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Entrevista a PATRICIA CASTRO / SOCIÓLOGA “Las trabajadoras del hogar son las esclavas de Occidente”

Domingo 1ro de octubre de 2023

Adriana T. 30/09/2023 CTXT

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Patricia Castro. / Fotografía cedida por la entrevistada

En una sola mañana, desde un dispositivo barato, accesible y ubicuo como es el teléfono móvil, cualquiera de nosotros puede pedir un coche privado (un VTC) a través de una app para que lo traslade a la otra punta de la ciudad. O, si no le apetece moverse de su casa, puede conseguir que un rider le traiga comida recién hecha hasta su domicilio. Con unos pocos clics también es posible alquilar un piso en Praga para las próximas vacaciones, registrarse en una ETT, comprar cualquier producto que un mensajero explotado hará llegar a la puerta en pocas horas ahondando en la inasumible huella de carbono, o usar una inteligencia artificial para doblar al inglés a un cantante famoso que murió hace décadas.

Patricia Castro (Barcelona, 1993) es economista y socióloga. Editora de profesión, se hartó de no encontrar libros que hablasen sobre estos sucesos de la vida cotidiana: los alquileres, la inflación, los turistas, la salud mental y la precariedad. Así que se decidió a escribir un breve ensayo de divulgación que funcionase como un mapa para situar al lector en el mundo. El resultado ha sido Tu precariedad, y cada día la de más gente (Apostroph, 2023).

Charlamos por teléfono a propósito de su libro y de la vida precaria que tan bien conocemos los millennials.

¿A qué nos referimos al hablar del precariado?

El término precariado lo teoriza Guy Standing, un sociólogo británico. Es el fenómeno por el cual las personas ya no pueden incorporarse a un sistema de estabilidad laboral, que se empieza a romper tras el thatcherismo y la crisis del petróleo. En España tenemos el caso de los presidentes González y Aznar, que se lo cargaron todo durante sus respectivos gobiernos en los años noventa. Así es cómo surge toda esa gente precaria que ya no tiene las condiciones de trabajo estables que se tenían antaño.

El precariado se puso especialmente de relieve durante el 15M. Esa palabra afloró de pronto. La clase trabajadora siempre ha vivido en condiciones muy precarias, pero gracias a la actuación sindical y al asociacionismo habíamos ido logrando mejores condiciones de vida. En cuanto nos olvidamos de eso, volvemos a perder los derechos y el bienestar conquistados.

La precariedad parece una trampa de difícil solución. Los trabajadores precarios tienen muy complicado luchar para mejorar sus condiciones laborales e incluso vitales.

La precariedad, la pobreza, –o exclusión social, como les gusta llamarla ahora a los sociólogos– lo que hace es dividir a la ciudadanía en dos. Es muy difícil escapar de ahí, te encuentras atrapada en un círculo vicioso.

La precariedad produce un quiebre social. Mientras una parte de la sociedad funciona muy bien y se engancha al capitalismo, a la turistificación, o a la inteligencia artificial, tenemos a otra mucha otra gente que sufre las consecuencias. Y eso tiende a esconderse. En la prensa no sale, en la televisión tampoco. También los precarios reaccionan desconectando.

Por otra parte, empieza a ser muy difícil huir hoy de las condiciones precarias o de miseria porque ya son parte del sistema. Nuestros trabajos son así. ¿A cuánta gente conoces que no tenga estrés y ansiedad, o que se sienta satisfecho en su puesto de trabajo? Es casi una utopía.

Si queremos revertir el problema, tenemos que visibilizar que este fenómeno se ha generalizado. Y después es necesario que los gobiernos hagan algo, que se legisle para poner freno a la explotación. Desde el actual Ministerio de Trabajo se han empezado a hacer algunas cosas.

Parece obvio que el freno a la explotación tiene que venir desde el legislador, pero para eso es necesario un gobierno progresista. Y, sin embargo, no siempre ocurre.

