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Ni en Halloween ni nunca: las locas no somos tu disfraz

Domingo 31 de octubre de 2021

Marta Plaza 27/10/2021 Pikara

Muchas fiestas y actividades preparadas en torno a Halloween utilizan como ambientación los psiquiátricos y su parafernalia. Eso facilita un blanqueamiento de las violencias reales y cotidianas en psiquiatría, banalizándolas y desoyendo la lucha que intenta eliminar de cualquier espacio sanitario las violencias que se ceban contra personas psiquiatrizadas.

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Campaña «No Somos Tu Disfraz», del Colectivo InsPIRADAS

Estos días sería de agradecer que si vais a hacer actividades, lecturas o proyectar películas por Halloween, hagáis el esfuerzo de desligarlas del tópico habitual y dañino: la locura y los locos como peligro a encerrar. Porque sí, un ingreso en psiquiatría puede ser algo terrorífico —de hecho, para muchas de nosotras lo es hasta el punto de preferir morir antes que volver al ala de psiquiatría del hospital—. Pero lo que lo convierte en ese infierno no es nuestro sufrimiento psíquico ni nuestras etiquetas diagnósticas, sino que nuestros derechos y vínculos quedan al otro lado de la puerta cerrada con varias llaves. Que al pedir el abogado al que tenemos derecho según la ley en estas situaciones de ingreso involuntario, es decir, encierros que se supone ampara un juez, recibimos risas por respuesta. Si nuestro abogado se presenta en planta y no hemos previsto hacerle un poder notarial previo al ingreso, es difícil que le permitan vernos, tendrán un ramillete de excusas: “Está durmiendo/está contenido/no puede ver a nadie hasta que así lo estipule el psiquiatra” o conversaciones surrealistas en las que le exijan que muestre documentación que atestigüe que es su abogado y si la muestra, porque la trae para que la persona ingresada pueda firmarla e iniciar así su derecho a defensa contemplado en la ley, el personal de planta suele impedir ese trámite de entrega/firma/devolución.

Consigamos o no ser atendidas por nuestros abogados, mientras dure el encierro sabemos que podremos ser medicadas de forma forzosa sin que nos digan ni qué medicaciones estamos tomando, ser atadas con correas a nuestras camas, ser nuevamente traumatizadas, vulnerabilizadas, ser aisladas, violentadas, ninguneadas, silenciadas, recibir sin nuestro consentimiento tratamientos químicos o físicos como los electroshocks (aún hoy presentes en nuestros propios hospitales y ganando puestos bajo las siglas TEC, Terapia Electro Convulsiva, que pretenden limpiar y dar esplendor a una práctica denunciada por organismos institucionales). Estas siguen teniendo consecuencias demoledoras sobre la memoria y capacidad cognitiva para muchas de las que los han sufrido. Además, podremos sufrir muchas más intervenciones dañinas sobre nuestros cuerpos y mentes, como se reúnen en los testimonios de Orgullo Loco Denuncia o de la Campaña 0contenciones.

A mí se me hace difícil entender por qué hay que repetir esto cada año. Que esta “fiesta de Halloween”, así enfocada, blanquea violencias reales que existen al otro lado de tu barrio, a unos pasos de tu universidad, en el mismo hospital donde a ti te trataban en pediatría oncológica o donde pasaste ingresada algunas semanas por Covid-19. Y que lo que debemos hacer con esas violencias, torturas, malas praxis asumidas como falsamente necesarias, es ACABAR CON ELLAS, no banalizarlas. No añadir más leña al fuego del imaginario colectivo que unifica violencia, locura y peligrosidad como si los locos (como sujeto) fuéramos peligrosos (nuestro adjetivo) que nos lleva a cometer violencias (acción, sustantivo). La realidad que vivimos las personas locas es bien distinta. Son el sistema, la sociedad, los profesionales (múltiples sujetos) los que con sus violencias (ojo al posesivo, suyas) nos atacan a los locos (como objeto directo que somos de sus violencias).

Ese falso imaginario colectivo del loco violento y peligroso no es inocuo: es el que hace que nuestras vidas, las de las locas, sí sean peligrosas, porque se ha trasladado (y sigue haciéndose) que somos un riesgo, imprevisibles, violentas, y lo somos de por vida, por la cronicidad que también nos colocan. Desde ahí, en favor de una seguridad pública que hacen ver en riesgo sin estarlo, permiten que nuestros derechos carezcan de importancia. Así, los profesionales podrán decidir por nosotras, nuestra voz quedará invalidada, se nos podrá hacer daño una y otra vez, incluso recurriendo a tratamientos considerados tortura por la OMS y la ONU, porque, en fin, siempre aducirán que nuestro estado, violencia, riesgo… es el que hace necesaria esa supuesta excepcionalidad en el (mal)trato. Obviamente, desde el apoyo mutuo que nosotras, las propias locas, locos, loques, nos damos en red cuando entramos en crisis y las atravesamos sin recurrir a sus centros, desde nuestros propios turnos de acompañamientos y pactos de cuidados… Sabemos que la realidad del sufrimiento psíquico es bien distinta a su camino único que tanto daño extra e innecesario implica.

Este texto tenía que ver con Halloween, con estar viendo (otro año más) cómo esta vez un restaurante pretendía captar público metiendo en su ¿ingenioso? menú desde calabazas ciclotímicas, ensayos clínicos, brotes psicóticos o diagnósticos de bipolaridad (menú que han rediseñado tras las protestas de activistas locas, no sin aludir antes a la piel fina de quienes han protestado). Volvemos a ver Escapes Room con el Psiquiátrico como tema estrella; y también reviso quejas de años previos por eventos como el organizado en Buñol. Lo señalaban medios amigos como El Salto en su texto “El estigma de los trastornos mentales y Halloween”. Y ojalá solo fuera estigma.

