Xarxa Feminista PV

Un cuento de canteras o de mujeres. Por Anna Albadalejo

Viernes 14 de enero de 2005

Un cuento de canteras o de mujeres Por Anna Albaladejo

Sólo decir que esta historia no me la invento, que ocurrió en una cantera muy cerca de Rafelguaraf, en la comarca de la Ribera, Valencia. Y que la realidad supera, muchas veces, nuestros deseos de subversión.

En la cantera despuntaba la tierra rojiza como una gran vulva que emergiera de la tierra. La montaña, como una mujer hermosa, abría sus piernas y compartía sus frutos de piedra. La pedrera regalaba sus escombros, arrancados por los hombres para construir falsas quimeras. Arrebatados, los sillares de mármol eran como una ofrenda de coágulos de sangre. Y la cantera, igual que un regazo materno, compartía su carne rodeado de alambre y mecánica.

Desde las maquinas caían los rastrillos, el hierro atravesado con miedo de metal y entrañas. Cada golpe de pala era un revés que se le asestaba al mismo vientre de la tierra. Y los martillos debastaban las rodillas para arrancar losas del útero, migajas de mineral que robaba la gran empresa antropófaga. Un puñado de dinero era el precio del pánico ancestral a que Gaia engullera entre sus muslos. Y las piquetas penetraban cuchilladas que hacían gemir a la misma roca. Olía a miedo y certeza de profanar algo sagrado. Desde las maquinas, el ruido era todo silencio en vacío, olvidado el ritual de respeto que demanda la tierra, desaprendido que amar es un trueque que se acoge y se ofrece.

En las madrugadas, desde el útero dormido, la voz de natura atraía irremisible. En los anocheceres, irrevocable, el pánico mudo repelía la proximidad gigante. Y en ese yin y en ese yan, las grandes excavadoras y las gruas tremendas eran pequeñas, metiendo la mano helada en la inmensa vagina de la cantera. La arena chillaba. La gran entraña sexuada parecía consumir sus últimas fuerzas. Pero la gran empresa antropófaga no quería ni oir hablar de detener el expolio. Nunca era suficiente para seguir construyendo muros, encasillando el pavor en celdas.

Ahora bien, la cantera tenía clítoris de mujer y la fuerza empoderada que transforma el mundo.

Una mañana dejó de mascarse el miedo, la pesadilla se convirtió en un sueño y el sueño en un hecho justo. El agua brotó del tuétano de la montaña. La placenta engulló la cantera. En el fondo del lago podían verse las sonrisas metálicas de las máquinas como un espejismo de otro tiempo. La sangre roja del lago gritaba justicia y la vulva regurgitaba el último eructo de haber engullido, más que no un rato, a la gran empresa antropófaga.

Anna Albaladejo

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