"Cualquier acuerdo de
paz que se construya sobre la alianza con EEUU será una
alianza que confirme el poder sionista, más que confrontarlo"
El sionismo norteamericano:
el verdadero problema
(I)
(Publicado en Al-Ahram Weekly Online,
21 de septiembre de 2000)
ÉSTE es el primero de una serie
de [tres] artículos que versarán sobre el tergiversado
y escasamente entendido papel jugado por el sionismo norteamericano
en la cuestión palestina. En mi opinión, el papel
de los grupos sionistas organizados y sus actividades en EEUU
no ha recibido la suficiente atención durante el periodo
del llamado "proceso de paz", carencia que yo por mi
parte encuentro absolutamente pasmosa, dado que la política
palestina ha sido esencialmente la de arrojar nuestro destino
como pueblo en brazos de EEUU sin tener ningún conocimiento
estratégico de cómo la política estadounidense
está efectivamente dominada, por no decir completamente
controlada, por una pequeña minoría cuyos puntos
de vista sobre la paz en Oriente Medio son de algún modo
más extremos incluso que los del Likud israelí.
Dejen que les ofrezca un pequeño ejemplo. Hace un mes,
el periódico israelí Ha'aretz envió
a uno de sus principales columnistas, Ari Shavit, a que viniese
varios días a charlar conmigo. Un buen resumen de nuestra
larga conversación apareció en forma de entrevista
en el suplemento del periódico, publicado el 18 de agosto
[de 2000], prácticamente sin cortar y sin haber sido censurado.
Expresé mis puntos de vista con sinceridad, haciendo énfasis
en el derecho al retorno, los acontecimientos de 1948, y la responsabilidad
de Israel en todo este asunto. Me sorprendió que mis puntos
de vista fueran presentados tal y como yo los expresé,
sin el más mínimo retoque editorial por parte de
Shavit, cuyas preguntas fueron en todo momento formuladas cortésmente
y sin ánimo de pelea.
Transcurrida una semana tras la entrevista, se publicó
una respuesta a la misma escrita por Meron Benvenisti, ex teniente
de alcalde de Jerusalén durante el mandato de Teddy Kollek.
Fue repugnantemente personal, llena de insultos contra mí
y mi familia. Pero [Benvenisti] nunca negó que existiera
un pueblo palestino, o que los palestinos fueron expulsados en
1948. De hecho, lo que dijo fue: les hemos conquistado, así
que ¿por qué hemos de sentirnos culpables? Una
semana más tarde, respondí a Benvenisti en Ha´aretz:
lo que escribí fue igualmente publicado en su totalidad,
sin cortes. Les recordé a los lectores israelíes
que Benvenisti era responsable (y probablemente estuviese al
tanto del asesinato de varios palestinos) de la destrucción
de Haret al-Magharibah en 1967, por la cual varios cientos de
palestinos perdieron sus hogares a manos de las excavadoras israelíes.
Pero no me vi en la obligación de recordarles ni a Benvenisti
ni a los lectores de Ha´aretz que existimos como
pueblo, y que al menos podemos debatir nuestro derecho al retorno.
Eso se daba por supuesto.
Hay aquí dos cuestiones. Una es el hecho de que la entrevista
al completo no podría haber aparecido en ningún
periódico estadounidense, y desde luego no en un periódico
judío norteamericano. Y aún en el caso de que esa
entrevista hubiera tenido lugar, las preguntas habrían
tomado un tono de confrontación, lleno de bravuconadas,
insultante, con preguntas como: "¿por qué
se ha visto usted involucrado en actividades terroristas?",
"¿Por qué usted no reconoce el Estado de Israel?",
"¿Por qué Hachch Amín era un nazi?"
y cosas por el estilo. En segundo lugar, un sionista israelí
de derechas como Benvenisti, sin importar cuánto pudiera
odiarme a mí o a mis ideas, no negaría nunca que
existe un pueblo palestino que fue obligado a marcharse en 1948.
Un sionista estadounidense diría que no existió
ninguna conquista o, como Joan Peters alegó en un libro
ya extinto pero en ningún caso olvidado publicado en 1984
bajo el título de From time immemorial [Desde
tiempo inmemorial] (que por cierto ganó todos los
premios judíos cuando apareció), que no hubo palestinos
que vivieran en Palestina antes de 1948.
Todo israelí admitirá sin rodeos (y sabe perfectamente
bien) que todo lo que hoy es Israel fue una vez Palestina, que,
como Moshe Dayan dijo abiertamente en 1976, cada ciudad y pueblo
israelí tuvieron una vez un nombre árabe. Benvenisti
afirma abiertamente que sí, que nosotros les conquistamos,
y que qué pasa. ¡A ver por qué tenemos que
sentirnos culpables por haber ganado! El discurso sionista norteamericano
no es nunca tan directo ni tan honesto: siempre hay que andarse
con rodeos, hablar de cómo se hizo florecer el desierto,
hablar de la democracia israelí, etc., evitando de un
modo absoluto los temas esenciales de 1948, que sí han
vivido de hecho los israelíes. Para el norteamericano,
estos hechos son casi fantasía o mito, nunca realidad.
Tan alejados de la realidad están los estadounidenses
que apoyan a Israel, tan atrapados dentro de las contradicciones
del sentimiento de culpa de la diáspora con todo el triunfalismo
que supone ser la minoría más poderosa y que más
éxito ha tenido en EEUU (porque después de todo,
¿qué significado tiene ser sionista y no emigrar
a Israel?), que lo que emerge de todo esto es muy a menudo una
aterradora mezcla de violencia indirecta contra los árabes,
un temor y un odio profundos hacia ellos, que es el resultado
de no haber estado directamente en contacto con ellos, por contraposición
con los judíos israelíes.
