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Sequía

«La desafortunada gestión de la pertinaz sequía»

Desde hace decenios las sucesivas políticas agrícolas han favorecido el aumento de superficie de regadío, sin entrar a valorar el factor limitante en los ecosistemas mediterráneos, que es precisamente el agua

Miércoles 4 de octubre de 2017

Artículo de Alfonso Balmori Martínez, biólogo

Publicado en El Norte de Castilla el 4 de octubre de 2017

Hace 25 años, buscando un antiguo lavajo en la comarca de Alaejos, coincidí con un paisano ya mayor que me señaló un perdido con algunas junqueras sedientas entre cultivos, explicándome que cuarenta años atrás era bastante profundo y que, por la abundancia de patos, acudían cazadores desde Madrid. Lo tremendo fue que, asomado a un pozo que habían abierto allí mismo, pude comprobar que yacía seco a ocho metros por debajo del suelo. Resultó una lección muy instructiva sobre el sigiloso descenso del nivel freático y el agotamiento de los acuíferos. Poco después llegaron a esa zona –no precisamente para arreglar el problema- los pivots y la transformación en regadíos de antiguos secanos… y algunos años después se secó el Trabancos.

Retrocediendo algo más en el tiempo hasta 1985, en el marco del primer censo invernal de aves acuáticas y limícolas, junto a varios entusiastas del Grupo Ornitológico Nycticorax (uno de los grupos pioneros en el estudio de la naturaleza vallisoletana), visitamos nada menos que 100 lavajos, bodones, lagunas y charcas, principalmente en el suroeste de la provincia de Valladolid, magnífico exponente de la profusa existencia de humedales durante aquellos inviernos tan fríos y lluviosos.

Regresando al presente consultamos el mapa de seguimiento de la sequía del MAPAMA (Ministerio de Agricultura, Pesca, Alimentación y Medio Ambiente) que lo indica claramente: el cuadrante noroeste de la península se encuentra en estado de emergencia.

Resulta proverbial la problemática de los acuíferos y la desaparición progresiva de los afluentes del Duero por su margen izquierda (Trabancos, Zapardiel, Guareña), alguno de los cuales se han convertido ya en ramblas que prácticamente solo llevan agua cuando actúan como desaguaderos en situaciones de tormenta. Este importante descenso de caudales y del nivel freático ha sido provocado fundamentalmente por las extracciones de agua para regadíos. Por este motivo, si no se pone remedio, terminarán agotándose también el Cega, el Adaja y el Eresma. Precisamente el primero de ellos ya ha sufrido dos episodios críticos en verano, secándose amplios tramos por las extracciones realizadas a pesar del escaso caudal circulante. Esta realidad viene provocada por la permisividad y el abuso de los recursos hídricos.

Desde hace decenios las sucesivas políticas agrícolas han favorecido el aumento de superficie de regadío, sin entrar a valorar el factor limitante en los ecosistemas mediterráneos, que es precisamente el agua. Cabe preguntarse por qué no se han promovido de la misma manera los cultivos de secano como las leguminosas (veza, altramuz, yeros…), de las que tenemos buenos ejemplos de calidad y rentabilidad en el garbanzo de Fuentesaúco y la lenteja de la Armuña, ambos con indicación geográfica protegida.

La pertinaz sequía, expresión acuñada durante el franquismo que impulsó la política de construcción de las grandes presas de esa época, me ha recordado un artículo muy bien documentado, firmado por Lucía Villa y publicado el 12 de septiembre en el diario Público, que muestra que España ha estado en situación de sequía el 54% del tiempo desde hace 36 años. Como indican varias organizaciones de defensa de la naturaleza, «Los planes hidrológicos deberían estimar los recursos previsibles y su evolución en el tiempo y en base a esos cálculos habría que adoptar las demandas, previendo que el uso de los recursos en periodos de pluviometría media o alta deje margen para asegurar reservas suficientes en periodos de sequía». Por su parte Julia Martinez, de la Fundación por una Nueva Cultura del Agua (FNCA), explica que «Las sequías son un componente normal de climas mediterráneos y no cabe gestionarlas como algo excepcional y que no está previsto».

La moraleja de la célebre fábula de La Fontaine “La cigarra y la hormiga” ha instruido sucesivamente a varias generaciones de niños en la evitación del derroche y el ahorro durante las épocas de bonanza para afrontar las incertidumbres del futuro. Sería cuestión de valorar si los organismos de cuenca comprendieron bien la alegoría.