d. Durante la transición, más de lo mismo

Las grandes movilizaciones de los años setenta impulsadas por el PCE, fueron vistas por sus direcciones exclusivamente como un instrumento de presión sobre el régimen franquista en plena desintegración, para obligarle acelerar el proceso de la transición, a la vez que para convencer a la burguesía del “Opus Dei” sobre la necesidad de contar con ellos, ofreciendo la ya inaugurada política de “Reconciliación Nacional” como prenda o garantía de que sus intenciones políticas no iban más allá de eso, y que estaban dispuestos a renunciar a la República a cambio de un lugar al sol en las nuevas instituciones monárquico parlamentarias. Nada más. En 1974 el PCE finalmente realizó ese viejo sueño de Reconciliación Nacional cuando formó la “Junta Democrática” con grupos democristianos y monárquicos. Fue Adolfo Suárez, último primer ministro del régimen franquista, el primero que creyó en las “buenas” intenciones de los “comunistas”, convencido, además,  del papel clave que el PCE podía cumplir asegurando una transición tranquila, para lo cual tuvo varios encuentros con Carrillo, hasta que finalmente se decidió a legalizar su formación política. 

Cuenta la biógrafa no oficial del Rey Juan Carlos I de España en su obra: “Un Rey golpe a golpe”, que:

<<En 1977, Carrillo ya asistía a las recepciones oficiales del monarca  como si nada, y presumía, además, de que los camareros de Comisiones Obreras le reservaran los mejores canapés. El rey  y “Don Santiago” —como Juan Carlos le llamaba afectuosamente, incumpliendo excepcionalmente la borbónica costumbre de tratar de tú a todo el mundo— se acabaron haciendo amigos. “Tendría usted que rebautizar a su partido y llamarlo Real Partido Comunista de España —le dijo un día el monarca. A nadie le extrañaría”. Carrillo le reía las gracias al rey, como cualquier otro personaje palaciego.>> (Patricia Sverlo: Op. Cit.)

A este respecto de la democracia dineraria que rige hoy en el mundo entero y que redujo el PCE a su mínima expresión político-representativa, es interesante señalar el caso de la UCD y el PSOE, que entre ambos arrebataron la representación política mayoritaria que el PCE había acreditado durante gran parte del período franquista. De ambos partidos puede decirse que, habiendo salido de la nada social de apoyo en los primeros años de la década de los 70 —el primero inexistente, el segundo reducido a un pequeño cenáculo de intelectuales en el exilio— pasaron a ser en poco tiempo las formaciones políticas electoralmente más poderosas del país. Este milagro de la “democracia”, en lo que respecta a la UCD, fue obra de los 100 millones de petrodólares saudíes conseguidos a instancias del Rey Juan Carlos ante sus monarcas hermanos. La operación discurrió del siguiente modo:

Suárez reunió y agrupó como en un puzzle a diversos grupos políticos conservadores sin base social propia provenientes del franquismo —metamorfoseados en democristianos, liberales y socialdemócratas—, para conformar la coalición electoral llamada “Unión de Centro Democrático”. Como alguien dijo, “Suárez coaligó partidos y partidetes, en su mayoría compuestos por amigos y amiguetes, plenamente consciente de que todos los militantes de aquella gran coalición cabían en un taxi; eso sí, en un taxi antiguo”; como quien dice, el mismo producto en distintos envases, con rótulos como: “demócrata”, “socialdemócrata”, “liberal”, “popular”, “progresista” o “independiente”. Eran el Partido Demócrata Cristiano de Álvarez de Miranda), el Partido Socialdemócrata de Fernández Ordóñez, la Unión Socialdemócrata de Eurico de la Peña, el Partido Socialdemócrata Independiente de Gonzalo Casado, la Federación Socialdemócrata de José Ramón Lasuén, el Partido Popular de Pío Cabanillas), la Federación de Partidos Demócratas y Liberales  de Joaquín Garrigues Walker, el Partido Demócrata Popular de Ignacio Camuñas, el Partido Progresista Liberal de Juan García Madariaga, el Partido Liberal de Enrique Larroque, el Partido Social Liberal Andaluz de Manuel Clavero, el Partido Gallego Independiente de José Luis Melián, Acción Regional Extremeña de Enrique Sánchez de León, Acción Canaria de Lorenzo Olarte, y la Unión Demócrata de Murcia de Pedro Pérez Crespo.