Para el sionista norteamericano, por lo tanto, los árabes
no son seres reales, sino fantasías que representan casi
todo aquello que puede ser demonizado y despreciado, muy especialmente
el terrorismo y el antisemitismo. Recientemente he recibido una
carta de un antiguo estudiante, una persona que ha tenido el
privilegio de recibir la mejor educación que alguien puede
recibir en EEUU, que todavía tiene el valor de preguntarme
con toda la franqueza y la educación del mundo que por
qué yo, como palestino, todavía permito que un
nazi como hachch Amín (1) determine mi agenda política.
"Antes de hachch Amín -escribe- Jerusalén
no era importante para los árabes. Debido a su maldad,
[Amín] convirtió Jerusalén en un tema importante
para los árabes, simplemente para hacer fracasar las aspiraciones
sionistas que siempre habían considerado Jerusalén
como algo importante". Ésta no es la lógica
de alguien que ha vivido con árabes y sabe algo concreto
sobre ellos. Es la lógica de una persona que habla a través
de un discurso bien organizado y lo hace guiado por una ideología
que considera a los árabes solamente como funciones negativas,
como la encarnación de violentas pasiones antisemitas.
Por lo tanto, [los árabes] son gente contra la que hay
que luchar y, llegado el caso, a la que hay que desposeer de
todo. No es casualidad que Baruch Goldstein, el espantoso asesino
de 29 palestinos que rezaban tranquilamente en la mezquita de
Hebrón, fuese norteamericano, lo mismo que el rabino Meir
Kahane. Lejos de constituir ejemplos aberrantes que avergüenzan
a sus seguidores, tanto Goldstein como Kahane son reverenciados
hoy en día por otros muchos de su calaña.
La mayor parte de los fanáticos colonos de extrema
derecha que están en tierra palestina, hablando sobre
"la Tierra de Israel" sin ningún tipo de remordimientos
como si fuera de ellos, odiando e ignorando a los propietarios
y residentes palestinos que viven a su alrededor, son también
estadounidenses. Verles caminar por las calles de Hebrón
como si la ciudad árabe fuese enteramente suya da miedo,
un miedo agravado por la actitud desafiante y llena de desprecio
de la que hacen gala frente a la mayoría árabe.
Saco a relucir todo esto porque quiero resaltar una cuestión
esencial. Cuando, tras la Guerra del Golfo, la OLP adoptó
la decisión estratégica (que por otra parte ya
había sido adoptada por otros dos países árabes
antes que la OLP) de trabajar con el gobierno de EEUU y a ser
posible con el poderoso lobby que controla todas las discusiones
sobre política de Oriente Medio, tomaron esa decisión
(lo mismo que los otros dos países que lo habían
hecho con anterioridad) sobre la base de una profunda ignorancia
y unas suposiciones extraordinariamente equivocadas. La idea,
tal y como la expresó un diplomático árabe
poco después de 1967, era la de rendirse por completo,
y decir, "ya no vamos a luchar más". Existían
razones objetivas para defender este punto de vista en aquel
entonces, lo mismo que existen ahora, sobre todo la de que continuar
luchando tal y como los árabes habían hecho históricamente
conduciría únicamente a la derrota y al desastre
total. Sin embargo, yo creo firmemente que fue un error de bulto
arrojarse en brazos de EEUU y decir, en efecto, que ya no íbamos
a luchar, que nos dejaran unirnos a ellos, pero que, por favor,
nos tratasen bien. La esperanza era que si nosotros cedíamos
y decíamos no ser sus enemigos, seríamos recibidos
como sus amigos árabes.
El problema radica en la disparidad de poder que siempre ha
existido. Desde el punto de vista del poderoso, ¿qué
diferencia hay en términos de estrategia si tu débil
adversario cede y dice que ya no tiene nada más por lo
que luchar, "aquí me tienes", "quiero ser
tu aliado", "solamente te pido que intentes comprenderme
un poquito mejor y así quizás puedas ser un poco
más justo?" Un buen modo de responder a esta pregunta
en términos prácticos y concretos es echar una
mirada a la campaña senatorial de Nueva York, Estado en
el que Hillary Clinton compite con el republicano Rick Lazio
por el escaño que en la actualidad tiene el demócrata
Daniel Patrick Moynihan, que va a retirarse. El año pasado
Hillary dijo que ella estaba a favor del establecimiento de un
Estado palestino y, durante una visita formal a Gaza con su marido,
abrazó a Soha Arafat. Desde que la carrera por el senado
ha dado comienzo en Nueva York, Hillary ha superado incluso a
los sionistas más conservadores en su fervor por Israel
y su oposición a Palestina, yendo incluso tan lejos como
para pedir que la embajada de EEUU se traslade de Tel Aviv a
Jerusalén, y aún peor, que se sea clemente con
Jonathan Pollard, el espía israelí condenado por
espionaje contra EEUU que en la actualidad está cumpliendo
una sentencia de cadena perpetua. Sus adversarios republicanos
han intentado ponerla en ridículo llamándola "amiga
de los árabes", así como mediante la publicación
de una fotografía en la que se la veía abrazando
a Soha. Dado que Nueva York es la fortaleza del poder
sionista, atacar a alguien con epítetos tales como "amante
de los árabes" o "amiga de Soha Arafat"
equivale al peor insulto posible. Y todo esto ocurre a pesar
de que Arafat y la OLP son abiertamente aliados de EEUU y reciben
ayuda financiera y militar norteamericana, al tiempo que en lo
relativo a la seguridad se benefician del apoyo de los servicios
de la CIA. Mientras, desde la Casa Blanca se publicó una
foto de Lazio dándose un apretón de manos hace
dos años con Arafat. Desde luego, una patada bien se merece
una respuesta igual.
