Xarxa Feminista PV

Gol en Las Gaunas, chicas

Jueves 24 de agosto de 2023

Pese a quienes quisieron cubrir la agresión despreciando a quienes la señalaron, pese a la disculpa burlona de Rubiales, pese al silencio que se quiso imponer, la “polémica” ha trascendido, se ha colado entre sus piernas y ha llegado a puerta

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Las jugadoras de la Selección celebrando la victoria tras la final del partido. / Pablo García / RFEF

Irene Zugasti 23/08/2023 CTXT

No me interesa el fútbol. Diría más: me aburre, lo detesto, lo abomino. Lo aborrezco como deporte, en calidad de niña gorda expulsada sistemáticamente del juego ya fuera el patio del recreo, la clase de gimnasia o la tangana del parque. Lo abomino en calidad de anticapitalista que no comprende ni respeta un negocio insaciable sobre señores y para señores, con su tufo colonial y su culto a las vidas de jet privado, wags y reservado. Lo odio como rito y costumbre, porque crecí en el barrio donde campaba a sus anchas el Frente Atlético. Y lo detesto en calidad de feminista por todo lo anterior sumado a Rubiales, Dani Alves, Benzema, Georgina y Cristiano, Neymar, Santi Mina o los de la Arandina, y todo lo que representan.

Por eso me gusta tanto, tantísimo, ver que estos días somos mujeres las que hablamos de fútbol y, sobre todo, de lo que pasa alrededor del fútbol mientras muchos hombres observan, confusos, cómo cambian las reglas del juego popular más excluyente del mundo. Metafóricamente, es como si una turba de exaltadas vestidas de morado hubiera irrumpido en el Chiringuito de Jugones para arrebatarles el micro y opinar del tema incluso sin tener ni puta idea, que es algo muy de ellos. Hay algo poético en que una charo, una intrusa en su universo, pueda titular hoy un artículo con aquello tan rancio y tan mítico del “Gol en Las Gaunas”.

Probablemente muchas aquí no saben lo que significa lo de Las Gaunas y yo tampoco me lo había preguntado, pero por lo visto la frase nació de las retransmisiones radiofónicas de mediados de los ochenta que se hacían desde el modesto y encharcado estadio del ya desaparecido Logroñés, un equipo humilde que llegó a Primera División echándole mucho coraje, y frente a todo pronóstico, y que ahí se mantuvo durante nueve años.

Así pues, se podría decir que con esta Copa del Mundo se han marcado muchos goles en las gaunas de esos que no esperaban celebrarse: la constatación de que el deporte de mujeres interesa y mucho, la equiparación salarial en la Federación Española, las portadas en femenino en el Marca o en el As, –¿os ha costado, eh, chicos?–, y ese sabroso “te lo dije” callando tantas bocas sobre la calidad, el valor o la importancia de lo ocurrido.

Pero como la brillante Adriana T. ha explicado muy bien en su artículo, las niñas en busca de referentes (como dice Pedro Sánchez) han aprendido también todo lo malo de estos días: lo que significa ser reducida a “las chicas de Vilda”, o lo que se siente cuando un tipo como Rubiales te arrebata la portada y la alegría al magrearte en directo. Han aprendido el mandato de reír la gracia y callar la rabia por el bien del equipo. Y también el coste de protestar y de salirse de la foto, franqueadas, por supuesto, por ellos. Y es que, según la RAE, la palabra referente “funciona normalmente como epiceno masculino”.

Pero hay un gol en Las Gaunas, el más importante de todos, que quizá no estamos celebrando como se debe: el de un país asistiendo al “beso” sin consentimiento de Rubiales y reconociéndolo como la agresión que es. Pese a que quisieron cubrirlo rápidamente disfrazándolo de anécdota y despreciando a quienes lo señalaron, pese a la disculpa burlona de Rubiales, pese al silencio que quiso imponerse en el vestuario, la “polémica” ha trascendido, se ha colado entre sus piernas y ha llegado a puerta. Gol. Y al margen del destino del agresor, este tanto histórico ha servido para constatar que el “sí es sí” es patrimonio de todas, y su ejercicio nos levanta de la silla, nos indigna y nos reconoce en su infamia, como un penalti, como una entrada al tobillo, como un agravio colectivo que no vamos a tolerar.

