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Cuando la crítica a Israel es tachada de antisemitismo

Martes 9 de abril de 2024

Académicos, relatores de la ONU y agrupaciones judías que dicen ‘no en mi nombre’ alertan del uso de acusaciones falsas de antisemitismo para acallar las denuncias contra la masacre en Gaza y evitar la presión a Israel

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Manifestantes judíos en una concentración contra la masacre en Gaza en la Estación Central de Nueva York Jews Voices for Peace

Olga Rodríguez 7 de abril de 2024 elDiario.es

Desde el pasado siete de octubre, el miedo a hablar de Gaza y a condenar la masacre en curso es algo que ha sobrevolado el ambiente de buena parte del Norte Global. Las recriminaciones contra voces que señalan las violaciones del derecho internacional por parte de Israel están a la orden del día, y no son pocos los sectores que insisten en subrayar que la crítica a las políticas de ocupación y de apartheid israelíes esconde, de fondo, un odio a la comunidad judía.

En Estados Unidos, Reino Unido, Alemania o Francia el ruido generado por estas acusaciones ha tenido a menudo más protagonismo que los crímenes que se cometen cada día en la Franja, a pesar de la envergadura de los mismos y de los indicios de genocidio que están siendo analizados por la Corte Internacional de Justicia (CIJ, máximo tribunal de la ONU).

Cuando en 2021 el Tribunal Penal Internacional anunció la investigación de la ocupación ilegal israelí como crimen de guerra, el primer ministro Benjamín Netanyahu acusó a dicho organismo de “puro antisemitismo”. Cuando este mes de enero la CIJ aceptó a trámite la demanda por genocidio contra Israel, varios ministros israelíes acusaron a esa corte de ser antisemita.

Cuando hace unos días la relatora de Naciones Unidas Francesca Albanese presentó su informe sobre Gaza, titulado “Anatomía de un genocidio”, voces israelíes y el portavoz del Departamento de Estado de Estados Unidos la acusaron de tener “un historial de comentarios antisemitas”.

Esta semana, varios relatores de la ONU salieron en defensa de Albanese, destacando su compromiso con los derechos humanos y alertando sobre la falsedad de tales acusaciones, con las que se ha pretendido desestimar su informe, en el que se indica que hay motivos razonables para creer que Israel está cometiendo genocidio en Gaza.

En el mismo sentido se han expresado ochocientos cincuenta académicos de varios países del mundo, incluido Israel, integrantes de la organización Academia for Equality. En un comunicado han pedido al Gobierno estadounidense que se disculpe con Albanese por acusarla de antisemitismo “y por poner en peligro su misión”. Además, han subrayado que este tipo de difamaciones “se usan frecuentemente como arma para socavar cualquier crítica a Israel y la defensa de los derechos de los palestinos”.

“Los funcionarios y expertos de la ONU están entre las víctimas más habituales de este tipo de ataques”, ha recordado, por su parte, la analista del Institute for Policy Studies, Phyllis Bennis.

También son objeto de campañas de desprestigio artistas, intelectuales, periodistas o políticos que señalan los crímenes israelíes. La última afectada ha sido la filósofa y feminista Nancy Fraser, judía estadounidense. Su participación en una serie de conferencias en la Universidad de Colonia, Alemania, acaba de ser cancelada por haber firmado un manifiesto de apoyo a Palestina en el que se condena el sistema de apartheid israelí.

El antisemitismo existe en el mundo y es un grave problema. También lo es el uso que se hace de la lucha contra él para justificar crímenes israelíes contra civiles, apartheid y ocupación, con una instrumentalización que daña los derechos humanos de todos, y de las comunidades palestina y judía en particular.

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El director Jonathan Glazer recogiendo el Oscar a Mejor película internacional de este año por ’La zona de interés’ GETTY IMAGES

El crimen como ruido ambiental

El judío británico Jonathan Glazer, director de ’La zona de interés’ –premiada este año con el Oscar a la mejor película internacional– ha sido una de las últimas víctimas de este tipo de tergiversación. Su filme, enmarcado en pleno Holocausto, muestra la vida diaria de un comandante de Auschwitz y de su familia mientras viven en una lujosa casa, situada junto al campo de concentración. Ante su mirada, el genocidio forma parte de la cotidianidad como un asunto insignificante, como un ruido de fondo, ambiental, terroríficamente normalizado.

