Palestina


*Edward W. Said, arabe nacido en Jerusalén en 1935, es ensayista y profesor de Literatura Inglesa en la Universidad de Columbia (Nueva York).

"Palestinian elections now" by Edward Said

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¿Elecciones palestinas?

Edward Said*

Al-Ahram Weekly Online, núm. 590, semana 13-19 de junio 2002
Traducción: CSCAweb (www.nodo50.org/csca)

'¿Quién sino el pueblo palestino podrá construir la legitimidad necesaria para gobernarse a sí mismos, y luchar contra la ocupación con armas que no maten a inocentes y nos hagan perder más apoyos de los que hemos perdido con anterioridad? Una causa justa puede verse fácilmente subvertida cuando se emplean métodos inadecuados o corruptos. Cuando antes nos demos cuenta de ello, más oportunidades tendremos de salir por nosotros mismos del impasse en el que nos encontramos'

Hasta ahora, se han hecho seis llamamientos distintos para que se celebren elecciones palestinas y comience el proceso de reformas; desde una perspectiva palestina, cinco de ellas son tan inútiles como irrelevantes. Sharon quiere una reforma como medio para desarticular aún más si cabe la vida nacional palestina, esto es: como una extensión de su persistente y fracasada política de intervención y destrucción. Quiere librarse de Yaser Arafat, dividir Cisjordania en cantones rodeados de alambre de espino, volver a establecer un régimen de ocupación (preferiblemente con algunos palestinos que le ayuden en esta tarea), seguir construyendo asentamientos, y mantener la seguridad de Israel tal y como ha venido haciéndolo hasta ahora. Sharon está demasiado cegado por sus propias alucinaciones y obsesiones ideológicas como para ver que todo esto no traerá ni paz ni seguridad, y que desde luego no traerá la "calma" de la que tanto parlotea. Las elecciones palestinas según el esquema trazado por Sharon carecen, en suma, de importancia.

En segundo lugar, EEUU quiere una reforma que sirva, fundamentalmente, para combatir el "terrorismo", panacea terminológica que no se detiene en consideraciones históricas, de contexto, sociales, o de cualquier otro tipo. A George Bush le desagrada Arafat de un modo visceral; Bush no entiende en absoluto la situación palestina. Decir que tanto él como su casposa Administración "quieren" algo es dignificar toda una serie de esfuerzos de última hora, ajustes, comienzos, retractaciones, denuncias, y de giros bruscos totalmente contradictorios, queriendo hacer ver que demuestran una voluntad que, evidentemente, no existe. La política de Bush, incoherente de por sí salvo cuando se trata de las presiones y los programas del lobby israelí y de la de la derecha cristiana de la que actualmente es jefe espiritual, consiste en realidad en pedir a Arafat que acabe con el terrorismo y, cuando quiere calmar los ánimos árabes, que alguien, en algún lugar y de algún modo, se saque de la manga un Estado palestino, una gran conferencia y, finalmente, que Israel siga recibiendo el apoyo total e incondicional de EEUU, lo cual probablemente incluiría el poner fin a la carrera de Arafat. Más allá de eso, la política de EEUU sigue esperando a que alguien, en algún lugar, y de algún modo, la formule. No debemos olvidar que Oriente Medio es, en EEUU, una cuestión de política interna y no de política exterior, y que por lo tanto está sujeta a las dinámicas de la propia sociedad norteamericana, difíciles de predecir.

Todo lo anterior casa a la perfección con las exigencias de Israel, que no quiere más que hacer que la vida colectiva palestina sea más miserable, que cada vez sea más difícil seguir viviendo, bien sea mediante las incursiones militares, o mediante la imposición de condiciones políticas de imposible cumplimiento que convengan a la delirante obsesión de Sharon de acabar con los palestinos de una vez por todas. Por supuesto, hay israelíes que desean la coexistencia junto a un Estado palestino, al igual que hay judíos norteamericanos que quieren algo similar, pero ninguno de los dos grupos tienen un poder decisivo en estos momentos. Sharon y la Administración Bush dirigen la orquesta.

