Xarxa Feminista PV

Reivindicarse zorra

Martes 6 de febrero de 2024

Cuando nos reapropiamos de estos términos -zorra, puta, maricón- le devolvemos la pelota a quien los escupe: señalamos sus sesgos y prejuicios, buscamos que la vergüenza cambie de bando y que sean ellos quienes tengan que dar las explicaciones

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La cantante Nebulossa (c) interpreta "Zorra", durante su actuación en la gala final del Benidorm Fest. EFE/Morell

Ana Requena Aguilar 5 de febrero de 2024 elDiario.es

Todas hemos sido, alguna vez, una zorra. Más allá de ese mamífero cánido de menos de un metro de longitud, de hocico alargado y color pardo rojizo que describe la Real Academia de la Lengua, ser una zorra es uno de los insultos machistas más repetidos. Si somos literales, zorra equivale a puta, otro de los clásicos. Pero más allá de ese significado concreto, zorra (igual que puta) puede ser cualquier mujer que transgreda una norma, un mandato, un estereotipo. Eres una zorra porque tienes sexo con quien te apetece cuando te apetece, pero también eres una zorra porque respondes a quien no espera una contestación o porque das tu opinión o porque un día levantas la voz o porque te pones firme y le discutes al de enfrente.

Ahora, una canción que se llama Zorra representará a España en Eurovisión. El dúo Nebulossa ganaba el Benidorm Fest con una letra que, explican, busca resignificar un término despectivo. Ese ejercicio de reapropiación no parece, sin embargo, convencer a todo el mundo y las quejas, muchas desde voces feministas, aseguran que la canción es un insulto, que banaliza y normaliza un agravio o que refuerza un ideario machista en un espectáculo que verán miles de personas, también niñas, niños y adolescentes.

La canción parte, sin embargo, del planteamiento contrario. “Me han llamado muchas veces ’zorra’”, admitía la cantante María Bas un día después de ganar el concurso. La letra habla precisamente de una mujer que señala las veces que le dijeron zorra: Si salgo sola, soy la zorra/ Si me divierto, la más zorra/ Si alargo y se me hace de día/ Soy más zorra todavía/ Cuando consigo lo que quiero (zorra, zorra)/ Jamás es porque lo merezco (zorra, zorra)/ Y aunque me esté comiendo el mundo/No se valora ni un segundo.

Es a partir de ahí que la canción reivindica eso de ser una zorra, precisamente como queja: si ejercer nuestra autonomía es ser una zorra, entonces seremos zorras. La intención no solo no es nueva, sino que se inscribe en una línea de acción feminista (también LGTBQ) que consiste en eso, en reapropiarse de los términos estigmatizantes para intentar restarles sentido y fuerza, en luchar contra la culpa y la vergüenza que siempre rodean a estas etiquetas y cambiarlas por orgullo y reafirmación.

La reapropiación convive con el agravio, pero no lo incita sino que lo reta. Sabemos que hay quien sigue utilizando ’maricón’ como insulto, pero también que ’maricón’ es una palabra que montones de hombres exhiben ahora con orgullo. Si ser un hombre al que le gustan otros hombres es ser un maricón, entonces ellos son maricones, no hay nada que esconder, nada de lo que avergonzarse. Si ser una zorra es disponer de tu libertad sexual, tener opiniones propias y mostrarlas o ser una mujer vehemente o con ambiciones, entonces somos unas zorras, y no hay nada de lo que avergonzarse.

Cuando nos reapropiamos de estos términos -zorra, puta, maricón- le devolvemos la pelota a quien los escupe: señalamos sus sesgos y prejuicios, buscamos que la vergüenza cambie de bando y que sean ellos quienes tengan que dar las explicaciones. Pretendemos, ya no cambiar la etiqueta en sí, sino cuestionar los motivos y las ideas que hay detrás de esos conceptos para transformarlos.

En 1983, Las Vulpes cantaban Me gusta ser una zorra para hablar de mujeres y sexo egoísta, pero mucho más recientemente tenemos a Zahara y su álbum Puta (y su reedición Reputa), o a Rigoberta Bandini y su himno Perra, que acaba al grito de ’quiero ser una perra’. Sabemos que habrá quienes sigan utilizando esas palabras como insultos, pero la reivindicación, lejos de alentarlos, puede hacer que quien los reciba tenga más herramientas para procesar, actuar o responder. Para sentirse menos mal o más acompañada, para resignificar lo que le están queriendo decir y saber que no hay nada de malo en ellas, sino en quien busca insultarlas.

Es imposible saber si un producto cultural será entendido tal y como cada autor o autora pretende por cada una de las personas que lea, escuche o vea. Puede que haya casos en los que este Zorra requiera de una conversación y eso está bien. Para un niño o un adolescente, quizá esa conversación gire sobre por qué está mal utilizar ese término para insultar a una mujer y por qué esa cantante lo grita para conjurar las veces que se lo dijeron. Para una niña o una adolescente, esa charla puede ir de su derecho a vestir como quiera, a comportarse como considere sin que eso dé derecho a nadie a estigmatizarla.

“Todas somos putas”, ha gritado el público en alguna ocasión durante un concierto de Zahara. “Quiero ser una perra”, coreaban un montón de mujeres mientras bailaban Rigoberta Bandini. Porque la reapropiación colectiva puede ser liberadora y hasta divertida. Y porque eso no le resta un ápice de gravedad a todas las veces que zorra o puta se siguen utilizando como insultos. Muy al contrario, ese grito colectivo busca el cambio y el abrazo a las demás.

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