Sábado 13 de abril de 2024
La escritora antillana Maryse Condé murió hace pocos días, el 2 de abril, a los 87 años de edad. Autora de una extensa obra y ganadora de varios premios, como el Premio Nobel Alternativo de Literatura en 2018, se convirtió en un referente de la literatura poscolonial en francés. Su última novela publicada en nuestro país en 2023,»El evangelio del Nuevo Mundo» (Impedimenta), finalista del International Booker Prize, es una historia sobre Cristo y sus contradicciones que desborda al realismo mágico.
08-04-2024/POR BERNARDO GUTIÉRREZ Librújula
«Sabía que había nacido en una tierra de tradición oral donde las mentiras suelen cobrar más fuerza que la verdad». Pascal, el protagonista de El evangelio del Nuevo Mundo, se asoma a la clarividencia de los primeros pensamientos propios de la adolescencia: «Un buen día, empezó a prestar atención a los rumores. Al fin y al cabo resulta bastante más agradable ser hijo de Dios que de un mendigo». Estas dos frases encierran la esencia y leit motiv de la novela. La etiqueta de «realismo mágico» que se suele colgar sobre la obra de Maryse Condé, oriunda del territorio ultramarino francés de Guadalupe, sirve hasta cierto punto: es una atmósfera, un escenario tropical, una imaginación dinámica, no previsible, que cristaliza en formas de vida algo desmesuradas, especialmente la de Pascal. Sin embargo, esta novela desborda al realismo mágico, que supuestamente justifica cualquier trama o escenario desaforados. En las analogías bíblicas de El evangelio del Nuevo mundo encontramos la principal intención de la autora.
Los rumores que atribuyen a Pascal cualidades divinas componen una narrativa infalible: fue recogido de bebé en una cesta por una familia (un Domingo de Pascua), cura a los enfermos, consigue pesca en abundancia. La historia desplegada con maestría por Condé, poco a poco, va colocando al supuesto heredero de Dios en encrucijadas. ¿Enviado de qué Dios, en una isla como Martinica en la que el catolicismo convive con religiones africanas vivas, musulmanes y prácticas budistas? Además, Pascal va saliéndose de los rieles reservados para los profetas. Es mujeriego, bebedor. Y un rebelde con causa que se enfrenta tanto al gran empresario de la isla como a comunidades hippies alternativas paz-y-amor, dominadas por falsos gurús.
En una entrevista en un medio español, Condé daba algunas pistas sobre el origen de la novela: «Hace mucho tiempo leí la relectura de La Biblia de José Saramago. Quería hacer como él, pero no me atrevía. Después de él, J. M. Coetzee y Amélie Nothomb escribieron ficciones que son reescrituras de la vida de Jesús. Así que me sentí liberada». El periplo de Pascal, desternillante y profundo, crítico con el norte global y ambiguo, emana cierta desesperanza. Cuando el protagonista podría quedarse en su tierra natal como acomodado enviado divino, descubre quién era su padre (Corazón Tejara) y sale en su busca por la geografía brasileñas.
El desencadenante propicia la historia dentro de la historia, una trama B que va tomando cuenta de las páginas, que lo invade todo y que podría ser la trama. Corazón Tejara, dentro de la rumorología a la que se entrega Pascal, es un gurú espiritual que edificó su reino en una pequeña isla de Brasil, Asunción. Una isla inexistente en la realidad. El detalle no es trivial: Condé inventa diferentes regiones imaginarias para redondear el ya inabarcable Brasil. Isla Asunción y la pequeña ciudad de Castera funcionan en la novela como territorios de un posible futuro. Un futuro incompleto, irregular, diezmado por el colonialismo que mueve los hilos del mundo. Pascal, durante su viaje existencial, va tropezándose con personajes que no encuentran interés en las obras de Gustave Flaubert, Émile Zola, Jean-Paul Sastre o Simone de Beauvoir, pero que caen rendidos al Manifiesto antropófago del brasileiro Owsald de Andrade o a la espiritualidad de la India. La novela está repleta de guiños, como la existencia de las «subalternas», jovencitas vestidas con ropas escarlatas (clara referencia a El cuento de la criada de Margaret Atwood) que fracasaron en los estudios y sirven a familias bien. La novela, lejos de ser una reinvención tropical de la vida de Cristo y del contenido de la Biblia, acaba siendo un relato-puñetazo, un dardo-narrativa, un texto de cuya ironía no se salva nadie.
A pesar de la desazón que aflora de sus escenas, de El evangelio del Nuevo Mundo es también una exaltación al amor, como queda patente al final del libro: «Entendieron que el amor entre dos seres humanos, ese amor que hace latir un corazón por otro, es el único que permite a las personas soportar el dolor, las desilusiones y todo tipo de afrentas».
El último mensaje que la escritora guadalupeña nos dejó a sus lectores.