En tercer lugar, nos encontramos con la demanda de los líderes árabes que, por lo que yo puedo decir, es una combinación de varios elementos, ninguno de los cuales ayuda en nada a los propios palestinos. En primer lugar está el temor que les inspiran sus propias poblaciones, que han sido testigos de la destrucción masiva y virtualmente sin oposición de los territorios palestinos por parte israelí, sin que se haya producido ninguna interferencia seria por parte árabe ni haya habido intentos disuasorios. El plan de paz presentado en la Cumbre de Beirut ofrece a Israel precisamente lo que Sharon ha rechazado: paz por territorios. Es una propuesta débil, además de no tener siquiera un calendario para su aplicación. Si bien no estaría mal que la propuesta quedase registrada como contrapeso frente a la beligerancia israelí, no debemos hacernos ilusiones sobre sus verdaderas intenciones que, al igual que los llamamientos a la reforma palestina, son en realidad un gesto simbólico que se ofrece a una población árabe furiosa que ya está harta de la mediocre inacción de sus gobernantes. Parece que estos no tienen ningún problema ideológico con la idea de un Israel como Estado judío sin fronteras definidas, que durante 35 años viene manteniendo una ocupación ilegal sobre Gaza, Cisjordania y Jerusalén, o con el desahucio del que es víctima el pueblo palestino a manos de Israel. Estarían gustosamente dispuestos a hacer un hueco a todas esas terribles injusticias si Arafat y su pueblo se comportaran como es debido o simplemente desaparecieran sin hacer ruido. En tercer lugar, por supuesto, nos encontramos con el deseo de los líderes árabes de congraciarse con EEUU y entre sí, para hacerse con el título de mejor aliado de EEUU. Quizás se les escapa hasta qué punto la mayor parte de los norteamericanos les desprecia, o la escasa comprensión y aprecio que su estatus cultural y político tiene en EEUU.

En cuarto lugar, en el coro de reformistas nos encontramos a los europeos, que simplemente se dedican a ir correteando por ahí, enviando a sus emisarios para que se entrevisten con Sharon y Arafat; emiten enérgicas declaraciones desde Bruselas, financian algún que otro proyecto, y ahí se queda la cosa, porque siguen estando a la sombra de EEUU.

La reforma palestina

En quinto lugar tenemos a Yasser Arafat y su círculo de asociados, que de repente han descubierto las virtudes (al menos teóricamente) de la democracia y la reforma. Sé que hablo a una distancia enorme del campo de batalla, y también conozco todos los argumentos planteados sobre la figura de un Arafat cercado como un potente símbolo de la resistencia palestina frente a la agresión israelí; pero he llegado a un punto en el que creo que todo esto ha dejado de tener sentido. A Arafat le interesa, llana y sencillamente, salvarse a sí mismo. Ha disfrutado de diez años de libertad, dirigiendo un reino insignificante, y ha logrado con bastante éxito atraerse el oprobio y el desdén sobre sí y sobre la mayor parte de sus colaboradores; la Autoridad se ha convertido en sinónimo de brutalidad, autocracia, y una corrupción inimaginable. Se me escapa por qué razón puede haber alguien que crea que en la etapa actual Arafat sería capaz de hacer algo diferente, o que su nuevo gabinete, dominado por los mismos rostros derrotados e incompetentes de siempre, va a dar paso a una verdadera reforma. Arafat es el líder de un pueblo que lleva sufriendo mucho tiempo, un pueblo al que en el transcurso del último año él mismo ha expuesto a unos niveles de dolor y privaciones inaceptables; todo ello, resultado de la combinación de la falta de un plan estratégico de su parte y de su imperdonable dependencia respecto de los tiernos actos de compasión ofrecidos por Israel y EEUU vía Oslo. Un líder de un movimiento de liberación nacional e independentista no tiene que exponer a su pueblo desarmado a las salvajes embestidas de criminales de guerra como Sharon, contra el cual no hay defensa posible ni preparación que valga. ¿Por qué entonces provocar una guerra cuyas víctimas van a ser, en su mayor parte, gente inocente que no tiene ni la capacidad militar de librar esa batalla ni la influencia diplomática necesaria para poner fin a la misma? Después de haberlo hecho en tres ocasiones (en Jordania, en Líbano, y en Cisjordania), no debe darse a Arafat la oportunidad de que sea el causante de un cuarto desastre.

