Los Estados árabes
y la Intifada: una carrera hacia atrás
Nassar Ibrahim y Mayed Nassar*
11 de noviembre de 2002
Traducción: Loles Oliván, CSCAweb (www.nodo50.org/csca)
"A pesar del excepcional
potencial de energía del mundo árabe, la mayor
parte del pueblo árabe sufre la pobreza, el desempleo,
la opresión, la ausencia de democracia, pobres sistemas
de seguridad social e inadecuadas visiones de desarrollo por
parte de sus dirigentes. Más aún, esas sociedades
sufren la desunión política. Los intereses nacionales
y las decisiones nacionales pan-árabes están controladas
por las compañías multinacionales y por el capital
exterior que promueve una cultura consumista opuesta a los principios
de progreso pan-árabes".
"La gente rica se comporta superficial,
estúpida y pretenciosamente. La corrupción está
extendida y se niegan los derechos de los sectores marginados
de la sociedad, en particular los pobres, las mujeres y las minorías.
Existe una cantidad enorme de violencia que toma diversas formas,
como largas y crueles guerras civiles y movimientos de terror
que echan a perder la vida de los ciudadanos y la de los visitantes
extranjeros".
(Muhammad Sayyed Said, Asesor del
Comité Árabe para los DDHH)
El mundo árabe parece ser una excepción a los
cambios democráticos que tienen lugar en todas partes
del mundo. Es una región donde reinan la opresión
y el absolutismo. Los derechos humanos se violan extensamente
y a diferentes niveles. La ley está ausente y la riqueza
está injustamente repartida y de modo mucho más
visible que en cualquier otra parte del mundo.
El viejo general Sharon
La gente aún recuerda el día en que el viejo
general Sharon llegó al poder tras derrotar al joven general
Barak en las últimas elecciones israelíes. La victoria
de Sharon fue un rayo que golpeó a la dirección
palestina y a los regímenes árabes. La reacción
inicial fue de sorpresa, desesperación y depresión.
La mayor parte de la gente predijo que la zona alcanzaría
mayores cotas de violencia. Los gritos de protesta de todos aquellos
que buscaban aislar a Sharon y proteger el proceso de paz se
escucharon en todos los rincones del mundo árabe.
Desde la Administración de EEUU llegó una opinión
distinta que hacia de la democracia israelí un
modelo para el salvaje mundo árabe a pesar de las
inhumanas políticas del Estado judío y de más
35 años de ocupación militar ilegal. EEUU protegió
inmediatamente a Sharon y dedicó todos sus esfuerzos a
fortalecer su relación con el viejo general. Parecía
que EEUU estaba dispuesto a sacrificar el proceso de paz en un
intento de legitimar su sesgo pro-israelí a pesar de que
Sharon estaba conduciendo a la región a una confrontación
aún más profunda.
Se dijo que los dirigentes más extremos y crueles son
aquellos capaces de tomar decisiones históricas. Se señaló
que Menahem Begin, del Likud, fue quien alcanzó un acuerdo
de paz con Egipto. Sharon, se decía, era ahora el jefe
de gobierno y no el mismo adolescente Sharon que condujo la oposición.
"Darle una oportunidad", imploró Washington.
Los regímenes árabes y la Autoridad Palestina (AP)
aceptaron la visión de EEUU, en primer lugar porque no
tenían otra elección y, en segundo, porque no tenían
una propia visión independiente.
Mal presagio
En lugar de que su gobierno de derecha corriera el riesgo del
aislamiento, Sharon comenzó a rodear las capitales árabes
y a dictar condiciones. En unos pocos meses las armas de sus
tanques estaban apuntando al dormitorio de Arafat confinándolo
en su destruido recinto y aislándolo completamente del
mundo exterior.
Sharon declaró una guerra total contra el pueblo palestino
y contra sus estructuras políticas, económicas
y culturales sin que nadie desafiase oponérsele o condenar
sus actos. Esta situación fue posible una vez que Bush
anunció que "Israel tiene el derecho a defenderse".
Sharon se convirtió en el "hombre de paz" en
tanto se declaraba que el movimiento de resistencia del pueblo
palestino era una organización terrorista ilegal. Arafat,
no Sharon, se convirtió en proscrito.
Aunque la primera reacción de los regímenes
árabes fue hacer un llamamiento a la solidaridad con la
resistencia palestina, los cambios de poder en Oriente Medio
supusieron una seria prueba para los regímenes árabes
que condujo a una desafortunada -pero no sorprendente- revelación
de que los regímenes eran más impotentes y estaban
más paralizados que nunca anteriormente, tanto interna
como internacionalmente. Como consecuencia, la primera posición
de los Estados árabes dio paso a otra que abruptamente
adoptó la visión de EEUU de ponerse al lado de
Israel con poca o ninguna distinción
La pregunta es, ¿tenían los regímenes árabes
alguna alternativa viable más que la retirada y el colapso
ante la alianza de EEUU e Israel?
