Xarxa Feminista PV

It’s science, bitch!

Sábado 7 de octubre de 2023

ALANA S. PORTERO, Historiadora, escritora y directora de teatro. Autora de ’La mala costumbre’ 05/10/2023 Público

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La secretaria de Estado de Igualdad y contra la Violencia de Género, Ángela Rodríguez, atiende a los medios de comunicación tras la reunión de la Conferencia Sectorial de Igualdad (Foto de Archivo). -EDUARDO PARRA / Europa Press

Hace pocos días, Emilio Delgado, portavoz en Móstoles de Más Madrid y diputado de la formación en la Asamblea, sacaba de contexto unas declaraciones realizadas por la secretaria de Estado de igualdad en un acto con mujeres víctimas de violencia obstétrica. En ellas, Ángela Rodríguez Pam vindicaba el derecho de las mujeres que no se ajustan a la normatividad a no transitar por algunos de los caminos que propone la medicina por estar plagados de misoginia, gordofobia y mala atención. Delgado calificaba las declaraciones de Pam como "despropósito" y dejaba implícito que la medicina, en tanto que ciencia, es una disciplina justa con todo el mundo por igual y que elevar una queja contra sus sesgos o revelarse contra postulados que se han vivido en la propia carne, venía a ser una forma de promover hábitos poco saludables.

Si yo misma en esta columna digo que una parte de la industria del fitness, wellness y la nutrición hace negocio dando consejos que hace 20 años se daban en foros de mujeres que padecían anorexia, solamente estoy constatando una verdad que otras compañeras han dicho antes que yo, me ajusto a la realidad, pido una revisión del lugar al que estamos yendo a toda velocidad y no por ello niego los incontestables beneficios de hacer ejercicio y comer saludable.

Es fácil ver el mundo desde la normatividad y aún más fácil deshumanizar a quien no alcanza los estándares que se pueden marcar desde ahí. Como nadie es reaccionario en una sola parcela de su vida, lo que empieza siendo soberbia de gimnasio termina negando o haciendo luz de gas, que es una forma de emplear una violencia sostenida, silenciosa e invisible, a alguien que dice algo tan pertinente y obvio como que la ciencia tiene sesgos, que las estructuras patriarcales llegan a todas partes, que hay que rebelarse contra el trato degradante y que cada profesional es un mundo.

Escribo desde la gordofobia interiorizada de alguien que prácticamente ha doblado su peso en 10 años, alguien que participaba en medias maratones por placer, sin que esto supusiese un esfuerzo titánico, pero que llegaba a salir a correr dos veces al día sin faltar ni uno, más de una hora cada sesión, para no perder la línea. Mis rodillas miran a ese lugar y después me miran a mí con cara de interrogación.

En aquel pasado, durante las visitas al médico de Atención Primaria o cuando necesitaba ir a Urgencias, a menudo se me presuponía una vida de excesos sexuales y riesgos químicos por tener la apariencia de un joven gay afeminado; sin mucho pudor, en hospitales y centros de salud, me dejaban claro que a sus ojos era una especie de maricón sediento incapaz de controlar sus impulsos, un peligro público latente único responsable de cualquier problema de salud que pudiera tener en el presente o en el futuro. Lo cierto es que mi vida sexual era intensa y calmaba mi sed cada vez que me daba la gana, tan cierto como que los mismos supuestos no se aplicaban a hombres y mujeres cis y heterosexuales mientras mantuviesen un perfil bajo, a ellas les duraba este privilegio hasta que acudían a solicitar un análisis de ETS sin tener pareja fija o a pedir una receta de píldora del día después, al hacerlo entraban de cabeza en el saco de las rameras de Babilonia y otras abyecciones.

Esto es un sesgo vivido en primera persona. Los que se me aplican en la actualidad, los de una mujer trans con un más que importante sobrepeso, gorda sin paliativos, son los de achacar cualquier problema de salud, por este orden, a: mi tratamiento hormonal -pautado por otros médicos, perfectamente seguro, por más que la reacción transexcluyente insista en venderlo como un envenenamiento, controlado con análisis anuales y que me ha salvado la vida-, pesar como un sillón tirando a macizo, de ebanistería, o vuelta a la presunción de puterío (qué más quisiera). Ninguna de estas situaciones pertenece al ámbito de la anécdota, es un comportamiento recurrente y sostenido en el tiempo que cumple con las características de lo estructural.

También me he encontrado con médicos y médicas amables, comprensivos y eficientes que me han escuchado y atendido con dignidad, tratando el problema real por el que acudía a ellos, sin dejar de lado que debería bajar de peso, proponiéndome estrategias para hacerlo y, esto es lo más importante, reconociendo sus limitaciones.

Nada de lo que las estructuras normativas y machistas que afectan a la práctica de la medicina, de la nutrición o la dietoterapia me digan respecto a mi peso, con cuidado o de la peor manera, es nuevo para mí, ya me lo he dicho yo antes, por eso reconozco cuando operan las inercias de la normatividad, el odio, el desdén o la pereza en los juicios, porque nadie ha dirigido contra mí más desprecio y con mayor crueldad que yo misma.

Los cuerpos están sujetos a condiciones genéticas, ambientales, educacionales, socioeconómicas, son el primer vertedero de la salud mental y dependen de ella directamente para lo bueno y para lo malo, incluyendo los que caben en la definición de belleza y armonía clásicas. Medirse el porcentaje de grasa fuera de la profesionalidad, restringir grupos enteros de alimentos o destrozarse las articulaciones empeñándose en correr triatlones no es mucho más sano que otras supuestas barbaridades y obsesiones que se nos achacan a las gordas, las promiscuas y otras arpías. Que el estado de los cuerpos es una cuestión multifactorial es lo verdaderamente científico y las presunciones son propias de ignorantes que depositan su fe en el primer sesgo de confirmación que les convierte en héroes y darse permiso para acabar siendo tiranos.

A día de hoy sigo con la guerra declarada a mi cuerpo gordo, o la paz, depende de cómo se mire, pero aprendiendo a tratarlo con generosidad y cariño, sin caer en el error terapéutico y personal de ver estos cuidados -supervisados por profesionales- como una huida de la propia carne o como una situación transitoria a corregir. Reaccionará a los cuidados o no, pero los merece igualmente, sin apostillas, sin lecciones morales a pie de página y sin presunciones de abandono.

Elegir a quién señalamos por su discurso es uno de los actos más políticos que hay, nos posiciona de inmediato y descubre nuestras prioridades, hacerlo con una mujer que tiene que soportar uno de los acosos en redes más constante, violento y gratuito que he visto nunca y además, por decir algo que el feminismo ha demostrado una evidencia histórica, es situarse en el espacio de la perpetuación de la violencia y un gesto feísimo.

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