a. El caso español entre 1939 y 1957

Esto no quiere decir que todas las crisis económicas del capitalismo tengan su causa inmediata en la tendencia históricamente decreciente de la relación entre la masa de plusvalor y el capital en funciones. Ésta es la causa formal u orgánica general del capitalismo. Pero hay otras que —aun cuando comprendidas lógicamente en ella— responden a condiciones históricas particulares propias de cada país, y que deben ser estudiadas con el mismo rigor científico para prever el correspondiente desarrollo de la lucha de clases y, de ese modo, aplicar la táctica correcta en relación a la estrategia de poder político.

A los fines de una mejor comprensión de esto último, apelaremos a la memoria histórica para comentar lo más brevemente posible la relación entre la crisis económica de España a fines de la década de los años cincuenta —que inició la decadencia del franquismo— y las luchas sociales y políticas emergentes en este país.

Y lo primero a destacar, es que esta crisis económica no tuvo su causa inmediata en el colapso de la relación entre el plusvalor y el capital invertido. Arrasado y desangrado por la guerra civil, este país vio desaparecer buena parte de su capital humano y, en menor medida su capital físico. Se calcula que el conflicto se llevó por delante la vida de 500.000 trabajadores.

La penuria en bienes de capital y población activa disponible, llevó el hambre aguda a toda su geografía, especialmente a las ciudades. A consecuencia de ello, el régimen furibundamente anticomunista de Franco debió paradójicamente someter el grueso de su población a una especie de comunismo de guerra, regulando el consumo esencial mediante cartillas de racionamiento. Terminada la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. le privó de toda ayuda con cargo a los fondos norteamericanos del famoso “Plan Marshall”. Los países aliados pretextaron que Franco había apoyado a las potencias del “Eje”, y no sólo le privaron de ayuda material, sino que hasta retiraron testimonialmente del país a sus embajadores.

En realidad, esta discriminación de que fue objeto España por parte de la política norteamericana de ayuda a la reconstrucción europea, estuvo determinada por razones exclusivamente políticas de clase. El proletariado español superviviente de la guerra civil, había sufrido una derrota estratégica a manos de su propia burguesía de la que tardaría en recuperarse. Por tanto, ahí no había peligro de revolución. En tales condiciones, el hambre emergente no haría más que reforzar su necesaria desmoralización y desmovilización política. Le mantendría entretenido unos cuantos años en preocuparse por sobrevivir.

El resto del proletariado europeo y Japonés, en cambio, no había sido derrotado como clase; estaba sufriendo las consecuencias de una guerra perdida, a la que fueron arrastrados por sus respectivas burguesías, y eso era objetivamente subversivo, porque esa derrota les abría el camino a su conciencia de que aquella guerra no había sido la suya.

Probando ser plenamente consciente de sus propios intereses de clase, la burguesía internacional demostró en 1944 la importancia política decisiva para una clase social, de tener o no tener memoria histórica. Y, en efecto, la burguesía internacional recordó que la Comuna obrera de París en 1871, tanto como las revoluciones Rusas de 1905 y 1917, así como la Revolución alemana de 1918, habían estallado a consecuencia de emprendimientos bélicos intercapitalistas, en los que las burguesías de esos tres países habían comprometido a sus respectivas clases subalternas y fueron derrotadas.

Por no haber recibido ayuda, pero sobre todo, porque era un país de desarrollo económico relativamente atrasado, al principio España tardó bastante tiempo más que el resto de los países europeos en reconstruir su economía. El capital se acumuló, pero mucho más lentamente; tanto como los asalariados en disponerse a reanudar sus luchas defensivas. [4] En 1960, España estaba en análoga situación a la del resto de Europa en el año 1948, cuando los países involucrados en la contienda comenzaron a recibir las primeras ayudas financieras y se acometía la reposición de su equipo capital.

Teniendo en cuenta, además, que a la guerra civil le siguió de inmediato la guerra mundial, la consecuente interrupción de los intercambios internacionales privó a la burguesía española —que fue eximida de participar en esa guerra— de las importaciones de productos procedentes de sus tradicionales proveedores europeos para atender a su reconstrucción económica.

Como consecuencia de su aislamiento internacional y del estrangulamiento de los cauces normales del comercio mundial para atender a sus necesidades más elementales de explotación del trabajo para los fines de la acumulación de capital, los capitalistas españoles se vieron obligados a implantar la política de autarquía económica o economía de subsistencia, con un alto grado de intervención del Estado.

Acabada la guerra, las inversiones que se realizaron en embalses, regadíos y en el sector industrial, se hicieron exclusivamente con el “esfuerzo español”, es decir, a expensas de sus asalariados supervivientes, con el plusvalor que se les arrancaba para beneficio presente y futuro de la burguesía.

 

éste y el resto de nuestros documentos en otros formatos
grupo de propaganda marxista
http://www.nodo50.org/gpm
apartado de correos 20027 Madrid 28080
e-mail: gpm@nodo50.org



 

[4] Tanto durante la primera como de la segunda mitad de los años cuarenta, los resultados de la evolución económica española arrojaron resultados muy pobres. De 1941 a 1945 el promedio quinquenal de la tasa de crecimiento del producto industrial fue negativo; y en la segunda mitad del decenio de 1940, aunque la tasa de crecimiento del indicador mencionado registró valores positivos, lo más destacable fue su menor grado respecto de la mayor parte de países europeos, incluidos los mediterráneos. Así, considerados en conjunto, los quince años que van desde 1935 a 1950, pueden considerarse de auténtica depresión. Cfr.: http://www.vespito.net/historia/franco/ecofran.html