Dejando a un lado las simplistas -aunque persuasivas- teorías
de la conspiración que atribuyen la pobre actuación
de los regímenes árabes a factores "exteriores",
debemos analizar sus estructuras económicas, políticas
y de clase las cuales ejercen una influencia enorme en sus políticas
exterior e interior. En estos términos, nos gustaría
mantener que un sistema político que no adopta una política
interna de respeto a los intereses individuales y nacionales
de su pueblo y que no trabaja para incrementar los acuerdos democráticos
y un sistema de seguridad social sólido y firme, difícilmente
adoptará una política exterior que proteja los
intereses nacionales de amenazas externas.
Durante años, la causa palestina ha sido siempre importante
para el conjunto de la región y por ello ha sido fuente
de una gran preocupación para los regímenes árabes.
Por otro lado, la causa palestina tiene tal respaldo del público
en general que cualquier aproximación que no tenga en
cuenta los derechos nacionales palestinos se encontrará
en confrontación permanente con las masas árabes.
Por otro lado, la causa palestina ha sido siempre una razón
para movilizar a las masa árabes contra los propios regímenes.
Principios de resistencia
En este marco, el movimiento de resistencia palestina -la Intifada-
se ha convertido en una expresión de la conciencia palestina
y árabe; se ha convertido en el modelo con el que se comparan
todos los movimientos en términos de influencia sobre
la conciencia colectiva de las masas árabes.
El movimiento de resistencia palestina alcanzó horizontes
de leyenda y se hizo -unto con el modelo [de la resistencia]
libanesa- na cuestión a comparar. Contenía el potencial
para transformar la lucha de liberación nacional en una
lucha de liberación social y política contra aquellos
regímenes árabes que confiscan los derechos económicos
y políticos del pueblo árabe. El pueblo palestino
demostró con su firmeza, sacrificio y resistencia que
a pesar de estar aplastada por ejércitos extranjeros y
economías externas, y a pesar de sufrir un desequilibrio
de poder, perseveró en su movimiento de resistencia y
se aferró firmemente a sus derechos. Ello se manifiesta
en claro contraste con los discursos oficiales de los regímenes
árabes que se han referido a la inutilidad del movimiento
de resistencia frente a la alianza de EEUU e Israel.
La mayor parte de los regímenes árabes reconocieron
muy pronto los peligros de que se extendiera el carácter
revolucionario de la Intifada; un carácter que amenaza
con no detenerse en los límites del ejército de
ocupación. Sus lecciones y sus valores políticos
y humanos trascienden fronteras y amenazan con liberar un gran
potencial enérgico de recursos humanos, poder económico,
reservas naturales y liberación de la cultura y de los
valores del mundo árabe.
Debido a su débil actuación y a su asociación
política y económica con los países imperialistas,
los regímenes árabes se han transformado en regímenes
sumisos que, a cambio, han sometido a la sociedad árabe
durante la última década, haciéndola retroceder
y privándola de una visión política, social
y económica para crear un futuro de esperanza. Al mismo
tiempo, las actividades de resistencia contra esas dinámicas
se están estableciendo en cada país del mundo árabe
como un proceso natural para mejorar las condiciones individuales
y sociales.
A pesar del excepcional potencial de energía del mundo
árabe, la mayor parte del pueblo árabe sufre la
pobreza, el desempleo, la opresión, la ausencia de democracia,
pobres sistemas de seguridad social e inadecuadas visiones de
desarrollo por parte de sus dirigentes. Más aún,
esas sociedades sufren la desunión política. Los
intereses nacionales y las decisiones nacionales pan-árabes
están controladas por las compañías multinacionales
y por el capital exterior que promueve una cultura consumista
opuesta a los principios de progreso pan-árabes.
Trazando el mapa de Oriente Medio
A la vista de este panorama general, ¿cómo debemos
interpretar las posiciones y los comportamientos de los regímenes
árabes, y a qué dirección apuntan los vectores
de sus movimientos? Resulta imperativo destacar que mientras
nosotros utilizamos el término "regímenes
árabes", es necesario distinguir entre cada régimen
individualmente y evitar tratarlos como si fueran iguales.
Los regímenes nacionalistas árabes de Siria,
Iraq y Líbano reivindican todavía una política
de resistencia independientemente de las presiones exteriores.
