Desinformación sobre
Iraq
Edward Said*
Al Ahram Weekly, núm. 614, 28 de noviembre-4 de diciembre
de 2002
Traducción: Loles Oliván, CSCAweb (www.nodo50.org/csca)
"Por supuesto, esto
es exactamente lo que le gusta al gobierno de EEUU: disponer
de una miscelánea de intelectuales árabes sin responsabilidad
ante los electores que insten a la guerra al ejército
de EEUU mientras fingen llevar 'la democracia al lugar en abierta
contradicción con los objetivos reales de EEUU y con sus
prácticas históricas".
La proliferación de informes, filtraciones y desinformación
sobre la inminente guerra de EEUU contra el dictador Sadam Husein
de Iraq sigue sin disimulo. Resulta imposible saber, sin embargo,
cuánto hay en ella de campaña de guerra sicológica
brillantemente manejada contra Iraq, y cuánto de abierta
confusión por parte de un gobierno que no está
seguro de cuál será su próximo paso. En
todo caso, encuentro que es tan posible creer que habrá
una guerra como que no la habrá. Ciertamente, la absoluta
beligerancia de los asaltos verbales sobre los ciudadanos de
a pié no tiene precedentes en su ferocidad, resultando
que muy pocos están absolutamente seguros de lo que está
ocurriendo realmente. Nadie puede confirmar con independencia
los varios movimientos de tropas y de la marina sobre los que
se informa a diario, y dada la opacidad de los tumbos de su pensamiento,
las intenciones verdaderas de George W. Bush son difíciles
de interpretar. Pero de lo que no hay duda es de que el mundo
entero está preocupado -en realidad, profundamente inquieto-
por el caos catastrófico que se creará tras otra
campaña aérea como la de Afganistán contra
el pueblo de Iraq.
Y sin embargo, un aspecto del diluvio de opiniones y un hecho
que es más inquietante por si mismo y sin referencia a
su intención real, es la avalancha de artículos
relacionados con el Iraq posterior a Sadam. Uno del que me gustaría
hablar en particular forma parte, obviamente, de una tentativa
continuada de un expatriado iraquí, Kanan Makiya, para
promocionarse a si mismo como el padre de lo que él llama
un país post-ba'ath, "no árabe" y descentralizado.
Ahora está bastante claro para cualquiera con la mínima
preocupación por las penurias de este rico y una vez floreciente
país que los años de gobierno ba'athista han sido
desastrosos, a pesar del temprano programa de desarrollo y construcción
del régimen. Así que poca discusión puede
haber al tratar de imaginar qué será de Iraq si
Sadam es derrocado bien por la intervención de EEUU o
por un golpe interno. La contribución de Makiya a esta
tarea ha sido firme, tanto en las ondas como en periódicos
cualificados donde se le está dando una plataforma para
airear sus opiniones de las cuales hablaré en su momento.
Lo que no quedado tan claro, sin embargo, es cómo es él
y de qué origen surge. Creo que es importante saber estas
cosas, aunque solo sea para juzgar el valor de su contribución
y para comprender con más precisión la especial
calidad de sus pensamientos e ideas
Kanan Makiya
Identificado a menudo con una relación de investigación
con Harvard y como profesor de la Universidad de Brandeis (ambas
en Boston), Makiya era un afiliado próximo al Frente Democrático
para la Liberación de Palestina (FDLP) cuando le conocí
a comienzos de 1970. Según recuerdo, era entonces estudiante
de arquitectura en el Massachusetts Institute of Technology
aunque escasamente habló en las ocasiones en que le
vi. Después desapareció de escena, o a lo mejor
desapareció a mis ojos. Emergió a la superficie
en 1990 como Samir Jalil, el autor de un cacareado libro llamado
La república del miedo (The Republic of Fear) que
describía el gobierno de Sadam Husein con considerable
terror y dramatismo. [Siendo] uno de los trabajos de la primera
Guerra del Golfo más laureados por los medios de comunicación,
La República del miedo se escribió al parecer
-según una aduladora entrevista hecha a Makiya que apareció
en la revista New Yorker- en los ratos libres que tenía
cuando trabajaba como asociado en la firma de arquitectos de
su padre en el propio Iraq. En la entrevista admitía que,
en cierto modo, Sadam había financiado indirectamente
la escritura de su libro si bien nadie acusó a Makiya
de colaborar con un régimen que él obviamente detestaba.