A buena parte de estos líderes no los conocían ni en su casa y sus seguidores probablemente ni siquiera pudieran viajar juntos en un microbús. Todos estos grupos acordaron con Suárez en renunciar a la derecha más recalcitrante para presentarse como un partido de centro equidistante entre los dos extremos. Al principio, la gran banca franquista receló del proyecto de UCD; pero al final acabó cediendo al atractivo de la retórica de Suárez en cuanto a convertir la cualidad neutralizante de las dos Españas, en cantidad de votos que permitían acceder a las más altas instituciones del Estado “democrático”:

<<Hay pruebas de que, por lo menos para preparar las elecciones que vendrían a continuación —las municipales— se pidió dinero a los países árabes. A la Corte de Teherán, en concreto, llegó una carta del rey de España, fechada el 22 de junio de 1977, en la que se pedían 10 millones de dólares para apoyar al partido de su primer ministro, Adolfo Suárez, en las elecciones que se llevarían al cabo de seis meses. Quien firmaba la carta, el rey Juan Carlos, explicaba a sus “hermanos árabes”, que el PSOE contaba con la ayuda plena de la Internacional socialista, especialmente de la riquísima socialdemocracia alemana; y que hacía falta contrarrestar esta situación y buscar apoyos para que un gobierno de centro-derecha, como el de Adolfo Suárez, se pudiera sostener, y así proteger a la institución monárquica de la amenaza marxista. La monarquía saudí (en aquél momento se trataba del rey Halid, y Fahd era el primer ministro), que se sepa respondió favorablemente con la concesión de 100 millones de dólares (unos 10.000 millones de pesetas), mucho más de lo que se había pedido, que la Casa Real tenía que devolver en un plazo de diez años sin intereses.>> (Patricia Sverlo: OP. Cit. Cap. X Las elecciones) [7]

En cuanto al PSOE, el resurgimiento de ese partido fue el resultado de la capacidad olfativa de ese grupo de intelectuales postmodernos, necrófilos políticos en proceso de metamorfosis liberal encubierta. En palabras de Ortiz, ese

<<...grupo de jóvenes ambiciosos, procedentes en su casi totalidad de formaciones políticas hostiles a la Internacional Socialista, (que) , se hizo con el control de las siglas del PSOE, relegando a quienes fueron hasta entonces sus depositarios, con la excepción de Nicolás Redondo, que cumplió en aquella conquista la función del caballo de Troya.>> [8] ( Ibíd. Lo entre paréntesis es nuestro)  

Ortiz se pregunta por qué aquellos jóvenes pusieron tanto empeño en fagocitar un cadáver político como era en esos momentos el PSOE. Y contesta:

<<No pudo ser, desde luego, por el capital de prestigio político que esas siglas les aportaban: a la sazón, el PSOE era un perfecto desconocido en la lucha antifranquista práctica. Tampoco porque ello pusiera en sus manos una fuerza militante de importancia: los miembros del PSOE eran un puñado en toda España, muchos de avanzada edad, y vivían en una inactividad política casi total. Lo único interesante que les aportaba encaramarse a la dirección del Partido Socialista Obrero Español era, lisa y llanamente, que con eso se les abrían las puertas de la Internacional Socialista. Lo que quería decir dos cosas que habrían de ser fundamentales algunos años después: la primera, que podían contar con una financiación ilimitada; la segunda, que iban a gozar de un acreditado respaldo internacional, incluido el de varios poderosos gobiernos de la Europa occidental.>> (Ibíd)

Mientras Franco agonizaba, el PSOE todavía no pasaba de ser un nutrido grupo de intelectuales arribistas con ínfulas de dirigentes sin apenas base social que dirigir: un barco político con mucha proa y poca popa. Cualquier grupúsculo izquierdista contaba con diez veces más afiliados que ese. No obstante, a los ojos de una clase obrera hastiada del franquismo pero hecha por el PCE a la estupidez política de la “democracia” republicana, sin más vocación de poder clasista que pasar a ser representados por una “clase política burguesa ilustrada, el PSOE se presentaba tocado con una aureola de respetabilidad internacional que les resultaba tanto o más atractiva que a la franja social de profesionales, verdaderos pusilánimes políticos con ideas antifranquistas interesados en hacer de la política un cómodo medio de vida sin arriesgar ni lo que sobra de una uña, en momentos que militar activamente podía pagarse con la cárcel. Eso es lo que les ofrecía el PSOE y por eso fueron nutriendo sus filas, porque Felipe González y compañía no necesitaban para nada militantes que expusieran su libertad y hasta sus propias vidas engrosando manifestaciones callejeras y organizando huelgas. Lo que querían eran cuadros, futuros burócratas políticos que supieran recorrer la transición montados sobre la ola de los movimientos de masa de magnitud, para que, cuando hiciera falta, pudieran capitalizar todo eso comicialmente y acabar realizando todos los sueños políticos y económicos de sus vidas, convertidos en directores generales, secretarios de Estado, ministros o presidentes de gobierno. Y de eso tuvieron mucho, y lo tuvieron pronto:

<<De hecho, mientras en los primeros setenta los demás partidos políticos se empeñaban en consolidar sus organizaciones, en captar militantes y en llevarlos a la lucha contra el franquismo, el PSOE de González y Múgica —que entonces tenía mucha más importancia que ahora, dadas sus excelentes relaciones con la socialdemocracia alemana y sueca— se dedicaba sobre todo a las relaciones exteriores. Otros iban captando militantes; ellos captaban amigos importantes (Willy Brandt, Olof Palme)..., y fondos. En el interior, se limitaban a presentar esos pasaportes internacionales para ser admitidos en las conspiraciones que se celebraban por las alturas. Lo magro de su afiliación les importaba bien poco. Ésa es una de las razones que explica que ninguno de los actuales dirigentes del PSOE llegara a pisar nunca la cárcel (lo hizo Múgica, pero cuando todavía militaba en el PCE).>> (Ibíd)

 Si el PCE ha llegado a semejante grado de putrefacción política y sin embargo sigue siendo la representación política de la clase obrera española más avanzada, ¿cómo pensar en la posibilidad de que, en semejantes condiciones ideológicas y políticas, esos asalariados puedan comprender cualquier texto marxista? Sencillamente, en las presentes circunstancias no pueden porque no quieren, porque han sido educados durante décadas en el desprecio por la teoría y por la política revolucionaria; porque siguen pensando con la cabeza de sus patronos. La burguesía puede conseguir esto, pero lo que no ha podido ni podrá conseguir jamás, es evitar que los obreros, mucho o poco, dejen de luchar contra ellos en todo momento. Y en este continuo histórico, el de las luchas de los asalariados y el de la tenacidad de los revolucionarios por mantener vivos los principios del materialismo histórico, está la clave de que la teoría revolucionaria vuelva a ser permeable a la conciencia de los explotados. Mientras tanto, dejemos que los periodistas del “Marca” hagan su trabajo, que para eso les pagan, compañero Miguel.      

Esta intelectualidad tipo PCE, políticamente corrompida hasta los tuétanos, oportunista, arribista, burocrática, contrarrevolucionaria, correa de transmisión ideológica y política del capitalismo en el movimiento de los asalariados, siempre acechará conspirando al interior de sus organizaciones; incluso después de la toma del poder dentro del mismo Partido Revolucionario. El ejemplo de Stalin es la confirmación de este aserto histórico. Por tanto, ellos son los principales enemigos de la revolución. Para derrotar al capitalismo, pues, la vanguardia revolucionaria deberá saber combatir con eficacia a estos agentes de la burguesía en la conciencia política de la vanguardia amplia y de la propia vanguardia revolucionaria. De ahí la importancia decisiva del Materialismo Histórico como guía para la acción política revolucionaria, lo cual explica el odio y el desprecio que profesan por esta teoría los oportunistas.

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[7] Por si entre los lectores de este documento hubiera alguien que, a pesar de estos datos elocuentes siguiera creyendo en la democracia burguesa como la representación más pura y genuina de la voluntad popular, avisarle de la conclusión a la que ―según reportó "El País" en su edición del 30 de setiembre de 1994―, arribó el jefe de la mayoría demócrata en el senado de los EE.UU. con respecto al régimen  comicial  de ese país, considerado el  non plus ultra en todo el Mundo. Notoriamente desmoralizado ante el rechazo de su proyecto de ley que intentaba corregir la tendencia al triunfo de los partidos que más dinero dedican a financiar sus campañas electorales, el senador George Mitchell sentenció de modo insuperable: <<El dinero domina el sistema, el dinero invade el sistema, el dinero es el sistema>>. (subrayado nuestro).

[8] La alusión metafórica de Ortiz a la función que cumplió el sincero socialdemócrata Nicolás Redondo (padre), es tan precisa, como la analogía entre la necesidad de los micénicos respecto de la conquista de Troya en aquellos tiempos, y la de los burgueses liberales españoles respecto de la conquista del Estado desde fines de la década de los sesenta. En efecto, Troya dominaba el estrecho de los Dardanelos, que comunica el Mediterráneo con el Mar Negro, y además las costas del Asia Menor, lo que la hacía gozar de un monopolio comercial. Para los aqueos —que se abrían cada vez más al comercio—  Troya era, pues, un obstáculo, y ante tan poderosos argumentos comerciales, se unieron bajo el mando de Agamenón para apoderarse de aquella ciudad-Estado. Según la mitología, los aqueos vencieron gracias a un ingenioso truco: construyeron un gran caballo de madera y lo dejaron en las afueras de la ciudad. La curiosidad de los troyanos hizo que el caballo fuera arrastrado al interior de Troya, pensando que el ejército griego se había retirado. Pero lo que no sabían era que dentro del caballo estaban escondidos los soldados griegos, quienes saltaron desde el interior atacando a todos los troyanos y destruyendo totalmente la ciudad de Troya.