Tienen, en varios grados, interno y exterior, visiones políticas
y económicas que no coinciden necesariamente con las de
EEUU.
Los denominados "regímenes moderados", incluyendo
a Jordania, Egipto y Arabia Saudí, se consideran aliados
de EEUU y, con la excepción de Arabia Saudí, han
firmado tratados con Israel. Tal y como está el equilibrio
de poderes en la actualidad, el resto de los países árabes
tiene muy limitada influencia en la formación de políticas
pan-árabes, bien porque están geográficamente
distanciados o por atender a sus problemas internos -como es
el caso de Argelia, Túnez, Libia, Sudán y Yemen.
Hay dos corrientes que marcan la política del mundo árabe:
el eje de Siria y Líbano que encuentra apoyo en Iraq,
Libia, Sudán y Argelia, y el eje de Egipto, Jordania y
Arabia Saudí que encuentra apoyo en Marruecos, Kuwait,
y en el resto de los Estados árabes del Golfo. Existen,
por supuesto, muchas contradicciones, anomalías, desacuerdos
y competiciones entre los miembros del primer eje. La disputa
sirio-iraquí, por ejemplo, no se ha resuelto todavía
a pesar de la distensión y el acercamiento entre ambos
Estados. Líbano sigue intentando minimizar la influencia
y presencia de Siria.
Hay una clara competición entre Arabia Saudí
(que se considera la cuna del Islam y que tiene unas relaciones
fuertes con EEUU) y Egipto, que es un vértice del pensamiento
árabe, con recursos y potencial humano, historia y cultura.
Jordania detenta una posición intermedia pero tiene su
importancia a pesar de su renuncia a los vínculos políticos
y administrativos con Cisjordania -tal y como determinó
el rey Husein en 1988- en virtud del hecho de que mas de la mitad
de la población de Jordania es de origen palestino y de
que Jordania tiene la frontera más larga con Israel.
Aunque Egipto y Jordania han firmado tratados de paz con Israel,
ambos tienen problemas similares para hacer aceptar tales tratados
de paz a sus pueblos. En ambos países, la oposición
popular a los tratados es fuerte. La importancia del denominado
eje "moderado"se evidencia significativamente en la
inclusión en este eje de la AP, que igualmente sigue lo
que se percibe como una línea política "pragmática"
en relación a EEUU e Israel.
El mínimo común denominador
Las relaciones entre los países árabes se regulan
de acuerdo al grado de incongruencias o a la cantidad de intereses
que se solapan en un momento dado. Sin embargo, diferencias aparte,
los siguientes rasgos distintivos son comunes a todos:
- Las relaciones de todos esos regímenes con sus sociedades
está basada en la opresión. Los regímenes
ven en el movimiento político de sus pueblos una amenaza
a sus propias legitimidades y a sus privilegios.
- Esos regímenes llegaron al poder mediante golpes
militares, por designación hereditaria o por elecciones
increíblemente amañadas (por ejemplo, ganando el
99% de los votos).
- La mayoría de los regímenes manejan el problema
palestino de manera que sirva a sus propios intereses y poco
más. Brevemente: usan el problema palestino para legitimar
su propio poder.
-
La mayoría de los regímenes son hostiles a los
cambios democráticos, sean de naturaleza política,
social o cultural. Consideran que la democracia es una amenaza
para su estabilidad y la utilizan solo como un método
para cimentar su propio poder, no para dar rienda suelta a las
capacidades y potencialidades de sus pueblos.
- La posición y la práctica cotidiana de los
regímenes árabes en relación con el movimiento
de resistencia palestina -la Intifada- revela constantemente
niveles reducidos de entusiasmo y apoyo. La razón de esta
frustrante realidad puede trazarse en las siguientes fases de
la Intifada.
1. Desde el comienzo de la Intifada
el 28 de septiembre de 2000 hasta la caída de Barak en
febrero de 2001
La mayoría de los regímenes árabes consideraron
la Intifada como una respuesta espontánea de los palestinos
a la provocativa visita de Sharon a la explanada de Al-Haram
al-Sharif. Al principio pensaron que la Intifada sería
un fenómeno transitorio o limitado que se agotaría
por si mismo. Vieron en la Intifada un intento de mejorar las
condiciones de los Acuerdos de Oslo dentro de su propio contexto,
pero nunca como un esfuerzo para crear una alternativa a Oslo.
Igualmente, los regímenes árabes tomaron la
Intifada como una herramienta útil para mejorar su propia
imagen interna. Ello se hizo evidente en muchas manifestaciones
políticas en las que se saludaba a la Intifada como la
realización de un derecho legítimo del pueblo palestino
a resistir a la ocupación. Además, utilizaron la
Intifada como un medio de agitación contra muchas políticas
opresivas de Israel.
