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Vientres de alquiler: extractivismo capitalista

Domingo 28 de octubre de 2018

18 octubre, 2018 / Beatriz Gimeno

El debate de los vientres de alquiler que ha saltado a la opinión pública en los últimos meses es, a la vez, simple y complejo. Es complejo porque no es unidireccional, sino que se puede abordar desde muchos diferentes aspectos: la ética, el feminismo, el neoliberalismo, la pobreza, las relaciones norte-sur, el consumismo, los derechos humanos, el aborto etc. es complicado explicar todos los matices a los que afectan los vientres de alquiler, pero al mismo tiempo es simple posicionarse en contra de esta práctica pues en definitiva, todo se reduce a una cuestión de poder y explotación sobre las mujeres más pobres y más vulnerables. Vamos a intentar, en este artículo, acercarnos a los vientres de alquiler desde diferentes ángulos sabiendo que, aun así, dejamos muchas cuestiones fuera.

En primer lugar me gustaría recordar cómo hemos llegado a la situación actual en la que una buena parte de la sociedad admite esta práctica sin cuestionarla, aunque hay que reconocer que en los últimos años hemos conseguido que medios de comunicación, asociaciones y también la gente corriente, comience a expresar dudas. Pero hasta hace poco lo único que nos llegaba acerca de los vientres de alquiler eran publirreportajes muy bien plateados. Detrás de esta práctica hay una enorme industria transnacional que, como otras industrias tiene un enorme lobby que intenta presionar a los gobiernos para que se aprueben leyes que favorezcan sus intereses. En ese sentido crean asociaciones favorables, hacen lobby político y consiguen publicar prublireportajes en los medios que ocultan la realidad y que la presentan de manera que es difícil levantar el velo de la verdad. Durante años, los medios nos han presentado a familias felices, familias que deseaban algo tan entendible por todo el mundo como ser padres y madres, que lo han conseguido con esta práctica y que han conseguido así ser felices. La madre que ha estado embarazada y que ha parido no aparece en ningún sitio. Ha sido borrada. La gente se ha acostumbrado a ver estos bebés como que hubieran venido del espacio, sin útero (mujer) que lo hubiera gestado ni mujer que lo hubiera parido. Y además, estas reivindicaciones, cuando no están problematizadas, conectan muy bien con la conciencia neoliberal que lo inunda todo: todo el mundo tiene derecho a tener hijos; mundo feliz en el que se ha instalado el derecho de los consumidores sobre cualquier consideración ética y también sobre los verdaderos derechos. El debate, en este sentido, está viciado y adolece de una enorme desproporción de fuerzas.

Para empezar, en el mismo nunca aparecen las mujeres que venden su embarazo, que no tienen acceso al discurso ni a la representación pública. Baste decir que de 100 artículos consultados y publicados en los últimos dos años en la prensa española generalista acerca de este tema, en los mismos sólo aparecen las familias que pagan, y también expertas/os de las clínicas y las empresas, y en muy pocos las madres gestantes, y cuando esto ocurre siempre son bñancas, norteamericanas, universitarias…Y esto es así aun cuando la inmensa mayoría de las madres gestantes son pobres y viven en países muy pobres. La palabra de estas mujeres nunca nos llega. Teniendo en cuenta que en año 2005 había en la India 200.000 clínicas dedicadas a la reproducción parece que debería haber ejemplos de sobra. Pero ellas no hablan. Por otra parte, en el caso de las madres gestantes norteamericanas tampoco aparece nunca, ni se menciona, ninguna de las asociaciones que hay de mujeres gestantes arrepentidas. Es decir, todos los artículos son publirreportajes a favor. Y teniendo en cuenta que hay un gran movimiento en todo el mundo en contra de esta práctica, no parece muy objetivo dar la voz sólo a una de las partes.

