Palestina


*Edward W. Said, arabe nacido en Jerusalén en 1935, es ensayista y profesor de Literatura Inglesa en la Universidad de Columbia (Nueva York).

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Edward Said*

Al-Ahram Weekly Online, semana 11-17 de julio de 2002, núm. 594
Traducción: CSCAweb (www.nodo50.org/csca)

'La propaganda israelí, el desprecio estadounidense hacia los árabes, y la incapacidad árabe y palestina para formular y representar los intereses de sus pueblos han conducido a una enorme deshumanización de los palestinos, cuyas enormes dosis de sufrimiento experimentado día a día, hora a hora, minuto a minuto, ya no merecen consideración alguna. Es como si los palestinos hubiesen dejado de existir, excepto cuando alguien lleva a cabo una acción terrorista; entonces, todo el aparato mediático del planeta se pone en marcha y, arrojando sobre ellos el término "terrorista" en términos generalizadores, asfixia la existencia de los palestinos en tanto que individuos que sienten y respiran, gente con una Historia y una sociedad verdaderas'

Aún conociendo los ínfimos niveles de calidad de sus discursos anteriores, el pronunciado el pasado 24 de junio por George Bush para todo el mundo sobre Oriente Medio [1] fue un sorprendente ejemplo de cómo hoy por hoy la política exterior estadounidense se sienta a horcajadas sobre una execrable combinación de ideas confusas, palabras carentes de cualquier significación real en el mundo de los vivos, interdictos sermonarios y racistas contra los palestinos, y una increíble y engañosa ceguera, sin olvidar la realidad de la continuada invasión y conquista israelí contraria a todas las leyes válidas en tiempos de guerra y paz; todo ello envuelto en el tono autosuficiente propio de un juez ignorante, estirado, y apegado a la moralina que se hubiera arrogado para sí privilegios propios de la divinidad. Y todo esto -debemos recordarlo-, viene de un hombre que prácticamente robó unas elecciones que no había ganado y entre cuyos logros como gobernador de Texas se incluyen los peores niveles de contaminación, una corrupción escandalosa, y las tasas más altas de encarcelamiento y condenas a muerte en todo el mundo. De manera que este señor, dudosamente dotado de virtud alguna salvo la de perseguir ciegamente el dinero y el poder, tiene la capacidad de condenar a los palestinos a sufrir no solamente los delicados actos de compasión de un criminal de guerra como Sharon, sino las calamitosas consecuencias de sus propias palabras de condena, vacías de significado. Rodeado por tres de los políticos más venales del mundo entero (Powell, Rumsfeld y Rice), Bush pronunció su discurso a trompicones, como correspondería a la elocución de un estudiante mediocre, y permitiendo así que Sharon mate o hiera a muchos más palestinos en el contexto de una ocupación militar ilegal sancionada con el apoyo de EEUU.

No se trata únicamente de que el discurso de Bush careciese de cualquier conocimiento histórico sobre el alcance de lo que estaba proponiendo, sino de que su capacidad para hacer todavía más daño si cabe fuese tan enorme. Parecía como si hubiese sido el propio Sharon quien escribió el discurso, amalgamando la desproporcionada obsesión estadounidense con el terrorismo con la determinación de Sharon de eliminar toda forma de vida nacional palestina bajo la rúbrica del terrorismo y la supremacía judía sobre "la tierra de Israel". Para el resto, las superficiales concesiones de Bush relativas a un Estado palestino provisional (sea lo que sea... ¿o quizás se trata de algo así como un embarazo provisional?) y sus referencias casuales acerca de cómo aliviar las dificultades a las que se enfrentan los palestinos en su vida diaria no han añadido nada que pudiese garantizar la amplia y positiva reacción (e incluso me atrevería a decir que cómica) de los líderes árabes, con Yaser Arafat a la cabeza del pelotón, a menos en lo que a entusiasmo se refiere.

Del desafío al sometimiento árabe

Las relaciones árabes y palestinas con EEUU desarrolladas a lo largo de los últimos 50 años han terminado en el cubo de la basura, sólo para que Bush y sus consejeros pudieran convencerse a sí mismo y a parte del electorado de que se han embarcado en una misión divina para exterminar el terrorismo; lo cual básicamente significa eliminar a todos los enemigos de Israel. Un rápido vistazo a esos 50 años nos muestra que ni las actitudes árabes desafiantes ni las más sumisas han provocado cambio alguno en la percepción estadounidense de sus intereses en Oriente Medio, que en lo esencial siguen siendo el abastecimiento rápido y barato de petróleo y la protección de Israel como los dos aspectos esenciales de su dominio en la región.

