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Violencia de Estado contra hijas e hijos

Sábado 11 de noviembre de 2023

09/11/2023 Cristina Fallarás Público

Hay asuntos especialmente difíciles de entender, asuntos que, de tan indigestos, nos negamos a mirarlos de frente. Entre ellos está en un lugar muy principal la violencia contra nuestras criaturas, contra las niñas y los niños. Ay. Y sin embargo no solo existe, sino que es habitual. Para empezar, aunque la lista de agresiones es amargamente larga, tan habitual como la violencia contra sus madres. Cuando un padre insulta, veja y humilla a la madre, ejerce violencia contra sus hijos, sus hijas. Cuando le escupe, la viola, la golpea. Cuando la asesina.

Imagino a la pequeña que cada noche oye los gritos de su padre, el “puta”, el “zorra”, el “no vales una mierda”, el llanto silencioso, nunca lo suficiente, de su madre. Imagino al niño que ve cómo su padre golpea a su madre, que la ve en el suelo tapándose la cara, suplicando que pare, esa patada… La violencia que reciben esas criaturas es inconmensurable y modificará sus vidas para siempre, arrastrarán ese trauma y puede que lo reproduzcan, como víctimas o como agresores.

Hasta tal punto es habitual, y hasta tal punto hemos entendido esto, que en 2015 se modificó la Ley de Violencia de Género para incluir como víctimas a las hijas e hijos.

Ahora se analiza el hallazgo del cadáver de un hombre y su hijo en la Sierra de Urbasa, Navarra, por si se trata de lo que venimos llamando un caso de violencia vicaria. La violencia vicaria es un paso más. O sea, que el padre haya matado al hijo para hacer daño a la madre. Pero ese hacer daño a la madre lleva incluida la violencia contra el niño. Siempre. En este caso, hasta el extremo del asesinato. Es el lamentablemente conocido «te voy a dar donde más te duele».

Siempre que lo oigo, me pregunto: ¿No les duele a ellos? ¿Hacer daño a una mujer está por encima de su deber de proteger y amparar a sus criaturas? ¿Está por encima de los sentimientos hacia sus hijos y sus hijas, ese cariño paterno que se les supone? ¿Hasta tal punto les ciega el odio, la misoginia, la venganza, que son capaces de ejercerla sobre sus propios vástagos?

Pienso en Ángela González Carreño, cuyo ex marido, Felipe Rascón, mató de un tiro a su hija Andrea después de que la madre pusiera 51 denuncias, demandas, insistiera en juzgados, comisarías de Policía y Guardia Civil sin descanso durante tres años. Pienso en Itziar Prats, cuya ex pareja, Ricardo Carrascosa, asesinó a cuchilladas a sus dos hijas, Martina y Nerea, en 2018 durante el régimen de visitas. Ella había pedido en varias ocasiones, infructuosamente, medidas de protección hacia las niñas.

Pienso en Juana Rivas, en María Sevilla y María Salmerón, en Silvia Aquiles, Irune Costumero y Sara B. B., señaladas, vapuleadas, violentadas e incluso condenadas por el Estado por proteger a sus criaturas. Las llaman “madres protectoras” y en lugar de ser un apelativo a celebrar, se pronuncia en voz baja, como lo prohibido, como lo apestado. La idea de la “madre protectora”, en España, equivale a jugarte la libertad por no querer dejar a tus hijas e hijos en manos de sus padres maltratadores.

Yo en cambio celebro a esas madres, celebro su coraje y su empecinamiento, celebro que no cejen en su empeño, celebro que se enfrenten a la Justicia con las pocas herramientas que poseen para proteger a sus criaturas de aquellos que las violentan a ellas y a los hijos e hijas.

Y sin embargo, la ministra Irene Montero fue condenada el pasado mes de junio justo por esto que acabo de hacer yo. Denunciaba la criminalización de las madres protectoras celebrando el indulto a María Sevilla, y dijo “lo que están haciendo no es otra cosa que defenderse a sí mismas y defender a sus hijos e hijas de la violencia machista”. Ahora nos hemos enterado de que el Tribunal Constitucional no admite a trámite el recurso de Montero contra la condena por considerar que vulneró el derecho al honor de la ex pareja de María Sevilla.

Montero en ningún momento hizo mención a ese hombre, solo habló de madres protectoras y hombres maltratadores. Él se sintió aludido, él sabrá por qué. En cualquier caso, el castigo infligido por el Poder Judicial contra Montero, contra las madres protectoras, contra las que denuncian a sus maltratadores, contra las que protegen a sus criaturas, el castigo es tal, que una no puede dejar de pensar en la violencia vicaria y las preguntas que anteriormente me hacía.

Porque el Poder Judicial actúa con tal saña contra las madres, con tal desprecio, crueldad y desatención, que se ciega y deja de ver a los niños y las niñas. Su violencia contra las madres es violencia contra los hijos e hijas. Y tal parece que fuera premeditado, que se tratara de un castigo ejemplar, una doma. Si no, no se entiende. Lo de los jueces contra las madres protectoras apesta, encierra algo turbio, flor de cloaca del patriarcado más purulento. Deberían preguntarse por qué castigar a una mujer que protege les parece más importante que velar por la seguridad de nuestras criaturas. Insisto: a una mujer que protege.

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