Reflexiones sobre Estados
Unidos
La 'israelización'
de EEUU
Edward Said*
Al-Ahram Weekly Online, 28 de febrero al 6 de marzo de 2002, núm.
575
Traducción: CSCAweb (www.nodo50.org/csca)
"Salvo
excepciones, los más importantes intelectuales y comentaristas
de EEUU han tolerado el programa de Bush y, en algunos casos
flagrantes, han intentado incluso ir más allá,
hacia una sofistería cada vez más santurrona, una
autoadulación cada vez menos crítica y argumentos
cada vez más falsos y condimentados"
No conozco a un solo árabe o musulmán norteamericano
que no sienta que pertenece al campo enemigo, que estar en Estados
Unidos en estos momentos es una experiencia alienante especialmente
desagradable, un sentimiento de hostilidad muy ampliamente extendida
que parece saber muy bien hacia dónde apuntar. Porque,
a pesar de las declaraciones oficiales en las que se asegura
que el islam, los musulmanes, y los árabes no son enemigos
de Estados Unidos, el resto del panorama actual viene a indicarnos
lo contrario. Cientos de jóvenes árabes y musulmanes
han sido seleccionados para ser interrogados y, en lo que ya
son demasiados casos, han sido detenidos por la policía
o el FBI. En los controles de seguridad de los aeropuertos, se
suele apartar a un lado a cualquiera con un nombre árabe
o musulmán para darle un trato especial. Y, por supuesto,
los medios de comunicación han dado espacio a demasiados
"expertos" y "comentaristas" sobre terrorismo,
islam, y los árabes, gente cuyas repetitivas y reduccionistas
líneas de argumentación son tan hostiles y representan
de un modo tan falso nuestra historia, nuestra sociedad, y nuestra
cultura, que los propios medios se han convertido en poco más
que un apéndice más en la guerra contra el terrorismo
en Afganistán y otros lugares, como ahora parece ser el
caso con el proyectado ataque para "terminar" con Iraq.
Ya hay fuerzas norteamericanas destacadas en varios países
con poblaciones musulmanas numéricamente importantes,
como las Filipinas o Somalia, amén de que siguen almacenándose
tropas contra Iraq, e Israel sigue adelante con sus sádicos
ataques colectivos contra el pueblo palestino, todo ello al parecer
con el beneplácito de la opinión pública
estadounidense.
Aunque de algún modo lo anterior es cierto, también
puede dar lugar a la confusión. Estados Unidos es más
de lo que Bush, Rumsfeld, y otros dicen que es. Me molesta muchísimo
la idea de que debo aceptar una imagen de unos Estados Unidos
involucrados en una "guerra justa" contra algo que
de forma unilateral Bush y sus consejeros han dado en llamar
terrorismo, una guerra que nos ha colgado el cartel de testigos
silenciosos o de inmigrantes a la defensiva que deberían
dar gracias porque se les permita vivir en este país.
La realidad histórica es diferente: los Estados Unidos
son una república de inmigrantes, y siempre lo han sido.
Es una nación donde son sus ciudadanos, no Dios, quienes
aprueban las leyes. Salvo por los nativos norteamericanos, ya
prácticamente exterminados, todo aquel que en la actualidad
reside aquí en calidad de ciudadano norteamericano llegó
a estas costas como inmigrante procedente de otros lares, Bush
y Rumsfeld incluidos. La Constitución no habla de distintos
niveles de americanidad, ni tampoco de que existan formas
de "comportamiento norteamericano" que cuenten con
mayor o menor aprobación, incluyendo asuntos que han quedado
englobados en el saco de las actitudes o pronunciamientos "anti-norteamericanos".
Eso es una invención de los talibán estadounidenses
que quieren controlar la libertad de expresión y las actitudes
de un modo que a uno le hacen recordar misteriosamente a los
ex gobernantes de Afganistán, que a buen seguro nadie
echa de menos. Incluso aunque el Sr. Bush insista sobre la importancia
que la religión tiene en Estados Unidos, no tiene permiso
para imponer sus puntos de vista sobre la ciudadanía,
ni para hablar en nombre de todos cuando lanza sus proclamas
sobre Dios, América, y su propia persona en China y otros
puntos del planeta. La Constitución habla expresamente
de la separación entre Iglesia y Estado.