De Abdel-Nasser a Bachar, de Abdullah a Mubarak, la política árabe ha dado no obstante un giro de 180 grados, para llegar más o menos a los mismos resultados. Primero hubo un desafiante alineamiento árabe en los años posteriores a la independencia inspirado por la filosofía antiimperialista y contrario a la filosofía de la guerra fría, en la época de Bandung y el naserismo. Eso se acabó catastróficamente en 1967.

De ahí en adelante, el giro liderado por el Egipto de Sadat trajo consigo una etapa de cooperación entre EEUU y los árabes sobre el absolutamente engañoso principio de que EEUU tenía en sus manos el 99 por ciento de las cartas de la baraja. Lo que quedaba en pie de la cooperación interárabe fue diluyéndose poco a poco a partir de su punto culminante -la guerra de 1973 y el embargo de petróleo- hasta llegar a una guerra fría que ha enfrentado a unos Estados árabes contra otros. En ocasiones, como ha ocurrido con Kuwait y Líbano, los Estado débiles y pequeños se han convertido en campo de batalla, pero a todos los efectos la mentalidad oficial del sistema estatal árabe ha pensado exclusivamente en términos de EEUU como pivote alrededor del cual gira la política árabe. Con la última Guerra del Golfo (otra ya se avecina) y el fin de la guerra fría, EEUU quedó como único superpoder. Lo cual, en lugar de motivar una reevaluación radical de la política árabe, llevó a varios Estados a abrazar de manera aún más individualista o quizás bilateral sus relaciones con EEUU, cuya reacción consistió, de hecho, en hacer caso omiso. Las cumbres árabes se convirtieron en ocasiones en las que cada vez se ofrecían menos posicionamientos creíbles y sí más merecedores de un desprecio irrisorio. Muy pronto, los políticos estadounidenses se dieron cuenta de que los líderes árabes apenas representaban a sus países y muchísimo menos al mundo árabe en general; además, no había que ser un genio para señalar que los diversos acuerdos bilaterales firmados entre los líderes árabes y EEUU eran más importantes para la seguridad de sus respectivos regímenes que para EEUU. Eso, por no mencionar las frívolas envidias y enemistades que prácticamente han castrado a los árabes como un poder con el que habría que contar en el mundo moderno. No sorprende pues que el palestino de hoy que sufre los horrores de la ocupación israelí culpe tanto a los árabes como a los israelíes de su situación.

A comienzos de la década de los ochenta, todo el mundo árabe estaba dispuesto a vivir en paz con Israel como medio para asegurarse la fidelidad de EEUU; tomen si no, como ejemplo, el Plan de Fez de 1982, que estipulaba una paz con Israel a cambio de una retirada de la totalidad de los territorios ocupados. La Cumbre Árabe [de Beirut] de marzo de 2002 repitió el mismo decorado, aunque ha de añadirse que esta vez lo hizo como farsa y con el mismo e insignificante efecto. Es precisamente desde hace dos décadas que la política estadounidense sobre Palestina cambió por completo, y a peor. Tal y como recuerda Kathleen Christison, analista de rango superior de la CIA, en un excelente estudio publicado en Counterpunch (16 al 31 a mayo de 2002), la Administración Reagan abandonó la antigua fórmula de paz por territorios, postura que fue seguida con mayor entusiasmo aún por la Administración Clinton; irónicamente, justo cuando la política árabe en general y la palestina en particular concentraban todas sus energías en aplacar a EEUU en tantos frentes como fuera posible. Ya en noviembre de 1988, la OLP había abandonado oficialmente la línea de la liberación y en la reunión del Consejo Nacional Palestino en Argel (a la que yo mismo asistí en calidad de miembro del CNP) se votó a favor de la partición y la coexistencia de dos Estados; en diciembre de ese mismo año, Yaser Arafat renunció públicamente al terrorismo y el diálogo entre la OLP y EEUU comenzó en Túnez.