La masiva y violenta reacción de Barak al estallido de
la Intifada produjo en esos regímenes la esperanza de
un rápido final del levantamiento. Sin embargo, la capacidad
del pueblo palestino y de su movimiento político de absorber
los golpes israelíes, su disposición para hacer
aún mayores sacrificios y la claridad de sus metas políticas
de libertad e independencia comenzaron a preocupar a los regímenes
árabes, especialmente cuando el movimiento masivo de los
pueblos árabes comenzó a formar parte del extenso
mecanismo de apoyo al pueblo palestino.
Los regímenes árabes, especialmente los moderados,
mostraron claramente su consternación y comenzaron a presionar
a la dirección palestina para que detuviera la Intifada
y aceptase las condiciones que EEUU e Israel exigieron en las
propuestas políticas y de seguridad durante la cumbre
de Camp David y, posteriormente, de Taba.
Arafat rechazó la "generosa oferta de Barak"
e inmediatamente comenzó a sufrir la presión no
solo de EEUU sino también de varios dirigentes árabes.
Arafat se mantuvo firme e insistió en los derechos nacionales
del pueblo palestino para reivindicar la retirada de los soldados
israelíes a las fronteras del 4 de junio [de 1962], el
derecho al retorno [de los refugiados palestinos], el desmantelamiento
de los asentamientos y Jerusalén. El presidente Clinton
amenazó a Arafat muy abiertamente, "si no firmas,
Israel lanzará la guerra contra ti con el apoyo de EEUU".
Las preocupaciones de los regímenes árabes comenzaron
a aumentar según se hacía evidente que la situación
amenazaba a extenderse sin control. El movimiento de resistencia
crecía fuertemente. Por otro lado, Barak, que se estaba
preparando para una guerra total, actuaba bajo dos influencias:
primera, su convicción de que podría para al movimiento
de resistencia palestina mediante el uso contundente de la fuerza;
segundo, ante la creciente presión de la oposición
del Likud y de Sharon.
En marzo de 2001, en la Cumbre Árabe celebrada en Amán
se alcanzó un acuerdo sobre los siguientes puntos: glorificar
la Intifada y su heroísmo; condenar la política
israelí y sus acciones; aprobar un plan de apoyo al pueblo
palestino; formar un comité de seguimiento de los incidentes
en Palestina.
Las resoluciones de la Cumbre árabe se aprobaron a
pesar de las contradicciones entre los dos ejes del mundo árabe:
el eje nacionalista -Siria, Iraq y Líbano- que hizo un
llamamiento al boicot cotra Israel, a la condena de la posición
de apoyo de EEUU a Israel y al incondicional respaldo a la Intifada.
El eje moderado -Jordania, Egipto- enfatizó su apoyo a
la Intifada y a la condena de la ocupación israelí
pero insistió en solicitar a EEUU que interviniera más
activamente para frenar la violencia en la región. Rechazaron
la idea del boicot a Israel y consideraron que sus establecidas
relaciones con este Estado proporcionarían la posibilidad
de influir positivamente sobre Israel.
En aquella conferencia, Arabia Saudí diferenció
su posición por su criticismo hacia EEUU y por garantizar
su apoyo financiero al pueblo palestino. Con ello, Arabia Saudí
intentaba asegurarse un papel de liderazgo basado en su poder
económico, en su influencia sobre el Consejo de Cooperación
del Golfo y en sus viejas relaciones con EEUU.
Merece la pena destacar que la Cumbre árabe normalmente
se reúne para discutir cuestiones pan-árabes. No
obstante, las reuniones de altos dirigentes árabes, ya
sean a nivel de ministros de Asuntos Exteriores o de los respectivos
de la Liga Árabe, están sometidas a las rivalidades
[existentes] entre los diferentes países. Por esta razón,
sus decisiones son normalmente vagas y no comprometen [a sus
miembros], con la posible excepción de la Cumbre mantenida
por primera vez en 1964, bajo el liderazgo de Gamal Abdel Naser.
Poco antes de la Cumbre árabe, Barak perdió
las elecciones israelíes el 6 de febrero de 2001 y Sharon
llegó al poder.
2. De la llegada al poder de Sharon
en marzo de 2001 al 11 de septiembre de 2001
Barak fracasó en aplastar la Intifada al igual que
fracasó en las elecciones israelíes. Sharon llegó
al poder como el rey de Israel, el salvador. No fue elegido porque
tuviera una visión global para la paz o un plan maestro
singular para resolver el conflicto de Oriente Medio. Fue elegido
porque prometió al público israelí la seguridad
absoluta. Era un general con una historia sangrienta. Era el
héroe de la guerra de 1973 con Egipto y el comandante
que dio una lección al pueblo palestino en Gaza desde
1970 hasta 1973. Su posibilidad de ganar las elecciones no disminuía
por su pasado como artífice de la invasión de Líbano
y Beirut y de las masacres de Sabra y Chatila.