Pero aún hay más. Al aprobar la denominada Patriot
Act el pasado mes de noviembre, Bush y su aquiescente Congreso
han eliminado, abrogado, o resumido secciones enteras de la Primera,
Cuarta, Quinta y Octava enmiendas, han institucionalizado procedimientos
legales que dejan a los individuos sin la posibilidad de contar
con una defensa o un juicio justos, que autorizan los registros
secretos, las escuchas, la detención por tiempo ilimitado
y, visto el tratamiento que se está dando a los prisioneros
de Guantánamo, procedimientos que permiten al Ejecutivo
tomar prisioneros, retenerlos indefinidamente, decidir unilateralmente
si son o no prisioneros de guerra o si se les aplican o no las
convenciones de Ginebra: decisión que no corresponde tomar
a un país en solitario. Es más: el congresista
demócrata por el Estado de Ohio Dennis Kucinich afirmó,
en un magnífico discurso pronunciado el pasado 17 de febrero,
que el Presidente y sus hombres no estaban autorizados a declarar
una guerra ilimitada e irracional contra el mundo (se refería
a la "Operación Libertad Duradera"), ni tampoco
a aumentar en más de 400.000 millones de dólares
el presupuestos militar anual o abrogar leyes fundamentales.
Además, añadió (en lo que ha sido el primer
discurso de esta naturaleza pronunciado por un cargo público
electo relevante), que "nosotros no hemos pedido que la
sangre de los inocentes que murieron el 11 de septiembre sea
vengada con la sangre de los habitantes inocentes de Afganistán".
Me gustaría recomendar firmemente que el discurso de Kucinich,
elaborado sobre la base de lo mejor de los principios y valores
norteamericanos, se publique íntegramente en árabe,
con el fin de que nuestra gente en el mundo árabe pueda
comprender que EEUU no es un monolito al servicio de George Bush
y Dick Cheney, sino que contiene en sí muchas voces y
corrientes de opinión que este gobierno está tratando
de silenciar o hacer pasar por irrelevantes.
La 'israelización' de EEUU
El problema del mundo actual es cómo lidiar con el
inaudito e ilimitado poder del que goza EEUU, país que
de hecho no ha ocultado el hecho de que no necesita ni la coordinación
ni el apoyo ajenos para seguir adelante con lo que un pequeño
círculo de hombres y mujeres alrededor de Bush consideran
que son sus intereses. En lo que respecta a Oriente Medio, parece
como si desde el 11 de septiembre se hubiera producido una israelización
de EEUU: efectivamente, Ariel Sharon y sus socios han explotado
cínicamente la atención exclusiva que George Bush
ha prestado al "terrorismo", utilizándola como
coartada para llevar adelante su fracasada política contra
los palestinos. La cuestión es que Israel no es EEUU y,
gracias a Dios, EEUU no es Israel; por lo que, aún cuando
Israel cuenta por el momento con el apoyo de Bush, no deja de
ser un país pequeño cuya propia supervivencia como
Estado etnocéntrico en medio de un entorno árabe-islámico
depende no solo de una dependencia conveniente a EEUU (por no
decir infinita), sino también de la aclimatación
a su entorno, y no a la inversa. Por eso creo que la política
de Sharon le parece ahora a un buen número de israelíes
una política suicida y cada vez más israelíes
se están sumando a la postura adoptada por los oficiales
de la reserva contra la prestación de servicios bajo la
ocupación militar como un modelo de resistencia adecuado.
Este ha sido el mejor resultado de la Intifada. Un hecho que
prueba que el valor y la resistencia palestinas por fin han rendido
fruto.