En su siguiente libro, Crueldad y silencio (Cruelty
and Silence), Makiya atacaba a los intelectuales árabes
a los que acusaba de oportunismo e inmoralidad bien por elogiar
a diferentes regímenes árabes o por guardar silencio
sobre los diferentes abusos de los gobiernos contra sus propios
pueblos. Por supuesto, Makiya no dijo nada sobre su propia historia
de silencio y complicidad como beneficiario de la munificencia
del régimen iraquí, a pesar de que, por supuesto,
tenía derecho a trabajar para quien quisiera. Pero declaró
las cosas más viles sobre gente como Mahmud Darwish o
yo mismo por ser nacionalistas, supuestamente partidarios del
extremismo y, en el caso de Darwish, por haber escrito una oda
a Sadam. La mayor parte de lo escrito por Makiya en el libro
era, en mi opinión, repugnante, basado como estaba en
la insinuación cobarde y en la falsa interpretación,
pero el libro, por supuesto, disfrutó de un momento o
dos de popularidad ya que confirmaba la idea de Occidente de
que los árabes eran villanos y pobres conformistas. Pareció
que no importara que Makiya hubiese trabajado para Sadam o que
nunca hubiera escrito nada sobre los regímenes árabes
hasta su República del miedo, hasta que, esto es,
hubo salido de Iraq y se hizo con su empleo allí. Fue
aclamado en todas partes en EEUU por ser un gran hombre de conciencia
y por haber desafiado la práctica de la autocensura de
los intelectuales árabes, pero su elogio estuvo desplegado
con frecuencia por gente que no sabía que el propio Makiya
nunca escribió en un país árabe o que cualquiera
que fueran los exiguos escritos que produjo habían sido
escritos tras un seudónimo y en medio de una vida próspera
y libre de riesgos en Occidente.
Excepto por sus dos libros y un artículo en el que
instaba a la Administración de EEUU a ocupar Bagdad durante
la Guerra del Golfo de 1991, no se oyó hablar mucho más
de Makiya después de aquello. Más tarde, el año
pasado escribió una novela ilegible que probaba de algún
modo que la Cúpula de la Roca [en Jerusalén] fue
realmente construida por un judío; el editor me la envió
así que tuve oportunidad de hojearla antes de que se publicara
formalmente, aunque me quedé pasmado de lo mal escrita
que estaba y de cómo, incapaz de resistir mostrar cuántos
libros había leído su autor, estaba sazonada con
notas a pié de página, ciertamente algo infrecuente
en lo que se suponía era una obra de ficción. No
obstante, tuvo una muerte feliz, y Makiya volvió a sumirse
en el silencio .
Hasta que estalló hace unos meses la campaña
contra Iraq inspirada por el gobierno [de EEUU], Makiya había
dicho poco sobre la guerra contra el terrorismo, los sucesos
del 11-S y la guerra de Afganistán. Es verdad que hizo
una especie de comentario para una popular revista bimensual
de EEUU sobre el supuesto manual de terrorismo islámico
de Mohamed Atta, pero incluso para su nivel fue una actuación
insignificante. Recuerdo vivamente, sin embargo, que al final
del último verano me ocurrió que escuché
una entrevista de radio con él en la que se le identificaba
por primera vez como director de un grupo del Departamento de
Estado de planificación para la post guerra del Iraq [de
la era] post Sadam. Su nombre no había aparecido entre
los mencionados como parte de los grupos de oposición
financiados por EEUU, ni había contribuido con nada que
pudiera leer el público general sobre el conflicto palestino-israelí
o ninguna otra cuestión de Oriente Medio, aunque yo había
oído que había visitado Israel varias veces.
