Xarxa Feminista PV

Petar en Navidad

Martes 26 de diciembre de 2023

DIANA LÓPEZ VARELA 25/12/2023 Público

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Una señora paga con un datáfono las compras en los Mercados de Abastos antes de la Navidad. Joaquin Corchero / Europa Press

Siempre he pensado que la Navidad es una época dada a las crisis, que todo el frenesí y los buenos deseos esconden también un poco de rabia y de resignación. Rabia, porque una no acaba el año tan empoderada ni con tantos objetivos cumplidos como se había propuesto. A estas alturas queda claro que el tiempo es oro, y que el tiempo de los hombres y de las mujeres cotiza en mercados diferentes. El nuestro, el de las mujeres, debe de valer bastante menos, y por eso lo andamos regalando con 15 horas semanales más de trabajo doméstico, para que nuestros compañeros lo puedan invertir en ascensos, vida social, competiciones deportivas, reparto de dividendos o algo tan básico como dormir. Y resignación, porque la mayoría nos seguimos callando por las mismas cosas desde hace 10, 20 ó 30 años, y llega un punto en donde hasta Papá Nöel sabe que tiene línea directa con nosotras, cual Elena Francis. Si no fuese por la inmensa capacidad femenina para soportar los marrones ajenos, por la complacencia en la que hemos sido instruidas, y por unos cuantos episodios de Sexo en Nueva York, el capitalismo perecería de puro egoísmo masculino.

Ya se oyen las muestras alegría, los brindis y las felicitaciones de Año Nuevo, que culminarán con una resaca de trabajo extra para muchísimas mujeres. Ya se ven llegar los Reyes, los regalos y los dulces, las uvas y el cava, y por ahí vienen también los encargos de última hora, las colas infinitas, la calculadora echando humo, el repaso al stock de platos y de copas, y encontrar ese juguete que está agotado desde el Black Friday. Ya va tocando ver al cuñado, al hermano o al padre de familia sentados con un testículo cerquita del otro, y unos cerca de los otros -en los mejores sitios, eso desde luego- mientras sueltan algún comentario casposo sobre el físico de una presentadora de televisión, de una compañera de trabajo, o de su sobrina de 14 años. Serán millones los hombres parapetados estos días detrás las pantallas de sus móviles, mirando la televisión al compás del chupchup de las almejas, y conversando plácidamente sobre negocios, geopolítica, adelantos electorales, la última excentricidad de algún millonario, fútbol y, por qué no, crianza respetuosa. Ellos debatirán mientras la comida y la bebida llegan hasta la mesa tiradas por trineos invisibles que aterrizarán en sus platos mágicamente a la hora prevista. Como manda la tradición.

Estos días, da gusto ver lo bien que se llevan los tíos entre ellos, en cenas familiares o en reuniones de empresa, siempre con una sonrisa puesta y haciendo gala de esa hermandad que tan bien caracteriza a los hombres de cualquier edad o condición. No como nosotras, que por cualquier insignificancia andamos con suspicacias o malos rollos, como discutir a quién le tocaba recoger esta semana al crío de la guardería, o cuál tiene el privilegio de entrar media hora más tarde para ir a la pediatra. Ya va tocando también ver a esos mismos hombretones quedándose dormidos como bebecitos de teta en un sofá o en un sillón, embriagados de comida y de bebida, mientras las mujeres siguen trajinando en la cocina, limpiando la mierda y dejando todo resplandeciente para la siguiente celebración. Por supuesto, también habrá niños molestos reclamando su atención. Son esos mismos niños, los que llevan sus apellidos y que no hay dios que los aguante porque, recalcan algunos, sus madres y sus abuelas los tienen cómo los tienen. A todo esto, podemos llamarlo abuso y machismo, pero en estas fiestas es mucho mejor llamarlo "la magia de la Navidad".

En nuestro corsé de feminidad va incluido todo un arsenal de autocontrol que permite a la otra mitad de la población vivir con una liviandad y una tranquilidad que también repercute en la salud. En general, las mujeres tenemos el doble de posibilidades de sufrir trastornos de ansiedad y ataques de pánico, y en particular, las vacaciones de Navidad son fechas de alta incidencia de estos tipos de trastornos, ya que el estrés y las responsabilidades se multiplican para la mayoría de nosotras durante los periodos estivales. Mujeres ahogadas desde hace semanas entre preparativos, fiestas escolares, compras y lidiar con situaciones familiares de alta tensión. Y todo, con un trabajo de cuidados extra que se ha disparado con hijas e hijos en casa a tiempo completo (muchas veces, enfermos) y también con personas mayores o dependientes al cargo. Por eso, ni en el mejor de los casos, estos días serán todo paz y amor. La alegría de estos días está sostenida con el callado sacrificio de quienes no disfrutan en absoluto de las fiestas, y ni siquiera son reconocidas por ello. Mientras en cada casa una o varias mujeres se desloman para contentar al personal o para que no estalle una batalla familiar, otras más jóvenes observan la escena contrariadas y pronto descubrirán que, antes o después, esta es una guerra que ha de ser librada. ¿Por qué las mujeres no merecen disfrutar de la Navidad en igualdad de condiciones que los hombres? ¿Qué clase de feminismo puede aguantar la servidumbre constante de nuestras madres, de nuestras suegras o la nuestra propia?

Por suerte, en algunas cabezas ya hay una revolución modesta pero imprescindible, la de todas las que preparan su asalto navideño negándose a perpetuar la espiral de recalcitrante machismo en estas fiestas. Mujeres jóvenes que, por ejemplo, se niegan a servir si sus hermanos, primos o padres no lo hacen, o mejor, que les reprochan a la cara la poca vergüenza que tienen. Por cierto, nada más efectivo para conocer a una pareja reciente que observar si esclaviza a su madre, hermanas o cuñadas durante estas fiestas. Si es así, ya puedes huir sin mirar atrás. Pero también en alguna casa -y ojalá sea en muchas- alguna o varias mujeres adultas se pondrán estos días de acuerdo, invocarán el espíritu de la huelga del 18, dirán hasta aquí hemos llegado, señalarán con dedo acusador, dejarán sitio a los exabruptos y a los gritos, levantarán culos o sencillamente permanecerán con el suyo sentado y bien pegado, pidiendo a los presentes que se cocinen lo que les salga de las santísimas pelotas. Todo esto es fácil de escribir, pero difícil de hacer, ya sabemos que la magia de la Navidad va en contra del espíritu destructivo. Por eso, admiro tanto a las mujeres que petan en Navidad, a las que queman el asado con ganas, a las que cogen la puerta y se van, o no dejan entrar, porque suyo es el futuro de la civilización: una más justa, más sana y mucho más feminista.

Pero también está bien reconocer (aunque no es necesario admirar) a los cada vez más numerosos hombres que estos días se ponen al mando de las cocinas, a los que aún con cachondeo machirulo se remangan y colaboran, los que se ocupan y gestionan, los que sirven, limpian y cuidan. Son habitualmente los menos zafios, los más inteligentes, mejores personas, padres, hermanos, amigos, amantes y, en definitiva, el futuro de su sexo.

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