La elección de Sharon no fue solo un reto para la Intifada
sino [que creó] una situación delicada para los
amigos de Israel. Ello constituiría después una
seria prueba para los regímenes árabes sobre su
credibilidad ante el pueblo árabe. La repugnante imagen
de Sharon en el mundo árabe ayudó a los regímenes
árabes a elevar el tono de su retórica política
-incluida la reclamación de aislar a Sharon si ello fuese
necesario.
Al principio, los discursos de los dirigentes árabes
eran agresivos. No obstante, confiaban en que el general electo
acabaría con la Intifada en cien días como había
prometido. Hicieron sus cálculos en dos direcciones: si
Sharon tenía éxito en acabar con la Intifada, sería
bueno para ellos; e, igualmente, si la Intifada triunfaba y hacía
caer a Sharon, también les beneficiaría.
Pero las expectativas de los regímenes árabes se
diluyeron ante la firmeza del pueblo palestino y ante la eficacia
de su movimiento de resistencia, por el aumento de las pérdidas
en el lado israelí -tanto en términos humanos como
económicos- y por el incremento de las medidas opresoras
del ejército israelí.
El dilema de los regímenes árabes se complicó
más cuando el movimiento de resistencia palestino consiguió
establecer un cierto aunque delicado equilibrio con las fuerzas
de ocupación. Como la confusión de los regímenes
no parecía resolverse, insistieron en reclamar a EEUU
que interviniera más activamente. El juego se había
hecho demasiado peligroso para su gusto. Siguieron apoyando la
Intifada pero solo en sus discursos. El primer signo de la desviación
tomó la forma de dirigir su apoyo financiero no hacia
la AP sino a las ONG nacionales e internacionales. De repente,
su apoyo adquirió un carácter más humanitario
para evitar, de hecho, el apoyo político a la autoridad
palestina.
Durante este periodo se hizo evidente que Sharon era incapaz
de acabar con la Intifada. La opinión pública israelí
comenzó a preguntarse a dónde les estaba conduciendo
[Sharon]. Él contestó con una agenda que superponía
el poder a las negociaciones o al compromiso. Sus discursos se
fueron haciendo más radicales que antes y procedió
a aplicar la política gubernamental de asesinatos hasta
alcanzar su más alto apogeo.
La guerra abierta y global de Sharon contra los palestinos fue
respondida con los cada vez más suavizados discursos de
los líderes árabes. Ello culminó cuando
el ministro de Asuntos Exteriores de Qatar, Hamad Ben Yasim,
declaró que los árabes deberían "rogar"
a EEUU para que acabase la agresión israelí contra
el pueblo palestino.
3. Del 11 de septiembre de 2001 hasta
la Cumbre árabe de Beirut, de marzo de 2002
EEUU declaró una guerra total contra el terrorismo.
Comenzó por reorganizar su agenda y sus prioridades. Disfrazando
sus acciones tras los sucesos del 11 de septiembre, EEUU empezó
a pasar las cuentas a aquellos Estados contra los que tenía
resentimientos porque no aceptaban su política.
Sharon se subió a la ola de EEUU para pasar las cuentas
de Israel al pueblo palestino. Hasta ese momento, Sharon había
recibido fuertes ataques no solo de la comunidad internacional
sino también de la comunidad israelí por no haber
sido capaz de acabar con la Intifada como había prometido.
Desatendió la economía y el deterioro de todos
los sectores de la sociedad israelí, especialmente el
sector del turismo. Sharon no pudo dominar la Intifada con los
medios que había utilizado hasta entonces. Los sucesos
del 11 de septiembre le proporcionaron la oportunidad de maximizar
el uso de la fuerza. Intensificó la presión militar,
política y económica para aplastar al movimiento
de resistencia palestino. Con el apoyo de EEUU declaró
que su guerra contra el pueblo palestino formaba aparte de la
campaña internacional "contra el terrorismo".
Equiparó a Arafat con Bin Laden y comparó al movimiento
de resistencia palestino con los Taliban.
A la vista de la nueva fórmula de Washington -"los
que no están con nosotros están contra nosotros"-
y del respaldo a la opresión israelí -"Israel
se está defendiendo"-, emergieron mayores contradicciones
entre los regímenes árabes y la dirección
palestina y la resistencia. La posición árabe oficial
perdió capacidad de maniobra y en consecuencia comenzó
a reajustarse, especialmente cuando la alianza de EEUU e Israel
no dejó espacio para las objeciones o las críticas.