Arafat ha anunciado que las elecciones se celebrarán a comienzos de 2003, pero su verdadera preocupación es la reorganización de sus servicios de seguridad. Hace ya mucho tiempo que vengo apuntando la idea de que el aparato de seguridad de Arafat fue diseñado para servirle tanto a él como a Israel, puesto que los acuerdos de Oslo se basaban en el trato que Arafat había hecho con la ocupación militar israelí. A Israel solamente le preocupaba su propia seguridad, responsabilizando a Arafat de la misma (postulado que, por cierto, Arafat aceptó ya en 1992). Entretanto, Arafat utilizó los 15 o 19 o el número que sea de los grupos encargados de su seguridad para enfrentarlos unos contra otros, táctica que perfeccionó en Fakahani y que, por otro lado, es una táctica estúpida al menos en lo que al interés general se refiere. Arafat nunca controló realmente a Hamas ni al Jihad, cosa que por otra parte a Israel le convenía a la perfección: contaba así con la excusa perfecta para utilizar los ataques suicidas perpetrados por los denominados "mártires" (ataques que, más que actos de martirio, son acciones estúpidas) para ningunear y castigar a todo un pueblo. Si hay algo que, junto con el ruinoso régimen de Arafat, ha dañado a nuestra causa, es precisamente esta desastrosa política de asesinar a civiles israelíes que prueba a los ojos del mundo que, en efecto, somos terroristas y un movimiento falto de moralidad. Nadie ha sido capaz de decir todavía qué es lo que hemos ganado con ello.

Después de haber hecho un trato con la ocupación tras Oslo, Arafat nunca estuvo realmente en una posición que le permitiera llevar al movimiento a su fin. Irónicamente, ahora intenta llegar a otro acuerdo, tanto para salvarse a sí mismo como para demostrar ante EEUU, Israel, y otros árabes que se merece una nueva oportunidad. A mí no me interesa ni una pizca lo que Bush, los líderes árabes, o Sharon digan: me interesa lo que la gente piensa de nuestro líder, y es ahí donde debemos dejar meridianamente claro que rechazamos por completo su programa de reforma, elecciones, y de reorganización gubernamental y de los servicios secretos. Su lista de fracasos es demasiado catastrófica y sus capacidades como líder están ya demasiado debilitadas y revestidas de incompetencia como para que Arafat vuelva a intentar salvarse...

En sexto y último lugar, está el pueblo palestino, que clama justificadamente tanto por una reforma como por la celebración de elecciones. En lo que a mí respecta, este clamor es la única petición legítima de las seis que he descrito. Es importante señalar que la actual administración de Arafat, así como el Consejo Legislativo, se han excedido del periodo de tiempo que en principio les correspondía y que debería haber concluido con nuevas elecciones en 1999. Es más: el principio que guió las elecciones de 1996 fueron los acuerdos de Oslo, que de hecho solamente sirvieron para que Arafat y su pueblo se encargasen de gobernar algunos pedazos de Gaza y Cisjordania en lugar de los israelíes, sin verdadera soberanía ni seguridad, puesto que Israel mantuvo el control de las fronteras, la seguridad, la tierra (doblando e incluso triplicando el número de asentamientos), las aguas y el espacio aéreo. En otras palabras: Oslo, en tanto que antigua plataforma para la celebración de elecciones y el inicio de las reformas, está ahora vacío de significado y ha perdido todo su valor. Cualquier intento de seguir adelante sobre esa misma base es simplemente una pérdida de tiempo, porque no traerá ni la reforma ni unas elecciones reales. De ahí ese estado de confusión que hace que todos los palestinos, dondequiera que estemos, nos sintamos presa del desazón y de una amarga frustración.