Glazer ha subrayado que el tema de su película no es sólo el Holocausto, sino algo más duradero y omnipresente: “La capacidad humana de vivir con genocidios y otras atrocidades, de hacer las paces con ellos, de beneficiarse de ellos”. El objetivo del filme es “reflejarnos y confrontarnos en el presente, no para decir ‘mira lo que hicieron entonces’, sino ‘mira lo que hacemos ahora’”.

Cuando recogió su estatuilla, quiso subrayar esa intención ante la Academia de Hollywood: “Comparecemos aquí como hombres que se niegan a que su judaísmo y el Holocausto se vean secuestrados por una ocupación que ha llevado al conflicto a tantas personas inocentes, ya sean las víctimas del 7 de octubre en Israel o del ataque que se está llevando a cabo en Gaza”.

Enseguida llegaron las críticas contra su discurso, con múltiples voces acusando al director de ser antisemita o de haber pronunciado comentarios “moralmente obscenos”. También hubo –como suele ocurrir en estos meses– difamaciones y distorsiones. Gente de presunto prestigio contestó a Glazer modificando el sentido de sus palabras, afirmando que lo que él había dicho es que se negaba a ser secuestrado por el judaísmo y el Holocausto. Esta falsificación se difundió no sólo por redes sociales, también en varios medios de comunicación.

Cientos de artistas de Hollywood firmaron un manifiesto en el que señalaron que “el uso de palabras como ocupación para describir a un pueblo judío indígena que defiende una patria que data de hace miles de años y que ha sido reconocida como Estado por Naciones Unidas distorsiona la historia”. Glazer no empleó la palabra ocupación contra la comunidad judía ni contra sí mismo, la nombró como una realidad que oprime e impide derechos y libertades a otro pueblo, aparentemente invisible ante algunas miradas.

Este tipo de tergiversaciones intentan que el foco no se coloque sobre los crímenes, sino sobre quienes critican dichos crímenes. Ante las críticas a Glazer, la organización estadounidense Voces Judías por la Paz destacó que los detractores del director de ’La zona de interés’ “no quieren más que desviar nuestra atención del genocidio de palestinos perpetrados por el Gobierno israelí”.

Más de cien intelectuales y artistas judíos han salido en defensa de Glazer, con la firma de dos manifiestos que apoyan sus palabras. Otros lo han hecho a título individual, como el guionista y dramaturgo judío estadounidense Tony Kuschner, quien ha destacado que “el judaísmo, la identidad judía, la historia judía, la historia del Holocausto, no deben usarse en una campaña como excusa para un proyecto de deshumanizar o masacrar a otras personas. Esto es una apropiación indebida de lo que significa ser judío, de lo que significó el Holocausto, y [Glazer] lo rechaza”.

El director del Memorial de Auschwitz, Piotr Cywinski, o el politólogo judío estadounidense Barnett Rubin también han reivindicado el discurso de Glazer. “Cuando se usa el Holocausto para justificar el desafío al derecho internacional humanitario, se está secuestrando el Holocausto”, ha escrito Rubin.

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Basel Adra y Yuval Abraham, palestino e israelí, codirectores del documental ganador en la Berlinale Efe

Otras voces judías acusadas de antisemitas

El Festival de Cine de Berlín, la Berlinale, también contó con su propia polémica, dentro del marco que pretende estigmatizar la defensa de los derechos humanos de la población palestina.

Basel Adra y Yuval Abraham, palestino e israelí respectivamente, codirectores del documental premiado ’No Other Land’, mencionaron la presión que sufre la población palestina. Abraham señaló que, por ser israelí, disfruta de derechos y libertad de movimiento, “mientras que Basel, como millones de palestinos, está encerrado en Cisjordania. Esta situación de apartheid y desigualdad tiene que terminar”.

Estas simples palabras provocaron enfado y reacciones en sectores institucionales en los que, nuevamente, el reproche a las violaciones del Gobierno israelí se equiparó a antisemitismo. Abraham y su familia, judíos, fueron objeto de insultos y amenazas.

“Recibo amenazas de muerte y he tenido que cancelar mi vuelo de regreso [a Israel]. Esto me ocurre desde que medios israelíes y alemanes calificaron absurdamente de antisemita mi discurso en la Berlinale”, informó Abraham.