El obrero a veces vota a la derecha por rabia ante las promesas incumplidas. Te prometían que si estudiabas y te portabas bien tendrías un trabajo, pero eso ya no funciona.

La realidad es que cada vez más gente ha dejado de tener vidas vivibles. Además de la frustración, eso genera que al que sigue viviendo bien se le mire con sospecha, con resentimiento. Eso es un caldo de cultivo para la desafección enorme.

Vivienda, precariedad y salud mental conforman el trinomio del buen millennial.

Una de las maneras en las que se propaga el capitalismo es a través de la especulación inmobiliaria, y esto se relaciona también con la turistificación. Ahí tenemos un buen problema. Yo misma vengo de una búsqueda de seis meses para encontrar piso, ha sido un horror. Te exigen tener un contrato laboral indefinido desde hace más de un año, ganar más de 1.500 euros; se da por supuesto que vas en pareja para reunir esos ingresos. Además, hay que tener 3.000 o 4.000 euros para la entrada. Y luego tendrás que gastar más de la mitad de tu sueldo simplemente para sobrevivir. La vivienda incide y agrava la precariedad.

Sin vivienda, sin certidumbre, sin estabilidad, uno termina abocado a un estado de angustia permanente.

¿Y por dónde rompemos la baraja? En el libro se menciona la Renta Básica Universal.

Hay un sector muy amplio de sociólogos y economistas que pelean por la renta básica universal. Personalmente creo que una RBU es mejor y más democrática que, por ejemplo, la propuesta de Sumar de la herencia universal. Una democracia debería proveerte de los recursos mínimos materiales para poder existir, igual que sucede con la educación y la sanidad: eso es la renta básica. Sabemos además que lo que mejor funciona es que sea universal, convertir esa renta básica en un derecho y otorgarla sin restricciones. Para corregir las desigualdades ya está después el IRPF.

La renta básica no es una medida única, tiene que venir acompañada de educación y sanidad gratuitas, de una regulación de los alquileres y de los salarios. Pero esa renta asegurada es importante, porque tiene la capacidad de modificar las relaciones laborales y la negociación con los poderes económicos. Al final lo que permite la RBU es que la gente pueda escoger. Les brinda libertad.

Al hilo de esto, hubo una polémica reciente cuando Tim Gurner, un CEO y promotor inmobiliario millonario habló de la necesidad de que aumentase fuertemente el desempleo para “terminar con la arrogancia de los trabajadores”.

Esto lo explica muy bien Ken Loach en El espíritu del 45 cuando habla sobre el Estado que se forma tras la II Guerra Mundial. Inglaterra, siendo el mayor imperio del mundo, tenía las mayores tasas de pobreza globales. Los obreros eran personas que tenían chinches y padecían malnutrición porque los empresarios tenían la capacidad de cerrar las fábricas e impedir cualquier negociación. El obrero que no trabajaba no comía. Algunos quieren volver a esa época. Tenemos que explicarle a la gente la historia, decirles que esto ya ha pasado y que volverá a pasar si lo permitimos. En ese sentido, la Renta Básica es una manera de luchar contra la explotación.

El ser humano siempre ha buscado la manera de automatizar el trabajo, y lo estamos logrando de maneras cada vez más sofisticadas. ¿Son las inteligencias artificiales realmente un problema o solo un síntoma más del capitalismo?

La fantasía de los ricos y de los empresarios siempre ha sido la de eliminar al trabajador, creando así una explotación perfecta. Su mayor deseo es suprimir cualquier relación que se ven obligados a tener con los pobres.

En ese sentido, la inteligencia artificial es simplemente una forma más perfecta de automatización, no deja de ser una continuación del trabajo en cadena inventado por Ford. A mí eso no me da miedo. Por supuesto, creo que la IA debe regularse, en tanto que se aprovecha y apropia de todo el conocimiento humano que está disponible gratuitamente en Internet.

Pero si una IA puede suplir, por ejemplo, a un periodista, eso dice mucho de las condiciones de precariedad en las que está trabajando ese periodista.