Pero hablemos claro: este “estigma” de ‘enfermo mental = peligroso violento’ sustenta las muchas violencias que se dan en los procesos de psiquiatrización que vivimos. Así pues, no pensemos que estigma es (solo) estar mal visto, no: es ver arrebatados nuestros derechos, que no se nos considere interlocutor fiable, ver reducida la capacidad de acción sobre nuestra propia vida y ser víctima de muchas más violencias en todos los estamentos: desde violencia machista e intrafamiliar, a violencia económica, institucional… y las que surjan, casi podríamos decir.

Por supuesto, entiendo las ganas de celebrar (estar vivas con la que está cayendo es super digno de celebrar), pero no a costa de añadir sufrimiento a quien ya está pasándolo mal. Y desde luego que hay formas de celebrar Halloween que no aluden a la locura como sinónimo de terror y de violencia. Se pueden hacer celebraciones sobre Halloween integrando una mirada intercultural, aprendiendo de culturas mexicanas o culturas celtas donde estas fechas y sus rituales llevan milenios siendo importantes. Podemos dejar salir a las brujas que llevamos dentro y preparar un buen akelarre feminazi entre amigas. Podemos juntarnos para ver pelis de miedo (psiquiatricos-free si puede ser, que también ESITEN) y, si tenemos peques, podemos probar a cocinar recetas que estén de muerte y parezcan lo que no son (hoy he visto una de champis-JackSkelleton que me hacían los ojos chiribitas). Hay también cuadernillos para peques y no tan peques que proponen editoriales independientes como Wonder Ponder con su descargable gratuito “Propuestas vitales para pensar en asuntos mortales”.

Pero como ya han dicho en años previos colectivos de psiquiatrizadas: los locos, locas, loques no somos tu disfraz. La vulneración de nuestros derechos es cotidiana en cada recurso del ámbito psiquiátrico, hasta simples consultas médicas con profesionales de salud mental. Vuestros jijís jajajás a costa de nuestro dolor banaliza tanto sufrimiento oculto tras los muros mientras os divertís en juegos (la mayoría mercantilizados en un consumismo que aquí hace negocio a vuestra costa, pero sobre todo a la nuestra) sin haceros cargo de que la violencia tras los muros del psiquiátrico existe y es una realidad a señalar para erradicar, no un juego donde reíros a nuestra costa y banalizando nuestra tortura.

En psiquiatría nuestra cotidianeidad tontea con la tortura socialmente aceptada porque la sufren ellos, los locos, siempre los otros, tú estás a salvo (¿seguro?). Halloween a menudo es reflejo de esa realidad de la que tú, en tu lucidez y cordura estás a salvo (¿de veras lo estás?), pero que sigue cada día pasando en los hospitales de tu propia ciudad. Y no, no es inocuo transformar sus abusos de poder y nuestro miedo, nuestras lágrimas, nuestros gritos… en juego, motivo de risas y diversión (especialmente para quien nunca ha vivido el temor real, cercano, a que un bata blanca utilice su autoridad para encerrarte independientemente de tus miedos, deseos o necesidades al respecto).

Basta de banalización, por favor. Si tu diversión es tan dañina, busca otra. Y lee, lee a los colectivos de activismo loco en primera persona, lee sus denuncias y reclamaciones, que van desde luego mucho más allá de cómo celebrar el 31 de octubre y de acabar con el estigma: hablan, hablamos, de construir mundos donde quepamos todas, hablan de la psiquiatrización y sus violencias, hablan de sostener el malestar en redes de apoyo, incluso más allá de las de afinidad. Redes vecinales, políticas y de apoyo mutuo en las que encontremos fuerza y herramientas para liberar a nuestras compañeras encerradas en plantas de psiquiatría, quizá desde hace un mes o dos en lo que llaman agudos; quizá desde hace siete u ocho meses en media-larga estancia; quizá desde hace años, ¿ocho, trece, diecisiete?, en esos manicomios que supuestamente cerraron y OPS, resultó que cerrar resultó en muchos casos cambiar el cartel del nombre del manicomio y en poquitos cargarse las estructuras dañinas anquilosadas y pesadas por tanto daño como habían causado. Hablan, sigo, hablamos, de crear unas condiciones de vida vivibles, no enloquecedoras; hablamos de señalar y nombrar a las violencias como tales, se den estas en un callejón, se den en un matrimonio, se den en el colegio, en el hospital o en decisiones en el Parlamento, y las sufra la infancia, las mujeres, nuestras ancianas, las migrantes, las disidentes sexogenéricas, las que estamos abajo en numerosos ejes de opresión… y esas violencias que también podremos ejercer cuando en un eje seamos nosotras las privilegiadas, hasta que revisemos y qué hacemos con ese privilegio, cómo nos relacionamos para no caer en nuevas violencias, ahora con nosotras como ejecutoras.

El mundo, si lo mirais con los ojos y el corazón abiertos, ya asusta muchísimo, ya es lugar hostil, ya da suficiente miedo. No hace falta jugar a escaparte de un falso psiquiátrico el 31 de octubre para sentirlo y que te suba la adrenalina. Hay realidades a desmontar, que seguimos necesitando visibilizar, y necesitamos más voces en cada mani, más manos pegando carteles o pegatinas, más cabezas haciendo fanzines y más fanzines o pensando cómo sostenernos juntas y en red y en qué hacer ante las agresiones que el sistema disfraza de atención. Mucho por delante, como siempre. ¿Te sumas?

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