4. Los ciclos de la lucha de clases

¿Quiere esto decir que no aspiramos a que los trabajadores en general entiendan las ideas revolucionarias? Si ese fuera nuestro límite y el del resto de la vanguardia revolucionaria, seríamos unos mentecatos y la revolución jamás sería posible. Ciertamente, la conciencia falsa de buena parte de los explotados se resistirá al espíritu revolucionario casi hasta los últimos estertores agónicos del capitalismo, impidiéndoles durante gran parte del proceso de lucha ir con el cuerpo más allá de los límites del sistema. [3]

Pero otra parte no menos importante, sin duda los trascenderá, arrastrada por los movimientos sociales de magnitud creados por la vanguardia amplia; y ese extraordinario torbellino de su experiencia posibilitará que su conciencia descubra la necesidad de luchar por su poder de clase. Así sucedió en anteriores revoluciones y así volverá a ocurrir. Pero esto sólo se producirá después de que las actuales condiciones económicas desfavorables de la lucha, se tornen favorables. Para eso, salvo acontecimientos imprevisibles de otra índole, debe operarse previamente un nuevo ascenso en las luchas reivindicativas o inmediatas del movimiento social de los explotados, inducido por la propia recuperación del proceso de acumulación en la estructura material del sistema, cuando la situación económica cambie momentáneamente inaugurando una nueva onda expansiva por efecto del incremento sostenido de la tasa general de ganancia y se reduzca el paro, durante la salida de la actual crisis económica. Expansión que se agotará más rápido y será necesariamente más corta que las anteriores, dado que el nuevo proceso de acumulación operará sobre una base técnica y una composición orgánica del capital históricamente superiores.

En un primer momento, durante la recuperación del común negocio burgués de explotar trabajo ajeno, cuando los capitalistas vean que el incremento en sus ganancias compensa su capital acumulado y la inversión de su capital se expansione, aumente la demanda de salarios y el empleo vaya absorbiendo a la población obrera disponible todavía hoy en paro o en condiciones de trabajo precario, la lucha de los asalariados por recuperar sus condiciones de vida y de trabajo perdidas durante la crisis anterior, les devolverá la confianza en sí mismos, en sus propias fuerzas.

En un segundo momento, cuando las condiciones económicas vuelvan a cambiar en sentido contrario a los intereses de los trabajadores —porque una nueva crisis de los negocios obligue a la burguesía a descargar sus consecuencias sobre los asalariados— estos se verán obligados nuevamente a luchar, esta vez para conservar o defender las condiciones de vida y de trabajo ya conquistadas, que la burguesía intentará arrebatarles como tantas otras veces en el pasado a costa de derrotas catastróficas.

Pues bien, la memoria histórica de la lucha de clases enseña que el cambio de carácter de la lucha obrera en ese momento crucial —de defensiva en el terreno económico reivindicativo en ofensiva política— depende de la educación que haya recibido previamente, durante la fase de su lucha por recuperar las conquistas perdidas a causa de su derrota histórica anterior, así como de la orientación táctica y estratégica en cada momento de esa lucha, tareas ambas cuya responsabilidad debe recaer sobre la vanguardia revolucionaria organizada a instancias de la vanguardia amplia.

Esta tarea se verá favorecida por la propia dinámica esencial del capitalismo. En efecto, dado que el principio activo de la burguesía consiste en explotar trabajo ajeno para la acumulación de valor bajo la forma de capital (maquinaria, materias primas y auxiliares y salarios), según progresan las fuerzas productivas es natural y lógico que la masa de capital comprometido en la producción de plusvalor crezca históricamente más que los salarios, se haga, por tanto, relativamente cada vez mayor, al tiempo que el plusvalor aumente, por lógica consecuencia, cada vez menos.

Esto es así, dado que todo progreso en la fuerza productiva del trabajo se mide por la capacidad de un trabajador para poner en movimiento cada vez más eficientes y valiosos medios de producción. Ergo, aumenta históricamente más el empleo de capital-dinero (inversión) en maquinaria y materias primas, que en salarios. Y dado que el plusvalor surge del empleo de los asalariados, a menor masa relativa de capital invertido en salarios, menor será, en términos globales, el aumento del plusvalor respecto del aumento en capital fijo y circulante empleado.

Esta dinámica tiene que llegar a un punto en que el plusvalor obtenido en cada rotación del capital productivo (desde que el producto de valor se crea hasta que se vende para comenzar otra rotación), no compensa la mayor masa relativa de capital invertido. Tal es la causa y origen de las crisis clásicas de superproducción de capital. ¿En qué consiste la crisis, pues? En la consecuencia de esta situación, es decir, en la necesaria desvalorización del capital -incluidos los salarios-, como condición necesaria para una recuperación de la economía capitalista, esto es, del negocio de explotar trabajo ajeno para los fines de la acumulación.

Pero cuanto mayor es la masa de capital incrementado comprometido en el momento de cada crisis, mayor es el tiempo y el grado en que los trabajadores se ven abocados a sufrir las condiciones de la superexplotación para salir de ella. Y cuanto más haya progresado la fuerza social productiva a la salida de cada crisis (los procesos de innovación tecnológica se experimentan durante las fases depresivas del ciclo para ser aplicados durante la siguiente recuperación) más rápido se alcanzará la siguiente crisis de los negocios.

Tal es lo básico, el ABC que la vanguardia amplia debe comprender para llevar adelante su trabajo político entre las masas sin desanimarse. Tal es el trabajo de educación política que la vanguardia revolucionaria debe impartir tenaz y pacientemente al mayor número posible de asalariados honestos e inquietos, a la vanguardia amplia. Frente a esta tarea no hay atajos posibles en el trayecto hacia la revolución.

 

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[3] Esta dificultad de la revolución es tanto más acentuada en los países imperialistas, de mayor desarrollo económico relativo, cuya superioridad económica permite a sus burguesías sustraer buena parte del valor producido en el mundo subdesarrollado. Este desarrollo desigual, a través del comercio internacional, permite que con una cantidad de trabajo (valor) menor contenido en los productos que venden, los países más desarrollados compren a los subdesarrollados una cantidad de trabajo mayor. De este modo, las burguesías de los países desarrollados compran la conciencia de sus asalariados. Por esto Trotsky decía que en los países desarrollados es más difícil la toma del poder, al tiempo que es más fácil llegar al socialismo.