También se habla a menudo de la economía de servicios basada en aplicaciones móviles.

Desde los años ochenta hay una serie de dinámicas que han desregulado totalmente la economía. El capitalismo de plataformas se ha convertido en una gran fuente de explotación en la actualidad.

Creo que no todas estas aplicaciones son el demonio: algunas de ellas permiten mejorar ciertos servicios o facilitan la vida. Pero se trata de una economía muy especulativa. Las startups de plataformas se crean a partir de rondas de financiación, y esto quiere decir que funcionan como un casino. Lo que hacen los inversores es quemar grandes cantidades de dinero en diferentes startups a ver cuál de ellas funciona. Con el dinero que ganan con las empresas exitosas compensan las pérdidas por aquellas que no han funcionado. Esto es un delirio. No olvidemos que muchos de esos inversores y empresarios han obtenido su dinero a través de la privatización de servicios públicos.

El segundo problema que tenemos con estas aplicaciones es que algunas de las grandes tecnológicas que están detrás han demostrado tener un poder desmedido que termina afectando a nuestras leyes laborales y a nuestra democracia.

Hay un término del libro que me llamó la atención, las referencias a ‘los salvados’. ¿Quiénes son ‘los salvados’?

Incorporé el término por el libro Los hundidos y los salvados de Primo Levi. Los salvados para mí son aquellos que consiguen mantenerse enganchados al sistema. Mantienen un trabajo y un estatus, ya sea por herencia o porque han tenido buena suerte con su carrera académica y profesional. Mantienen lazos vecinales y comunitarios. Los salvados son un porcentaje todavía amplio de la sociedad, pero decrece cada año. Los hundidos somos el resto. Las nuevas generaciones se enfrentan a condiciones de vida cada vez más complicadas.

Otro concepto llamativo en el mapa de la precariedad son los llamados ‘trabajos de mierda’. Pero, ¿qué son los trabajos de mierda?

David Graeber habla de la existencia de empleos sin propósito que se vuelven destructivos para el trabajador, y se refiere a ellos como ‘trabajos de mierda’. Graeber me gusta, pero no estoy de acuerdo con él en esto. Para mí, la falta de perspectiva vital es mucho más lesiva que no encontrarle sentido a tu trabajo. Hay veces que, con independencia de las tareas que realices, lo único que necesitas es que tu jefe te respete, que no te maltraten y cobrar un sueldo decente. Con eso puede bastar para ser feliz.

¿Qué pasa con las empresas que se ofrecen a pagar con salario emocional y ponen toboganes y piscinas de bolas en sus oficinas mientras las condiciones laborales son lamentables?

El capitalismo siempre busca nuevas formas de apretarte las tuercas. Este tipo de empresas plantean un ambiente de trabajo neutro y aséptico al tiempo que buscan tiránicamente generar en sus trabajadores una nueva compulsión: la de tener que pasárselo bien en el trabajo. Eso crea un ambiente laboral supertóxico. Es perverso. Antes tenías al jefe dándote con el látigo y ahora lo tienes preguntando por qué no te lo estás pasando bien. Es una nueva forma de control.

¿Qué es la meritocracia como plutocracia?

La meritocracia es ideología pura y dura. Lo más frecuente ahora es que si te esfuerzas no consigas llegar a nada, y se debería normalizar esto para que la gente no sienta ansiedad al fracasar. Tienen que entender que es el sistema entero el que ha fracasado. Además, eso politizaría a la gente.

Hacemos un montón de memes y chistes ahora con los nepo babies o lo de “no preguntes por qué los padres de ese artista salen en azul en Wikipedia”. El hecho es que llevamos décadas acumulando grandes incrementos en la desigualdad: los que se salvan sobresalen, los demás están cada vez más hundidos. Los clanes familiares se ayudan entre sí, eso es normal. En la película El buen patrón, el personaje de Bardem tiene una escena en la que sale hablando con otro empresario y dice que se han ganado todo lo que tienen. Su mujer le responde “sí, te lo ganaste todo el día que fuiste a que tu padre te traspasara la fábrica”.