Lo que de verdad cuenta es que el discurso sionista es un
discurso sobre el poder, y en ese discurso los árabes
son el objeto del poder; objeto, por otra parte, despreciado.
Al haberse rendido ante este poder como antagonista vencido,
[los árabes] nunca podrán esperar estar en una
situación de igual a igual con ese mismo poder. De ahí
el insultante y degradante espectáculo facilitado por
Arafat (que será por siempre jamás el símbolo
de la enemistad en la mente sionista), utilizado en un concurso
local dentro de EEUU por dos oponentes que intentan demostrarse
el uno al otro quién es más pro-israelí.
Y ni siquiera Hillary Clinton o Rick Lazio son judíos.
En mi próximo artículo discutiré cómo
la única estrategia política abierta a los árabes
y los palestinos dentro de EEUU no es un pacto con los sionistas
de aquí ni con la política estadounidense, sino
una campaña masiva que se dirija a la población
intercediendo por los derechos humanos, civiles y políticos
palestinos. Cualquier otro arreglo, bien sea [los Acuerdos de]
Oslo, bien Camp David, estará llamado a fracasar porque,
hablando claro, el discurso oficial está dominado por
el sionismo y, con algunas excepciones a título individual,
no existen alternativas al mismo. Por lo tanto, cualquier acuerdo
de paz que se construya sobre la alianza con EEUU será
una alianza que confirme el poder sionista, más que confrontarlo.
Someterse de un modo tan débil a la política [estadounidense]
sobre Oriente Medio controlada como lo está por el sionismo,
como los árabes llevan ya haciendo durante una generación,
no traerá ni estabilidad en la región, ni igualdad
o justicia en EEUU. Aún así, la ironía es
que dentro de EEUU existe un número considerable de gente
dispuesta a mostrarse crítica tanto con Israel como con
la política exterior de EEUU. La tragedia es que los árabes
son demasiado débiles, están demasiado divididos,
demasiado desorganizados, y son demasiado ignorantes como para
aprovecharse de esta situación. Más adelante hablaré
sobre estas cuestiones, porque mi objetivo es llegar a una nueva
generación que quizás se encuentra desanimada debido
al estado miserable y denigrante en el que nuestro pueblo y nuestra
cultura se encuentran en la actualidad, así como al sentido
de pérdida humillante e indigna que todos experimentamos
a resultas de ello.
1: La controvertida trayectoria de hachch Amín
al-Husaini refleja las dificultades de la primera resistencia
palestina al proyecto sionista. Desde su posición como
gran muftí de Jerusalén alentó la revuelta
de 1929, y también lideró la insurrección
palestina de 1936-39 desde la presidencia del Alto Comité
Árabe. En el contexto de enfrentamiento palestino con
Gran Bretaña, la entonces potencia mandataria, hachch
Amín al-Husaini declaró sus simpatías por
la Alemania nazi, lo que al estallar la Segunda Guerra Mundial
le llevó al exilio en Bagdad y posteriormente en Berlín.
Aunque intentó tener un activo papel en los planes de
posguerra para la región, el desprestigio de sus veleidades
nazis y la nueva fuerza de los planes de NNUU de partición
de Palestina le fueron superando, hasta quedar arrinconado cuando
su proyecto de instalar un Gobierno palestino en la zona palestina
conservada por los árabes en 1948 se esfumó al
anexionarse el emir Abdallah Cisjordania. El término hachch
es un título honorífico de caracter religios. [Nota
de CSCAweb] Volver
al texto
"Los Acuerdos de Oslo
supusieron la poco imaginativa aceptación por parte de
los palestinos de la supremacía israelo-norteamericana,
más que un intento por cambiarla"
Más sobre
sionismo norteamericano
(II)
(Publicado en Al-Ahram Weekly Online,
11 de octubre de 2000)
DESDE
que escribí mi último artículo sobre este
tema hace ya dos semanas, un pequeño (aunque potencialmente
comprometedor) incidente ha tenido lugar. Martin Indyk, embajador
de EEUU en Israel por segunda vez durante el "mandato Clinton",
ha visto abruptamente retirada su acreditación de seguridad
por parte del Departamento de Estado. La historia que se oye
es que [Indyk] utilizó su ordenador portátil sin
las necesarias medidas de seguridad, y que en consecuencia bien
podría haber suministrado información a personas
no autorizadas. Consecuentemente, Indyk no puede entrar en el
Departamento de Estado ni abandonarlo sin escolta, no puede permanecer
en Israel, y ha de someterse a una investigación a fondo.
Puede que nunca descubramos lo que realmente ha ocurrido.
Pero lo que sí se conoce públicamente y de cualquier
manera nunca se ha discutido en los medios de comunicación
es el escándalo que envolvió al nombramiento de
Indyk la primera vez. Justo cuando Clinton estaba a punto de
ser investido como presidente en enero de 1993, se anunció
que Martin Indyk, nacido en Londres y con nacionalidad australiana,
había jurado como ciudadano estadounidense por deseo expreso
del presidente electo. No se siguió el procedimiento habitual:
fue un ejercicio autoritario de los privilegios del poder ejecutivo
mediante el cual, tras haber obtenido la nacionalidad estadounidense,
Indyk pudo convertirse de modo inmediato en miembro del Consejo
de Seguridad Nacional, con responsabilidad directa en temas de
Oriente Medio. Todo esto es, yo creo, el verdadero escándalo,
y no la subsiguiente despreocupación o falta de atención
de Indyk, y ni siquiera su complicidad al ignorar códigos
oficiales de conducta. Porque, incluso antes de convertirse en
la pieza clave del Gobierno de EEUU en un puesto de altos vuelos
y que funciona de manera secreta, Indyk estaba ya a la cabeza
del Washington Institute for Near East Policy (Instituto
Washington para la Política de Oriente Medio), una organización
paraintelectual comprometida con la defensa activa de Israel
y cuyo trabajo está coordinado con el del AIPAC (American
Israel Public Affairs Committee [Comité Israelo-Americano
de Asuntos Públicos]), el lobby más poderoso
y temido de todo Washington. Merece la pena apuntar asimismo
que Dennis Ross, asesor del Departamento de Estado que se ha
hecho cargo del proceso de paz por parte norteamericana, también
estuvo a la cabeza del Instituto Washington; de manera que el
tráfico entre el lobby israelí y la política
norteamericana en Oriente Medio no es sólo extremadamente
regular, sino que está asimismo bien regulado.