“Políticos alemanes me etiquetaron de antisemita. ¿Por qué? ¿Por pedir igualdad entre israelíes y palestinos? ¿Por usar la palabra apartheid, que debería ser de sentido común para describir este sistema de desigualdad?”, se preguntaba este viernes pasado.

Acallar críticas a Israel

En Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Alemania, numerosas protestas contra la masacre en Gaza y la ocupación ilegal son señaladas y criminalizadas. Eslóganes como ‘viva Palestina libre’ o ‘Israel comete genocidio’ han sido tachados de antisemitas y tergiversados en redes sociales y en algunos medios de comunicación.

El pasado mes de noviembre, el Congreso estadounidense aprobó una resolución no vinculante que equipara –faltando a la verdad– antisionismo con antisemitismo. Fue propuesta por dos republicanos y votaron en contra algunos integrantes del Partido Demócrata, incluido el diputado judío Jerry Nadler. Tras su aprobación, el director ejecutivo del Comité estadounidense contra la discriminación árabe, Abed Ayoub, señaló que “según los miembros del Congreso, puedes criticar a EEUU libre y abiertamente, pero no puedes criticar a Israel o al Gobierno israelí, eso es antisemitismo”.

Judíos antisionistas

Cientos de miles de judíos en todo el mundo rechazan públicamente la perpetuación de un sistema de ocupación ilegal y de apartheid, y no por ello son antisemitas. Muchos son judíos laicos que protestan con el eslogan ’no en mi nombre’. Otros son grupos de ultraortodoxos, que se consideran antisionistas porque creen que refundar un Estado judío por la fuerza en Tierra Santa es una violación de la voluntad divina. Según el discurso institucional alemán, británico o estadounidense, entre otros, todos ellos serían antisemitas.

La organización de izquierdas estadounidense Voces Judías por la Paz –que ha organizado varias protestas contra la ocupación israelí y la masacre en Gaza– es una de las agrupaciones judías antisionistas del mundo, y eso no significa que proclame la persecución de los judíos o que se odie a sí misma. En su página web señala que “el sionismo que se afianzó y se mantiene hoy es un movimiento colonial de colonos, que estableció un Estado de apartheid donde los judíos tienen más derechos que otros. Nuestra propia historia nos enseña lo peligroso que esto puede ser”.

Frente a ese modelo, sus integrantes defienden un Estado plenamente democrático donde “todos, incluidos los palestinos y los judíos israelíes, puedan vivir sus vidas libremente en comunidades vibrantes, seguras y equitativas”. Noam Chomsky, Naomi Klein o Judith Butler, por citar algunos nombres de pensadores judíos, también se definen como antisionistas.

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Protesta en Washington protagonizada por agrupaciones judías antisionistas

“Israel es un régimen colonial y de apartheid que ha desarrollado una cultura de racismo en nombre del judaísmo”, denuncia la académica judía israelí Nurit Peled, autora de varios libros, en los que alerta contra la educación israelí que “deshumaniza a los palestinos”. “Aquí hay un Estado ocupante y un pueblo ocupado, y denunciarlo no es ser antisemita”, señala.

“El sionismo predominante hoy en día es racismo. Israel no puede ser dos cosas. O es un Estado democrático para todo el mundo o es un Estado racista”, indica el historiador británico israelí Avi Shlaim.

Una encuesta realizada en 2021 mostró que uno de cada cuatro judíos estadounidenses está de acuerdo con la afirmación “Israel es un Estado de apartheid”. Entre los judíos menores de cuarenta años, el resultado fue uno de cada tres. “Puedes decirte a ti mismo que uno de cada cuatro judíos estadounidenses es un antisemita que se odia a sí mismo. Pero sólo puedes adoptar esa posición si estás dispuesto a ignorar todo lo que dicen los críticos judíos del sionismo cuando se les pide que expliquen su posición”, escribió el profesor Ben Burgis.

Deslizarse hacia la oscuridad en Gaza

La filósofa judía rusa-estadounidense Masha Gessen, galardonada con el último Premio Hannah Arendt, nos invitaba en diciembre a reflexionar sobre cómo hay voluntades y procedimientos de deshumanización que obligan a advertir de que los peores crímenes del pasado podrían repetirse en el presente, y cuán importante son las herramientas que nos ayudan a reconocer los primeros indicios para prevenir horrores mayores. Lo hizo en un artículo publicado en The New Yorker, titulado A la sombra del Holocausto. Su postura provocó rechazo en algunos sectores sionistas, que la acusaron de antisemitismo, y los organizadores del Premio Hannah Arendt decidieron anular la ceremonia de entrega de su galardón.