'Destronar' a Sadam Husein
La versión más completa de sus planes para Iraq
tras la invasión estadounidense, que deriva de su actual
empleo como funcionario residente del Departamento de Estado
de EEUU, aparece en la edición de noviembre de 2002 de
Prospect, una buena publicación liberal mensual
británica a la que estoy suscrito. Makiya comienza su
propuesta enumerando las extraordinarias presunciones
tras sus argumentos, dos de los cuales son, casi por definición,
inimaginables. El primero es que "el destronamiento"
(the unseating) de Sadam no debe ocurrir tras una campaña
de bombardeos. Makiya ha debido estar viviendo en Marte para
imaginar que en caso de guerra no se llevaría a cabo un
ataque masivo, aunque todos y cada uno de los planes que han
circulado sobre el cambio de régimen en Iraq dejan claro
explícitamente que Iraq sería bombardeada despiadadamente.
La segunda presunción es igualmente imaginativa ya que
Makiya parece creer contra toda evidencia que EEUU está
comprometido con la democratización y la construcción
nacional iraquí. Porqué piensa que Iraq es como
Alemania o Japón tras la II Guerra Mundial (ambas fueron
reconstruidas por la Guerra Fría) está fuera de
mi alcance; además, no menciona ni una vez el hecho de
que EEUU está determinado a hacer caer el régimen
iraquí por las reservas de petróleo del país
y porque Iraq es un enemigo de Israel. Así que empieza
por hacer presunciones absurdas que simplemente revolotean ante
cualquier evidencia.
Sin inmutarse por tal clase de consideraciones, sigue insistiendo.
Los iraquíes están comprometidos con el federalismo
-declara- más que con un gobierno centralizado. La prueba
que ofrece es bastante despreciable. Al igual que todos sus otros
intentos de convencer al lector de que está argumentando
eficazmente, su lógica es tan débil porque está
basada igualmente en suposiciones ficticias y en sus propias
y altamente dudosas afirmaciones personales. Él es quien
está comprometido con el federalismo y eso mismo dice
de los kurdos. No se preocupa en decir de dónde se supone
que va a salir el federalismo como sistema -más que de
su propio despacho en el Departamento de Estado. Claramente,
él proyecta que se imponga desde el exterior, aunque hace
una reivindicación en absoluto probada de que "todo
el mundo" está de acuerdo en que el federalismo en
Iraq debe ser la salida. Ello "significa delegar el poder
fuera de Bagdad en las provincias", presumiblemente mediante
el golpe del general Tommy Franks [1]. Uno podría
haber pensado que la Yugoslavia posterior a Tito nunca existió
y que el trágico federalismo de ese país fue un
éxito total. Pero Makiya está tan apegado a sus
ideas como una especie de teórico gubernamental que simplemente
ignora conjuntamente las consecuencias, la historia, la gente,
las comunidades y la realidad para poder dar forma a su improbable
y absurdo planteamiento. Por supuesto, esto es exactamente lo
que le gusta al gobierno de EEUU, es decir, disponer de una miscelánea
de intelectuales árabes sin responsabilidad ante los electores
que insten a la guerra al ejército de EEUU mientras fingen
llevar "la democracia" al lugar en abierta contradicción
con los objetivos reales de EEUU y con sus prácticas históricas.
Parece como si Makiya no supiera nada sobre las ruinosas intervenciones
de EEUU en Indochina, Afganistán, América Central,
Somalia, Sudán, Líbano y las Filipinas, o que en
la actualidad, EEUU está involucrado militarmente en más
de 80 países.
