Xarxa Feminista PV

¿Se acabó?

Domingo 10 de septiembre de 2023

María Jiménez fue siempre una vacuna contra la tristeza. La alegría de vivir como forma de resistencia. Su fuerza le viene de esa rabia que calificaron de infantil. Un don, me atrevería a decir

Aurora Fernández Polanco 8/09/2023 CTXT

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María Jiménez resuena. En eso estriba su fuerza. / Carátula del álbum.

“Se acabó”. Dicen algunas semblanzas de estos días que el estribillo de una de las canciones más conocidas de María Jiménez corría ya entonces, revolucionario como un reguero de pólvora, entre las mujeres de los años setenta. Una especie de hashtag avant la lettre. Fue sin duda un grito popular esperanzador que enganchó a muchas mujeres, pero no suficiente. No “se acabó”, como pudo comprobar en sus propias carnes de mujer maltratada. No la recuerdo tanto ahí, sino ya liberada de un marido violento y una vida personal muy dura en 2002, enfundada en esas plumas de pavo real, empoderada ahora en la postura descarada de la portada del disco en el que canta por Sabina. A sus cincuenta y tantos, le cambió al cantante los adjetivos posesivos de algunas canciones: “Quién hará tu trabajo, debajo de mi falda” y contentaba así a más opciones sexuales. Una diosa. Creo que fue entonces cuando volvió a salir de forma intempestiva la brutal y magnífica María Jiménez de los setenta. Enredada en “La lista de la compra”, irrumpía como no se podía aguantar entre la voz cascada del Lichis con La Cabra Mecánica y aparecía el torrente límpido del pedazo de mujer que era: “Yo que soy tan guapa y artista, yo que me merezco un príncipe, un dentista”.

Se acabó; pero también se acabó de sufrir. No hay más que escuchar “Qué felicidad la mía” junto a Miguel Poveda, cuando en 2020 volvieron a surgir las palmas de sus primeros tangos y ese “me besabas, me abrazabas” que ella dijo como nadie. Y cantaron a dúo con una complicidad que se suele dar entre determinadas generaciones: mujeres que dejan atrás a los señoros y se rodean de jóvenes en muchos ámbitos, y cantan patrás, para que baile la juventud.

Se acabó también de sufrir. María Jiménez ha sido siempre una vacuna contra la tristeza. La alegría de vivir como forma de resistencia. Su fuerza le viene de esa rabia que califican de infantil, una coña marinera dedicada a todo, un descreimiento, un don, me atrevería a decir; la búsqueda de un buen vivir muy de piel y de olor a tomatito recién cortado que muchas feministas reivindican hoy. Con su poquito de fiesta. Allá cada cual, con sus drogas, no vivimos en la cuadrícula cartesiana, sana y protestante de los cuadros del gran Vermeer. Estamos en Triana, Zahara de los Atunes o… yo seguiría diciendo pueblos más pa to’s los laos, pero no quiero problemas con el Reino.

Me coge su muerte con un libro en las manos de otra mujer de su generación, una grande, Francoise Vergés. La teórica feminista decolonial no ha dudado en recuperar una frase del escritor antirracista Frantz Fanon de 1961: Programa de desorden absoluto (‘Programme de désordre absolu’, Paris, La Fabrique, 2023). Es cierto que trata de algo que no viene al caso, como es la descolonización de los museos, pero si lo traigo aquí es porque me parece que el “se acabó” y el “desorden absoluto” vuelven desde el ayer al hoy de la mano de mujeres que nos invitan a ponerlo todo patas arriba, para que se acabe lo que no debió ocurrir (¡Contigo, Jenni!). Y, qué demonios, también lo traigo aquí porque una busca ya a estas alturas pandilla con la que identificarse.

Esta tarde, a mi admirada artista María Cañas le han censurado en redes su emotivo post por la maravillosa fotografía que le hizo Pablo Juliá a María Jiménez. Retomo sus palabras como cierre: “María Jiménez, musa de lo prohibido y del despecho, indomable, valiente, rompedora, ARTISTA GRANDE, DIOSA, eterna. DEP”.

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