En todo caso es obvio que se trata de una cuestión feminista. las que son sometidas a tratamientos agresivos de hiperstimulación ovárica son mujeres, las que gestan, las que paren, las que luego tienen que pasar el puerperio con todas sus complicaciones físicas y psicológicas son mujeres. Así pues, la cuestión de los vientres de alquiler tendría que enmarcarse en el debate sobre los derechos reproductivos en general, pero no donde lo quieren situar sus partidarios, en el sentido en el que los neoliberales entienden la libertad individual, como aquella que permite la explotación, sino desde el punto de la defensa del derecho a la no explotación y del derecho a no tener que hacer “elecciones” a la de lno deseadas. Además, habría que enlazar la cuestión de los vientres de alquiler con el derecho al aborto, porque ambas cosas están más relacionadas de lo que parece. Las mujeres hemos construido el derecho al aborto sobre la defensa de que dentro de un determinado plazo, no hay más persona ni más voluntad sobre el embarazo que la de la mujer embarazada. Cuando se aborta no se mata a una persona porque el embrión no lo es y el futuro padre no tiene tampoco nada que decir sobre el embarazo. En el momento en que asumamos que una voluntad externa a la de la mujer embarazada puede obligar a tomar determinadas decisiones sobre su embarazo, en ese momento, estaremos abriendo la puerta a que cualquier hombre que haya fecundado a una mujer pueda tener algo que decir respecto al embarazo de esta y a su posible aborto. En EE.UU ya ha habido algunos juicios en los que algunos hombres han intentado impedir el aborto de una mujer que portaba un embrión sobre el que dicho hombre pretendía tener algún derecho. Nadie tiene ningún derecho sobre la gestación de una mujer más que ella misma. No se la puede intentar impedir abortar, ni obligar a ello, ni obligarla a seguir un tratamiento médico, ni obligarla a no fumar o a comer determinados alimentos etc. Una mujer embarazada jamás es una mera portadora de un embrión o un feto. Siempre es su propia vida la que está en juego, una vida que cambia con el embarazo y con el parto, que dedica una parte de sus recursos físicos a sacarlo adelante. Por su parte el embrión no es algo ajeno a la mujer que lo porta. Es su hijo en el más amplio sentido de la palabra y sean cuales sean sus orígenes genéticos: se alimenta de ella, escucha su voz, su corazón, crece en ella, con ella y por ella.

Los vientres de alquiler supone asumir que quienes han puesto el material genético son los “dueños” del bebés y que la mujer que gesta y pare no es más que un recipiente. Eso, que parece resultar evidente a mucha gente, no lo es tanto. ¿En qué momento hemos debatido y decidido que la aportación genética es lo que determina la filiación y no la gestación y el parto, como ocurre ahora? Es evidente que, históricamente, los hombres se han apropiado de nuestro trabajo reproductivo, como si el embarazo y el parto no significaran nada. Pero es, precisamente, eso lo que significa el patriarcado: apropiarse de la filiación, que nunca está clara para el padre, y expropiar a las mujeres de esa relación, que es evidente, que supone un ingente trabajo físico y también psicológico. ¿Por qué es más importante la genética que la sangre que le da al embrión la madre, que sus células? Lo que subyace a todo esto es una absoluta banalización del trabajo reproductivo de las mujeres, de procesos vitales muy importantes, que no técnicas (como dice Cs), lo que ha llevado a algunos a equiparar una gestación de este tipo con una donación de semen. Esta propaganda absurda, esta banalización, esta tergiversación del proceso de embarazo y parto ha hecho creer a una parte de la ciudadanía que hay miles de mujeres dispuestas a gestar y parir para otros por altruismo. Si nos pusiéramos a detallar lo que significa un embarazo, los riesgos potenciales, las horas del día, los niveles de dedicación, de inversión, de afectación del cuerpo y de la mente…eso haría estallar las nociones actuales de trabajo. Prácticamente no es comparable a nada y sólo sería comparable con los ensayos clínicos más arriesgados (que aun así tienen menos riesgos, y cualquiera puede abandonarlos en el momento en que quiera, cosa que no ocurre con estos embarazos)

La pretensión deshumanizadora de los vientres de alquiler queda obvia en la manera en que sus partidarios la describen como una técnica. Los vientres de alquiler no son una técnica, aunque sólo sean posibles mediante una técnica de reproducción. Pero ninguna gestación es una técnica, sino una vivencia, un proceso vital, una práctica relacional, una experiencia sólo posible por la existencia de una serie de técnicas concretas (vinculadas a la hormonación, preparación endometrial, fecundación in vitro, transferencia embrionaria etc. ) Hablar de ello como técnica y no como vivencia, introduciéndolo como un paso más dentro de la reproducción asistida, lo sitúa en un terreno de aparente neutralidad científica que cierra el debate, cosifica a las mujeres, deshumaniza. Por otra parte, muchas de las campañas internacionales que se están produciendo contra la subrogación no ven la diferencia entre esta técnica y la compraventa de niños; con esto no quiero insultar a nadie ni ser tremendista porque la realidad es que muchos de los actuales procesos de adopción se han convertido también en eso, pero la diferencia es que es posible y deseable un proceso de adopción que mantenga la gratuidad del proceso y la igualdad en el acceso al mismo para todas las personas, cosa que no es posible con la gestación subrogada, donde sin dinero no hay ninguna que sea “voluntaria”.