'Desarabizar' Iraq
El clímax de la justificación de Makiya para
la invasión de Iraq por EEUU es su propuesta de que el
nuevo Iraq deberá ser no-árabe. (En alguna parte,
habla con desprecio de la opinión árabe que, dice,
no llegará nunca a nada. Ello aclara obviamente el tablero
de sus aireadas especulaciones tanto sobre el futuro como del
pasado). De qué modo se producirá esa mágica
solución desarabizadora, Makiya nada dice; ni de
cómo se va a deshacer Iraq de su identidad islámica
y de su capacidad militar. Se remite a una misteriosa cualidad
alquímica que él llama territorialidad y
procede a construir otro castillo de arena sobre esta base para
un futuro Estado de Iraq. Al final, sin embargo, indica con voluntarismo
que todo esto va a estar garantizado "desde el exterior",
por EEUU. Dónde haya ocurrido esto anteriormente es algo
que no preocupa a Makiya; mucho menos parece preocuparle el unilateralismo
de EEUU y su destructividad innecesaria.
Uno apenas sabe si reír o llorar ante la actitud de
Makiya. Claramente, este es un hombre sin experiencia de gobierno
o siquiera de ciudadanía. Entre países y culturas
y sin estar comprometido visiblemente con ninguno de ellos
excepto a su móvil y ascendente carrera- [Makiya] ha encontrado
ahora un refugio profundo dentro del gobierno de EEUU que utiliza
para estimular sus fantasiosos vuelos pasmosamente especulativos.
Para ser alguien que ha dado conferencias sobre responsabilidad
intelectual y juicio independiente, da ejemplos de [no tener]
ni lo uno ni lo otro; sino todo lo contrario. Elevado en un púlpito
que le ha liberado de ninguna responsabilidad, parece estar sirviendo
ahora a un amo que le ha pagado bien por sus servicios -como
Sadam le empleó en el pasado- y por su versátil
conciencia. Me parece increíble que Makiya se permita
a si mismo tal mojigatería y vanidad, pero ¿por
qué no? Nunca se ha implicado en un debate público
con sus compatriotas iraquíes, nunca ha escrito para un
público árabe; nunca se ha propuesto a si mismo
para un cargo o papel político que requiera coraje personal
y compromiso. O ha escrito bajo seudónimo o ha atacado
a gente que no ha tenido la posibilidad de responder a sus difamaciones.
Es triste que Makiya sugiera implícitamente que él
es la voz y el ejemplo del futuro Iraq. Y pensar que miles de
vidas se han perdido ya por las crueles sanciones de su patrón
o que más vidas y sustentos están a punto de ser
destruidos mediante la guerra electrónica ejecutada en
su país por el gobierno de George Bush. Pero a este hombre
no le preocupa nada de todo esto. Desprovisto de compasión
o de verdadera comprensión, parlotea para audiencias anglo-estadounidenses
que parecen satisfechas de que aquí, al menos, haya un
árabe que muestra el debido respeto a su poder y a su
civilización, sin consideración de qué papel
jugó Gran Bretaña en la partición imperialista
del mundo árabe o del daño que EEUU ha inflingido
a los árabes dando su apoyo a Israel y al conjunto de
dictadores árabes.
En si mismo y por sí mismo, Makiya es un fenómeno
pasajero. Sin embargo, él es un síntoma de varias
cosas a la vez. Representa al intelectual que sirve al poder
incuestionablemente; cuanto mayor es el poder, menos dudas tiene.
Es un hombre vanidoso que no tiene compasión ni conciencia
demostrable del sufrimiento humano. Sin principios ni valores
estables, es el típico de los cínicos halcones
antiárabes (como Richard Perle, Paul Wolfowitz y Donald
Rumself) que picotean la Administración Bush como moscas
en un pastel. Ni el imperialismo británico, ni las brutales
políticas de la ocupación de Israel, ni la arrogancia
estadounidense le detienen ni un momento. Y lo peor de todo:
es un hombre pretencioso y superficial que se favorece a si mismo
por su falta de sensatez incluso cuando condena a su propio pueblo
a mayores penas y a más dislocación. ¡Ay,
pobre Iraq!
Nota de CSCAweb:
1. Véase
en CSCAweb: La
Administración Bush prevé la ocupación indefinida
de Iraq y la imposición de un régimen militar provisional
estadounidense
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