Xarxa Feminista PV

No nos rompen, nos cansan

Lunes 28 de agosto de 2023

La futbolista española Jennifer Hermoso se vio envuelta en la situación insoportable de tener que convertir la victoria más importante de su carrera en un lío cuando, al recibir la medalla como campeona mundial de fútbol femenino, el presidente de la Real Federación de Fútbol, Luis Rubiales, la tomó de la cara para darle un beso en la boca.

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El beso de Rubiales a Jennifer Hermoso Captura de TV

Tamara Tenenbaum 27 de agosto de 2023 elDiario.es

Hace varios años ya que el paradigma del consentimiento como estrategia contra la violencia sexual está puesto en cuestión en diversas escenas filosóficas, del feminismo a la teoría queer, pasando por el giro afectivo: es como si a medida que el concepto se populariza en el mundo (en la política, en la militancia, en la justicia y en la conversación cotidiana entre personas que se vinculan sexualmente) los filósofos y filósofas fueran queriendo dejarlo atrás. No sé si tiene un nombre, pero es un fenómeno común en las esferas intelectuales, que si yo tuviera que bautizar llamaría “síndrome del primer fan”, como esa gente que se cansa de escuchar una banda una vez que empieza a conocerla todo el mundo. De todos modos, no es solo eso: creo que justamente, a medida que un concepto se extiende y se empieza a usar más, los casos de aplicación y los dilemas que aparecen en las discusiones hacen más evidentes los agujeros.

En el caso del consentimiento, creo que propuestas como la del “solo sí es sí”, muy popular, al menos hasta hace unos años, en el tratamiento de la violencia sexual en los campus norteamericanos, pusieron sobre la mesa las dificultades de definir en qué consiste el consentimiento, en especial una vez que aparecieron conceptos como “consentimiento implícito” (absolutamente necesario, por un lado, y completamente indescifrable, por el otro) y “consentimiento entusiasta” (necesario, también, para que “consentir” no suene a “resignarse”, pero igualmente confuso en términos de su aplicación y sobre todo del requisito mínimo de entusiasmo) para emparchar los problemas visibles que tienen estos enfoques cuando se trata de la vida real. Por otra parte, es lógico que a muchos teóricos y teóricas feministas y queer les moleste la imposición de un marco binario del sí al no, y que supone un nivel altísimo de conciencia y racionalidad (que una puede conocer y expresar sus deseos de manera transparente) a un dominio de lo humano tan opaco como el sexo. El impulso filosófico, en estos casos, es el de cambiar completamente de lenguaje: creo que, en estos años en los que la jerga de género ha pasado con tanta fluidez de la academia al mundo y viceversa, hemos aprendido que a veces los problemas reales requieren abordajes menos elegantes. No un vocabulario conceptual maravilloso que nos sirva para todo, sino un par de vocabularios defectuosos tratando de cubrirse entre ellos.

Casi sin excepciones, cuando nos ponemos a hablar de consentimiento, es porque hay algo que ha salido mal. Que algo salga mal no significa siempre que alguien haya hecho algo mal. El sexo es una cosa muy complicada, y lo malentienden tanto quienes desde una supuesta perspectiva feminista piensan que podemos dar por terminado el problema del sexo (como si, efectivamente, el vocabulario del consentimiento fuera capaz de hacer eso, o la educación sexual pudiera hacer eso; que no puedan resolver el problema para siempre, dicho sea, no implica que no sean útiles) como quienes desde una perspectiva pretendidamente pro-sexo pero profundamente conservadora piensan que nunca hubo ningún problema. En el caso que nos ocupa esta semana, la futbolista española Jennifer Hermoso vio empañado el momento más importante de su carrera cuando al recibir la medalla como campeona mundial de fútbol femenino el presidente de la Real Federación de Fútbol, Luis Rubiales, la tomó de la cara para darle un beso en la boca. Rubiales se defendió del escándalo diciendo que el beso había sido “consentido” y “espontáneo”, y que no había nada suficientemente grave como para que tuviera que renunciar como esperaban muchos; en respuesta, Jenni Hermoso aclaró que por supuesto el beso no había sido consentido, y que no iba a tolerar que pusieran en duda su palabra.

Es cierto que a veces los besos se roban; es cierto, también, que hay situaciones en las que es mejor pedir perdón que permiso y que también hay otras situaciones en las que una se da cuenta de que es mejor pedir permiso que perdón. Un beso espontáneo en la calle entre dos personas festejando un campeonato del mundo no entra en ningún estándar de calidad de consentimiento explícito, y sin embargo no produce ningún drama (incluso si no “sale bien”; incluso si media el malentendido); en una situación del nivel de exposición de una entrega de premios en la que te agarran desprevenida y te roban tu momento, en cambio, la sensación es que tiene que haber algo más que un malentendido, porque realmente la desubicación es tal que si creyéramos que lo que sucedió fue un mal cálculo tenemos que pensar que estamos ante una persona completamente incapaz de leer contextos sociales y actuar como un ser humano medianamente conectado. ¿Cómo se mide, entonces, la diferencia entre una situación y otra? A mí me gusta la respuesta de Sohaila Abdulali en su libro What We Talk About When We Talk About Rape: se puede intentar buscar signos o incluso recomendar manejarse con cautela, pero no hay ningún tecnicismo que vaya a reemplazar el deseo genuino de no hacer daño. No hay radar posible si uno va por la vida indiferente a lo que toca y lo que rompe.

Uso el verbo romper porque funciona como una analogía implícita con la escena de alguien que entra a un negocio sin mirar nada y tira cualquier cosa con la mochila en la espalda, pero en realidad quizás debería borrarlo: no quiero colaborar con las narrativas que hacen de toda agresión sexual un trauma, que suponen que las mujeres somos frágiles y que estas cosas nos rompen. La mayor parte de las veces estas agresiones no nos rompen: nos cansan. En las intervenciones públicas de Jenni Hermoso se nota: no está rota, está harta. Por eso insisto con eso de que le robaron su momento, porque eso es lo grave, no el beso, y no hay que caer en la falacia de aceptarle a Rubiales que la cosa no es tan grave porque para una mujer adulta un beso espontáneo no debería ser tan grave, ni en la otra falacia, de tener que explicar que a a Jenni Hermoso le resulta muy traumático el beso, que todo este asunto se trata de un beso, del mismo modo que que te toquen el culo en la oficina rara vez se trata de que una mano en el culo se registre como trauma, sino de la dinámica que eso genera en esa oficina y lo que eso produce en tus oportunidades profesionales.

Jenni Hermoso se vio envuelta en la situación insoportable de tener que convertir su victoria en este lío, de tener que empañar un triunfo por el que trabaja desde muy chica en un debate aburridísimo con un tipo de evidente mala fe. Sus únicas dos opciones eran aceptar los términos del tipo en cuestión como hacemos tantas veces las mujeres (decir que el beso no fue tan grave), cosa que en las circunstancias presentes no le devolvería a Jenni ni su momento ni su centralidad, o tratar de poner las cosas en su lugar, como está intentando hacer (lo que tampoco le devolverá a ella y a su equipo su momento ni su centralidad, pero quizás sirva para probar públicamente un punto importante). No es un trauma: es una piedra del zapato, una manera más de complicarnos la vida, y seguimos adelante, como siempre, pero qué ganas.

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