Durante años, el AIPAC ha tenido tanto poder no sólo
porque se sustenta en un grupo de población judía
bien organizada, bien conectada, con un alto grado de visibilidad
pública, exitosa, y rica, sino porque casi siempre se
ha encontrado con muy poca oposición. Existe un miedo
y un respeto por el AIPAC a lo largo y ancho de todo el país,
pero especialmente en Washington, donde en cuestión de
horas casi todo el Senado puede ser conminado a firmar una carta
destinada al presidente en nombre de Israel. ¿Quién
va a oponerse al AIPAC y continuar con su carrera en el Congreso,
o plantarle cara (vamos a suponer, en nombre de la causa palestina),
cuando en realidad la susodicha causa no puede ofrecer nada a
quien le plante cara al AIPAC? En el pasado, uno o dos miembros
del Congreso le han plantado cara al AIPAC abiertamente, pero
inmediatamente después su reelección fue bloqueada
por los comités de acción política controlados
por el AIPAC. Fin de la historia. El único senador que
adoptó una postura remotamente similar a la de un opositor
al AIPAC ha sido James Abu Rizk, pero él mismo no pretendía
ser reelegido y, por razones personales, dimitió después
de que su mandato de seis años terminara.
No existe ningún comentarista político que mantenga
de manera absolutamente clara y abierta una posición de
resistencia frente a Israel en EEUU. Algunos columnistas liberales,
como Anthony Lewis del New York Times, escriben ocasionalmente
de manera crítica sobre las prácticas de la ocupación
israelí, pero nada se comenta sobre 1948 y toda la cuestión
del desalojo palestino que está en la raíz de la
propia existencia (y subsiguiente comportamiento) de Israel.
En un artículo reciente, Henry Pracht (un antiguo oficial
del Departamento de Estado), advierte sobre la asombrosa unanimidad
de las opiniones vertidas en todos los medios de comunicación
estadounidenses, desde las películas a la televisión,
pasando por la radio, los periódicos, los semanarios,
o las publicaciones mensuales, cuatrimestrales, o diarias: todo
el mundo se mantiene firmemente al lado de la versión
oficial israelí, que se ha convertido igualmente en la
versión oficial norteamericana. Esta coincidencia es el
[mayor] logro del sionismo norteamericano desde 1967, coincidencia
que ha sido explotada en el discurso público sobre Oriente
Medio. De modo que la política de EEUU es igual a la política
israelí, excepto en aquellas raras ocasiones en las que
Israel se ha extralimitado (véase el caso Pollard) y ha
considerado oportuno hacer lo que le da la gana.
La crítica a las prácticas israelíes
se ve, por tanto, limitada a salidas de tono, y, por infrecuente,
puede ser calificada de literalmente invisible. El consenso generalizado
es tan poderoso y virtualmente inexpugnable que se impone sobre
la mayoría. Este consenso está construido sobre
las irrebatibles verdades que hablan de Israel como una
democracia (su virtud primordial), la modernidad de sus gentes,
y el carácter razonable de sus decisiones. El rabino Arthur
Hertzberg, un clérigo liberal estadounidense muy respetado,
dijo en una ocasión que el sionismo era la religión
secular de la comunidad judía norteamericana. Este hecho
se ve visiblemente confirmado por el apoyo de varias organizaciones
norteamericanas cuyo papel es el de controlar el espacio público
en busca de infracciones, lo mismo que otras organizaciones
judías manejan hospitales, museos, o institutos de investigación
por el bien de todo el país. Esta dualidad constituye
una paradoja irresoluble según la cual iniciativas públicas
muy nobles coexisten con las más mezquinas e inhumanas.
Tomemos un ejemplo reciente: la Organización Sionista
de América (ZOA), constituida por un grupo pequeño
pero ruidoso de fanáticos, publicó un anuncio pagado
en The New York Times el 10 de septiembre en el que se
dirigía a Ehud Barak como si este último fuera
un empleado de los judíos norteamericanos, recordándole
que esos seis millones [de judíos norteamericanos] constituían
un grupo mayor que los cinco millones de israelíes que
habían decidido emprender negociaciones sobre Jerusalén.
El lenguaje utilizado en el anuncio no era únicamente
admonitorio, sino casi amenazante; se afirmaba que el primer
ministro de Israel había decidido "de forma antidemocrática"
emprender una acción considerada anatema por los judíos
norteamericanos, que se sentían a disgusto con su comportamiento.
No está en absoluto claro quién instigó
a este pequeño y combativo grupo de fanáticos a
sermonear al primer ministro israelí en un tono semejante,
pero la ZOA se cree con derecho a intervenir en los asuntos de
todo el mundo. Rutinariamente, escriben o llaman por teléfono
al rector de mi universidad para pedirle que me expulse o me
censure por algo que yo haya dicho, como si las universidades
fueran guarderías y los profesores tuvieran que ser tratados
como delincuentes menores de edad. El año pasado organizaron
una campaña para conseguir que me destituyeran como presidente
electo de la Modern Language Association, cuyos más de
30,000 miembros fueron sermoneados por la ZOA, al igual que otros
tantos imbéciles. Esta es la peor modalidad de abuso estalinista,
pero no es más que la expresión típica más
fanática del sionismo norteamericano organizado.