En el caso de la cultura, muchos grandes actores y escritores vienen de familias ricas e importantes, en algunos casos del régimen. Es una forma de reproducción y colocación de las élites, y eso hay que decirlo. Además, el cuento de la meritocracia hace que el arte, el pensamiento y la cultura se vuelvan mucho más mediocres al concentrar toda la producción cultural en un porcentaje de gente muy pequeño.

Hablemos de las empleadas del hogar.

Las trabajadoras del hogar son las esclavas de Occidente. Lo tenemos muy normalizado y no nos escandalizamos, pero su estatus es de semiesclavitud, es muy brutal. Estas mujeres, migrantes en su mayoría, trabajan gran cantidad de horas por salarios de miseria.

Se nos olvida que el Estado del bienestar se sostiene gracias a ellas, pues subcontrata y externaliza los cuidados en estas mujeres pobres. En el momento en el que se visibilice todo ese trabajo infrapagado las cosas van a dar un vuelco, sin duda.

En 2017 el salario más habitual fue de 1.125 euros para las mujeres y de 1.459 euros para los hombres. Todavía hay mucha gente que cuestiona la existencia de la brecha salarial, o la justifica asegurando que las mujeres prefieren dedicarse a las actividades de cuidados no remuneradas.

Las mujeres somos mano de obra barata. Hay presiones por parte de los actores más conservadores para mantenernos en este estatus de ciudadanas y trabajadoras de segunda, porque es muy lucrativo. Además, tenemos menor capacidad de decisión en empresas e instituciones, así que el círculo se retroalimenta.

Respecto a los cuidados, está muy bien que el Estado, por ejemplo, aumente las bajas por maternidad, pero vivimos en condiciones tan precarias que tampoco podemos decidir realmente si queremos ser madres.

España espera demasiado de sus familias, mientras que en otros países parece que la gente puede independizarse a los 20 años.

En España se romantiza a la familia, especialmente el modelo familiar tradicional, porque es un clavo ardiendo al que aferrarse. Esto genera dinámicas muy tóxicas. Necesitamos a la familia, no solo para subsistir, sino también para poder iniciar un proyecto vital en solitario. Tengo una amiga danesa que se emancipó a los 15 años y pudo estudiar un doctorado. No digo que sea lo normal, pero el Estado la ayudó y a los 18 años ya tenía un pequeño sueldo con el que podía salir adelante.

El modo de vida de las élites, con jets privados, una capacidad de consumo ilimitada y residencias repartidas por todo el globo es climáticamente insostenible, pero a menudo se reparten las culpas entre todos nosotros. Esto cabrea a la gente.

Es necesario conectar la pobreza y la precariedad que la gente conoce de primera mano con la crisis ecosocial, igual que hemos hecho con el feminismo. Del colapso climático tienen la culpa solo unos pocos, pero sin embargo nos afecta a todos. Por supuesto que todos tenemos que poner de nuestra parte en la lucha contra el cambio climático, pero es que algunos ya estamos poniendo mucho sin ni siquiera saberlo. Algunas medidas ecologistas lo único que hacen es penalizar la pobreza. A mí me parece perfecto, por ejemplo, expulsar a los coches de los centros de las ciudades, pero no se piensa en la gente más pobre que vive en la periferia, donde muchas veces el transporte público no funciona bien. Y se le dice a esta gente que es más pobre y vive más lejos que no puede acercarse al centro. La sensación al final es que siempre pagan los mismos, y eso, claro, crea desafección.

¿Hay luz al final del túnel de la precariedad?

Para mí hay esperanza sin duda. Tenemos el ejemplo del feminismo, que ha venido a solucionar un montón de problemas enormes, de falta de sentido y lo ha cuestionado todo, desde las democracias hasta los cuidados y las relaciones. El feminismo ha visibilizado la explotación dentro y fuera del hogar. Todo esto es muy positivo. Hay un futuro, lo tengo claro.

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