El nuevo orden árabe que emergió tras la Guerra del Golfo institucionalizó la vía unilateral en las relaciones entre EEUU y los árabes: estos últimos daban a EEUU, y por su parte EEUU daba más y más a Israel. La Conferencia de Madrid de 1991 se basó (para los palestinos) sobre la premisa de que EEUU les reconocería y persuadiría a Israel para que hiciera lo mismo. Recuerdo vivamente que, durante el verano de 1991, Arafat nos pidió a mí y a un grupo de figuras relevantes de la OLP y varios independientes, que formulásemos una serie de garantías que EEUU debería ofrecer para que la OLP participase en la Conferencia de Madrid que estaba a punto de convocarse y que, a pesar de que ninguno de nosotros lo sabía, condujo al proceso de Oslo de 1993. De hecho, Arafat vetó todas nuestras sugerencias relativas a las garantías que habían de ofrecer los estadounidenses. Simplemente quería que le asegurásemos que él seguiría siendo la principal figura negociadora de los palestinos; no le importaba nada más, aún cuando una buena delegación de Gaza y Cisjordania encabezada por Haidar Abdel-Shafi seguía trabajando en Washington enfrentada a un duro equipo israelí que había recibido órdenes de Shamir de no ceder en nada y de prolongar las conversaciones durante diez más si hacía falta. La idea de Arafat consistía en vender a precio de costo a todo su pueblo con sus concesiones, lo cual básicamente quiere decir que no planteó exigencias previas ni a Israel ni a EEUU, con tal de permanecer en el poder.

Esto, y el ambiente que dominó después de 1967, solidificó una dinámica estadounidense-palestina que quedó fijada en las ya permanentes distorsiones del periodo de Oslo y la etapa posterior. Hasta donde sé, EEUU nunca pidió a la Autoridad Palestina (ni a ningún otro régimen árabe) que estableciera procedimientos democráticos de gobierno. Más bien ocurrió al contrario: Clinton y Gore aprobaron públicamente el establecimiento de los Tribunales de Seguridad Estatal palestinos en el transcurso de sus visitas a Gaza y Jericó respectivamente, y prácticamente no se refirieron al fin de la corrupción, los monopolios, y otras cuestiones similares. Yo mismo me había dedicado a escribir acerca de los problemas del gobierno de Arafat desde mediados de los noventa, recibiendo a cambio reacciones de indiferencia o de abierto desdén ante lo que yo tenía que decir (la mayor parte de lo cual demostró ser cierto) Se me acusó de sufrir de una utópica falta de pragmatismo y realismo. Estaba claro que para los israelíes y los estadounidenses, así como para otros árabes, existía todo un concierto de intereses que hacía de la Autoridad precisamente lo que era y que la mantenía en su lugar bien como una fuerza policial al servicio de Israel, bien (más adelante) como el centro de todas las iras israelíes. Bajo el gobierno de Arafat no se desarrolló ningún tipo de resistencia seria frente a la ocupación; Arafat siguió permitiendo que grupos armados, facciones de la OLP, y fuerzas de seguridad marchasen desenfrenados por el escenario de la sociedad civil. Hubo quien ganó mucho dinero ilícitamente, al tiempo que gran parte de la población perdía más del 50% de los ingresos del periodo anterior a Oslo.

De la segunda Intifada a la Iniciativa Nacional Palestina

La Intifada lo cambió todo, al igual que ocurrió con el gobierno de Barak que preparó el camino para la entrada en escena de Sharon. Y aún así, la política árabe tenía que aplacar los ánimos de EEUU. Como un pequeño indicio de esto, está el cambio que se produjo en el discurso árabe dentro de EEUU. El rey Abdullah de Jordania dejó de criticar a Israel en la televisión de EEUU, refiriéndose siempre a la necesidad de que "ambas partes" detuviesen la violencia. Varios portavoces árabes de países importantes hablaron en términos parecidos, indicando así que Palestina se había convertido en una molestia que había que contener antes que una injusticia a la que había que poner remedio.