Washington empezó a exigir declaraciones políticas
muy claras y consecuentes con su propia visión.
Al mismo tiempo, la relativamente fácil victoria de EEUU
en Afganistán aumentó su apetito de influencia
en Oriente Medio. Guiados por los intereses comunes de EEUU e
Israel y por las medidas opresoras del general israelí
bajo el lema de "la lucha contra el terrorismo internacional",
Washington presionó para que se acatara su voluntad -y
la de Israel- en Oriente Medio. Sin embargo, este empeño
chocó con dos grandes obstáculos: primero, el movimiento
de resistencia palestino resultó inquebrantable y se intensificó;
segundo, Iraq rechazó con firmeza las exigencias de EEUU.
Al igual que la causa palestina representa una causa moral
e histórica para el pueblo árabe, representa también
un modelo para mejorar su propia situación. Este hecho
ha forzado a EEUU a poner fin al problema palestino cuanto
antes, sacándole de su silencio inicial. Para Washington
resultaba difícil, si no imposible, concluir su tarea
en Iraq sin arreglar antes el problema palestino.
A la vista de esto, la política de EEUU definió
cuatro estrategias principales:
- Dar rienda suelta a Sharon y su maquinaria militar contra
el pueblo palestino bajo el lema "Israel tiene derecho a
defenderse".
- Aislar a Arafat señalando la falta de confianza en
él y describiéndole como incapaz e inútil
para controlar el "terrorismo palestino".
- Exigir a los países del "eje moderado"
Egipto, Jordania y Arabia Saudí- que declarasen abiertamente
su voluntad de trabajar para poner fin a la Intifada y rechazar
el "terrorismo palestino".
- Presionar a los países del "Eje del Mal"
Siria y Líbano- mediante la amenazada de la guerra
y designándolos como países del "Eje del Mal",
además de declarar abiertamente la necesidad de derrocar
al régimen de Sadam Husein en Iraq.
La presión de los pueblos árabes creció
tanto como la contra-presión de Washington, lo que situó
a los regímenes árabes entre la espada y la pared,
una situación que se ajustó a través de
las resoluciones de la Cumbre Árabe de Beirut, en marzo
de 2002. En ese marco, los regímenes de eje moderado
y aquellos del eje nacional, aceptaron la iniciativa saudí
que se había hecho pública de ante mano en diversos
periódicos internacionales. Este incidente particular,
enojó a varios dirigentes árabes y ciertamente
pudo contribuir al boicot de Mubarak [Egipto] y del rey Abdala
[Jordania] que declararon que su ausencia era un acto de solidaridad
con Arafat, a quien Israel había prohibido salir del país
[para acudir a la Cumbre de Beirut].
Arabia Saudí sabía bien que Aman y El Cairo apoyarían
la iniciativa no solo porque EEUU y Europa la habían aprobado
sino porque también lo había hecho la dirección
palestina. Ello explica porqué Arabia Saudí estuvo
más preocupado por convencer a Damasco y a Beirut.
De camino a una reunión con Colin Powell, el príncipe
saudí viajó desde Damasco hasta Marruecos sin detenerse
en El Cairo ni en Aman. En general, la aceptación de la
iniciativa saudí fue un intento de los regímenes
árabes de postrarse ante EEUU. Trataban de hacerse visibles
como si tuvieran algo con lo que contribuir. Arafat, a quien
Israel había prohibido asistir a la Cumbre de Beirut,
estuvo de acuerdo con la iniciativa saudí que reclama
la aplicación de la fórmula de "paz por territorios"
y la normalización de las relaciones entre Israel
y los países árabes. El problema de los refugiados
se pospondría para futuras negociaciones.
4. De la invasión israelí
de las ciudades palestinas el 28 de marzo de 2002 al discurso
del presidente Bush el 24 de junio de 2002
La invasión -reocupación- de las ciudades y aldeas
palestinas por el ejército israelí, y la destrucción
masiva que ha dejado tras de sí evidenciaron la respuesta
militar y política a las resoluciones adoptadas a la Cumbre
Árabe de Beirut que fueron ampliamente consideradas como
una estrategia para la paz. La invasión fue una bofetada
en la cara de todos los regímenes árabes.