En todo caso, lo que subyace bajo esta situación no es otra cosa que el capitalismo y la idea que cada una tiene de cómo hemos de organizar la vida y las relaciones sociales. Bajo todo este discurso late la idea de que todo puede venderse y comprarse, de que todo puede ser mercancía, de que los cuerpos tienen un precio; lo que aquí se dirime es que estas nuevas tecnologías no sólo generan subjetividades, sino también relaciones de poder, de clase, de género, de raza…hablamos, en definitiva, de ricos y pobres, de ricas y pobres. Porque lo que aquí se produce, tal y como ha explicado Alicia Puleo, es una externalización del embarazo y del parto, una transferencia (en este caso de vida) desde las mujeres pobres a las familias ricas; una nueva forma de colonialismo es la que los países del norte se apropian de una valiosa mercancía producida desde el sur; una externalización mediada por relaciones de poder muy profundas pero que se naturalizan y se asumen muy fácilmente porque la capacidad reproductiva de las mujeres, en realidad, nuestros cuerpos, siempre ha estado más o menos en el mercado, como prostitutas, como nodrizas y ahora como gestantes. En la actualidad, la gestación subrogada se construye, igual que cualquier otro mercado, en torno a fuertes relaciones de poder; quien puede pagar el dinero que cuesta y quien no; quien compra y quien vende. Así tenemos que pensar y enfrentar la cuestión de los vientres de alquiler más allá del contexto de padres que desean hijxs y mujeres que aceptan dinero por su embarazo. Tenemos que pensarla en un contexto de crítica radical del capitalismo y del neoliberalismo, de crítica del contrato neoliberal, de pensar en los avances médicos como tecnologías de control, en un contexto amplio de crítica también de las relaciones norte-sur etc. Ampliar el ámbito de la mercantilización tiene consecuencias materiales y simbólicas que van mucho más allá de las personas que materialmente están involucradas. Nos afecta a todas, y está ayudando a crear barreras infranqueables entre ricas y pobres, blancas y racializadas, etc.

Esto no es cuestionar la agencia o la libertad de las mujeres. Siempre hay agencia en un grado u otro, pero consideramos que las relaciones sociales, así como los cuerpos y, por supuesto, los seres humanos tienen que quedar fuera del comercio y por ello cada vez somos más las personas que cuestionamos el modelo del contrato neoliberal que está contribuyendo a la naturalización y aceptación de las desigualdades sociales, de cualquier desigualdad. La práctica de los vientres de alquiler es una práctica mercantil que, como todo en los mercados capitalistas, sitúa en lugares diferentes y no intercambiables a ricos y pobres. Una mujer pobre nunca será compradora, una rica nunca será vendedora. Al mismo tiempo, lo que los ricos quieran comprar –si se permite- la mujer pobre se verá obligada a venderlo al precio que los ricos fijen. En ese sentido, la apertura de este mercado supone modificar la vida de millones de mujeres en todo el mundo y puede hacer –en contra de aquello de lo que se nos quiere convencer- aun más difícil para ellas el acceso a una vida digna, a una vida buena. Esta práctica puede terminar modificando las políticas de los países empobrecidos que tendrán en adelante que dedicar a sus mujeres a la reproducción porque eso puede suponer un importante incremento de su PIB. Pero para que las mujeres acepten dedicarse a eso, es necesario que sean pobres, y para que lo sean, o para que hagan lo que diga el marido, los gobiernos implicados no van a invertir en políticas de igualdad porque dichas políticas dificultarán que muchas mujeres acepten prestar sus úteros para esto. A quienes se lucran con este negocio lo que les interesa es que exista un gran contingente de mujeres empobrecidas, para que así se garantice este comercio. Así pues, en la medida en que abramos los mercados, lo que desaparece es la posibilidad para muchas mujeres de elegir no hacerlo.

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