El hecho más significativo de todos es que la propaganda israelí, el desprecio estadounidense hacia los árabes, y la incapacidad árabe y palestina para formular y representar los intereses de sus pueblos han conducido a una enorme deshumanización de los palestinos, cuyas enormes dosis de sufrimiento experimentado día a día, hora a hora, minuto a minuto, ya no merecen consideración alguna. Es como si los palestinos hubiesen dejado de existir, excepto cuando alguien lleva a cabo una acción terrorista; entonces, todo el aparato mediático del planeta se pone en marcha y, arrojando sobre ellos el término terrorista en términos generalizadores, asfixia la existencia de los palestinos en tanto que individuos que sienten y respiran, gente con una Historia y una sociedad verdaderas. No conozco ningún proceso de deshumanización sistemática en la historia moderna que siquiera se aproxime a este, a pesar de que haya algunas voces que disienten aquí o allá ocasionalmente.

Lo que en definitiva me preocupa es la cooperación árabe y palestina (o, mejor expresado, la colaboración) en esta deshumanización. Nuestro reducidísimo número de representantes en los medios de comunicación habla competente y desapasionadamente, como mucho, sobre los méritos del discurso de Bush o del Plan Mitchell, pero ninguno de ellos representa el sufrimiento de su pueblo, su historia, o su coyuntura actual. A menudo, he hablado de la necesidad de iniciar una campaña a gran escala contra la ocupación en EEUU, pero en última instancia he llegado a la conclusión de que para los palestinos que viven bajo esta horrorosa y kafkiana ocupación israelí las oportunidades de iniciar algo así con más bien escasas. Donde sí creo que aún nos queda esperanza (tal y como sugerí en mi último artículo sobre las elecciones palestinas [2]) es en el establecimiento de una Asamblea Constituyente que nazca desde las bases. Hemos sido durante tanto tiempo un objeto pasivo en manos de la política árabe e israelí que no apreciamos adecuadamente cuán importante, y de hecho cuán urgente, es en la actualidad para los palestinos dar un paso adelante para establecer los cimientos de algo nuevo, para intentar dar comienzo a un nuevo proceso de autodefinición que nos proporcione legitimidad y la posibilidad de tener una política mejor que la que actualmente existe. Todos los cambios en el gabinete de gobierno y las elecciones que se han anunciado son juegos ridículos que se sirven de los fragmentos y las ruinas de Oslo. Que Arafat y su asamblea empiecen a planificar la democracia es como intentar recomponer los fragmentos de un cristal hecho añicos.

Por fortuna, la nueva Iniciativa Nacional Palestina [3] cuya creación fue anunciada hace dos semanas por sus creadores (Ibrahim Dakkak, Mustafa Barghouthi, y Haidar Abdel-Shafi), responde exactamente a esta necesidad, que nace del fracaso tanto de la OLP como de grupos como Hamas a la hora de ofrecer una salida que no dependa (ridículamente, en mi opinión) de la buena voluntad estadounidense e israelí. La Iniciativa ofrece una visión de paz con justicia, coexistencia, y, de manera muy importante, una socialdemocracia laica para nuestro pueblo que sería única en la historia palestina. Únicamente un grupo de gente independiente que estén arraigados en la sociedad civil y que no estén manchados por el colaboracionismo ni la corrupción, podrá proporcionar las líneas maestras de la nueva legitimidad que precisamos. Necesitamos una Constitución de verdad, y no una simple Ley Fundamental con la que Arafat juegue; necesitamos una democracia verdaderamente representativa que únicamente los palestinos podrán darse a sí mismo mediante el establecimiento de una asamblea. Este es el único paso positivo que podría invertir el proceso de deshumanización que ha infectado a tantos sectores en todo el mundo árabe. De lo contrario, nos hundiremos en nuestro sufrimiento y seguiremos soportando las terribles dificultades de los castigos colectivos israelíes, que únicamente pueden detenerse a través de una independencia política colectiva de la que aún somos capaces. La buena voluntad de Colin Powell y su legendaria moderación no serán suficientes para nosotros. Nunca.


Notas de CSCAweb:

1. El discurso completo del presidente Bush del 25 de mayo puede leerse traducido en CSCAweb: Discurso íntegro de George W. Bush sobre Oriente Medio
2. Reproducido en CSCAweb:
Edward Said: ¿Elecciones palestinas?
3. Sobre esta iniciativa véase en CSCAweb:
Nace la Iniciativa Nacional Palestina en Ramala


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