Al igual que Sharon quería dar una lección a Arafat
y acabar con el movimiento de resistencia palestino forzando
la rendición de ambos, también quería mandar
un mensaje a los dirigentes árabes. En esencia decía
que el horizonte de la iniciativa saudí era todavía
demasiado alta y que, a cambio, tendrían que hacer concesiones
interminables. No hay que decir que la iniciativa fue rechazada
de hecho por Israel cuando EEUU aligeró por un momento
su perpetua justificación de Israel y aceptó una
reunión con el príncipe saudí para discutir
la iniciativa. Para cuando los dos dirigentes se reunieron, la
iniciativa ya estaba muerta y desde entonces los regímenes
árabes no han vuelto a pronunciar una palabra para defenderla.
El respaldo de EEUU a Israel y a su opción militar y la
crueldad de la invasión causó grandes pérdidas
a los palestinos que afectaron a las ciudades, a las cosechas
y las viviendas palestinas. Ello reveló la última
fase de impotencia de los regímenes árabes y reactivó
la resistencia palestina. Los acontecimientos movilizaron por
un momento a los pueblos árabes conduciendo a una explosión
en las calles árabes desde Marruecos hasta el Golfo Arábigo-Pérsico.
Ello reveló de nuevo el profundo foso que separa a los
pueblos árabes de sus gobiernos.
Los regímenes árabes se encontraron sumergidos
en un lodazal. Las protestas árabes se entendieron como
la expresión política y social de un discurso multifacético
en tres dimensiones:
La primera dimensión expresó la profunda frustración
y desesperación de los pueblos árabes como consecuencia
de su difícil realidad económica y política.
La segunda dimensión fue una expresión de solidaridad
con el pueblo palestino, el rechazo de la política de
EEUU, la condena del sesgo pro-israelí de Washington.
Los pueblos árabes reafirmaron que la causa palestina
sigue estando en el vértice del nacionalismo panárabe.
La tercera dimensión halló su expresión
en la condena de la impotencia de los regímenes árabes
y del consenso del rechazo general de los pueblos árabes
hacia la declaración de Beirut.
La fusión dialéctica de estas tres dimensiones
originó una cuarta dimensión. El movimiento de
los pueblos árabes siguió expresando su solidaridad
con el pueblo palestino, rechazando la política de EEUU
y condenando la impotencia de los regímenes árabes
oficiales, y este proceso comenzó a transformarse de movimiento
de rabia hacia cuestiones externas a movimiento en el que emerge
la conciencia de las cuestiones internas. La continuación
de este movimiento pondría en peligro realmente los intereses
de los regímenes árabes.
Esta transformación en el movimiento de la calle árabe
comenzó a reflejarse a nivel social. Asimismo, comenzó
a reflejar una conciencia colectiva que maduraba con la práctica.
En su núcleo se encontraba la necesidad de estar firmemente
al lado del pueblo palestino y de proteger los intereses nacionales
árabes, y esos objetivos no eran posibles sin [que se
produjeran] cambios radicales en la sociedad árabe a nivel
político, social y económico.
El movimiento de la calle árabe ya no era una expresión
espontánea de la solidaridad con el pueblo palestino y
por ello, los regímenes árabes nunca más
volvieron a mirar a este movimiento en términos tan simplistas.
El movimiento comenzó por unir a todos los sectores de
la sociedad reclamando un cambio radical que reestructurase y
reconstruyese la vida política, económica y social
en todo el mundo árabe y en cada uno de sus Estados miembros.
Este peligro inminente tenía que acabar lo más
pronto posible y antes de que adquiriese mayor poder político.
Para ello, los regímenes árabes comenzaron a presionar
a Arafat cada vez con más intensidad para que pusiera
un fin a la Intifada y tomara fuertes medidas contra los activistas.
Sus posiciones empezaron a hacerse eco de las de Washington y
Tel Aviv.
No obstante, las razones y las metas de Washington no eran
las mismas que aquellas de los regímenes árabes.
Los regímenes árabes deseaban una iniciativa política
que acabara con el levantamiento de los pueblos árabes.
EEUU tenía en mente una solución más global:
fomentar entre los dirigentes árabes la competencia entre
ellos para ver cuál era capaz de complacer más
a EEUU. Washington quería dar a Sharon suficiente tiempo
para acabar con la infraestructura del movimiento de resistencia
como primer paso hacia una solución global basada en las
condiciones israelíes y estadounidenses.
La Administración Bush era bien consciente de los peligros
del movimiento de la calle árabe porque transmitía
la abierta hostilidad contra EEUU. Sin embargo, la Administración
Bush utilizó al mismo movimiento como medio de presión
ante los regímenes árabes y consiguió mayores
concesiones de éstos. El precio que han tenido que pagar
a Washington ha sido guardar silencio mientras el movimiento
de resistencia palestino estaba siendo machacado brutalmente
y aceptar la guerra que viene contra Iraq.