Lo que no ha variado sin embargo es la postura de EEUU, que
se ha ido situando en una plano cada vez más metafísico
en el que Bush y su gente se identifican (tal y como lo refleja
el propio nombre de la campaña militar, "Operación
Libertad Duradera"), con la rectitud, la pureza, el Bien,
el destino, con unos enemigos externos que son la encarnación
del Mal absoluto. Cualquier que haya leído la prensa mundial
en las pasadas semanas puede darse cuenta de que la gente fuera
de EEUU se siente tan desconcertada como horrorizada ante la
imprecisión de la política norteamericana, que
reclama para sí el derecho a imaginar y crearse enemigos
a escala global para después enfrentarse con ellos sin
que sea necesario ser preciso en las definiciones, ni tener objetivos
concretos, o aún peor, sin preocuparse de la legalidad
(o ilegalidad) de tales acciones. En un mundo como el nuestro,
¿qué significado tiene derrotar al "terrorismo
del Mal"? No querrán decir acabar con cualquiera
que se oponga a EEUU: tarea infinita y carente de sentido. Tampoco
puede querer decir cambiar el mapamundi para servir a los intereses
de EEUU, poniendo a gente que nosotros consideramos "buenos
tipos" en el lugar de criaturas malvadas como Sadam Husein.
La simplicidad radical de todo atrae a esos burócratas
de Washington cuyo ámbito de acción es puramente
teórico, o que, precisamente porque están sentados
en sus oficinas del Pentágono, tienden a ver el mundo
como un blanco distante para el poder real y carente de oposición
de EEUU. Porque cuando uno vive a más de 15.000 kilómetros
de distancia de cualquier Estado del Mal conocido y tiene a su
disposición todo un arsenal de aviones de guerra, 19 portaaviones,
y decenas de submarinos, además de un millón y
medio de personas listas para el combate, dispuestas a servir
a su país persiguiendo a eso que Bush y Condoleezza Rice
siguen denominando "el Mal", lo más probable
es que uno termine estando dispuesto a utilizar todo ese poder
en algún momento y algún lugar, especialmente si
la Administración sigue pidiendo (con éxito) que
se sigan dando miles de millones de dólares al ya hinchado
presupuesto de defensa.
El alineamiento de los intelectuales
Desde mi punto de vista, lo más sorprendente de todo
esto es que, salvo excepciones, los más importantes intelectuales
y comentaristas de este país han tolerado el programa
de Bush y, en algunos casos flagrantes, han intentado incluso
ir más allá, hacia una sofistería cada vez
más santurrona, una autoadulación menos crítica
y argumentos más falsos y condimentados. Lo que no aceptarán
nunca es que el mundo en el que vivimos, ese mundo histórico
de naciones y pueblos, se mueve y se comprende por medio de la
política, y no mediante generalizaciones absolutas como
el Bien y el Mal en las que EEUU aparece siempre del lado del
Bien y sus enemigos del lado opuesto. Cuando Thomas Friedman
sermonea incansablemente a los árabes sobre la necesidad
de que sean más críticos consigo mismos, lo que
falta en sus palabras es precisamente un mínimo sentido
de la auto-crítica. A lo mejor cree que las atrocidades
del 11 de septiembre le autorizan a sermonear a otros, como si
solo fuera EEUU quien hubiera sufrido terribles pérdidas,
como si las vidas que se han perdido en el resto del planeta
no fueran dignas de ser lloradas o de que de su consideración
pudieran sacarse conclusiones de tipo moral tan importantes como
en el caso de las primeras.
Uno se apercibe también de la misma ceguera y de la
existencia de las mismas discrepancias cuando los intelectuales
israelíes se concentran en su propia tragedia y dejan
fuera de la ecuación el sufrimiento (mucho mayor) de un
pueblo desposeído, un pueblo sin Estado, sin Ejército,
sin fuerzas aéreas, sin ni siquiera un liderazgo adecuado:
un pueblo palestino cuyo sufrimiento a manos de Israel prosigue,
minuto a minuto, hora tras hora. Este tipo de ceguera moral,
esta incapacidad de evaluar y sopesar las pruebas del pecador
y el ofendido (por emplear una terminología moralista
que normalmente aborrezco y evito), está a la orden del
día. El trabajo de un intelectual crítico consiste
precisamente en no caer en la trampa, y aún más
si cabe, en hacer todo lo posible porque otros no caigan en ella.
No basta con decir en tono blandengue que toda forma de sufrimiento
humano es igual, para después irse lamentando de las miserias
propias. Aún más importante es darse cuenta de
qué es lo que hace el más fuerte y cuestionarlo,
más que justificarlo. La voz del intelectual se opone
y critica al más fuerte, que siempre necesita de una conciencia
clarificadora y disuasoria y de una perspectiva comparada para
que, como suele ocurrir con frecuencia, no se cargue a la víctima
con las culpas y se anime al más fuerte a actuar según
le plazca.