Método de lucha creativo

¿Qué opción nos queda, pues, si la antigua base de la legitimidad palestina ya no existe? Indudablemente, no se puede volver a Oslo, al igual que tampoco se puede volver a vivir bajo un régimen jordano o israelí. Como persona dedicada al estudio de periodos en los que se han producido importantes cambios históricos, me gustaría señalar que, en aquellos casos en los que se ha producido una ruptura significativa con el pasado (como fue el caso de la caída de la monarquía durante la Revolución Francesa o cuando el régimen del apartheid fue desmantelado en Sudáfrica antes de las elecciones de 1994), la única fuente de autoridad -es decir, el propio pueblo- debe crear una base que legitime el proceso en cuestión. Los principales intereses y diversos sectores de la sociedad palestina, que son precisamente los que han permitido que la vida siga (desde los sindicatos hasta los trabajadores de los servicios de salud, pasando por maestros, campesinos, abogados, médicos, y todo el personal que trabaja para las organizaciones no gubernamentales), deben convertirse en el elemento central de la reforma palestina, a pesar de las incursiones y la ocupación israelí. Me parece que de poco servirá esperar a que Arafat, Europa, EEUU, o los árabes, actúen: son ineludiblemente los propios palestinos quienes deben afrontar este proceso, a través de una Asamblea Constituyente en la que estén representados los principales elementos que componen la sociedad palestina. Sólo un grupo así, construido por el propio pueblo y no por lo que queda de Oslo (y ciertamente no por los fragmentos de la desacreditada AP de Arafat), podrá albergar la esperanza de reorganizar con éxito esta sociedad, sacándola de la ruinosa, por no decir que inherentemente catastrófica, condición en la que se encuentra. La principal labor a la que debe hacer frente esta Asamblea es la construcción de un sistema del mantenimiento del orden, y ello con un propósito doble: por un lado, para hacer que la vida palestina siga su curso de un modo ordenado, y con la plena participación de todos. En segundo lugar, porque habrá de elegir un comité ejecutivo de emergencia encargado de acabar con la ocupación, no de negociar con ella. Es bastante obvio que militarmente no somos un rival para Israel. Los kalashnikof no son efectivos cuando el equilibrio de fuerzas está tan inclinado a favor de uno de los combatientes. Lo que necesitamos es un método de lucha creativo que movilice todos los recursos humanos de los que disponemos para sacar a la luz, aislar, y gradualmente hacer insostenibles los principales aspectos de la ocupación israelí, es decir: los asentamientos, las carreteras que conducen a los mismos, los bloqueos en las carreteras, y las demoliciones. El grupo de personas que en la actualidad rodea a Arafat es incapaz de pensar en dicha estrategia, y mucho menos de ponerla en práctica: no solamente están en quiebra y demasiado vinculados con prácticas corruptas, sino que además tienen que sobrellevar la pesada carga de los fracasos del pasado.

Para que una estrategia palestina así funcione, debe existir un sector israelí compuesto por individuos y grupos con quien puede y debe establecerse una base común en la lucha contra la ocupación. Esa es, precisamente, la gran lección de la lucha sudafricana: proponer una visión de una sociedad multirracial en la que ningún individuo, colectivo, o líder pudiera quedar al margen. La única visión que emerge hoy en día desde Israel es la de la violencia, la separación forzosa, y la continua subordinación de los palestinos a la idea de la supremacía judía. Por supuesto, no todos los israelíes lo creen, pero nos corresponde a nosotros proyectar la idea de una coexistencia entre dos Estados que tengan relaciones mutuas normales, establecidas sobre la base de la soberanía y la igualdad. La rama mayoritaria del sionismo aún no ha sido capaz de producir una visión así, así que debe venir dada por el pueblo palestino y por sus nuevos líderes, cuya legitimidad ha de empezar a ser construida ahora, en el preciso instante en el que todo se está yendo abajo y todos están ansiosos por rehacer Palestina a su imagen y semejanza y según sus propias ideas.

Nunca nos hemos enfrentado a un momento tan malo, y al mismo tiempo seminal, como el actual. El mundo árabe se encuentra en un desorden absoluto; la Administración norteamericana está controlada de manera efectiva por derechistas cristianos y por el lobby israelí (en un plazo de 24 horas, George Bush dio la vuelta a todo lo que parecía haber acordado con el Presidente egipcio Mubarak tras recibir la visita de Sharon); nuestra sociedad se ha visto al borde de la ruptura total a causa de un liderazgo pobre y la locura de pensar que los atentados suicidas conducirían directamente al establecimiento de un Estado islámico palestino. Siempre hay esperanza de futuro, pero tenemos que ser capaces de encontrarla, y de hacerlo en el lugar adecuado. Está claro que, en ausencia de cualquier política informativa árabe o palestina en EEUU (particularmente dentro del Congreso), no podemos, siquiera por un instante, engañarnos con la idea de que Powell y Bush están a punto de establecer un calendario real para la rehabilitación palestina. Por eso, sigo diciendo que somos nosotros quienes debemos hacer ese esfuerzo: por nosotros, y para nosotros. Al menos, intento sugerir un camino diferente. ¿Quién sino el pueblo palestino podrá construir la legitimidad necesaria para gobernarse a sí mismos, y luchar contra la ocupación con armas que no maten a inocentes y nos hagan perder más apoyos de los que hemos perdido con anterioridad? Una causa justa puede verse fácilmente subvertida cuando se emplean métodos inadecuados o corruptos. Cuando antes nos demos cuenta de ello, más oportunidades tendremos de salir por nosotros mismos del impasse en el que nos encontramos.


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