El objetivo global de la política de EEUU ha sido conducir
a la AP y a los regímenes árabes a un punto en
el que solo pudieran aceptar las condiciones estadounidenses
e israelíes para la resolución del conflicto de
Oriente Medio. Washington podría entonces reordenar la
región a su medida.
5. Del discurso de Bush del 24 de
junio al presente
La zona de Oriente Medio está siendo testigo de un
incremento dramático de las actividades de guerra, invasiones,
reinvasiones así como del aumento del activismo de la
resistencia palestina. Israel reaccionó invadiendo a gran
escala, cercando muchas ciudades y aldeas palestinas, extendiendo
el toque de queda e intensificando los daños económicos.
Se había preparado el clima para que EEUU presentase su
visión de la paz sin ninguna oposición seria por
parte árabe. Los regímenes árabes eran conscientes
de que no tenían otra alternativa que aceptar la visión
de EEUU a pesar de la debilidad y la inconsistencia del discurso
de Bush, que se concentró en lo siguiente:
- Aislar a Arafat y cambiar la dirección palestina.
- Reestructurar las fuerzas de seguridad palestinas bajo la
supervisión de la CIA, Egipto y Jordania.
- Redibujar la sociedad palestina y sus fuerzas políticas.
- Controlar y supervisar la economía de la AP.
Según el señor Bush, la solución del
conflicto de Oriente Medio no era tan urgente. La fórmula
de "tierra a cambio de paz" podría esperar tres
años más y la iniciativa árabe de la Cumbre
de Beirut podía pudrirse en el foso más profundo.
La lección para los monarcas y dirigentes árabes
era la siguiente: si tiene que haber una solución en el
horizonte, solo podrá ser una solución estadounidense
-incluso aunque la iniciativa saudí no contradiga necesariamente
los designios más básicos de EEUU para la resolución
del conflicto de Oriente Medio.
Todas las condiciones del discurso de Bush iban contra el alivio
gradual de las medidas de presión y la opresión
del gobierno israelí. Bush retiró su demanda de
que el gobierno israelí debería retirarse inmediatamente
de las ciudades palestinas. No importa que Sharon la hubiese
rechazado. En lo que se refiere a la solución final, esta
cuestión podría resolverse de algún modo
cuando las partes negociadoras abordasen las cuestiones como
Jerusalén, fronteras, refugiados y asentamientos.
Los regímenes árabes, tal y como están estructurados
en la actualidad y dependientes de EEUU tuvieron que aceptar
la iniciativa estadounidense. También aceptaron la terminología
de EEUU en relación al terrorismo. Incluso el aliado
tradicional de EEUU, Arabia Saudí, estaba recibiendo ahora
amenazas de Washington por su supuesto cobijo a terroristas.
La actual sumisión de Arabia Saudí parece ser insuficiente.
Se pide a Arabia Saudí que tenga más cuidado con
sus iniciativas, que no se pronuncie tan vigorosamente en las
relaciones con otros regímenes árabes. Los regímenes
árabes han aceptado la reestructuración de la sociedad
palestina en los niveles social, económico y político
que nunca habrían aceptado para sus propios países.
Pero para EEUU e Israel, esa no es la cuestión.
Para concluir, además, ¿porqué no deberían
aceptar los regímenes árabes que se transformara
a la AP en una copia de si mismos?
Una vez aquí, cuatro puntos caracterizan ahora el futuro
de la política de EEUU en Oriente Medio:
- El cambio del gobierno en Palestina, Iraq e Irán.
- El mantenimiento de la guerra a largo plazo contra el "terrorismo
internacional".
- Acabar con las armas de destrucción masiva.
- Cambiar el rostro de las sociedades de Oriente Medio (democratización).
Haciendo frente a estos objetivos -que están en su
mayor parte dirigidos contra nosotros- no podemos evitar reconocer
la posición permanentemente débil de los dirigentes
árabes, cuyos horizontes políticos están
en declive crónico. Lo que comenzó siendo su apoyo
total al movimiento de resistencia palestina acabó, tras
las cumbres de Aman y de Beirut, en una absoluta renuncia ante
las exigencias de EEUU e Israel. Cualquier error o tumulto podría
costar la cabeza de cualquier dirigente árabe.
Sin embargo, la vida es más rica que los campos de petróleo
de Arabia Saudí y de Kuwait, y los resultados desde el
punto de vista de la Historia difieren de los resultados derivados
de los juicios inmediatos. Lo que sigue siendo cierto es que
mientras esta realidad contradiga los intereses de la vasta mayoría
de la gente, el pueblo luchará hasta el último
aliento para cambiarla.

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