Xarxa Feminista PV

Las solidaridades selectivas

Viernes 12 de abril de 2024

LEILA NACHAWATI, Escritora y profesora de comunicación, especialista en Oriente Próximo 10/04/2024 Público

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Una mujer musulmana indonesia sostiene un cartel durante una manifestación y oración en apoyo a los palestinos en Gaza, en Yakarta, Indonesia, el 7 de abril de 2024. REUTERS/Willy Kurniawan

Hace unos días, un amigo especialista en relaciones internacionales me envió su último artículo de opinión, un análisis sobre Rusia y Ucrania centrado en cómo Putin está arrastrando a Europa y al resto del mundo a un abismo de guerra e impunidad. En un automatismo que he incorporado en los últimos meses, consulté sus últimas actualizaciones en redes sociales, donde me encontré la lista habitual de comentarios y reflexiones sobre Rusia, y ni una sola mención al genocidio que está ejecutando Israel en Gaza y que a todos se nos ha otorgado la espantosa capacidad de seguir en directo.

Mi amigo, poseedor de una gran capacidad crítica de las injerencias rusas, no ha emitido una sola palabra de condena de los asesinatos por parte de Israel de decenas de miles de personas -periodistas, trabajadores humanitarios, personal sanitario, y civiles palestinos en general, la gran mayoría niños y niñas-. Sus únicas referencias a Gaza han sido unos cuantos mensajes en los que señala a Hamás como único responsable de la situación actual de la Franja.

No es el único. En estos meses han sido muchos quienes, tras solidarizarse activamente con las víctimas de las agresiones rusas en Siria o Ucrania, guardan un silencio tenaz ante las flagrantes violaciones contra los derechos humanos cometidas por Israel. Su silencio deja claro algo descorazonador: no eran las violaciones sufridas por la población siria o ucraniana lo que les motivaba, sino el eje geopolítico (el liderado por la Rusia de Putin) en el que se encuadraban sus agresores.

Algo similar vivimos quienes en 2011 y en los años posteriores defendimos el derecho de las poblaciones de Oriente Medio y Norte de África a reclamar libertad, dignidad y justicia en el marco de las protestas y procesos revolucionarios que sacudieron la región. Vimos entonces cómo personas con las que nos manifestábamos contra la invasión estadounidense de Irak o los bombardeos israelíes contra Palestina y Líbano nos daban la espalda, desde ese planteamiento del mundo como un gran partido de fútbol en el que hay que elegir un equipo al que mostrar apoyo incondicional.

No solo no condenaban represiones tan brutales como la desatada por Asad en Siria, convertida en un matadero humano en el que se tortura a escala industrial, sino que acusaban a las víctimas de traición y de "hacerle el juego a Estados Unidos". "Asad es un mal menor", llegó a decirme un antiguo compañero, con la ligereza de quien sabe que no sufrirá las consecuencias de esos supuestos males menores. Quedó igualmente claro entonces que no eran las violaciones sufridas por la población palestina o iraquí lo que les motivaba, sino el eje geopolítico (el liderado por Estados Unidos e Israel) en el que se encuadraban sus agresores.

Hace unas semanas recibí una invitación a una reunión con Francesca Albanese, la relatora especial de Naciones Unidas sobre los territorios palestinos, que había acudido a Madrid como parte de una gira mundial en la que buscaba reunirse con miembros de la academia, medios de comunicación y otros representantes de sociedad civil. Los organizadores del encuentro, representantes de un partido de izquierda española activo en la solidaridad con Palestina, me invitaron a formar parte de la reunión de académicos "por mi posicionamiento en contra del genocidio y la ocupación". Me bastó una breve búsqueda en redes sociales para comprobar que esos mismos organizadores formaban parte del club de acérrimos defensores del régimen sirio, o dicho de otro modo, de quienes no ven problemático jalear a un genocida mientras condenan a otro.

En esa misma reunión los organizadores insistieron en la importancia, en el contexto de la lucha contra la ocupación y de las diferencias dentro de los movimientos de resistencia, de "centrarnos en lo que nos une". Y esa es precisamente la pregunta que cabe hacerse, hoy más que nunca: ¿Qué es lo que nos une? Si no nos une la defensa de los derechos humanos, de la dignidad de los pueblos y de las personas, si no nos une la defensa de la vida ante los enemigos de la humanidad, ya tengan el rostro de Putin, de Asad o de Netanyahu, ¿qué nos une realmente?

Ante la pérdida de brújula ética y moral que supone alinearse con ciertos criminales o genocidas mientras se condena a otros, hay quienes lo tienen claro y nos muestran el camino. Son personas como la abogada Nura Ghazi, cuyo marido, el sirio-palestino Basel Khartabil, pionero de la comunidad de software libre en Siria, fue asesinado por el régimen por haber participado en manifestaciones pacíficas. Ghazi, que lucha contra la impunidad en su país junto con el resto de mujeres del Foro de Familias por la Libertad, es un ejemplo de defensa de la vida y la dignidad que no entiende de ejes.

También lo son personas como Wael Dahdouh y los cientos de periodistas palestinos que representan la dignidad frente a la barbarie, las de la red de intelectuales, activistas y artistas ucranianos por Palestina, los judíos supervivientes del Holocausto que se posicionan contra la instrumentalización del Holocausto para ejecutar un genocidio contra el pueblo palestino o los hombres y mujeres presos en la cárcel de Evin, Irán, que desde su encierro se atrevieron a escribir estas líneas:

Los gobiernos, indiferentes al sufrimiento de las personas provocado por las guerras, obstruyen los movimientos populares y revolucionarios. Condenamos el genocidio y la deshumanización de Israel hacia el pueblo palestino, también la naturaleza reaccionaria de Hamas y la instrumentalización de su pueblo, así como los gobiernos regionales que lo respaldan y los partidarios imperialistas que se benefician de esta guerra cruel. Nuestra posición es la de un esfuerzo activo para cultivar una ala contra la guerra en el corazón del movimiento revolucionario: "Mujer, Vida, Libertad".

Ellos y ellas son nuestra brújula en estos tiempos de impunidad desatada. Los demás, los que elegís como quien deshoja pétalos de una margarita qué poblaciones merecen o no ser bombardeadas según el eje en que se encuadren: no sois mejores que aquello que criticáis. Habéis contribuido de forma activa a ese aumento del umbral de la impunidad que nos deja desamparados a todos, un aumento que sólo puede abordarse desde posicionamientos basados en la defensa de la vida y no de ejes e intereses geoestratégicos.

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