Hace una semana, me quedé patidifuso cuando un amigo
europeo me preguntó mi opinión acerca de una declaración
firmada por 60 intelectuales norteamericanos que había
sido publicada en los principales periódicos franceses,
alemanes, italianos y continentales en general, pero que no había
sido publicada en EEUU, salvo a través de Internet donde
muy pocos se apercibieron de la misma. La declaración
estaba redactada en el tono de un sermoneo ostentoso sobre la
guerra que EEUU libra contra el Mal y el terrorismo como una
guerra "justa" y consecuente con los valores norteamericanos,
tal y como son definidos por este grupo auto-erigido de intérpretes
de nuestro país. Pagada y patrocinada por un ente llamado
"Instituto de Valores Americanos" (cuya función
principal y muy bien financiada es la de propagar
ideas sobre la familia, la "paternidad" y "maternidad",
y sobre Dios), la declaración fue firmada por Samuel Huntington,
Francis Fukuyama y Daniel Patrick Moynihan entre otros, aunque
en realidad fuese redactada por una intelectual feminista conservadora,
Jean Bethke Elshtain. La inspiración de los principales
argumentos en favor de una guerra "justa" se debe al
profesor Michael Walzer, un supuesto socialista aliado del lobby
pro-israelí de este país cuyo papel consiste en
justificar todo lo que haga Israel sobre la base de unos supuestos
principios izquierdistas. Al firmar esta declaración,
Walzer ha abandonado cualquier pretensión de hacerse pasar
por hombre de izquierdas y, al igual que Sharon, se ha aliado
con una interpretación más que cuestionable de
EEUU como un recto combatiente contra el terror y el Mal, para
que además parezca que Israel y EEUU son países
similares que comparten objetivos parecidos.
Nada más lejos de la realidad, porque Israel no es
el Estado de todos sus ciudadanos, sino el Estado del pueblo
judío, mientras que no cabe ninguna duda de que EEUU es
solamente el Estado de todos sus ciudadanos. Es más:
Walzer nunca ha tenido el valor de decir claramente que apoyando
a Israel en realidad está apoyando a un Estado estructurado
sobre principios étnico-religiosos, algo a lo que (con
su hipocresía típica) él mismo se opondría
en EEUU si este país fuese declarado un Estado blanco
y cristiano.
Dejando a un lado el cúmulo de inconsistencias e hipocresías
propias de Walzer, el documento en cuestión tiene como
objetivo a "nuestros hermanos musulmanes", que supuestamente
deben entender que la guerra que libra EEUU no es una guerra
contra el islam, sino contra todos aquellos que se oponen a toda
una serie de principios con los cuales, por otra parte, es bastante
difícil estar en desacuerdo. ¿Quién puede
oponerse al principio de que todos los seres humanos somos iguales,
de que matar en nombre de Dios está mal, de que la libertad
de conciencia es algo positivo, o de que "el sujeto básico
de la sociedad es el individuo, y el papel legítimo del
gobierno es proteger y defender las condiciones para la prosperidad
de la humanidad"? Después de eso, sin embargo, EEUU
aparece retratado como parte ofendida y, aún cuando se
reconocen brevemente alguno de sus errores en política
exterior (sin que se especifique con detalle ninguno de ellos),
se le retrata como adalid de valores propios exclusivamente de
EEUU, tales como que todas las personas poseen un estatus y dignidad
morales innatas, que las verdades morales con carácter
universal existen y están al alcance de todos, o que es
necesario guardar las formas cuando surgen diferencias y que
la libertad de conciencia y religión son reflejo de la
dignidad humana y así se reconoce universalmente. Pues
muy bien. Porque, aunque los autores del sermón aseguren
que esos grandes principios se ven a menudo violados, ni siquiera
hacen el intento de explicar dónde y cuándo se
han producido tales violaciones (como en verdad es el caso),
o si de hecho han sido violados más veces de las que han
sido respetados, ni nada por el estilo. Pese a ello, Walzer y
sus colegas listan, en una nota a pie de página de considerable
longitud, todos los "asesinatos" a manos de árabes
y musulmanes de los que han sido víctimas norteamericanos,
incluyendo los Marines muertos en Beirut en 1983 y otros combatientes.
