabían era que dentro del caballo estaban escondidos los soldados griegos, quienes saltaron desde el interior atacando a todos los troyanos y destruyendo totalmente la ciudad de Troya.

[9] Así como los líquidos se presentan con distintos grados de temperatura, la voluntad política de los explotados se muestra con distintos grados de compromiso político entre unos sectores y otros de la misma clase. En tal sentido, cuando en este contexto nos referimos a la voluntad política de la mayoría de los explotados, nos referimos al menor grado de compromiso necesario para tal finalidad, que es aprobar y apoyar, simpatizar en lo mínimo con lo que hace el sector objetivamente revolucionario de esa masa. Sin este requisito no puede haber revolución posible.

[10] Para comprender cabalmente el significado omnicontextual que Marx y Engels atribuyeron a la expresión  “movimiento real”, basta con evocar el siguiente pasaje de la carta que Marx escribió a Engels el 30 de mayo de 1868:

<<….En fin, dando por sentado que estos tres elementos: salario del trabajo, renta del suelo, ganancia (industrial , comercial y bancaria), son las fuentes de  ingreso de las tres clases, a saber: la de los terratenientes, la de los capitalistas y la de los asalariados, como conclusión se desprende la LUCHA DE CLASES, en la cual el movimiento se descompone y que es el desenlace de toda esta mierda…>> (Op. Cit. Lo entre paréntesis es nuestro)

Es decir, que por “movimiento real”  hay que entender al conjunto de hechos (económicos)  y actos (políticos) que se suceden condicionándose mutuamente en la estructura económica y en la superestructura ideológica (religiosa, ética, artística, literaria, estética, psicológica) y política., en el que la estructura económica es el determinante de última instancia que mueve y marca la dirección y el sentido de los fenómenos superestructurales.  De ahí la importancia decisiva de la teoría económica científica aplicada a la estructura.

[11] Actualmente, los asalariados con empleo en la UE son 122.641.509. El paro durante el primer semestre de 2002 ascendió al 8,5%, o sea 10.424.528 desempleados. Ahora bien, en realidad, a estos parados oficialmente reconocidos hay que agregar el 53% del total de los empleados, que por entonces era de 65.000.000, trabajando a tiempo parcial. De estos, sólo sabemos que la cuarta parte, o sea 16.250.000 correspondían a contratos de menos de 25 horas por semana, esto es, menos de cien horas por mes, cuando los contratos normales a mes entero de ocho horas diarias llegaban a las 160 horas mensuales. Suponiendo que los 65.000.000 trabajaran un parcial medio de 80 hs. mensuales (20 por semana), a los 10.424.528 parados hay que sumar el 50% de 65.000.000, o sea, 32.500.000, de modo que, en este supuesto (muy optimista para la burguesía), el total de parados asciende a 10.424.528 + 32.500.000 = 42.924.528 una tasa del 35,00%. Y los empleados trabajando 8 hs descenderían en 32.500.000 o sea: 122.641.509 ─ 32.500.000 = 90.141.509. Así, la tasa real de paro sube al 47,62%. Cfr.: http://www.nodo50.org/gpm/referendumUE/07.htm

[12] Como ya hemos explicado en varios documentos de nuestra página, el concepto de salario relativo se refiere a la relación entre la masa de valor contenida en los salario y la masa de plusvalor en un país dado, en tanto que el salario real es la relación entre el salario nominal o lo que cada asalariado recibe de su patrón y el Indice de Precios al Consumo (IPC), de modo que, con el progreso técnico, el salario real puede mantenerse constante e incluso aumentar, mientras que el salario relativo disminuye; debe disminuir sin que ninguna lucha obrera, por más encarnizada que sea, podrá evitarlo, puesto que, de los contrario, ningún burgués está dispuesto a invertir capital adicional en mejoras de su capital fijo. O sea, que no es verdad, como sostienen los reformistas, que el aumento en el nivel de vida de los asalariados no tiene un límite, sino que depende de la lucha por conseguirlo. Tiene un límite y está férreamente fijado por la ley del valor en cada momento del proceso de acumulación.  

[13] Cfr.: http://www.nodo50.org/gpm/crisis/09.htm

[14] En su conocida obra: “Historia y Conciencia de Clase” George Lukács se refiere al fetichismo del capital en funciones, diciendo que , una vez vendida la única mercancía que posee (su fuerza de trabajo), el asalariado comprueba que esa parte humana esencial de él (su fuerza de trabajo en acción o trabajo) se inserta en un proceso de producción (la fábrica, la oficina o el campo), que encuentra ya funcionando antes de que él se incorpore, en el cual y por el cual es absorbido, convertido en un engranaje más, “una herramienta de detalle mecanizada y  racionalizada”, que debe ejecutar determinadas operaciones no ideadas ni decididas por él, y de lo que depende su vida y la de los suyos. Tal es el mecanismo generador de la conciencia social —dependiente de esa cosa que es la empresa—, que el capital opera en el asalariado. 

[15] Los asalariados sólo recuperamos nuestra “libertad” cuando acaba cada jornada, pero como consumidores. Leyendo el “Marca, por ejemplo. Es decir, como medio para reproducir nuestra condición de esclavos modernos al fichar la entrada del día siguiente.