“Para cumplir la promesa del ’nunca más’ tenemos que estar constantemente comprobando si una vez más nos estamos deslizando hacia la oscuridad, lo cual creo que es algo que está sucediendo hoy en Gaza”, explicó Gessen posteriormente. “El antisemitismo a menudo se define como una crítica a Israel, en vez de como ataques y acoso antisemitas reales”, añadió.

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Manifestantes judíos en Atlanta piden un alto el fuego inmediato y denuncian los crímenes en Gaza Jews Voices for Peace

Los verdugos eximidos

La banalidad del mal teorizada por Hannah Arendt está normalizada desde las más altas instancias del poder mundial, incluso en el modo de excusar a los verdugos y de culpar a las víctimas. En su libro ’Eichmann en Jerusalén’, la filósofa judía describió el proceso por el que los autores de los crímenes se eximen de toda responsabilidad, ateniéndose a las órdenes y a los procedimientos burocráticos, y depositando en sus víctimas la capacidad de convertirlos en ejecutores de lo que ellos no desean hacer, pero ellas les obligan a hacerlo.

El verdugo no desea cometer el crimen, pero la pertinaz insistencia de las víctimas no solo en existir, sino incluso en ser –es decir, en tener derechos, identidad, memoria, justicia, libertad– les obliga a hacerlo.

Como señalaba la pasada semana la congresista estadounidense Alexandria Ocasio-Cortez, en referencia al bloqueo de ayuda humanitaria por parte del Gobierno israelí, “no se está combatiendo contra Hamás al precipitar el hambre en Gaza. Las acciones de Hamás no justifican obligar a cientos de miles de personas a comer hierba mientras sus cuerpos se consumen”.

No es un conflicto religioso, sino político

Lo que ocurre en Israel y Palestina no es un conflicto religioso, sino político. Está atravesado por el colonialismo y la ocupación ilegal israelí y por un sistema desarrollado de apartheid contra la población palestina. Israel es señalado porque viola de forma sistemática, y con enorme impunidad, los derechos humanos y la ley internacional humanitaria. Extraer de la ecuación este hecho, que es el eje vertebral de toda la historia, pretende alejar el foco de los crímenes.

Si criticar la ocupación ilegal, las violaciones de las resoluciones de la ONU, las matanzas, los arrestos sin cargos y el apartheid de Israel es antisemita, ¿sería projudío ocupar ilegalmente, violar la ley internacional, llevar a cabo masacres, apartheid y deshumanizar a un pueblo? La respuesta, obviamente, es no, tanto a la premisa inicial, como a la pregunta final.

¿Son antisemitas los cientos de miles de judíos antisionistas que en EEUU dicen ‘no en mi nombre’ y que condenan la masacre, la ocupación y el apartheid? ¿Son antisemitas las personas que tienen capacidad de ver a los palestinos y de defender sus derechos? ¿Lo son los judíos que creen que otro modelo de Estado es posible, como otra Sudáfrica sin apartheid fue posible?

Tachar de antisemitismo a defensores de los derechos humanos es un insulto a las víctimas del antisemitismo real y a la inteligencia de cualquier pueblo. Las políticas del Gobierno israelí no representan a la comunidad judía del mundo, ni viceversa. Si la potencia ocupante fuera un Estado católico, en vez de un Estado judío, las denuncias contra sus crímenes serían las mismas y, como es lógico, el pueblo palestino también se opondría a las matanzas, la ocupación y la violación sistemática de sus derechos.

Si criticar los crímenes israelíes y adoptar medidas de presión para detenerlos es antisemitismo, la única opción que nos queda es el silencio y la permisividad ante la primera masacre –investigada por genocidio– que la humanidad contempla en tiempo real desde cualquier rincón del mundo. Y así, de este modo, han ido pasando las semanas y los meses, sin una medida política contundente, con representantes públicos y medios de comunicación enredados en el laberinto que exime de los crímenes a los verdugos y facilita la continuación de las atrocidades.

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