Para estos defensores militantes de EEUU, merece la pena hacer
una lista como esa, mientras el asesinato de árabes y
musulmanes no necesita siquiera ser mencionado ni calculado (incluyendo
los cientos de miles asesinados por Israel con apoyo norteamericano
o los cientos de miles asesinados por las sanciones que, con
el sostén norteamericano, se mantienen contra la población
civil inocente en Iraq). ¿Qué clase de dignidad
es esa que hace que Israel humille a los palestinos con la complicidad
e incluso cooperación de EEUU? ¿Dónde reside
la nobleza y la moralidad de guardar silencio mientras se asesina
a niños palestinos, mientras millones de personas viven
cercadas y unos cuantos millones más viven como refugiados
sin un Estado propio? Y si nos ponemos, ¿qué decir
de los millones asesinados en Vietnam, Colombia, Turquía
o Indonesia con el apoyo y el consentimiento de EEUU?
En términos generales, esta declaración de principios
dirigida por parte de un grupo de intelectuales norteamericanos
a sus hermanos musulmanes no parece ni una declaración
de conciencia auténtica, ni una crítica intelectual
contra la utilización arrogante del poder. No es más
que el pistoletazo de salida en esta nueva guerra fría
que EEUU ha declarado con la plena e irónica cooperación
de ese grupo de islamistas que sostienen que la "nuestra"
es una guerra contra EEUU y Occidente. Como persona que se cree
con el derecho a reivindicar su pertenencia a y relación
con EEUU y los árabes, tengo muchas cosas que objetar
a este tipo de retórica usurpadora. Si bien la declaración
pretende poner en claro toda una serie de principios y valores,
ocurre justamente lo contrario: la declaración es un ejercicio
de no saber, de querer cegar al lector con una retórica
patriótica que anima a la ignorancia mientras anula la
política, la historia y la moral verdaderas. Pese al vulgar
trapicheo que se traen sobre grandes "principios y valores",
la declaración no tiene nada que ver con ninguna de las
dos cosas, salvo el ir agitándolas por ahí de un
modo amenazante para intimidar y someter a los lectores extranjeros.
Tengo la impresión de que este documento no se publicó
en EEUU por dos razones: primero, porque habría recibido
unas críticas tan duras de parte de los lectores norteamericanos
que habría desaparecido de la circulación por trivial,
y segundo, porque la declaración formaba parte de la recientemente
anunciada y muy bien financiada estrategia del Pentágono
de poner en circulación propaganda como parte integrante
del esfuerzo bélico y estaba, en consecuencia, destinada
al consumo exterior.
Sea como fuere, la publicación de la declaración
(que apareció bajo el título de "¿Cuáles
son los valores americanos?") nos augura una fase novedosa
y degradada en la producción del discurso intelectual.
Porque, cuando los intelectuales del país más poderoso
en toda la Historia del planeta se alinean de un modo tan flagrante
con dicho poder, defendiendo su causa en lugar de exigirle contención,
reflexión, o una comprensión y comunicación
genuinas, significa entonces que hemos dado marcha atrás
hacia los años terribles de la guerra intelectual contra
el comunismo; unos años que, tal y como ahora sabemos,
trajeron consigo demasiadas concesiones, colaboraciones y mentiras
de parte de toda una serie de intelectuales y artistas cuyo papel
debería haber sido radicalmente distinto. Aquellos intelectuales
y artistas de los cincuenta y los sesenta, carentes de toda capacidad
de reflexión y crítica, respaldados y pagados por
el gobierno (especialmente por la CIA, que llegó a apoyar
el desarrollo de investigaciones académicas, viajes, conciertos,
e incluso exposiciones de arte), revistieron a las nociones de
honestidad intelectual y complicidad de una dimensión
tan novedosa como desastrosa. Porque junto a todo ello, se desarrolló
toda una campaña interna que tenía por objetivo
sofocar el debate, intimidar a los críticos, y restringir
el pensamiento. Para muchos norteamericanos, entre los que me
incluyo, aquel fue un episodio vergonzoso de nuestra historia,
y es nuestra obligación estar alertas e impedir que vuelva
a repetirse.
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