Durante los últimos meses, varios escritores y editores
judíos de derechas (entre ellos, Norman Podhoretz, Chrales
Krauthammer y William Kristol, por mencionar solamente a algunos
de los propagandistas más estridentes) han criticado a
Israel por haberles ofendido, como si encima a ellos les afectara
más que nadie. El tono empleado en sus artículos
es horrible, una combinación repugnante de arrogancia
cínica, de sermoneo moralizante, y de la más horrorosa
hipocresía, todo ello hecho con un aire de absoluta confianza.
Ellos simplemente suponen que, debido al poder de las organizaciones
sionistas que apoyan sus censurables fanfarronadas, pueden irse
de rositas pese a sus excesos verbales; pero, en realidad, lo
que ocurre es que pueden hacerlo porque la mayoría de
los norteamericanos desconoce de qué se está hablando,
o simplemente está acobardada y calla. Poco tiene esto
que ver con la actualidad política de Oriente Medio. La
mayor parte de los israelíes con un poco de sensibilidad
les miran además con disgusto.
El sionismo norteamericano ha llegado prácticamente
a un nivel de fantasía pura, en el cual todo lo que sea
bueno para el feudo de los sionistas norteamericanos y su discurso
en extremo ficticio, es bueno también para América
y para Israel, y evidentemente, para los árabes, musulmanes,
y palestinos, que no parecen ser nada más que un conjunto
de molestias sin importancia. Quien se atreve a desafiarles o
a retarles (especialmente si se trata de un árabe o de
un judío crítico con el sionismo), se ve sometido
al más horrible de los abusos y vituperios, todo ello
de modo personal, racista, e ideológico. Son implacables:
carecen de cualquier atisbo de generosidad o genuina comprensión
humana. Decir que, de algún modo, sus análisis
y diatribas están hechas al estilo del Antiguo Testamento
es insultar al mismo Antiguo Testamento.
En otras palabras: aliarse con ellos, tal y como los Estados
árabes y la OLP han tratado de hacer desde la Guerra del
Golfo, es una muestra de la ignorancia más estúpida.
Ellos se oponen vehementemente a todo lo que defienden los árabes,
los musulmanes, y muy especialmente los palestinos, y antes que
firmar la paz con nosotros, harían saltar todo por los
aires. Claro que también es cierto que la mayor parte
de los ciudadanos de a pie se sorprende por el tono tan vehemente
que utilizan, aunque en realidad desconocen lo que se esconde
detrás del mismo. Cuando uno habla con norteamericanos
que no son ni árabes ni judíos, existe una sensación
de asombro y exasperación ya rutinaria frente a la actitud
implacablemente amedrentadora [que muestran], como si todo Oriente
Medio estuviese a su disposición para hacer y deshacer.
He llegado a la conclusión de que en EEUU, el sionismo
no es solamente una fantasía construida sobre unos cimientos
muy débiles, sino que además es imposible que establezcamos
una alianza o esperar que se produzca ningún intercambio
racional. Pero sí se le puede rebasar, y vencer.
Desde mediados de la década de los ochenta he venido
diciendo a los líderes de la OLP y a todos los palestinos
y árabes que conozco que los intentos de la OLP para que
su voz llegue a los oídos del presidente [estadounidense]
son una ilusión total, dado que todos los presidentes
recientes han sido sionistas devotos, y que la única manera
de cambiar la política norteamericana y conseguir la autodeterminación
es mediante una campaña masiva a favor de los derechos
humanos palestinos, campaña que tendría el efecto
de rebasar a los sionistas y que además llegaría
directamente al pueblo norteamericano. Los norteamericanos, por
falta de información pero también porque aún
están abiertos a las llamadas que se hagan por una causa
justa, reaccionarían tal y como lo hicieron frente a la
campaña del Congreso Nacional Africano en contra del apartheid,
lo cual finalmente condujo a que se produjera una transformación
dentro de Sudáfrica. Es justo mencionar en este punto
que James Zogby, que en su día fue un activista por los
derechos humanos lleno de energía (antes de unirse a Arafat,
al Gobierno de EEUU, y al Partido Demócrata), fue uno
de los impulsores de la idea. El hecho de que la haya abandonado
totalmente indica cuánto ha cambiado [Zogby], pero no
supone que la idea no siga siendo válida.
También me ha quedado claro que la OLP nunca pondrá
en práctica esta idea por varias razones: [primero], porque
requiere trabajo y dedicación. Segundo, porque significaría
adoptar una filosofía política que estuviera realmente
basada en una organización democrática de acción
desde las bases. Tercero, porque tendría que ser un movimiento
más que una iniciativa personal de sus líderes.
Y, por último, porque requeriría un conocimiento
real, que no superficial, de la sociedad norteamericana. Además,
creo que la mentalidad convencional que nos ha ido sacando de
Guatemala para meternos en Guatepeor es difícil de cambiar,
y el tiempo me ha dado la razón. Los Acuerdos de Oslo
supusieron la poco imaginativa aceptación por parte de
los palestinos de la supremacía israelo-norteamericana,
más que un intento por cambiarla.
En cualquier caso, toda alianza o compromiso con Israel en las
presentes circunstancias, en un momento en el que la política
norteamericana está totalmente dominada por el sionismo
norteamericano, está condenado a obtener más o
menos los mismos resultados tanto para los árabes como
para los palestinos. Israel debe dominar, las preocupaciones
de Israel son las que importan, y las sistemáticas injusticias
de Israel seguirán existiendo. A menos que uno se enfrente
con el sionismo norteamericano y se le obligue a cambiar, los
resultados seguirán siendo los mismos: la catástrofe
y el descrédito para nosotros como árabes.