Esa fuerza feminista ha podido más que toda la maquinaria para cubrir ese beso maldito, que empezó con Manolo Lama o Juanma Castaño ejerciendo de vuvuzelos profesionales contra la inquisición feminista, mientras la Federación reaccionaba con la peor comunicación posible y otros hacían cábalas y cuentas sobre si aquello era tan grave como para pitar tarjeta roja –o peor, dar la razón a Irene Montero– o si era preferible dejarlo pasar y no aguar la fiesta e incomodar a los amigos de entre 40 y 50 años a los que fastidia el feminismo. En pocas horas, el cerco a Rubiales ha crecido en redes, se expone en los titulares de la prensa internacional, y se multiplican las denuncias y las peticiones de dimisión, hasta por parte del propio Partido Popular. Supongo que a nadie le gusta perder (al fútbol) cuando puedes sumarte a los que van ganando.

Han sido tantas las que se vieron atrapadas en aquel beso, en ese ¿pero qué hago yo? que decía Jenni Hermoso, fueron tantas y tantos también a los que molestaron los huevos de Rubiales y sus compadres, curtidos en tanto desprecio y tanta fortuna, que ese beso aguafiestas no podía pasar desapercibido, ni perdonarse, ni dejarse pasar. Para ello ha hecho falta hablar de cultura de la violación, de consentimiento, de violencia sexual, de piropos y manoseos, y es justo recordar que hace no tantos meses las feministas que hablaron de esto y pelearon por cambiarlo fueron castigadas con fiereza, con un lawfare arrasador y con un silencio cómplice e ingrato que fue aún más doloroso. Hoy se demuestra por qué hay no pocos señores de esos que se agarran los huevos que se han esforzado mucho en los últimos tiempos para evitar que ninguna aguafiestas (y ninguna ley) les arrebate su derecho a seguir robando, también, los besos. Ha hecho falta un solo día, un solo partido, un solo rato con las cámaras grabando y nosotras mirando, para comprobarlo.

La Selección Española de Fútbol femenina ha conseguido algo mejor que una Copa del Mundo, y es que han encogido, aun sin ellas saberlo, el mundo de los Rubiales. Ojalá sirva para acabar con la impunidad de sus sobeteos y también de sus pelotazos y sus viajes a Arabia Saudí para negociar las comisiones de la próxima Supercopa sentados encima de los Derechos Humanos de millones de personas. Mientras, a algunas nos queda observar con una satisfacción agridulce cómo se desgañitan por ellas los mismos que ayer las despreciaban y comprobar así que el feminismo también era esto, las victorias populares con todas sus contradicciones.

A mí seguirá sin gustarme ni el fútbol, ni la rojigualda, ni su fanfarria y su circo, y seguiré sospechando de esa liturgia dolorosa y disciplinante que se impone a hombres y niños, y que tan cruda y delicadamente desgrana Alana Portero en uno de los capítulos de su Mala Costumbre.

Pero reconozco que ese sentir colectivo de triunfo de quienes nunca ganan tiene mucho de hermoso, como ver a las chavalas cantando y celebrando por encima de los Rubiales, como lo tienen todavía la grada del Rayo Vallekano o el Mundialito Antirracista de Alcorcón. Hermoso como debe sentirse la nostalgia de ese fútbol de tarde y bocata que yo no he vivido porque no me dejaron, esa épica obrera de tierra y de barrio que espero que ahora vivan muchas niñas con más orgullo y con menos miedo. Espero verlas invadiendo el campo, aunque sea el del patio del recreo, pitando todas las faltas y dejando fuera de juego a todos los señores que se agarran de los huevos, pasando por encima de los que instrumentalizan la igualdad y el feminismo, y marcando muchos, muchos goles en Las Gaunas.

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