"Uno ya no sabe qué
es peor: si la mentalidad de quien piensa que los palestinos
no tiene siquiera derecho a expresar su sentido de la injusticia,
o la de quienes siguen conspirando para prolongar su estado de
esclavitud"
El sionismo norteamericano (y III)
(Publicado en Al-Ahram Weekly Online,
8 de noviembre de 2000)
LOS
acontecimientos de las últimas cuatro semanas en Palestina
[la segunda Intifada] han supuesto, por primera vez desde el
resurgimiento del movimiento palestino en la década de
los sesenta, un triunfo casi absoluto para el sionismo en EEUU.
El discurso de los ámbitos público y político
ha convertido de un modo definitivo a Israel en víctima
de los últimos acontecimientos, todo ello a pesar de que
son más de 140 los palestinos muertos y hay ya cerca de
5.000 heridos. Ahora resulta que es la "violencia palestina"
la que ha roto el curso placentero y ordenado del "proceso
de paz".
Existe ahora una letanía de frases que sirve de punto
de partida a cualquier comentarista, que se repite tal cual,
frases que han quedado grabadas en los oídos, las mentes,
y la memoria como guía para despistados, como si de un
manual o una máquina de hacer frases que han ido ocupando
el espacio durante el último mes se tratara. Puedo repetirlas
casi de memoria: Barak hizo en Camp David un ofrecimiento [a
los palestinos] más generoso que cualquier otro primer
ministro anterior a él (el 90 % del territorio y soberanía
parcial sobre Jerusalén Este); Arafat fue un cobarde al
que le faltó el valor necesario para aceptar la oferta
israelí para poner fin al conflicto; la violencia palestina
-dirigida por Arafat- supone una amenaza para Israel (y todo
tipo de variaciones sobre el mismo tema, incluyendo el deseo
de acabar con Israel, el antisemitismo, la furia suicida que
nace del deseo de salir por la tele, colocar a los niños
en la línea de fuego para que se conviertan en mártires,
etc.); y, además, [todo esto] prueba que lo que motiva
a los palestinos es un odio añejo hacia los judíos
y que Arafat es un líder débil que permite que
su gente ataque a judíos al liberar a terroristas y publicar
libros de texto en los que se niega la existencia de Israel.
Existen probablemente una o dos fórmulas más
que no he mencionado, pero en general el panorama es el de un
Estado de Israel rodeado por bárbaros tira-piedras,
de manera que incluso los misiles, los tanques, o los helicópteros
que se han usado para defender a los israelíes
de la violencia no son más que una forma de protección
contra una fuerza tan terrible. Las declaraciones de Bill Clinton
(que su secretaria de Estado ha repetido obedientemente como
un loro) pidiendo a los palestinos que "se retiren"
sugieren incluso que son los palestinos los que de hecho están
invadiendo territorio israelí, y no al revés.
Merece la pena mencionar asimismo que la sionización
de los medios de comunicación ha tenido tanto éxito
que no se ha publicado ni en prensa ni en televisión un
solo mapa que recuerde al lector y espectador norteamericano
la existencia de asentamientos israelíes, las carreteras
y las barricadas que cruzan tierra palestina en Gaza y Cisjordania.
Es más, tal y como ocurrió en Beirut en 1982, existe
en la actualidad un verdadero cerco israelí impuesto sobre
los palestinos, incluidos Arafat y sus hombres. Completamente
olvidado queda ya (si es que alguna vez se entendió) el
sistema de zonas A, B y C [establecido en los Acuerdos de Oslo]
mediante el cual se mantiene la ocupación del 40% de Gaza
y del 60% de Cisjordania, un sistema al que el proceso de paz
no tenía intención de poner fin, ni mucho menos
modificar en su totalidad.
La ausencia de lo geográfico en la mayor parte de conflictos
que son geográficos [por naturaleza] hace pensar
que el vacío resultante es un punto extremadamente vital,
puesto que las imágenes que se proyectan son mostradas
totalmente fuera de contexto. Creo que esta omisión por
parte de los medios de comunicación bajo control sionista
ha sido deliberada desde el principio, y ha terminado por automatizarse.
Esto es lo que ha permitido que comentaristas tan farsantes como
Thomas Friedman vayan por ahí pregonando su mercancía
sin ninguna vergüenza, hablando interminablemente sobre
la imparcialidad estadounidense, la flexibilidad y la
generosidad israelíes, y su propio pragmatismo perspicaz
con el que censura a los líderes árabes y aturde
a sus aburridos lectores. Este vacío tiene también
como resultado el de permitir que se mantenga la noción
tan ridícula de que habrá un ataque palestino sobre
Israel, pero es también este vacío el que deshumaniza
aún más si cabe a los palestinos como si fueran
animales que ni sienten ni padecen. Por lo tanto no me sorprende
que cuando se habla de cifras de muertos y heridos, no se mencione
la nacionalidad: los norteamericanos asumen así que el
sufrimiento se reparte por igual entre "las partes en conflicto";
de hecho, así se eleva el sufrimiento judío y se
reducen o eliminan por completo los sentimientos árabes,
excepto por supuesto los sentimientos de ira. La ira y todos
sus elementos afines son lo único que define con certeza
y seguridad el sentir de los palestinos; [la ira] explica la
violencia y, de hecho, la reconstruye de tal modo que Israel
termina convertido en el representante de la decencia y la democracia,
siempre rodeado de ira y violencia. De ninguna otra manera se
puede explicar esto de los tira-piedras y la valiente
defensa israelí.
Nada se dice de las demoliciones de casas, las expropiaciones
de tierra, las detenciones ilegales, la tortura, y cosas por
el estilo. No se habla nunca de la que es, con la excepción
de la ocupación japonesa en Corea, la ocupación
militar más larga de la época moderna; nada sobre
las resoluciones de Naciones Unidas; nada sobre las violaciones
por parte israelí de todas las convenciones de Ginebra;
nada sobre el sufrimiento de un pueblo y la terquedad del otro.
Olvidadas quedan la catástrofe de 1948, la limpieza étnica
y las masacres, la devastación de Qibya, Kafr Qassem,
Sabra y Chatila, los largos años que tuvieron que vivir
los ciudadanos israelíes no judíos bajo un régimen
militar, por no hablar de la opresión continua a la que
se han visto sometidos como una minoría perseguida dentro
del Estado judío, en el cual constituyen el 20% [del total
de la población]. Ariel Sharon es a lo más un provocador,
nunca un criminal de guerra. Ehud Barak es un "hombre de
Estado", no el carnicero de Beirut. El terrorismo siempre
procede del campo palestino; la defensa, del israelí.
Lo que Friedman y otros pacifistas israelíes no
dicen cuando hablan de la generosidad sin precedentes de Barak
es lo que verdaderamente cuenta de dicha propuesta. No se nos
recuerda que el compromiso de Barak de cumplir con el tercer
plazo de la retirada del 12% del territorio acordada en Wye hace
ya 18 meses nunca ha tenido lugar. ¿De qué nos
valen entonces tantas concesiones? Se nos dice que Barak
estaba dispuesto a devolver el 90% del territorio. Lo que no
se dice es qué parte de ese 90% Israel no tiene intención
de devolver. [Solamente] el [denominado] "Gran Jerusalén"
ocupa ya más del 30% de Cisjordania; los asentamientos
que serían anexionados [a Israel] suponen otro 15%; las
carreteras militares de ciertas áreas están aún
por determinar. Así que, después de restar todo
esto, el 90% de lo que queda no es tanto.
Jerusalén: la concesión israelí consistía
en estar dispuestos a discutir y quizás (pero sólo
quizás), ofrecer algún tipo de soberanía
compartida sobre la Explanada de las Mezquitas. La parte más
deshonesta del asunto es que todo Jerusalén Occidental
(que era en 1948 principalmente árabe), ya había
sido cedida por Arafat, amén de una gran parte de Jerusalén
Este. Un detalle más: rutinariamente, se habla de los
disparos por arma corta de palestinos sobre Gilo, sin mencionar
que Gilo está situado sobre tierra confiscada a Beit
Jala (2), el lugar desde donde
se dispara. Además, Beit Jala ha sido desproporcionadamente
atacada por helicópteros israelíes con misiles
destinados a destruir hogares civiles.
He hecho un repaso de los principales periódicos. Desde
el 28 de Septiembre, se ha publicado una media de entre uno y
tres artículos de opinión en periódicos
como The New York Times, The Washington Post, The
Wall Street Journal, Los Angeles Times, y The
Boston Globe. Con la excepción de tres artículos
escritos desde un punto de vista propalestino en Los Angeles
Times y otros dos artículos publicados en The New
York Times (uno de una abogada israelí, Alegra Pacheco;
el otro de un periodista jordano partidario de los Acuerdos de
Oslo, Rami Khoury), todos los artículos (incluyendo los
de columnistas que escriben con regularidad como Friedman, William
Safire, Charles Krauthammer y otros como ellos), han apoyado
a Israel, el proceso de paz en el que EEUU ha actuado como mediador,
y la idea de que la culpa de todo lo ocurrido la tiene la violencia
palestina, la falta de cooperación por parte de Arafat
o el fundamentalismo islámico. Todos estos escritores
son ex militares norteamericanos, pero también funcionarios,
defensores a ultranza de Israel, estrategas y expertos, o miembros
de lobbies y organizaciones proisraelíes. En otras
palabras: existe un consenso generalizado basado en la suposición
de que, o bien no existe ninguna opinión árabe
o islámica acerca de temas tales como las tácticas
israelíes de terror contra civiles, las prácticas
colonialistas de los asentamientos, o la ocupación militar,
o que, de existir tales opiniones, no merecen ser escuchadas.
Sencillamente, ésta es una situación sin precedentes
en los anales del periodismo norteamericano, reflejo directo
de la actitud sionista que convierte a Israel en patrón
ideal del comportamiento humano, excluyendo cualquier consideración
sobre la existencia de 300 millones de árabes y casi 1.200
millones de musulmanes [en el mundo]. A largo plazo, ésta
es desde luego una actitud suicida para los sionistas, pero es
tal la arrogancia de su poder que esto parece no habérsele
ocurrido aún a nadie.
Esta actitud que he descrito es verdaderamente asombrosa por
temeraria, y si no fuera una distorsión de la realidad
tan practicada como real, uno podría pensar que estamos
hablando de una forma bastante singular de trastorno mental.
Pero es una actitud que se corresponde con la política
oficial israelí de tratar a los palestinos no como un
pueblo con una historia de desahucio del cual Israel es en gran
medida responsable directo, sino como una molestia periódica
contra la cual la única respuesta posible es el uso de
la fuerza, nunca la comprensión o el acuerdo pleno. Cualquier
otra opción es literalmente impensable. Esta ceguera tan
asombrosa se ve agravada en EEUU debido a que no se presta ninguna
atención a los árabes y musulmanes, salvo (como
ya indiqué en otro artículo) cuando sirven como
blanco de cualquier político que aspire a algo. Hace algunos
días, Hillary Clinton anunció, en un gesto de la
hipocresía más repugnante, que se disponía
a devolver una donación de 50.000 dólares de un
grupo musulmán norteamericano porque, según ella,
el susodicho grupo apoyaba el terrorismo. De hecho, esto es una
mentira como un templo, porque el grupo en cuestión únicamente
había dicho que apoyaba la resistencia palestina contra
Israel durante la actual crisis, lo cual no es en sí mismo
una postura negativa; pero sí es una postura que está
desde luego criminalizada dentro del sistema norteamericano por
la sencilla razón de que el sionismo totalitario exige
que cualquier crítica (y quiero decir literalmente cualquier
crítica) hacia las acciones de Israel sea simplemente
intolerable y deba ser considerada como muestra del más
rancio antisemitismo. Y todo ello a pesar que el mundo entero
ha criticado la política israelí de ocupación
militar, la violencia desproporcionada, y el cerco al que se
ven sometidos los palestinos. En EEUU, uno ha de abstenerse de
cualquier crítica, o de lo contrario esperar que le cuelguen
el cartel de antisemita, con todo el oprobio que ello
conlleva.
Otra peculiaridad añadida del sionismo norteamericano,
sistema de pensamiento antitético y distorsión
orwelliana por excelencia, es que no está en absoluto
permitido hablar de violencia judía o de acciones judías
cuando se habla de Israel, a pesar de que todo lo que hace Israel
se hace en el nombre del pueblo judío, por y para el Estado
judío. Nunca se dice que, dado que el 20% de la población
[de Israel] no es judía, tal denominación es errónea;
lo cual también explica la enorme discrepancia que de
un modo absolutamente deliberado existe entre lo que los medios
denominan "árabes israelíes" y "los
palestinos". Ningún lector puede saber que a fin
de cuentas se trata del mismo pueblo, dividido de hecho a causa
de la política sionista, o que ambas comunidades son la
representación de los resultados de la política
israelí: apartheid en un caso, ocupación militar
y limpieza étnica en el otro.
En resumen: el sionismo norteamericano ha convertido cualquier
discusión pública sobre Israel (receptor de la
mayor parte de la ayuda exterior norteamericana), sobre su pasado
y su futuro, en un tema tabú que no debe ser tocado bajo
ninguna circunstancia. No es exagerado decir que éste
es el último tabú que existe en el discurso norteamericano.
El aborto, la homosexualidad, la pena de muerte, e incluso el
sacrosanto presupuesto militar son objeto de discusión
con cierta libertad, aunque siempre dentro de los límites
establecidos. Se puede quemar una bandera norteamericana en público,
pero es virtualmente impensable hablar del trato que durante
los últimos 52 años y sistemáticamente Israel
ha dispensado a los palestinos.
Este consenso podría llegar a tolerarse más
o menos si no fuera porque convierte en virtud el castigo continuo
y la deshumanización a la que se somete al pueblo palestino.
No existe ningún pueblo sobre la faz de la tierra cuyo
asesinato, retransmitido por televisión, sea considerado
como algo aceptable y como un castigo bien merecido por el telespectador
norteamericano. Este es el caso de los palestinos, cuyas pérdidas
diarias de vidas son englobadas bajo el titular de "la violencia
de ambas partes", como si las piedras y las hondas de los
jóvenes cansados ya de tanta injusticia y tanta represión
fuesen un insulto, y no una forma de resistir valerosamente al
destino tan degradante con el que les obligan a batirse no sólo
los soldados israelíes armados por EEUU, sino un proceso
de paz diseñado con la finalidad de encerrarles como gallinas
en bantustanes y reservas que son más propias para
los animales que para las personas.
El verdadero crimen es el hecho de que quienes dentro de EEUU
apoyan a Israel hayan podido conspirar durante siete años
para terminar elaborando un documento especialmente diseñado
para encerrar a la gente como si fuesen internos de un manicomio
o una prisión. Que encima esto se haya hecho pasar como
paz en lugar de la desolación que ha sido durante
todo [este] tiempo, eso ya sí que sobrepasa toda mi capacidad
de entender o describir adecuadamente la situación como
algo menos que inmoralidad sin límites. Lo peor de todo
es que el telón que protege el discurso norteamericano
sobre Israel tiene tanto acero que no es posible siquiera sembrar
alguna duda en las mentes de los hacedores de Oslo, que durante
siete años han estado haciendo creer al mundo que su plan
era un plan de paz. Uno ya no sabe qué es peor:
si la mentalidad de quien piensa que los palestinos no tiene
siquiera derecho a expresar su sentido de la injusticia (puesto
que no llegan a la categoría de humanos para tener tales
sentimientos), o la de quienes siguen conspirando para prolongar
su estado de esclavitud.
Si esto fuera todo, la cosa ya sería lo suficientemente
mala. Pero es que además el estado miserable que afecta
a todo lo relacionado con el sionismo estadounidense se ve completado
con la ausencia de cualquier institución, bien sea aquí,
bien en el mundo árabe, que pueda producir una alternativa.
Mucho me temo que la cobertura de las protestas de los tira-piedras
en Belén, en Gaza, en Ramallah, en Nablús o
en Hebrón, no encontrará una respuesta adecuada
en el seno del vacilante liderazgo palestino, incapaz de retirarse
o de seguir adelante. Eso es lo peor de todo.
2: Beit Jala, localidad vecina de Belén y bajo
control de la Autoridad Palestina, fue ocupada por el ejército
israelí en la madrugada del martes 28 de agosto durante
48 horas. Israel justificó tal medida, clara violación
de los Acuerdos de Oslo, por el motivo indicado por Said, los
disparos efectuados desde sus casas sobre el asentamiento de
Gilo. [Nota de CSCAweb] Volver
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